"La crónica será marginal o no será", dice un escritor pelado con bigote, convencido de que todo futuro demanda cambios. Esta es la reseña completa de un libro que trata sobre un género "bien sudaca", cuya escritura transita entre el periodismo y la literatura. Una obra que recupera los mejores trabajos de Caparrós, junto con algunas reflexiones sobre el oficio de registrar el presente.
Estructura
del libro
Esta obra reúne el ideario de Martín Caparrós
sobre la crónica y ofrece una selección de sus textos periodísticos publicados
desde 1991 en diferentes medios gráficos. El libro tiene más de 530 páginas que se
dividen en 23 capítulos. En cada apartado, el escritor intercala comentarios previos
a los textos que recupera del archivo. Además de aportar una reflexión sobre
el oficio de cronista, anota
detalles del contexto, de
los proyectos que originaron los trabajos, de la historia que precede a la
historia escrita como, por ejemplo, el trasfondo de sus libros Unaluna o La Voluntad (en coautoría con Eduardo Anguita).
En Lacrónica, donde el tiempo y el viaje están muy presentes, Caparrós se
reencuentra con los otros yo que la escritura fue registrando. Con su memoria, describe medios gráficos del siglo XX, repasa inquietudes personales, cita fragmentos misceláneos, dialoga con los rastros de
su oficio, ejemplifica las técnicas que usa para darle forma al género híbrido
que practica desde hace décadas. De esa manera, el yo se narra en su trayectoria de 40 años en la profesión. El tono de su escritura (sobre todo en las secuencias comentadas) es muy ameno: su
voz tiene la amabilidad de una conversación abierta.
La discusión también atraviesa la trama del libro, porque Caparrós expone
su manera de ejercer el
periodismo y de lo que debe ser la escritura periodística, cuyo mejor
ejemplo (para él) es lacrónica.
Además, su actitud para polemizar se atrinchera en la escritura, en los desafíos
de la palabra frente a un escenario de expansión tecnológica constante donde
abundan textos pigmeos, infografías, recuadros, dibujitos que subestiman al lector. Por lo tanto, su postura de escribir contra el público reaparece en este
libro; también repite las reflexiones sobre el género, que ya las trató en
otras publicaciones.
En resumen, este
libro publicado en 2016 es una complicación de crónicas y de una teoría del género tal como lo piensa Caparrós. Ese complemento hace que la estructura de la obra no sea una
mera antología ni un manual de periodismo. Tampoco es la autobiografía de un
cronista que se dispone a recordar su trayectoria. Por el contrario, Lacrónica es una cruza. Esa forma se corresponde
con un autor al que le gusta reivindicar lo inclasificable y la búsqueda
continua. Esa búsqueda, traducida al territorio, se convierte en viajes a
diferentes partes del mundo para escuchar, ver y escribir las historias de los
otros.
Temas genéricos
Este libro de
crónicas está escrito por un yo
explícito, pero la referencia son los otros. Entonces, más que un repaso centrado en la
biografía del autor, es un repertorio de narraciones sobre distintos encuentros
singulares. Son historias que se toman su tiempo y su espacio para
desarrollarse. Ya se sabe: Caparrós tiene un estilo larguero. Y sin embargo, en
uno de los textos más condensados, al final del libro, en la semblanza sobre el maestro Eloy Martínez, es
cuando su escritura se vuelve más intensa. Los escritos de la antología (como en
una novela de aprendizaje) mejoran con el avance de los capítulos.
Hay algunos relatos que conviene anotar en una lista especial: “Videla
boca abajo”, “Claroscuros”, “Sri Lanka”, “Kapuściński”, “Muxes de Juchitán”, el
fragmento de El Interior, “Niger” y “La muerte lenta”. Si
ninguna de estas crónicas te entusiasma, probá con otro libro, porque, en esos
trabajos, Caparrós demuestra su maestría del oficio. Por supuesto, esta es una
selección personal y tampoco agota el repertorio del autor (también habla de fútbol en Boquita), pero esa lista resulta una buena muestra de la
amplitud de temas que elije y de la
forma literaria cambiante que emplea para contarlos.
Por otro lado, o al mismo tiempo, Caparrós
comenta el reverso de sus crónicas (método de trabajo, financiamiento, gestión de
los viajes, postura política, preferencias estéticas). En los apartados reflexivos,
trata los temas que implica el ejercicio de una escritura que transita entre el periodismo y la literatura. Aviso: si tenés conocimientos básicos de lingüística, pocas son las
novedades teóricas del libro. La advertencia es la misma si ya leíste otras obras sobre
nuevo periodismo (literario, narrativo, gonzo o como se le quiera llamar ahora). La ventaja de leer a Caparrós es que habla directo y sin
tecnicismos.
Así, por ejemplo, en los capítulos intercalados se ocupa de un modo sucinto de la tradición hispana del género, el uso de la
primera persona en el relato, el cronista como una construcción del autor,
la farsa de la objetividad periodística, la importancia de las secuencias
descriptivas, el viaje como experiencia del tiempo, la recreación literaria de los hechos
verídicos, los editores que subestiman la inteligencia del público, los cambios
en las maneras de acceder a las fuentes para documentarse antes de escribir. El
concepto eje que se explica es lacrónica,
ese género “bien sudaca”, marginal, híbrido, mutante.
Ascenso
a la fama
Escribir lacrónica
es como decir elmartín. Ese cambio
mínimo en la grafía de las palabras puede interpretarse como un gesto
insolente. En el caso de Caparrós, ese detalle sirve para marcar una diferencia dentro del mismo género,
porque la crónica se
volvió famosa y hoy es la diva del periodismo narrativo. La convocan a
talleres, antologías, seminarios, estudios académicos. Ocupa la centralidad de una forma de escritura periodística que tiende a
ponerse de moda. Por ese motivo es lacrónica,
para evitar el hartazgo, para iniciar una actitud de resistencia al centro, para diferenciarse
en la manera de nombrarla.
Caparrós anota dos causas que explican esa fama. La primera es que los
novelistas, en general, abandonaron la pretensión de contar el presente de las
sociedades (aquí se infiere el realismo decimonónico del siglo XIX). “No sé si está bien o mal: lo describo, porque creo
que es la razón principal para el auge actual de lacrónica sudaca”, dice el señor de bigote blanco. Entonces,
este es el género que se usa para experimentar y renovar un modo de contar lo que ocurre en las sociedades latinoamericanas. La segunda causa del factor fama es
el prestigio que le da la crónica a un periodista con ambiciones literarias:
Allí donde sus predecesores, hasta hace veinte o treinta años, guardaban en el cajón del escritorio —que ahora se llama folder— una novela a medio fracasar, ellos conservan las innúmeras notas para una larga crónica o una investigación intrépida o un viaje al más allá o la biografía no autorizada de algún héroe improbable. Para esos periodistas con ambición letrada, ser periodista ya no es algo menor que habría que sacudirse. Un periodista ya no es un novelista que no fue; es, si acaso, un cronista en veremos.
Desde el primer capítulo, Caparrós rememora el uso de la palabra crónica
en el periodismo argentino. Así señala cómo un término relacionado con lo
peyorativo (o lo bajo) terminó convirtiéndose en un género cool que tiende a la estandarización, a la copia de recetas
seguras, a la domesticación de la especie. Pero a comienzos de la década del ’90,
en Argentina, aquel término “no
era una palabra de nuestro repertorio” y cuando se usaba refería otros objetos.
Crónica era un tabloide popular, el
vespertino adalid de la prensa amarrilla, que “solía tener un solo título
grande en la tapa y alguna foto más o menos escabrosa”. La sangre en el texto agregaba
un adjetivo contundente: crónica roja.
Los temas de esa crónica eran malvivientes,
crímenes, fugas, amoralidad. Por otra parte, el cronista era quien recién
ingresaba a la redacción, era el aprendiz, al que le daban las tareas menos
divertidas y más trabajosas. O también era el periodista que tenía que buscar
la información, pero que no la escribía. Tenía que entregársela a otro, al
redactor. En síntesis: “Crónica era un diario desdeñado, el cronista el
escalón más bajo de la escala zoológica; en la Argentina de 1991 decir que uno
hacía crónicas era una especie de chiste, una provocación. O, si acaso,
referirse a una tradición casi perdida”.
Tradición
recuperada
La literatura argenta se funda
con una crónica clandestina: El Matadero.
También la idea de América les llegó a los europeos narrada en forma de crónicas, que los
viajeros escribían tratando de enviar imágenes familiares por comparación. Eran
el resultado del choque entre lo que esperaban encontrar y lo que encontraron
en el territorio. Esa extrañeza “sigue siendo la base del relato”, dice
Caparrós. Luego, agrega que lacrónica
es un anacronismo: el género “tuvo su momento, y ese momento fue hace mucho”, cuando había pocos modos de contar. Pero es esa condición híbrida e inclasificable la característica que más le atrae:
Yo siempre pensé que ser cronista era una forma de pararse en el margen. Durante muchos años me dije cronista porque nadie sabía bien qué era —y los que sabían lo desdeñaban con encono. Ahora parece que resulta un pedestal, y me preocupa. Porque no reivindicaba ese lugar marginal por capricho o esnobismo: era una decisión y una política.
La primera nota completa que Caparrós incluye
en el libro es de 1991. “Bolivia: Los ejércitos de la coca” es el título. Trabajaba
para el diario Página/12, en cuya
revista había inaugurado una sección fija: “Crónicas de Fin de Siglo”. Ahí
practicaba un formato ensayado unos años antes en El Porteño. La mención de este medio periodístico es importante porque en
sus páginas se publicaban unos textos largos llamados territorios, que “contaban,
con prosa trabajada, la vida de un barrio, un oficio, un sector social”. Claro,
antes, en los ‘60, hubo una Primera Plana.
Y antes, en los ‘30, aguafuertes de Arlt en El
Mundo. Y antes, los modernistas como Darío y Martí en La Nación.
En manos de Caparrós,
la crónica no tardará en complementarse con la experiencia del viaje, tal como lo
hicieron aquellos navegantes extranjeros que se lanzaron con ambición a lo desconocido. Por lo tanto, su
territorio será el mundo: “A fines de los ochentas entendí que ciertos viajes
podían ser una salida —casi— laboral: si los contaba, alguien me pagaría lo
suficiente para seguir haciéndolos. Lo contaba para poder viajar; después viajé
para poder contarlo. Pero ahora viajo porque es la única forma que conozco
—además de ciertos amores, de unos pocos momentos del amor— de oponerse a la
saña del tiempo”.
Esa primera persona de
su escritura tiene un perfil construído. “Mi cronista es argentino, que es decir
mucho y casi nada: el resultado de una mezcla de culturas, una tradición hecha
de tradiciones muy variadas. La fuerza de una marca débil”, explica el padre de
la criatura. Además, se define como alguien “moderadamente culto, muy clase
media con sensibilidad hacia los otros, la pobreza, maneras de la opresión y la
desgracia”. En el territorio, mira con zoom y escucha con codicia la voz del otro. Busca los
inicios de sus crónicas como un cazador primitivo, pero nunca sabe con certeza cómo
las terminará.
Primera definición
de lacrónica: “un texto periodístico
que se ocupa de lo que no es noticia”. Segunda definición: “un texto
periodístico que intenta mirar de otra manera eso que todos miran o podrían
mirar”. También es una forma literaria de escribir en el territorio. La mirada y
la escucha son los sentidos principales para captar su posibilidad. Por lo tanto, el cronista adopta la
actitud del cazador primitivo, porque todo
es materia para su historia. Entonces, atrapa inicios, que son el punto de
partida para desplegar un relato, cuya textura permite releer lo cotidiano, los
efectos del poder, las preguntas que subyacen.
El periodismo de
investigación trabaja en cómo contar aquello que alguien (un político, un empresario) quiere
ocultar. En cambio, lacrónica produce
sentido con lo visible, sorprende con la narración, reconstituye un contexto,
relaciona y busca comprenderlo. Su objetivo es lograr que alguien lea sobre ese
asunto que antes ni le interesaba. Escribir contra la demanda primaria y
acostumbrada de la maquinaria informativa. Contradecir los criterios de la noticia. Según Caparrós, el periodismo es
“contar las cosas que muchos no quieren saber”, ya sea porque no las pensaron o
porque nadie se las contó bien.
En lacrónica, el
relato incluye un yo explícito que se
distingue del registro estandarizado de la prensa porque transita por un espacio
híbrido entre el periodismo y la literatura. De esta manera, se hace visible la intermediación y ese es un gesto
político para diferenciarse del objeto engañoso que dice contar desde ninguna
parte sin ningún enfoque. La máquina
informativa simula objetividad, promociona que en sus discursos comunica
“la verdad objetiva”, borra las caras de quienes escriben los textos
periodísticos:
Frente a la ideología de los medios, que tratan de imponer ese lenguaje neutro y sin sujeto que los disfraza de purísimos portadores de «la realidad», relato irrefutable, lacrónica dice yo no para hablar de mí sino para decir aquí hay un sujeto que mira y que cuenta, créanle si quieren pero nunca se crean que eso que escribe es «la realidad»: es una de las muchas miradas posibles.
El cronista asume que está contando lo que pudo averiguar, reconstruir y entender. Su escritura no es “la verdad”: es lo que sabe y ese
saber es provisorio. O sea que, en algunos casos, se permite dudar. En cambio, la información excluye
la duda. El relato informativo del periódico “se hermana con el discurso de los políticos y
de los sacerdotes: los tres aseguran todo el tiempo, tienen que asegurar para
existir”. Además, para contar, lacrónica sólo usa la palabra escrita, que es el modo menos verosímil en esta época, pero esa aparente debilidad es su ventaja, porque no muestra, sino que evoca, reflexiona, sugiere.
Por último, este género rebelde “se escribe contra los
esquemas de editores y gerentes y, sobre todo: que si se escribiera a favor,
algo o alguien estaría equivocado”. Así que lacrónica es también ese tipo de periodismo que, en su mayoría, los medios de comunicación no suelen publicar ni pagan demasiado por ella (tampoco tiene muchos lectores). Y sin embargo, hay manos que las siguen escribiendo donde sea. Estas características le dan su condición marginal, según Caparrós. Pero para mantenerse así de esquiva tiene que estar moviéndose constantemente sobre sus temas, sus formas, sus personajes, sus límites.
Caparrós,
Martín. Lacrónica. Buenos Aires:
Planeta, 2016.
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