A partir de El camino del libertario, Javier Milei se reconstruye, desde su biografía, para incorporarse al campo político. Los libros, para el héroe de esta fábula, serán fundamentales. También tendrá maestros, pero la lectura autodidacta, como práctica de la libertad, le hará encontrar un objeto mágico que le revelará el enigma. Este ensayo también tiene su versión en PDF.
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El mundo de los libros
Javier Milei es un lector solitario, voraz, monotemático; busca obsesivamente, desde su adolescencia, descifrar el enigma de la economía, hasta que, en su camino, experimenta una revelación: redescubre las ideas de la libertad liberal mediante un texto escrito por Rothbard, que legitima a los monopolios. Así se representa el héroe en la autobiografía que abre El camino del libertario (2022). Este panfleto ofrece una visión integral sobre su autor. La contratapa anuncia que es “la Enciclopedia Milei definitiva”. A las ideas económicas, publicadas en otros libros, esta antología le agrega una dimensión biográfica. La estrategia editorial fue acercar el personaje mediático a los lectores. En efecto, esta obra militante se enmarca en la batalla cultural por la hegemonía de las ideas económicas. El texto, aunque fue planificado para salir al mercado antes, se publica recién cuando Milei obtiene su banca como diputado nacional, cuando ya había sido legitimado mediante el voto de la población, cuando ya ocupaba un lugar en el campo político.
Durante el ballotage presidencial en 2023, a pesar de su estilo agresivo y autoritario, Milei consiguió el apoyo de otros referentes liberales. Uno de ellos fue el escritor Mario Vargas Llosa que firmó, junto con un grupo de ex presidentes, un comunicado en favor de La Libertad Avanza. El texto argumentaba que, frente a un modelo fracasado, aquel candidato tenía “un diagnóstico muy acertado respecto del problema económico”. Vargas Llosa, que preside la Fundación Internacional para la Libertad, actúa, desde hace tiempo, como un activista político en el campo de la cultura latinoamericana. Divulga ideas con el estilo de un buen escritor: despliega citas, comentarios, anécdotas. En las páginas autobiográficas de El llamado de la tribu (2018), compartió su recorrido como lector, reseñando a los autores liberales que más lo influyeron: Adam Smith, Karl Popper, Friedrich Hayek, Isaiah Berlin, Raymond Aron, Jean-François Revel. Su biografía intelectual tiene la curiosa nota de ser un converso que pasó del socialismo al liberalismo; un joven lector de Sartre que terminó siendo un adulto admirador de Hayek.
Vargas Llosa confiesa que su intención literaria fue replicar lo que Edmund Wilson ensayó con las ideas socialistas en su crónica Hacia la estación de Finlandia (1940). El escritor nobel se expresa como un intelectual que no sólo reproduce la voz del otro. Descreído de las utopías políticas de antaño, sus preferencias por Ronald Reagan y Margaret Thatcher también tienen sus reservas críticas. Siempre mencionó sus matices, incluso dentro de la doctrina liberal, donde, según su experiencia, ha encontrado espacios para disentir. Así, por ejemplo, en su libro ensayístico, anotó que, a pesar de no ser dogmático, “el liberalismo ha generado en su seno una 'enfermedad infantil', el sectarismo, encarnada en ciertos economistas hechizados por el mercado libre como una panacea capaz de resolver todos los problemas sociales” (Vargas Llosa, 2018, p. 25).
Algunos años después de esta cita, Milei representa al libertarianismo, que abomina de la justicia social. Un líder que, en tiempos de crisis, convocó a la tribu. La estructura de El camino del libertario se divide en tres partes: la parte biográfica; la parte de la discusión teórica; la parte del discurso político. Este libro, pues, funciona como una intervención afectiva e intelectual en el debate abierto. El registro de Milei en el código escrito presenta variantes que no se encontrarán en el código oral (más difundido a través de las pantallas). Por lo demás, quien se adentre en sus textos nada sustancialmente nuevo encontrará en sus presentaciones, aunque tampoco sus libros se destacan por la variedad temática. La narración de su vida marca lo distintivo: allí, historia, economía y biografía se unen en su relato para hacerlo emerger como un peón heroico que se somete a las ideas del anarcocapitalismo con las que contribuirá a la batalla cultural.
En relación con este tema, Saferstein y Stefanoni (2023) estudiaron los casos de Javier Milei y Agustín Laje. Ambos investigadores describieron “cómo las nuevas derechas irrumpen en el espacio público en forma de libros de circulación masiva y cómo la dimensión editorial forma parte de la transnacionalización de estos movimientos” (p.5). Estas obras políticas suelen complementarse con el entorno virtual de las redes sociales. Los autores venden sus trabajos en ese espacio digital. Difunden ideas con el formato clásico de la cultura y, a su vez, los libros también se transforman en objetos de culto; sus presentaciones se convierten en actos masivos para la arenga política. De hecho, el momento más representativo de este ritual fue la función masiva que hizo Milei, ya como presidente, en el Luna Park, aquel 22 de mayo, para promocionar Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica: de la teoría económica a la acción política (2024). Ni siquiera el título aportó alguna novedad con respecto a sus textos previos.
La primera sección de El camino del libertario justificó ese ingreso a la disputa por el poder. Su autorretrato también respondía una pregunta: ¿por qué alguien, sin militancia ni estructura partidaria, que además desprecia al Estado, de pronto, decide intervenir en la arena política como un outsider? Su contracara fue El loco, de Juan Luis González, que, publicado al año siguiente, aportó otros datos biográficos y cuestionó, durante la campaña presidencial, el ascenso pulcro de Javier Milei como candidato. Por otra parte, aquel libro periodístico socava la conducta racionalizada de Milei, puesto que en este contrarelato biográfico aparecen agentes mediúmnicos para comunicarse con animales; sueños proféticos con la divinidad; percepciones vívidas de su perro ausente; ataques incontrolables de ira; convivencia en condiciones antihigiénicas con sus mastines clonados. En esa línea, se destaca el plagio para sus columnas periodísticas y para su libro Pandenomics (2020).
Cambio de planes
La pandemia fue un acontecimiento que, debido a las medidas gubernamentales, se aprovechó para iniciar aquella acción política. Las medidas del Estado se interpretaron en clave absolutista: “La peste constituye el sueño húmedo de todo político con vocación de poder totalitaria, donde el uso exacerbado del miedo hasta convertirlo en terror/pánico le permite desplegar el modelo disciplinario planteado por Michel Foucault en su obra Vigilar y castigar” (Milei, 2020, p. 306). Los medios de comunicación son considerados cómplices de la parálisis social frente al avance del virus. En este contexto, la población se volvía más dócil para aceptar “mayores dosis de ese veneno social llamado socialismo”. Cuarentena mediante, los políticos convencen verticalmente a la población, argumentaba el anarcocapitalista de Pandenomics. Las libertades son amenazadas por el avance del Leviatán en todos los ámbitos: “la peste representa una oportunidad de oro para todos los enemigos de la Libertad” (Milei, 2020, p. 313). El resultado, más bien, fue el opuesto.
En 2019, Diego Giacomini y Javier Milei creían que la decadencia argentina tenía su origen en la forma de pensar de la gente. Por lo tanto, primero había que ganar la disputa ideológica: conseguir que la población adopte sus ideas, que se resumen en odiar al Estado y amar al mercado. La táctica de ocupar los espacios de poder político vendría luego. En ese momento, compartían la opinión (casi gramsciana) de que la política profesional no es transformadora, puesto que sólo legitima o institucionaliza lo que la sociedad ya ha impuesto y demanda. Acceder a un cargo sería desperdiciar el tiempo de trabajo ideológico hecho hasta entonces; también implicaría un riesgo. Desde ese razonamiento, calculaban: “Si nos metiéramos en la política institucional, como actualmente lo hacen otros liberales, el sistema nos comería crudos en seis meses” (Giacomini y Milei, 2019, párr.2). El territorio no estaba listo para que se aceptaran sus ideas económicas en la conciencia de la ciudadanía. La victoria todavía estaba muy lejos: “En el presente, y en el futuro inmediato, el liberalismo clásico ha perdido la batalla cultural contra el colectivismo”. El contexto de esa afirmación era el fracaso del gobierno de Cambiemos, presidido por Mauricio Macri y su revolución de la alegría. Volvería el kirchnerismo.
La misión liberal libertaria era seguir atacando directamente a la representación del sistema democrático: “lo que hay que entender es que la verdadera grieta es entre los que trabajan en la creación de riqueza por un lado, y por el otro, los parásitos de la política que vía el uso de la fuerza se apropian de lo que no les corresponde” (p.44). Junto con Giacominni, el futuro diputado escribía: “la esencia del político es engañar a la gente, de modo tal que no se perciba su verdadera condición”. ¿Cómo diferenciarse cuando haya que postularse para ocupar los espacios de poder que antes se criticaban como malditos? Mientras tanto, la máscara libertaria de Milei consumió horas en la televisión (dosificadas para las redes sociales) con su discurso antiestatal. El advenimiento de la pandemia de COVID-19 más la sugerencia del sindicalista Marcelo Peretta de presentarse a elecciones aceleraron los tiempos y acortaron la paciencia para uno de los economistas. Más tarde, las ineptitudes del gobierno del Frente de Todos, presidido por Alberto Fernández, mejoraría las condiciones para el triunfo.
En síntesis, si en Libertad, libertad, libertad, las ideas del liberalismo tenían un futuro remoto e incierto, en El camino del libertario hay un presente promisorio. En esta etapa, Milei considera que la gente ya cree en su ideología y lee que los resultados electorales le dan la razón. Siente que la gente está lista para recibir las ideas que ha propagado. La etapa siguiente es inevitable. Tiempo de actuar. Tiempo de reminiscencia. Tiempo de reconstrucción. La primera parte de su libro autobiográfico narra el trayecto que convierte al protagonista en un profeta. El profeta cuenta cómo fue ese camino que le cambió la vida. Ese tránsito será a través de la lectura: será un viaje de lector. Para entonces, Milei ha cruzado la línea que lo separaba de los políticos. Ahora Milei es un outsider entre los políticos y expone su procedencia, que nada le debe a esa casta. En vistas a subrayar las diferencias, saca a relucir, entre otras cosas, su capital cultural, hasta el punto de legitimarse a sí mismo como resultado de ese camino.
Su relato autobiográfico se construye dentro del pacto de honestidad que profesaba La Libertad Avanza, algo que después Milei llamó el pacto de honor, cuyo lema fue “mejor una verdad incómoda que una mentira complaciente”. Esta orden propagandística reforzó la actitud de mostrarse auténtico dentro del campo político, que es percibido, desde los consejos de Maquiavelo, como un juego de simulacros y apariencias para la práctica del poder. Milei entretuvo en el escenario que favorece su histrionismo, allí donde la videopolítica cambió las reglas del discurso político: “cambios en el estilo de argumentación, en la lógica y la retórica, en los niveles de la lengua, en el sistema de imágenes, en el tipo de interpelación” (Sarlo, 1996, p. 151). Usando formas plebeyas, Milei apostó por un modo coloquial, agresivo, incorrecto (para sus atagonistas). En este sentido, optó por construir un trayecto teleológico de su vida, ofrecer intimidad, narrar una versión transparente sobre la procedencia de sus ideas; un cómo se llega a ser lo que se es.
La estrategia biográfica
Jean-Philippe Miraux afirma que, a diferencia del diario íntimo, la biografía, mediante la evocación voluntaria del pasado, explicita el deseo de recomposición del yo. El escribiente posa sobre la superficie textual, ante la mirada de los otros, aun a riesgo de quedar como un impostor. Así la propia existencia puede hallar en la escritura la posibilidad de una nueva vida: “la autobiografía es renacimiento, iniciativa que plantea las condiciones para una eventual reconquista de sí mismo, de una reconstrucción, de una reconstitución” (Miraux, 2005, p. 14). En el caso de Javier Milei, este renacer está inscripto explícitamente en el inicio de su texto autobiográfico: “Nací el 22 de octubre de 1970 en el seno de una familia de clase media. «El Libertario», ese que ahora soy yo, lo hizo apenas un tiempo después”.
En efecto, esta escritura del yo consiste en desandar las huellas del azar para trazar un camino recto hacia el presente. Los fragmentos del pasado se ordenan en una escritura. Esta escritura es heurística: contribuye a conocer y a descubrir quién se es. De manera que el relato autobiográfico también es analítico: “Al volver a trazar la trayectoria de los episodios de la vida, el escritor llega a comprender por qué se ha convertido en el hombre presente, en ese ser que se escribe” (Miraux, 2005, p. 39). Sin embargo, trazar de nuevo el camino de la existencia, mediante la memoria, a partir de un punto específico, resulta complejo. ¿Por dónde empezar?, ¿qué conservar de aquel pasado?, ¿qué excluir de ese pasado para este presente? Todas estas (s)elecciones serán subjetivas y se desplegarán en forma de estrategias textuales para unificar armónicamente el recorrido azaroso que se ha efectuado.
El narrador (héroe del relato) establece un contrato con quien leerá su reconstrucción. Autobiografiarse implica ordenar lo inconexo de la existencia, asignar sentidos ausentes, relacionar hechos dispersos, analizar decisiones ya tomadas. El fundamento de esta relación entre partes es la autenticidad. Nadie puede verificar a cada paso lo que sucedió exactamente en aquella existencia que ahora está narrada. Entonces, la exactitud se relega: el pacto autobiográfico es un pacto de autenticidad. La objetividad resulta inapropiada: “la ley del género es más bien la de la sinceridad, pues el texto reproducirá a conciencia lo que le parece verdadero al escribiente” (Miraux, 2005, p. 55). La verdad se cambia por la sinceridad interior. Hechos, actos, emociones y sentimientos se experimentan según una interioridad expresada en el movimiento de una escritura auténtica. Lo verdadero está en el texto.
A saber: toda biografía narra el origen del héroe, que no siempre coincide con el nacimiento biológico. El episodio determinante en la vida de Milei transcurre, a sus 11 años, cuando observa las consecuencias sociales de la gran devaluación de 1981: “fue en ese momento que decidí estudiar Economía”. La historia irrumpe con un acontecimiento que delineará el universo del discurso de su fábula. Luego, veremos que también es otro episodio (hiper)inflacionario lo que, en 1989, marca la decisión de entregarse completamente a su destino. El autobiógrafo (argumenta Miraux) es un creador de efectos. Los episodios, como una puesta en escena, se integran a un macrorrelato que constituye al personaje del autor presente. Guiados por el pacto biográfico, aceptamos la sinceridad de las referencias, acompañamos las palabras del héroe en la búsqueda del secreto de su existencia.
En este sentido, el género autobiográfico se inclina más por la etopeya que por la prosopografía; interesa más la interioridad subjetiva que la exterioridad física (ambas cambiantes en el tiempo). El mundo interior es el verdadero objeto de la autobiografía. La progresión, en la fábula del texto, es maduración. Al proyectar el relato de la propia vida, se juzga la manera en que alguien evolucionó, midiéndose con la vara de lo que hizo, para comprender algo (dilucidar el recorrido del yo, indagar el origen de las decisiones, convertirse en ejemplo). Este retrato moral del texto tiene un cierre: “con mucha frecuencia la etopeya autobiográfica corona la conclusión de una obra que desarrolla una singular concepción de un vínculo con el mundo en el cual evoluciona el yo” (Miraux, 2005, p. 51). Ese vínculo en relación con el orbe, para Milei, será, finalmente, el descubrimiento de la libertad.
Cooperación textual
Cada texto espera que seamos cómplices de sus estrategias discursivas. Procederemos, en este ensayo, como uno de los lectores ideales que postula el relato autobiográfico de Javier Milei. De manera que deberemos cooperar con su ilusión biográfica (como la llama Pierre Bourdieu de un modo crítico). Interpretar ese camino de vida, que ofrece el protagonista, implica convertirse en el lector previsto por el texto que, en sus estructuras, está plagado de espacios en blanco, los cuales hay que rellenar. Desde un enfoque semiótico, Umberto Eco sostiene que un texto es una máquina económica que funciona por la plusvalía de sentido que se le introduce por medio de la lectura; se escribe para que alguien lo ayude a funcionar: “postula a su destinatario como condición indispensable no sólo de su propia capacidad comunicativa concreta, sino también de la propia potencialidad significativa” (Eco, 2013, p. 72).
Un Autor Modelo (el sujeto enunciador), para organizar su estrategia textual, debe referirse en su escrito a una serie de competencias enciclopédicas (previstas también en el receptor), las cuales serán “capaces de dar contenido a las expresiones que utiliza”. El autor debe suponer que “el conjunto de competencias a que se refiere es el mismo al que se refiere su lector”. Por lo tanto, aquél preverá, o deberá prever, un Lector Modelo que sea “capaz de cooperar en la actualización textual de la manera prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente”. Prever un Lector Modelo también significa construirlo desde el texto y no esperar a que este lector exista. Por consiguiente, la pieza textual contribuye a producir la competencia y no sólo se apoya en ella.
El relato biográfico de Milei se divide en 10 partes. Tiene subtítulos que funcionan como macroproposiciones que sugieren los topics (los temas) de cada apartado. El camino de lectura que ofrece es un recorrido numerado y cronológico. A grandes rasgos, las etapas de su fábula podrían resumirse de esta manera: empieza con el descubrimiento de una vocación; prosigue con su estudio académico; continúa con el ingreso al mundo laboral; cae por un momento frente a la adversidad; retoma el ascenso hacia la búsqueda del saber; experimenta una fascinación por su objeto y proyecta una victoria de las ideas liberales libertarias en la sociedad argentina. Este sería el arco narrativo del héroe, que también es el narrador.
La fábula es “el esquema fundamental de la narración, la lógica de las acciones y sintaxis de los personajes, el curso de los acontecimientos ordenados temporalmente” (Eco, 2013, p. 136). En tanto esqueleto de la historia, establece una sucesión temporal de acontecimientos. Todo el desarrollo de los acontecimientos se puede resumir con una serie de macroproposiciones. Para actualizar las porciones de la fábula más importantes, aplicaremos las macrorreglas de supresión, integración y generalización (Dijk, 1996, p.48). Así obtenemos la información semántica pertinente para las intenciones de nuestra lectura. El resultado de ese procedimiento sobre la fábula está en el anexo de este ensayo. Otro concepto a definir es el de marco, entendido como un conjunto estereotipado de conocimientos convencionales. Los marcos remiten a situaciones estereotipadas; se componen con pedazos de información general. Un marco se usa para interpretar los espacios vacíos. Recordemos que la lectura se complementa con la cooperación textual que postula Eco: se trata de una actividad promovida por el texto a partir de las intenciones que cada enunciado contiene de forma virtual.
En vistas a una interpretación legítima, como la que haremos, identificar la intención de un texto significa identificar una estrategia semiótica. El Lector Modelo debe aceptar el proyecto escritural que ofrece el Autor Modelo, que no es el autor empírico (la persona física que está fuera del libro). En contraparte, El camino del libertario, como signo, aporta datos a la enciclopedia del lector (lo que conoce) sobre Javier Milei para que después, enfocándose sólo en algunos de sus aspectos, se lo interprete desde su construcción biográfica. Veremos que, en la fábula de Milei, el tiempo biográfico se narra especialmente como tiempo de adquisición invertido para incorporar capital cultural. Este cultivo de sí mismo se limita a temas económicos (estudios, trabajos, lecturas). Tal como explica Pierre Bourdieu (1987): “El capital cultural es un tener transformador en ser, una propiedad hecha cuerpo que se convierte en una parte integrante de la ‘persona’, un hábito”.
A través del habitus percibimos el mundo social, generamos prácticas distintas y distintivas (formas de comer, de hacer deportes, de tener opiniones políticas). Los habitus, como orientadores de la acción, son esquemas clasificatorios, principios de visión y división de lo cotidiano: “Establecen diferencias entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es distinguido y lo que es vulgar, etc., pero no son las mismas diferencias para unos y otros (Bourdieu, 1997, p.20). Emprendedor de su propio destino, Milei hará de la práctica de la lectura una referencia constante a esa “apropiación del capital cultural objetivado” en los libros, que son bienes culturales. No sólo los lee con fervor, sino que los escribe, casi en serie, uno por año. Promoverá sus verdades teóricas, practicará modos de calificar y clasificar para que otros se reconozcan en esos esquemas. Frente a la sociedad, disputando poder, en medio del campo político, se mostrará con la legitimación del saber técnico. Este recorrido tiene una historia.
Origen de la vocación
La parte 1 de la biografía es fundamental: contiene la base identitaria de Milei. Esta base se sintetiza en una tríada: economista, arquero y showman. Si bien Milei abandonó pronto las últimas dos ocupaciones juveniles (sin mayores demostraciones de talento), de ambas perduran actitudes, habilidades y saberes que usará para el resto de su camino. Aquellas facetas quedarán incorporadas como topics a su perfil de economista. Luego, a esas características indiciales, que forman un nudo semiótico, conviene interpretarlas en un nivel connotativo. Milei dirá varias veces que, en un juego grupal, el arquero de fútbol es un jugador distinto: viste, entrena y vive su puesto de un modo diferente al resto; defiende la última línea, donde las equivocaciones son desventuras y los aciertos, normalidad. Podríamos agregar que el arquero ve el partido desde ahí: es un observador de las jugadas en el campo. Por ese motivo, suele dar indicaciones a los otros para organizarlos frente a los movimientos rivales. Un buen arquero, ubicado dentro de su área, tiene, en resumidas cuentas, una visión panorámica.
Antes del ejercicio de esta observación panorámica, en el relato de Milei ocurre el despertar a la realidad económica. El episodio, que es a la vez histórico y biográfico, transcurre en su conciencia de adolescente: “Me recuerdo con 11 años, en abril de 1982, estar escuchando la famosa frase de Lorenzo Sigaut: «El que apuesta al dólar pierde». Ese fue el inicio de la debacle del modelo de la tablita cambiaria, pero no solo eso, también fue el momento en que descubrí que había mucha gente que en mi país estaba mal”. La fecha escrita en el texto es errónea. El hecho sucedió un año antes. Ahora bien, lo significativo de aquel episodio es lo que expone desde el lenguaje, pues representa, para una parte de la sociedad, un episodio clásico del engaño político (se dice una cosa y sucede otra). Entre enero y junio de 1981, la moneda doméstica se devaluó un 245,8% (Rubinzal, 2010:457). Hacia fines de aquel año, por las devaluaciones periódicas, ganaron quienes habían apostado por la moneda extranjera. De ahí la condición de frase memorable; su correlato fue una peor calidad de vida para la gente.
Durante esta etapa, Milei es un observador que busca comprender a través de los adultos, quienes detentan la autoridad y el conocimiento, aunque ya aparece la vocación, el llamado, la correspondencia: el progresivo acercamiento al saber para dilucidar el enigma. Además de escuchar, el héroe agudiza su sentido de la vista sobre el entorno inmediato; es el nacimiento de un espectador nacional: “Veía esas interacciones y también las fluctuaciones en los niveles de vida. Fluctuaciones que básicamente estaban ligadas a los cambios de la economía. Y eso que a los adultos les impactaba tanto, a mí, ya de chico, también”. El dólar y la inflación surgen como palabras clave de la economía argentina. Si lo que sucede con ambos afecta el bienestar de la sociedad, el protagonista debe entender cómo funcionan: “Y para entender, evidentemente, tenía que estudiar”. Así decide su futura profesión. Ocho años más tarde, ingresa a la Universidad de Belgrano para aprender Economía.
En 1989 empieza su estudio universitario. Aquí reaparece la observación testimonial. Ocurre otro episodio histórico que estará ligado a un fenómeno traumático: la hiperinflación. Acompaña a su madre al supermercado y constata que su percepción directa difiere con lo que le enseñan en la universidad. Este tipo de anécdotas significativas demuestran como si fueran pruebas: “Me acuerdo como si fuera el día de hoy. Plena hiperinflación. Yo estaba apoyado con los brazos sobre el changuito y no me olvido más lo que sentí al ver a unas chicas con guardapolvos usando una especie de pistola, las famosas tickeadoras, sin parar de remarcar precios mientras la gente se abalanzaba sobre la mercadería. Fue un momento de enorme confusión. Todo aquello que estaban viendo mis ojos se llevaba de patadas con lo que venía estudiando en la universidad”. Milei, todavía arquero, ya desde entonces, la ve.
No obstante, el enigma persiste; para resolverlo, es necesario que le dedique más tiempo. Entonces, deja el entrenamiento profesional que le exige el fútbol y empieza a entrenarse en la lectura. Esta es una lectura que sobrepasa lo institucional, que busca por su cuenta, que se exige por sí misma más allá de los programas. A partir de este segundo episodio, se empieza a (auto)retratar el comportamiento de un lector progresivo, monotemático, voraz. La escritura académica será su complemento. Milei enfatiza ese primer logro intelectual: “a los 20 años había llegado a explicar un proceso hiperinflacionario”. En resumen, el héroe, encaminado, deja una de sus pasiones y se entrega completamente a su destino.
Antes de seguir, conviene señalar un punto. El temprano episodio que despierta su vocación en 1981 se ubica hacia el final de la dictadura argentina (un contexto represivo, aterrador, paralizante para toda conciencia crítica). Sin embargo, Milei no descubrirá el valor de la libertad en la sociedad a través de la política (con el paso de un gobierno de facto hacia la primavera democrática), sino que, para él, la valoración de aquel concepto proviene del discurso económico como aquello que le dará un alma (una defensa moral) a los números, cuya retórica limitada se reduce a cantidades, magnitudes y fórmulas. En consecuencia, casi ni se aprecia la distinción histórica en su relato biográfico. La continuidad es económica. Al protagonista del autorretrato lo marcarán más las lecturas que los acontecimientos sociales del contexto.
Así pues, de la crisis del modelo neoliberal, la única imagen que rescatará es la celebración de los políticos en el Congreso al defaultear la deuda externa en 2001. Milei percibe esta escena como la celebración de un fracaso. Este comportamiento es el macrointerpretante del accionar político que históricamente incumple su palabra. No la considera, en cambio, como una decisión límite frente a las imposiciones del FMI, puesto que sus préstamos (a cambio de agresivas políticas de ajuste) sostuvieron la ley de convertibilidad (Rubinzal, 2010, p.619). Por lo tanto, para comprender mejor el sentido de este episodio histórico, debemos activar en nuestra enciclopedia el cántico de aquella época: que se vayan todos. Este enunciado sintetizaba la crisis de representación contra los políticos argentinos: “Casi toda la población construyó la imagen de la política como una actividad casi delictiva, percibiendo que los partidos utilizaban los recursos públicos para financiar sus propios aparatos o para contribuir al enriquecimiento personal de sus dirigentes” (García Delgado, 2003, p. 85). En cualquier caso, las reminiscencias del narrador, en esta fábula, son exclusivamente económicas.
Formación institucional
La parte 2 es un complemento que sigue retratando el viaje del lector. Milei se gradúa en la Universidad de Belgrano como post-keynesiano, con una “estructura analítica de centroizquierda”: cree que la inflación es multicausal, que el Estado debe regular la economía y que el Banco Central debe intervenir. Después, cursa una maestría en el Instituto para el Desarrollo Económico y Social (IDES), donde estudia keynesianismo “a fondo”. Actualicemos el significado de estas referencias académicas. La implicatura de este trayecto biográfico es que el lector voraz incorpora al keynesianismo que atacará luego. Estratégicamente, su arco teórico cubre al futuro enemigo. La (auto)crítica del libertario será a conciencia, como quien dice «Yo ya lo estudié, yo sé de qué se trata y lo descarto porque pienso que existe otro pensamiento que lo supera». Mientras tanto, Milei es ayudante en cátedras sobre macro y microeconomía, hasta que abandona lo primero e incursiona en la escritura de un artículo para la Universidad de Belgrano sobre temas regulatorios con microeconomía aplicada.
Los estudios formales de Milei continúan en la parte 3, con el ingreso a una maestría de la Universidad Di Tella que lo convierte en “un neoclásico recalcitrante”, en un economista ortodoxo. Aquí hace un primer cambio teórico, que significará “un cambio radical”. El motivo es resultado de una autocrítica. Detecta una insuficiencia en su práctica: “Cansado de errar tanto con las familias de modelos keynesianos y estructuralistas, ingreso en la Di Tella. Allí comienzo a ver la macro moderna, que era, básicamente, equilibrio general intertemporal, algo que ya había estado estudiando por mi cuenta y por mucho tiempo”. La figura del lector voraz ahora es la del que ya sabe, la del que ya ha visto lo que le enseñan. Desde el presente, el yo libertario de Milei narra sus reservas sobre la escuela neoclásica porque en sus modelos persisten los fallos de mercado, lo cual sirve de excusa para las regulaciones estatales. Además, en esta etapa advierte una carencia, la falta de alma en los modelos económicos.
Durante su camino hacia el libertarismo liberal, aparecen referentes. Hay admirados del discurso televisivo; son parte de la tradición retórica que Milei practicará cuando ingrese a los estudios de televisión. Milei es alguien formado por la televisión más que por las redes sociales. Hombre (o niño) de otra época, recuerda un programa insignia de la política, Tiempo Nuevo, conducido por Mariano Grondona y Bernardo Neustadt; este último periodista facilitó el sentido común del modelo neoliberal de los ‘90 en Argentina. Operaba con astucia desde la pantalla: “Reducía los grandes principios liberales a simples eslóganes que tenían enorme impacto en la gente y que luego eran tomados como verdades absolutas por parte de la dirigencia política” (Fernández Díaz, 2018, p. 269). Por otro lado, en ese camino, el protagonista va nombrando con gratitud a profesores, que los reconoce, pero que, implícitamente, al alejarse de esa línea intelectual, los supera. Las retrospectivas autocríticas de Milei son para aprender algo y en ese aprendizaje tiene mentores al paso que van mejorando su performance frente a un público.
Esta etapa de la fábula contiene un episodio importante. Milei, mientras diserta en la Asociación Argentina de Economía Política, en Tucumán, siente frustración por sus deficientes recursos explicativos para retener la atención de un auditorio. Muy enojado consigo mismo, tiene un encuentro casual en un ascensor con el economista Juan Carlos de Pablo, a quien veía con interés desde el programa Tiempo Nuevo. De Pablo será su primer referente para la divulgación y para el aprendizaje del estilo explicativo compatible con la videopolítica. El marco situacional |encuentro en el ascensor| que se activa para esta anécdota nos remite a las escenas cinematográficas estereotipadas, donde una lección de vida se puede aprender en un minuto. El economista mediático le aconseja que exponga sus ideas como si contara “un cuentito”. Milei capta la técnica del sensei y la ensaya con un resultado sorprendente. Durante el traslado a un quinto piso, expone lo que no había podido explicar en 20 minutos. Tendremos así otro episodio biográfico, que esta vez cubre su faceta de conferencista: “crecí y me desarrollé profesionalmente admirando a un verdadero gigante de la divulgación”.
Observador marginal
Terminados los estudios, la etapa siguiente contiene la experiencia en el mercado laboral. Durante 2002 y 2003, Milei trabaja para Máxima AFJP. Al año siguiente, se convierte, por cuatro meses, en empleado de Miguel Ángel Broda; lo hace como economista coordinador de su estudio: “Aprendí el trabajo del economista profesional de verdad. Había dejado el lado del mostrador en el que recibía los informes de las consultoras (...) para estar del lado de los que escribían”. Por otra parte, su trayecto biográfico omite la década menemista y nos ubica justo en las consecuencias de la crisis de 2001. El narrador recupera de ese contexto histórico una discusión que remite al presente. No es difícil inferir que Milei quiere ubicarse allí donde tendría que haber continuado aquel modelo neoliberal. Menciona la idea de continuar con la convertibilidad, es decir, no pesificar y seguir atados al dólar. Un resumen de esta discusión entre enfoques ortodoxos y heterodoxos ante la crisis puede consultarse en Historia económica, política y social de la Argentina (Rapoport, 2006, p. 924). El caso es que la memoria de Milei vuelve al 2002 como una oportunidad perdida para su propuesta actual.
La imagen hipercodificada en este cuarto parágrafo es la corporación política (“la corpo nunca paga los costos”) celebrando el default de la deuda con el FMI. Esa deuda está deshistorizada (¿quién se endeudó, cuál fue el motivo, por qué no se pudo pagar?). Milei compara la situación con empleados que, aún quedando sin trabajo, festejan la quiebra de una empresa. Este pasaje marca una subtrama en el relato. Las discusiones técnicas de Milei empiezan con este acontecimiento crítico de 2001. Escribe un artículo, que él considera uno de los mejores de su carrera académica, sobre la deuda argentina: “me puse a desarrollar la estructura analítica del bono con el cupón atado al PIB”. A ese texto sobre sustentabilidad fiscal lo titula «Deuda soberana óptima bajo información asimétrica» (2002). Más tarde, en 2004, el narrador sigue el debate público sobre el control del tipo de cambio y resuelve en secreto los problemas que observaba entonces. Sólo su jefe conocerá ese enfoque resolutivo, porque lo consulta por una nota para el diario La Nación. A partir de allí, Milei contrasta lo que se hizo desde la política y lo que él hubiera hecho desde la economía. Este aspecto no se limita al ámbito nacional. De hecho, el otro acontecimiento histórico que lo moverá a revisar sus ideas será la crisis estadounidense de las hipotecas en 2008.
Sin protagonismo, Milei recuerda los debates desde afuera, como un intelectual que visualiza qué es lo más conveniente para hacer (o lo que los otros deberían hacer). El retrato es el de un examinador teórico de la economía. La ubicación histórica de Milei es marginal. Mira desde el área. Mientras leemos con atención el camino del héroe, advertiremos en él una actitud de observador; alguien que, aunque no intervenga, está pendiente de lo que sucede en el campo de juego y propone soluciones (jugadas estratégicas). Sin embargo, nunca nadie termina de considerar sus ideas y sus diagnósticos. En su trayecto de formación, Milei recupera los trabajos empresariales como lugares de aprendizaje y menciona a los maestros de turno. Esto es lo que sucede en esta breve etapa que, de igual manera, termina con el reconocimiento de su labor intelectual por parte Broda: renuncia a su estudio, donde aprendió los gajes del oficio y a ganarse la vida como economista. Esta decisión tendrá “costos” en su vida, puesto que marcará un punto de quiebre en la mitad de la fábula.
Descenso y ascenso del héroe
La parte 5 es el descenso del héroe. Atraviesa una etapa adversa de la que también aprenderá. Será la lección existencial del libertario. El Estudio Broda le demandaba tanto tiempo que terminó una relación de pareja y el cansancio lo retiró de la vida social durante los fines de semana. Tras la renuncia, consigue otro empleo que le sirve para pagar las cuentas. Mejor entrenado en la escritura, aumenta su productividad. Redacta una versión académica del enfoque que le había comentado a su jefe anterior: «Real Exchange Rate Targeting: control de capitales o política fiscal» (2004). Logra publicar el paper en una revista de la Universidad Nacional de Córdoba. Viaja a la provincia para exponerlo y en el hotel, a la hora del almuerzo, charla con un criador de mastines ingleses. Entusiasmado, va a la casa de ese hombre. Entre los 13 cachorros de la perra Kuma, uno se le acerca y lo elige: “el verdadero y más grande amor de mi vida”, dirá de su hijo Conan. Siente que su existencia se ilumina, pero a los pocos días el cachorro se enferma: “Se enfermó feo, a punto tal que debí internarlo en una clínica de cuidados intensivos, por suerte muy cerca del trabajo”.
Después de llantos y rezos a San Expedito, el animal se recupera, pero en su trabajo le reducen las horas y el sueldo a la mitad, aunque nunca bajó su productividad en aquellos días de zozobra. El argumento de los empleadores es que no quieren lidiar con sus “potenciales problemas personales”. Sin alternativa inmediata, el economista neoclásico acepta. A partir de allí, hay un cambio en el relato de Milei, que gira hacia la autosuperación frente a la adversidad. Dispone, entonces, de más tiempo libre; se dedica a escribir intensamente, a disfrutar de su pasión y de la compañía de su perro. Aparece, además, una actitud, si no de resignación, sí de aceptar las cosas como son, de no cuestionarlas demasiado, de adaptarse a las situaciones: “Vivíamos casi con lo justo, pero la combinación de su cariño y mi pasión por la economía escribiendo a full nos permitían ser felices”. La fábula propone empatizar con los derrotados que no se rinden, aún cuando todo empeora.
Milei cobra una indemnización. Proyecta que conseguirá trabajo dentro de dos años, pero calcula los gastos mensuales para sobrevivir el doble de tiempo. En este tramo de la historia, el héroe es un desempleado, vive solo con su mascota, experimenta una austeridad planificada, recibe destratos: “yo estaba en el piso y todo el mundo me pateaba la cabeza”, salvo Karina y Conan. Decide que su hijo tendrá “las mejores condiciones de vida posible”. La consecuencia es que Milei sólo se permite gastar, por día, el equivalente a una pizza. Come una pizza diaria. Mal alimentado, llega a pesar 120 kilos. Además, su relato biográfico incorpora una reminiscencia en forma de paratexto: «Mi compromiso con Conan». Este recuerdo, que sucede varios años después de aquella época, activa el marco |incendio en un edificio|. No sólo es la narración de un rescate (sin mayores complicaciones) frente a un evento riesgoso; también ejemplifica el compromiso de alguien que arriesga la vida para cumplir con su palabra. La empatía se despliega como una macroestrategia textual: “Para mí, ese es uno de los días más importantes de mi vida, porque siempre le he dicho a Conan que estaba y estoy dispuesto a dar mi vida por él en todo momento, bajo cualquier circunstancia y ante todo evento. Y ese día cumplí”.
Mientras tanto, el héroe va consiguiendo algunos trabajos de consultoría, mejora de a poco su alimentación, hasta que, justo cuando se está quedando sin dinero, encuentra un nuevo empleo. Esta parte del camino pertenece al sacrificado aprendizaje del espíritu libertario: “todas estas experiencias me llevaron a aprender a ser mucho más liberal”. Milei, para propiciar la identificación con su Lector Modelo, despliega el pathos del esfuerzo. En el tiempo de espera, hay enseñanzas para el derrotado: hay un camino hacia la luz, porque todo, al final de cuentas, depende de nuestras acciones, de nuestras decisiones, de nuestra iniciativa. Entremedio, Milei confiesa sus pecados, como el haberle escrito una tesis de maestría a otro para que no lo bajen de una consultoría. La lección es que se aprende de los reveses de la vida, hasta encontrar la salida satisfactoria en el mercado laboral. No hay que quejarse: hay que someterse a las reglas del juego, a la sabia lógica mercantil.
La moraleja del sufrimiento en los tiempos malos abre paso al ascenso del héroe. Lo anterior sirvió para saber de qué estaba hecho. Por contraste, la parte 6 es la vuelta al mercado laboral. Marca el regreso al aprendizaje en las empresas. Dentro del Grupo América, de Eduardo Eurnekián, su paso por Argentina Aeropuertos 2000 es importante: “No solo mi situación económica mejoraba, sino que además me divertía mucho trabajando”. Milei sigue aprendiendo cómo lograr cada vez más síntesis en sus explicaciones. Cómo exponer ante gente que tiene poquísimo tiempo para atender y escuchar. Estos reportes serán compatibles con la lógica de consumo en la televisión y en las redes sociales. Milei practica tácticas comunicativas que son menos aptas para el debate político que para un vendedor ambulante: “Sintetizaba el trabajo en no más de cinco oraciones”. Son los reportes de un empleado a un superior. Hay que captar la atención del otro con un dardo lingüístico. Milei empieza a entrenar ese procedimiento con Daniel Simonutti y luego con Eurnekián.
El tiempo del relato se desarma durante este parágrafo porque es especialmente temático. Para ubicarse, conviene hacer un paseo inferencial que enriquezca la enciclopedia. El Lector Modelo debe salir del texto a buscar fechas. Así sabrá que el ingreso de Milei a Corporación América fue en 2008, o sea, cuatro años después de lo narrado en la parte 5. Luego, su memoria hace otro salto temporal: hacia 2015, transcurre la anécdota con el periodista televisivo Mauro Viale. Este le da un consejo que lo preparará para su desempeño en Animales sueltos (2016) con Alejandro Fantino y luego en Intratables con Santiago del Moro. En este punto se completa formativamente la tríada de su identidad, pues ese desempeño retomará el impulso de ubicarse en el centro del espectáculo. Antes, frontman de un grupo de rock. Ahora, panelista televisivo. Este es el background de su faceta showman.
El héroe repite la maniobra que había aprendido con el economista De Pablo. Esta vez la lección es de Viale, a quien se lo encuentra esperando como invitado, en los estudios de un canal de televisión: “Vos sos un pibe que sabe un montón, pero tus explicaciones son muy largas. Tenés que pensar que esto es como un round de boxeo. Tenés tres minutos para contar la idea. ¡Ah! Eso sí, en el primer minuto tenés que meter una piña de KO”. Hay una continuidad entre lo empresarial y lo televisivo cuyo puente es el tiempo: “yo por aquel entonces pretendía disponer de mucho tiempo para explicar mi visión”. De nuevo, la habilidad no viene de la tradición política, de la puesta en escena del orador clásico. Milei aprende sus tácticas retóricas de la tradición videopolítica (periodistas televisivos y economistas mediáticos). El narrador usa la tercera persona para concluir: “Sin lugar a dudas, Daniel y Mauro son los grandes mentores del estilo contundente de Milei”. El libertario, en retrospectiva, analiza al yo de ese entonces que aprendió un modo de actuar.
Lector voraz
Otro acontecimiento desafía a Milei como lector monotemático. En la parte 7, su relato vuelve a 2008, a la crisis de las hipotecas subprime. Este evento financiero se resume en que los bancos, en el afán de obtener más ganancias, propiciado por las desregulaciones y las bajas tasas de interés, dieron créditos riesgosos, para comprar casas, a personas que, según sus perfiles, no los podían pagar. Creció un círculo especulativo, hasta que subieron las tasas y bajaron los precios de las viviendas. Millones de familias no pudieron cumplir con los préstamos hipotecarios de los bancos (también muy endeudados) que “cuando estalló la burbuja inmobiliaria, se encontraron con la bancarrota” (Fulcher, 2009). La crisis nació en Estados Unidos, pero fue mundial. Los gobiernos, como el de Gran Bretaña, intervinieron con dinero en el sistema para rescatar a estas instituciones financieras, porque no había préstamos destinados para ninguna actividad y esa parálisis afectaba la dinámica de la economía. Hubo más desempleo, más pobreza, más desigualdad y problemas de salud debido a la crisis.
En este contexto, las intervenciones del presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Ben Bernanke, provoca que Milei lea por tercera vez a Keynes (primero en la facultad; después, en el posgrado). A la par, vuelve a estudiar a Milton Friedman, releyendo Historia monetaria de los Estados Unidos: 1867-1960, en especial el capítulo 7, que trata sobre la crisis del ‘30. Hasta entonces, la doctrina monetarista era “una especie de ortodoxia berreta” en su formación académica. De modo que la clave del descubrimiento intelectual está ahora en la relectura solitaria. El narrador usa de nuevo la construcción del instante para identificar un punto de cambio en su yo: “Fue en ese momento que comencé a redescubrir y entender mejor la obra de Friedman, así como la de Keynes”. Otra vez se articulan historia, crisis y libros. Milei detecta un error histórico que se repite y advierte la insuficiencia de su modelo analítico. Luego, decide especializarse en crecimiento económico.
En esta parte del relato también se refiere al adoctrinamiento universitario. Empieza a mencionar las críticas a la izquierda. Estas críticas inician por acusaciones morales. Milei dice que en algunas universidades enseñan que Friedman “era un asesino cómplice de la dictadura de Pinochet” y que a Friedrich Hayek lo acusan de ser “el que impulsó a Margaret Thatcher a hundir el buque ARA General Belgrano”. La defensa de los dos autores neoliberales prevé una aceptación inmediata en el Lector Modelo. Si éste sale del texto para verificar aquellos señalamientos (como las recomendaciones económicas de Friedman al dictador chileno en una carta de 1975) habrá una disyuntiva en la lectura. Por su parte, Hayek le sugirió a Thatcher bombardear Argentina en 1983; antes, se había reunido con Jorge Rafael Videla, cuando la Junta Militar estaba en su apogeo. En cambio, Milei propone creer en una campaña de desprestigio contra ambos economistas: “la izquierda tiene una gran creatividad para inventar mentiras que no guardan relación alguna con la realidad”.
Al final de este apartado, reaparece el lector obsesivo en busca de la verdad sobre el crecimiento macroeconómico. Aquí se agrega el semema |biblioteca| (otro signo que remite a la acumulación de capital cultural). En este caso se trata de la biblioteca personal de Milei como subtopic. Esta unidad semántica, incorporada en su estrategia textual, remite a un espacio del saber teórico. Implica el acceso al conocimiento y a su consumo privilegiado. La doble biblioteca es parte formativa del outsider que será. La construcción selectiva (material y virtual) de este espacio propio se mide comparativamente con otro del mercado: la librería de Amazon. El narrador muestra una actitud competitiva para jactarse de una posesión mayor del conocimiento. La biblioteca especializada remite al estudioso, a la autoridad en la materia, a quien conoce en profundidad un asunto. Así pues, el lema de Milei para su presentación en los debates será: “especialista en crecimiento económico con y sin dinero”.
La parte 8 es un complemento de lo anterior. El héroe empieza a leer y releer sobre temas de crecimiento económico. Enumera autores y textos. Expone datos que hacen al «palo de hockey» (en los últimos 2 siglos se creció más que en los 18 anteriores). Su tesis es que la humanidad vive su mejor momento histórico, porque, gracias al capitalismo, se generó más riqueza que nunca. Injuria a un economista que se especializa en desigualdad y redistribución: “Piketty, la tenés adentro”. Remitiéndose al censo mundial, subraya las equivocaciones de Thomas Malthus (creció la población y aún hay recursos para subsistir). Enfatiza las críticas contra sus adversarios: “las nuevas versiones del malthusianismo, desde el Club de Roma hasta la policía verde ecologista, deberían internalizar la recurrencia conceptual de sus errores”. Quienes denuncian el deterioro del ambiente (sólo identificados con la izquierda) también promueven el aborto como método para controlar la natalidad: “algunos de dichos errores están llevando al asesinato de millones de inocentes en el vientre materno”. Todos están equivocados. Todavía no ven lo que él ha descubierto en su camino.
La teoría microeconómica postula que las estructuras concentradas de mercado son perjudiciales, pero, según los datos que cita Milei, desde la implementación del capitalismo, aquellas propiciaron un crecimiento inédito de la riqueza en la historia de la humanidad y redujeron aceleradamente la pobreza: “¿cómo carajo puede ser que los economistas pensemos que los monopolios son malos o que las estructuras concentradas son malas si la evidencia empírica muestra que trajeron un nivel de bienestar fenomenal?” La respuesta (contraintuitiva) de su inquietud está esperando en un texto. Ese texto le será acercado por alguien y, en este relato biográfico, el artículo funcionará como la recepción de un objeto mágico, en términos de Vladimir Propp (1987, p. 53). Luego, hará el desplazamiento definitivo hacia la fascinación por la Escuela Austríaca. Antes, hay un sumario de su aventura como lector.
Desorientado, Milei le comenta su sospecha a Federico Ferrelli Mazza, un ex alumno de Economía Matemática de la UADE, que integraba su equipo en Corporación América. Ese economista le pasa «Monopolio y competencia» de Murray Rothbard, traducido por Alberto Benegas Lynch. El décimo capítulo de El hombre, la economía y el Estado “tiene unas 140 páginas que leí en una tardecita y cuando terminé dije: «Todo lo que estuve enseñando por más de 20 años de estructuras de mercado está mal». El descubrimiento de Rothbard y su lectura inicial provocan la revelación de la verdad. Entonces, revisa todo su trayecto previo por la revaloración de los monopolios en el crecimiento económico (sólo son “malos” los que derivan de la acción estatal). Esto sucede antes del 2014. Asimismo, Milei dice que una nota periodística suya en Perfil prevé la devaluación de ese año, aunque, en rigor, analiza la posibilidad de “un nuevo Rodrigazo” (que nunca sucedió). De todos modos, lo que interesa es que el protagonista ya no va detrás de las crisis que se presentan, irrumpiendo, ante su percepción, sino que las anticipa: es un visionario apocalíptico (o un profeta del caos). A esta altura de la fábula, el Lector Modelo previsto debe autoconvencerse de la verdad que transmite el narrador en sus proposiciones sobre un mundo posible.
El lector austríaco
Roger Chartier (1999) propone dos tipos de textos fundamentales: “los que enriquecen la vida y los que permiten reevaluar y ver de manera distinta nuestro mundo” (p. 178). El encuentro con los libros teóricos de la Escuela Austríaca marca en Milei una etapa de fascinación que, desde una concepción economicista de la vida, cambia su manera de entender el mundo. El libertario, con nuevas herramientas críticas, tendrá un nuevo modo de pensar y de situarse. En palabras de Bourdieu, cambiará radicalmente de habitus. En la parte 9, la lectura se vuelve emocionante para el narrador y se produce el desplazamiento del héroe hacia un lugar donde encontrará el objeto de su búsqueda: “Luego de leer Monopolio y competencia de Murray Rothbard, recuerdo que quedé tan impresionado que empecé a buscar material en la misma línea, lo que me llevó hasta una librería de la calle Salguero”. Ahí conoce a los editores de la Editorial Unión, que publican los libros de los austríacos. Este es el encuentro con autores neoliberales y paleolibertarios. Empieza la compra compulsiva para alimentar su biblioteca personal.
Desde el principio de la fábula, aparece la inclinación por un estudio autodidacta: una lectura individual, solitaria, del espacio íntimo. Esta forma será la que retomará con fuerza cuando se fascine con la Escuela Austríaca. De ese comportamiento, inferimos una lectura guiada por el deseo, una lectura compulsiva, una lectura libre, desligada de las instituciones. Milei compra los libros. No se los presta una de sus amistades. No los consigue en una biblioteca universitaria. No los consulta en una biblioteca pública. No los descarga clandestinamente por la web. Los adquiere en el mercado: en una librería especializada sobre el tema. Por consiguiente, nadie lo adoctrina en este caso. Establece un contacto directo con la voz del otro sin mediaciones interpretativas. En este noveno parágrafo empieza la exhibición del héroe sobre la cantidad de lecturas, la mención de títulos, las técnicas de anotación. En síntesis, hace una descripción entusiasta de su experiencia lectora.
Llega a la prosa de Ludwig von Mises: “Fue un camino de ida”. Recuerda la lectura de las 1.300 páginas de La acción humana; tanto le gusta que lo vuelve a comprar para mantenerlo en la funda para que no se dañe. También consigue uno usado para trabajar en la oficina: “Ahí la subrayo, pongo anotaciones, todo”. Esta práctica connota relectura activa, cuyos comentarios dejan huellas en los textos. Así un día, buscando temas en esa obra, advierte que lo ha leído 3 veces (como a Keynes). “La experiencia de leer a Mises es tan fuerte que leí todas las obras que Editorial Unión tiene publicadas”, dice el narrador. Ese impulso se repite con Hayek y compra sus obras completas: “cuando empecé a entender a Hayek quedé deslumbrado y no podía parar”. Le siguen los textos de Rothbard: “Cuando leí El hombre, la economía y el Estado quedé fascinado”. Más aún, se identifica con su proceso de conversión y el héroe también se transfigura: “cuando llegué al tomo III del libro, el momento en que Rothbard se vuelve anarcocapitalista, yo también terminé siendo un ANCAP”.
Todos los autores de la Escuela Austríaca marcan el punto de no retorno ideológico de Milei. Representan su conversión definitiva, puesto que equivale a haber descubierto la Verdad. En esa lista aparecen Jesús Huerta de Soto y Anxo Bastos, pero el fundador Carl Menger, con Principios de economía política, es quien articula todo: “leía ese libro y me emocionaba”. Empieza a comprender cómo funciona la economía, cómo se relaciona con la libertad y descubre las falencias del modelo neoclásico. Asimismo, aprecia mejor la lógica de Hayek en Camino de servidumbre y de Mises en Crítica al intervencionismo. Ni la tercera vía se salva: “Ahí empiezo a ver no solo los problemas de la economía neoclásica sino que, además, internalizo cómo personas que se consideran liberales, al abrazar la estructura neoclásica, terminan siendo funcionales al socialismo”. En resumen, Milei se convence de que los fallos de mercado no existen. El mercado nunca tiene la culpa. Si surge un problema, siempre vendrá del Estado. El mercado, en tanto proceso de cooperación social voluntario, es perfecto en su imperfección: “¿Le parece una visión fundamentalista? Lo siento por usted”.
Ya en su condición de lector experto, el narrador liberal libertario pone a prueba a los demás: los valora según su exigencia doctrinaria. Ha transitado distintas corrientes teóricas. Ha leído y releído libros voluminosos. Ha formado una biblioteca especializada. Ha dialogado con los liberales más críticos y radicales de la historia. Entonces, decide revisar La economía del bien común del Premio Nobel Jean Tirole y, lo que antes hubiera amado, ahora le parece “una reverenda mierda”; recuerda que le generó repulsión por “el nivel de intervencionismo que mostraba”. En este punto del proceso, su capital cultural acumulado es tan grande que puede juzgar implacablemente a cualquiera, como a Henry Hazlitt (a quien mencionará al inicio de su nota avizora para Perfil, en 2014, sobre la situación problemática de la economía argentina). La memoria de Milei recupera su juicio retrospectivo.
El encuentro con la simplicidad de Hazlitt le aporta a Milei argumentos contra las falsas creencias económicas a las que suelen recurrir los políticos intervencionistas. Un paseo inferencial podría añadir que esta obra divulgativa refuerza su juego retórico entre lo que se ve (ahora) y lo que no se ve (a futuro) en la economía. Al término de estas lecturas epifánicas, se da la conversión definitiva del narrador: el héroe empieza a percibir la existencia con claridad; ya sin vendas en los ojos, descubre el núcleo de su materia. Hacia el final del recorrido, Milei internaliza las ideas de la Escuela Austríaca y encuentra que su concepto de la libertad mercantil es el alma de la economía: “Recién ahí empecé a ver con claridad meridiana los problemas en las distintas partes de la literatura neoclásica. Obviamente, cuando uno se quita la venda y abre los ojos, la vida no vuelve a ser la misma. Y cuando lo que se descubre son nada menos que las ideas de la libertad, la vida cambia de manera irreversible. Es lo que felizmente me ocurrió a mí”.
Esquema narrativo
A manera de conclusión, este camino del libertario, como lo hemos visto al hacer funcionar el texto narrativo, siguiendo sus estrategias discursivas, actualizando sus macroproposiciones de fábula, no se corresponde con el periplo del héroe que fue esquematizado por Joseph Campbell en El héroe de las mil caras, tal como afirma el cineasta Santiago Oría en un artículo incluido dentro del libro de Milei, a quien compara con Batman… Por las características narrativas que tiene este relato, se parece más a una breve novela de formación: sería como el resumen de una bildungsroman. Además, el trayecto biográfico del héroe es menos épico que detectivesco. En efecto, el núcleo que dinamiza esta fábula es la búsqueda de un enigma; ese descubrimiento será el saber del crecimiento económico y la libertad (extrema de mercado), un valor que predicará Milei ante la sociedad durante el resto de su camino hacia la victoria en las elecciones de 2023.
En tanto proceso narrativo, el recorrido de Milei, según el modelo actancial mítico de Julien Greimas (1987, p. 276), podría estructurarse del siguiente modo: el sujeto es el Economista que, en su búsqueda, guiado por el deseo de conocer, actúa como un lector obsesivo; el objeto es el Saber sobre el crecimiento macroeconómico que, al descubrirlo, se revelará como verdad universal; el destinador es el Liberalismo que, desde Adam Smith, contiene en su ideología la libertad de mercado y el orden espontáneo; el destinatario es la Sociedad Argentina, que aún se encuentra esclavizada por los políticos intervencionistas; los oponentes son el Socialismo y el Keynesianismo, que sólo aplican ideas empobrecedoras; el adyuvante es la Escuela Austríaca, con el pensamiento de sus diferentes autores. Considerando este esquema actancial, se pueden inferir los antagonismos del discurso político de Javier Milei: libertad/control; crecimiento/decadencia; prosperidad/pobreza; mercado/estado; empresarios/políticos. Categorías de percepción que dividen lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo.
Por otra parte, la lectura está ligada a la práctica de la libertad. También en el comportamiento espectacular de Milei se observa ese vínculo. Cada libro es una estación en la ruta libertaria. Los libros, en su discurso político, son importantes: forman parte de su capital cultural, de su saber técnico, construyen la imagen discursiva de un especialista; son el sustento material de su verdad, integran su red de signos para ser interpretado (como la campera de cuero, el pelo revuelto, las patillas, el logo del león o la motosierra). Cuando presentó El camino del libertario, su presencia en la Feria del Libro de Buenos Aires fue convocante. Después, siendo presidente, incluso viajó a España en mayo de 2024 para presentar su biografía ante los partidarios conservadores de Vox. Milei actúa como un mediador de lectura: muestra fervor por la teoría, recomienda obras marginales, orienta citando a sus autores predilectos. La nota crítica para la revista Time trae una foto de Irina Werning que es representativa de esa táctica: libros desplegados ordenadamente sobre el escritorio de trabajo. Del mismo modo, también hay que considerar su función como prologuista. Un texto suyo abre una edición de 4000 años de controles de precios y salarios; en 2018, también escribió un prefacio a La economía en una lección.
A ese rol de mediador de lectura lo había representado hasta en el ámbito televisivo, cuando en 2016 se mostró regalándole a Fantino un ejemplar de Camino de servidumbre (1944). “Tomá, te regalo este libro: leé y odialo a Keynes como lo odio yo”, recuerda Fantino que le dijo Milei antes de dárselo. El libro estaba subrayado y anotado. En ese show, propio de la videopolítica, el conductor televisivo le mencionó antes a su interlocutor que Axel Kicillof (alguien con militancia política y trayectoria académica pero sin histrionismo) le había regalado Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936). A los políticos profesionales no se los suele ver con libros en la mano ni se los escucha citar obras. Casi ningún político argentino suele mencionar libros, salvo que ellos los publiquen. Más adelante, Milei, en las caravanas proselitistas, además de agitar una motosierra, firmará libros de Mises.
En la arena política, Milei vuelve a promocionarse con el poder de la lectura como iluminación. Así, por ejemplo, el usuario Escuela Austríaca de Economía, uno de los trolls en la red social X, publicó, en abril de 2018, este post: “Gracias a @JMilei que me ha abierto los ojos y después de leer Acción Humana y Socialismo de Mises y Política monetaria de Friedman ahora sumó estos dos clásicos a mis lecturas. Cada día más sorprendido de lo que me había perdido”. El posteo adjunta la foto de un libro de Böhm-Bawerk y otro de Hayek. Sobre esa publicación importa menos la veracidad que la verosimilitud. Reproduce una directriz para la batalla cultural. La lectura es una práctica significante en varios niveles: “La lectura siempre produce sentido, aun para lectores poco asiduos, que si bien no dedican mucho tiempo a esa actividad, saben que algunas frases halladas en un libro pueden a veces influir en el rumbo de una vida” (Petit, 2001, p.32).
No hace falta leer una obra completa para que te influya de una forma decisiva. Ni siquiera es indispensable comprenderla enteramente. Te puede interpelar un fragmento, una imagen, una frase. Si bien la interpretación textual tiene límites, los usos de los textos para las lecturas aberrantes son inesperados. Por ejemplo, el uso que Milei hizo de Vigilar y castigar, con fragmentos sobre el control de la peste en el siglo XVIII, para extrapolarlo a la biopolítica del Estado (en el capitalismo) frente al coronavirus, pero como si se tratara del avance inevitable de un régimen socialista... La última parte de «El camino del libertario» es propicia para este modo de reconocimiento discursivo frente al testimonio de una vida que se ha narrado.
El mejor de los mundos
La parte 10 desarrolla una reflexión moral que proyecta su victoria en la arena política. Este epílogo es más argumentativo que narrativo. El cambio de Milei ha ido desde un formalismo matemático (dentro de una ciencia social) hacia una base conceptual (construida con el lenguaje) que facilita la arenga, la agitación propagandística (Domenach, 1968). Ese desplazamiento discursivo de la ortodoxia económica, que disimula mediante sus tecnicismos, le devuelve a la economía su condición de economía política. La línea común de la Escuela Austríaca le permite remontarse hasta antes de Keynes y considerarlo ideológicamente como un equívoco que ha impedido el desarrollo próspero del modo de producción, a pesar de que la época de oro del capitalismo haya sido posible por las políticas implementadas en una economía mixta (Van der Wee, 1997). Los primeros austríacos, como Menger, Mises o Bohm-Bawerk, discuten con la obra historicista de Karl Marx. Luego, no tuvo el socialismo, representado en la Unión Soviética, un triunfo superador; quedó su resistencia crítica contra el sistema que le dio origen. La cultura como refugio es ese espacio simbólico de tensión.
Milei retoma la defensa de las ideas neoliberales en un tablero binario, a riesgo de sonar anacrónico. Aquí los valores ideológicos del texto se desarrollan con la expansión de dos sememas: |felicidad| y |libertad|. Primero, les agradece a sus amistades del camino. Segundo, comenta el éxito de una clase multitudinaria virtual en el marco de su libro Pandenomics. Tercero, comparte la fórmula de la felicidad, que es una moraleja de su camino libertario: vida ejemplar que, en su trayecto, demuestra que el sistema capitalista es justo, aunque en el mercado laboral haya recibido tratos injustos. La etopeya autobiográfica de Milei concluye con la visión del mundo en el cual su yo ha evolucionado. En cuanto a la libertad, hará una apología irrestricta del mercado y una valoración ante su lógica implacable. Esta última parte tiene un registro más intimista, que modula hacia el género autoayuda. Este es el corolario de la felicidad por el saber y la aceptación de un destino con el que ha de guiar a los demás.
Frente a las críticas, Milei propone centrarse en la defensa del punto de vista conseguido. No hay que depender de los dichos de otro porque ese otro puede sabotear un buen trabajo: “si una persona tiene tercerizada la aprobación, se va a derrumbar”. A esta mirada sobre la vida contribuyó su abuelastro Rubén, con quien se encontraba de vez en cuando. En este pasaje aparece implícitamente la figura severa de su padre Norberto, que lo maltrataba. Nunca lo menciona. El Lector Modelo debe incorporar a la enciclopedia lo que Milei ha informado previamente en las entrevistas televisivas. En su autobiografía, él cuenta que, “frente a la desaprobación permanente”, durante su formación universitaria, su abuelo lo valoraba con palabras motivadoras. Esta persona resulta un apoyo para poder avanzar en un contexto familiar hostil: “Si hoy Noneira (así le decía a Rubén) me viera, seguro estaría feliz. Porque él fue quien vio primero que nadie mi potencial. Porque él me ayudó muchísimo dándome sostén emocional en situaciones muy adversas, mientras formaba mi carácter”.
La |felicidad| deviene de comprender y someterse a la lógica capitalista: “si una persona está en un trabajo en el que, para su criterio, le pagan para el culo, puede enojarse con su empleador y ponerse como los de izquierda, que hablan de explotación, que te exprimen y arruinan la vida; o, mucho más fácil, puede irse”. Asunto resuelto. Si no encuentra un nuevo trabajo, quizá le falte la aptitud suficiente: “porque yo me puedo sentir muy crack pero si hago un producto que el mercado no quiere no me va a ir bien”. El problema, entonces, es que usted hace algo que a nadie le interesa. Por lo tanto, conviene que se adapte rápido y bien con la libertad disponible. De lo contrario, sufrirá. Protestar es un vicio. Adaptarse, una virtud. Debe aprender a valorar que alguien esté dispuesto a pagarle por intercambiar su tiempo libre: usted compra dinero a cambio de ocio. ¿Qué más quiere? Haga una inversión de perspectiva. El problema no es que lo explotan, que cobra un sueldo bajo o que desvalorizan su actividad. Sucede que no está aprovechando la oportunidad de ser creativo y productivo para el mercado. Reconviértase con ganas. Todo será menos doloroso. Nunca más sentirá resentimiento. Y será feliz, seguro; o por lo menos, tendrá más chances de serlo.
El dulce mercado valora. Si se le da algo, lo sabe apreciar. No obstante, hay algo que no permite verlo de esa forma. El pensamiento de izquierda insiste con exigir derechos: es ingrato, mezquino, envidioso, resentido; orienta el odio hacia los empleadores porque, aunque den la posibilidad de trabajar por un salario, secretamente explotan mediante la plusvalía. Si se enriquecen, es porque les roban a los trabajadores. En realidad, todo es al revés. Los empresarios son benefactores sociales. Son triunfadores que, arriesgándose, ayudan a esta sociedad: “en la visión de mercado se trata de alguien al que le va bien por su propio esfuerzo, y no con la presencia del aparato represivo del Estado”. El éxito deviene de servir al prójimo con bienes de mejor calidad al menor precio. Si se incumple el axioma, se va a la quiebra como un perdedor: “Cuando se comprende cómo funciona este proceso de interacción social, que lleva el rótulo de mercado, se vive agradecido y feliz”.
Milei anticipa argumentos que desarrollará en la segunda parte de su libro, «El debate de ideas», donde reproduce una serie de textos ya publicados. Previamente, describe una visión optimista sobre el futuro del liberalismo económico a partir de los resultados electorales. Remarca su condición distintiva en el campo político: “no solo es importante lo logrado cuantitativamente como la mejor elección de un outsider sin estructura, sino también por ser el primer caso de la historia del mundo hispanoparlante en que un libertario accede a una banca de legislador nacional”. Demuestra su éxito en la calificación de lo inédito, de lo disruptivo, de lo revolucionario. La distancia con las ideas de la libertad se acorta. Las candidaturas mostraron un cambio cualitativo: “Todos debieron correr sus posiciones”. El héroe, en el centro del debate, viene a instaurar una nueva división de antagonismos. Advierte una aceptación social de su planteo, en boca de “alguien que no vino para mentir”. Su mensaje final, que incluye una intertextualidad con el Mariano Moreno revolucionario, sintetiza su biografía como macrointerpretante.
La fábula, dice Eco, es un mundo (narrativo) posible. Milei profetiza un mundo liberal donde hasta los monopolios son benévolos. Por lo tanto, cierra con un alegato a favor del capitalismo contra el socialismo, que mediante la cultura adoctrinó “a una generación de resentidos y fracasados”. La batalla ideológica debe retomarse en el aspecto moral. Los “valores morales superiores”, que traerán prosperidad económica, son bienestar, salud, felicidad y paz. Este último pasaje de «El camino del libertario» interpela a un sector determinado de su electorado. Los jóvenes, que suelen rebelarse contra lo establecido, rescatarán al mundo decadente, porque “hoy lo políticamente correcto es recitar la basura socialista”. En la misión de propagar la buena nueva libertaria, ellos, que estuvieron menos expuestos al “lavado de cerebro”, cumplen la función de apóstoles: “día a día los jóvenes van evangelizando a los adultos de sus familias”. Esta “patriada de los jóvenes”, que desafían a la autoridad, incluye a “la tecnología”, que al leer el texto debe entenderse como activismo en las redes sociales.
Javier Milei, como candidato a presidente, estuvo construido menos sobre la imagen del líder político que sobre la del héroe: un hombre común que, habiendo estudiado economía, ha conseguido un saber para la sociedad. Este capital simbólico resulta de la lectura, una lectura que comienza en una institución privada y que, en forma autodidacta, va radicalizándose. A diferencia de los políticos profesionales, Milei carece de un pasado político y de gestión, pero puede ofrecer su trayecto intelectual. Entonces, exhibe el saber económico, aunque no participe en debates formales con otros economistas. Sus intervenciones predilectas como showman serán en el ámbito de la videopolítica. Por otra parte, la entrada de Milei en esta contienda electoral no es del todo ahistórica. Las referencias históricas se encuentran ligadas a su biografía: es el espectador que, desde su adolescencia, viene viendo las continuas crisis económicas del país. Observa (como un arquero en la última línea) el juego que se desarrolla en el campo y lo analiza esperando su intervención para cuando le toque participar.
Asimismo, frente a los políticos con un pasado exitoso, Milei se narra como alguien que atravesó situaciones difíciles, que la peleó en solitario, sin enojarse con los fundamentos del sistema. Milei representa la autosuperación de quien ha comprendido la lógica del mercado. Alguien que encontró la felicidad en la aceptación del capitalismo y el fundamento de ese sistema es la libertad, entendida como libertad mercantil sin ninguna intervención del Estado. El mercado es sabio como un dios impiadoso. Cada político intervencionista quiere ser como Dios (omnisciente y omnipresente), pero son farsantes, ladrones, parásitos; sanguijuelas que se nutren del trabajo de la gente de bien. La gente de bien, en cambio, es honesta: sólo trabaja incansablemente; quiere progresar, superarse, esforzarse. Los políticos te imponen y se oponen a una forma de vida libre que permita liberar tu potencial. Estos valores reaparecerán en sus discursos de campaña para presidente de la nación.
Junio de 2024.
Fábula de un lector libertario por Leandro Forti está bajo una licencia CC BY-NC-SA 4.0
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