Yeonghye despierta y su vida empieza a cambiar radicalmente. Evita comer carne. Al principio, come vegetales y otras comidas, pero la situación empeora. Padece insomnio. Apenas duerme un par de horas en la madrugada. Intenta suicidarse. Su existencia entró en crisis por la irrupción de una escena perturbadora. Un sueño trastoca definitivamente toda su vida y la vida de los otros.
La sombra onírica
Raskolnikov, en horas previas al crimen, tiene un sueño. Acompañado por su padre, observa una escena brutal. Frente a una taberna, Mikolka golpea con su látigo a un escuálido caballo ruano, que se encuentra atado a un carro demasiado grande para sus fuerzas. Ebrio de ira, el mujik invita a otras personas para que suban al vehículo. Les entrega unos palos y les dice que no tengan lástima, porque ese animal ni siquiera se gana su comida. Con látigos impiadosos, pretenden que se mueva, que galope, que arrastre su carga. La violencia creciente que descargan sobre su cuerpo es humana. Mientras tanto, la multitud mira el suplicio inútil. El caballo resiste hasta que muere. Hay escenas monstruosas (advierte el narrador) cuyas representaciones oníricas dejan un profundo recuerdo y afectan el organismo. El soñador despierto, aunque fuera un artista grandioso, sería incapaz de reproducirlas.
¿Cuánto influye este sueño sobre las decisiones del joven Rodion, que, al despertarse, sigue pensando en su dilema moral? En La vegetariana, Yeonghye se despierta y su vida empieza a cambiar radicalmente. Evita comer carne. Al principio, come vegetales y otras comidas, pero la situación empeora. Apenas duerme un par de horas en la madrugada. Intenta suicidarse. Su existencia entró en crisis por la irrupción de una escena perturbadora. Luego de atravesar un bosque, ella encuentra, en un granero, “cientos de enormes y rojos bultos de carne” que cuelgan de los maderos firmes. De algunos todavía cae sangre. Intenta escapar de ese espectáculo, pero la puerta de salida no aparece y su ropa blanca se mancha. Cuando por fin huye hacia campo abierto, se detiene ante un charco rojo, donde ve su cara reflejada y ahí percibe que ya es otra. ¿Cómo comunicarle a los demás en la vigilia esta experiencia límite, entrevista en la intensa oscuridad de los sentidos?
Durante la primera parte de esta novela, Han Kang transmite un ambiente parecido al Bartleby de Melville. Ese humor tenso que emerge de lo insólito. Yeonghye, en vez de repetir “preferiría no hacerlo”, dice “yo no como carne”. Esta decisión abrupta se apoya en el sueño, que luego le provoca insomnio y una delgadez progresiva. Kafka es otra sombra que asoma en este relato, cuyo conflicto muestra la transformación límite de una persona que no exhibe mayores virtudes o defectos. Así que, por un lado, Kang desarrolla la historia de una resistencia pacífica y, al mismo tiempo, el lento abandono de la condición humana. Esta no es una obra con moraleja para carnívoros. Yeonghye es la encarnación de un cuestionamiento filosófico.
El tópico literario del sueño es un punto débil de La vegetariana. Los fragmentos oníricos son los pasajes donde se escucha la voz narrativa de la protagonista. Ese artilugio ofrece claves de acceso al entendimiento de esta mujer que rompe los límites de una sumisa monotonía cotidiana. Ahí ella cuenta otras escenas que tienen una fuerza de violencia contenida. Este punto de vista es privilegiado para nosotros. Los demás personajes (su marido, su cuñado, su hermana), sin más explicaciones, enfrentan su actitud, pero lo hacen menos desde la comprensión que desde la intimidación, para que vuelva a su existencia de estanque. Visto desde afuera, el comportamiento de Yeonghye es locura, trastorno, hermetismo. A medida que la obra avanza, las preguntas se van desplegando en busca de sentidos para ese impacto que provocan las decisiones inquebrantables de aquella mujer taciturna.
Bartleby y La metamorfosis prescinden del escenario onírico. En el primer relato, la decisión del escribiente es repentina. En el segundo, el viajante kafkiano despierta ya convertido en insecto y ese cambio altera la vida familiar. Por el contrario, en La vegetariana el sueño irrumpe como una revelación en la rutina de Yeonghye y cambia la vida de los demás, sobre todo la de su esposo, quien narra el comienzo de esta crisis. Sin embargo, otro episodio detona la historia. Una situación especial precede al sueño: la protagonista, mientras cocina apresurada por la impaciencia de su marido, se corta un dedo; un trozo del cuchillo mellado queda en la comida y en consecuencia recibe la ira del comensal, que le recrimina que él podría haber muerto por esa acción imprudente. Ella, serena, bebe el sabor dulce que emana de su herida. A partir de esta escena, nace el conflicto humano que empuja la novela de Kang.
El castigo voluntario
Eximirse de la violencia humana. Mutar hacia un ser impoluto. Exiliarse de la conciencia. Convertirse en un vegetal. La obstinación de Yeonghye es una renuncia a la condición humana y, al mismo tiempo, su afirmación inevitable. Este anhelo de transformación se parece a una condena, pero ella la prefiere porque descubre en su interior algo más tenebroso y amenazador que la solución tomada. Resuelve también un abandono progresivo del lenguaje como instancia explicativa para los otros. Yeonghye se distancia de lo que la aterroriza en sueños; busca limitar su potencia como puede, con decisiones drásticas, incompatibles con su personalidad previa. Todos la quieren encajar en sus esquemas: el marido en su rutina, el cuñado en su obra, su hermana en la vida familiar (o en su pasado infantil).
Estas reacciones son el contenido más perturbador de la novela. Desde la infancia, una actitud sumisa formó la conducta de Yeonghye. Cuando esta sumisión estalla, el conflicto es indetenible: altera su vida y la de los demás; amenaza la estabilidad social, familiar, íntima. Su resistencia deviene un choque fortísimo contra la razón y la lógica dominante. Alguien se subleva por un impulso secreto, desviado, libertario hasta el punto de su autodestrucción. Esta condena de la libertad encuentra la resistencia de las estructuras. El cuerpo queda sometido a la voluntad de los otros. Cuando Yeonghye escapa de la rutina marital, va por más, pero en esa fuga encuentra la contención de su familia y, más tarde, el de las instituciones disciplinarias.
La decisión drástica termina cuestionando el orden de las creencias. Una pregunta sencilla (“¿Por qué no puedo morirme?”) no se puede responder de una manera tan simple, sin apelaciones a mandatos divinos. ¿Por qué el sentido de los sueños debe ser inferior al sentido de la vigilia? ¿Qué ocurre cuando el sentido inconsciente invade el sentido consciente? ¿Por qué la racionalidad domina en un mundo absurdo? Si descartamos un mandato trascendente, queda construir el significado último, pero si este carece del reconocimiento de los otros, ¿cuál es la consecuencia? Las normas, la existencia legitimada, o las convenciones del vivir, se imponen hasta influir en nuestra libertad de elección, cuyo fundamento debe ser razonable. Si no lo es, se exige que lo sea, aun a la fuerza, aun a riesgo de que nuestra vida se convierta en un absurdo. En el caso de Yeonghye, en un cuerpo internado, mantenido, agonizante.
La vida común (normalizada) parece igualar el atractivo de la muerte (en vida). Esta inquietud interpela a Inhye, cuando asiste a su hermana en su etapa de internación. En este punto, se abre otra cuestión importante que conviene discernir. Al tiempo que se narra una decisión individual, el relato, que se intensifica en “Los árboles en llamas”, expone cómo nuestras decisiones impactan en la vida de los otros. Nuestro cuerpo es un cuerpo social. Yeonghye daña con su pasividad: es inevitable. Más que una renuncia al cuerpo, es una renuncia a la existencia. El sentido onírico que irrumpe es un cuestionamiento al sentido racional imperante en la vigilia. El significado que cruza el umbral divisorio de los dos estados es el principio de la catástrofe. La huida del dispositivo es violenta en extremo. No es tan fácil deshacernos de nuestra corporeidad.
La condición humana
La actitud de Yeonghye no es una negación afirmativa. Por la manera de resolver este conflicto, dos juicios se aplican sobre ella. El primero es reconocer su valentía, su fortaleza, su resistencia contra el entorno, su cuestionamiento corporal a una red de poder. Antes que descargar su potencial violencia sobre otros seres, conduce su potencia hacia otro modo de expresión, hacia la pasividad de los árboles. (La determinación de huir de la barbarie.) El segundo juicio es acentuar su cobardía por querer escapar de la existencia, por negar aquello que fascina de lo humano. En efecto, la virtud es considerada como tal cuando se renuncia a la posibilidad contraria. La lealtad se estima cuando, siendo libre, alguien evita la traición. Contener o transformar la violencia, heredada y vigente, pudiéndose ejercer en potencia, resulta un acto virtuoso. (El intento de mejorar la condición humana desde su práctica.)
La fuerza de “La vegetariana” se pierde con el cambio de narrador. En cambio, el relato de “La mancha mongólica”, con la perspectiva de la tercera persona, gana en sensualidad, despliega violencias más sutiles y traza descripciones más poéticas. El cuñado de Yeonghye también es impulsado subrepticiamente por el sueño. Ambos generan escenas promovidas por el deseo; se vuelven permeables a las pulsiones (metamórfica una, sexual la otra). Los dos rompen tabúes, en la comida y en el sexo. En este capítulo, del cruce de los sueños obstinados, aparece un lenitivo para Yeonghye. Experimenta una incipiente recuperación o un desvío de sentido a través del arte, pero la transgresión de las normas morales anula esta alternativa. Además del asalto sexual, consideremos el impacto del arte sobre el cuerpo, que se describe en la novela.
El arte actúa sobre el conflicto de Yeonghye. Los dibujos le provocan bienestar. Mientras está cubierta por las flores (como si ya se hubiera transmutado en una de ellas) deja de tener pesadillas. Esa mitigación es producida por la intervención de su cuñado, que está obsesionado con una mancha de nacimiento que ella tiene. Él da un amplio rodeo con su obra de videoarte para poder penetrar a su cuñada. En ese encuentro, se vislumbra otra salida. Yeonghye hubiera podido eludir la autocondena y asumir la condición humana. Si tan sólo aprendiera a pintar(se), si tan sólo canalizara su violencia hacia otra dirección que no fuera su yo y su cuerpo… Su hermana, quizá sin comprender ese estado, termina por alejarla de lo único que le causa bienestar y la devuelve a la prisión de las instituciones médicas.
La transgresión en Crimen y castigo se paga con la cárcel, mientras que en La vegetariana conduce al hospital psiquiátrico y al nosocomio. Tres instituciones disciplinarias. La “locura” es el estado temporal que, para los profesionales, explica los dos casos. Dos actos morales que dividen a los seres que los encarnan. Raskolnikov pone a prueba una idea que lo inquieta. Yeonghye se entrega a un afán que la consume. Inclinaciones que no temen las consecuencias y que no les parecen menos sensatas que otras en pugna. Ambos arriesgan la vida por algo que sacude las normas de la existencia legitimada. La diferencia es que Rodion ejerce la libertad de acción sobre el cuerpo de los otros; Yeonghye la ejerce sobre el propio cuerpo. Uno tendrá que sobrevivir ochos años a los rigores siberianos para purgar su pecado. La otra escapará indeteniblemente hasta alcanzar el “estado vegetativo”. Uno explica todo en sus confesiones; la otra es hermética y sólo escuchamos su voz fragmentada, como una luciérnaga en la trama oscura.
De manera que sabemos poco sobre el personaje principal de La vegetariana, pero su acción cuestionadora, desarrollada en este relato, causa un efecto filosófico cercano a las obras de Dostoievski como, por ejemplo, Memorias del subsuelo. No obstante, Kafka fue quien talló nuestra percepción sobre el horror cotidiano, sobre el autocastigo en el cuerpo, sobre la burocracia sombría, sobre la penitencia arbitraria, sobre el absurdo de la existencia que se replica en el orden social. Hemos entendido a sus personajes como universales del género humano. Gregorio Samsa o Josef K. son menos los actores de su literatura que nuestros dobles simbólicos. Yeonghye puede serlo también; reducir a una sola perspectiva su experiencia, su conflicto, su cuestionamiento, es limitar su potencial alcance literario.
¿Cuánto influye este sueño sobre las decisiones del joven Rodion, que, al despertarse, sigue pensando en su dilema moral? En La vegetariana, Yeonghye se despierta y su vida empieza a cambiar radicalmente. Evita comer carne. Al principio, come vegetales y otras comidas, pero la situación empeora. Apenas duerme un par de horas en la madrugada. Intenta suicidarse. Su existencia entró en crisis por la irrupción de una escena perturbadora. Luego de atravesar un bosque, ella encuentra, en un granero, “cientos de enormes y rojos bultos de carne” que cuelgan de los maderos firmes. De algunos todavía cae sangre. Intenta escapar de ese espectáculo, pero la puerta de salida no aparece y su ropa blanca se mancha. Cuando por fin huye hacia campo abierto, se detiene ante un charco rojo, donde ve su cara reflejada y ahí percibe que ya es otra. ¿Cómo comunicarle a los demás en la vigilia esta experiencia límite, entrevista en la intensa oscuridad de los sentidos?
Durante la primera parte de esta novela, Han Kang transmite un ambiente parecido al Bartleby de Melville. Ese humor tenso que emerge de lo insólito. Yeonghye, en vez de repetir “preferiría no hacerlo”, dice “yo no como carne”. Esta decisión abrupta se apoya en el sueño, que luego le provoca insomnio y una delgadez progresiva. Kafka es otra sombra que asoma en este relato, cuyo conflicto muestra la transformación límite de una persona que no exhibe mayores virtudes o defectos. Así que, por un lado, Kang desarrolla la historia de una resistencia pacífica y, al mismo tiempo, el lento abandono de la condición humana. Esta no es una obra con moraleja para carnívoros. Yeonghye es la encarnación de un cuestionamiento filosófico.
El tópico literario del sueño es un punto débil de La vegetariana. Los fragmentos oníricos son los pasajes donde se escucha la voz narrativa de la protagonista. Ese artilugio ofrece claves de acceso al entendimiento de esta mujer que rompe los límites de una sumisa monotonía cotidiana. Ahí ella cuenta otras escenas que tienen una fuerza de violencia contenida. Este punto de vista es privilegiado para nosotros. Los demás personajes (su marido, su cuñado, su hermana), sin más explicaciones, enfrentan su actitud, pero lo hacen menos desde la comprensión que desde la intimidación, para que vuelva a su existencia de estanque. Visto desde afuera, el comportamiento de Yeonghye es locura, trastorno, hermetismo. A medida que la obra avanza, las preguntas se van desplegando en busca de sentidos para ese impacto que provocan las decisiones inquebrantables de aquella mujer taciturna.
Bartleby y La metamorfosis prescinden del escenario onírico. En el primer relato, la decisión del escribiente es repentina. En el segundo, el viajante kafkiano despierta ya convertido en insecto y ese cambio altera la vida familiar. Por el contrario, en La vegetariana el sueño irrumpe como una revelación en la rutina de Yeonghye y cambia la vida de los demás, sobre todo la de su esposo, quien narra el comienzo de esta crisis. Sin embargo, otro episodio detona la historia. Una situación especial precede al sueño: la protagonista, mientras cocina apresurada por la impaciencia de su marido, se corta un dedo; un trozo del cuchillo mellado queda en la comida y en consecuencia recibe la ira del comensal, que le recrimina que él podría haber muerto por esa acción imprudente. Ella, serena, bebe el sabor dulce que emana de su herida. A partir de esta escena, nace el conflicto humano que empuja la novela de Kang.
El castigo voluntario
Eximirse de la violencia humana. Mutar hacia un ser impoluto. Exiliarse de la conciencia. Convertirse en un vegetal. La obstinación de Yeonghye es una renuncia a la condición humana y, al mismo tiempo, su afirmación inevitable. Este anhelo de transformación se parece a una condena, pero ella la prefiere porque descubre en su interior algo más tenebroso y amenazador que la solución tomada. Resuelve también un abandono progresivo del lenguaje como instancia explicativa para los otros. Yeonghye se distancia de lo que la aterroriza en sueños; busca limitar su potencia como puede, con decisiones drásticas, incompatibles con su personalidad previa. Todos la quieren encajar en sus esquemas: el marido en su rutina, el cuñado en su obra, su hermana en la vida familiar (o en su pasado infantil).
Estas reacciones son el contenido más perturbador de la novela. Desde la infancia, una actitud sumisa formó la conducta de Yeonghye. Cuando esta sumisión estalla, el conflicto es indetenible: altera su vida y la de los demás; amenaza la estabilidad social, familiar, íntima. Su resistencia deviene un choque fortísimo contra la razón y la lógica dominante. Alguien se subleva por un impulso secreto, desviado, libertario hasta el punto de su autodestrucción. Esta condena de la libertad encuentra la resistencia de las estructuras. El cuerpo queda sometido a la voluntad de los otros. Cuando Yeonghye escapa de la rutina marital, va por más, pero en esa fuga encuentra la contención de su familia y, más tarde, el de las instituciones disciplinarias.
La decisión drástica termina cuestionando el orden de las creencias. Una pregunta sencilla (“¿Por qué no puedo morirme?”) no se puede responder de una manera tan simple, sin apelaciones a mandatos divinos. ¿Por qué el sentido de los sueños debe ser inferior al sentido de la vigilia? ¿Qué ocurre cuando el sentido inconsciente invade el sentido consciente? ¿Por qué la racionalidad domina en un mundo absurdo? Si descartamos un mandato trascendente, queda construir el significado último, pero si este carece del reconocimiento de los otros, ¿cuál es la consecuencia? Las normas, la existencia legitimada, o las convenciones del vivir, se imponen hasta influir en nuestra libertad de elección, cuyo fundamento debe ser razonable. Si no lo es, se exige que lo sea, aun a la fuerza, aun a riesgo de que nuestra vida se convierta en un absurdo. En el caso de Yeonghye, en un cuerpo internado, mantenido, agonizante.
La vida común (normalizada) parece igualar el atractivo de la muerte (en vida). Esta inquietud interpela a Inhye, cuando asiste a su hermana en su etapa de internación. En este punto, se abre otra cuestión importante que conviene discernir. Al tiempo que se narra una decisión individual, el relato, que se intensifica en “Los árboles en llamas”, expone cómo nuestras decisiones impactan en la vida de los otros. Nuestro cuerpo es un cuerpo social. Yeonghye daña con su pasividad: es inevitable. Más que una renuncia al cuerpo, es una renuncia a la existencia. El sentido onírico que irrumpe es un cuestionamiento al sentido racional imperante en la vigilia. El significado que cruza el umbral divisorio de los dos estados es el principio de la catástrofe. La huida del dispositivo es violenta en extremo. No es tan fácil deshacernos de nuestra corporeidad.
La condición humana
La actitud de Yeonghye no es una negación afirmativa. Por la manera de resolver este conflicto, dos juicios se aplican sobre ella. El primero es reconocer su valentía, su fortaleza, su resistencia contra el entorno, su cuestionamiento corporal a una red de poder. Antes que descargar su potencial violencia sobre otros seres, conduce su potencia hacia otro modo de expresión, hacia la pasividad de los árboles. (La determinación de huir de la barbarie.) El segundo juicio es acentuar su cobardía por querer escapar de la existencia, por negar aquello que fascina de lo humano. En efecto, la virtud es considerada como tal cuando se renuncia a la posibilidad contraria. La lealtad se estima cuando, siendo libre, alguien evita la traición. Contener o transformar la violencia, heredada y vigente, pudiéndose ejercer en potencia, resulta un acto virtuoso. (El intento de mejorar la condición humana desde su práctica.)
La fuerza de “La vegetariana” se pierde con el cambio de narrador. En cambio, el relato de “La mancha mongólica”, con la perspectiva de la tercera persona, gana en sensualidad, despliega violencias más sutiles y traza descripciones más poéticas. El cuñado de Yeonghye también es impulsado subrepticiamente por el sueño. Ambos generan escenas promovidas por el deseo; se vuelven permeables a las pulsiones (metamórfica una, sexual la otra). Los dos rompen tabúes, en la comida y en el sexo. En este capítulo, del cruce de los sueños obstinados, aparece un lenitivo para Yeonghye. Experimenta una incipiente recuperación o un desvío de sentido a través del arte, pero la transgresión de las normas morales anula esta alternativa. Además del asalto sexual, consideremos el impacto del arte sobre el cuerpo, que se describe en la novela.
El arte actúa sobre el conflicto de Yeonghye. Los dibujos le provocan bienestar. Mientras está cubierta por las flores (como si ya se hubiera transmutado en una de ellas) deja de tener pesadillas. Esa mitigación es producida por la intervención de su cuñado, que está obsesionado con una mancha de nacimiento que ella tiene. Él da un amplio rodeo con su obra de videoarte para poder penetrar a su cuñada. En ese encuentro, se vislumbra otra salida. Yeonghye hubiera podido eludir la autocondena y asumir la condición humana. Si tan sólo aprendiera a pintar(se), si tan sólo canalizara su violencia hacia otra dirección que no fuera su yo y su cuerpo… Su hermana, quizá sin comprender ese estado, termina por alejarla de lo único que le causa bienestar y la devuelve a la prisión de las instituciones médicas.
La transgresión en Crimen y castigo se paga con la cárcel, mientras que en La vegetariana conduce al hospital psiquiátrico y al nosocomio. Tres instituciones disciplinarias. La “locura” es el estado temporal que, para los profesionales, explica los dos casos. Dos actos morales que dividen a los seres que los encarnan. Raskolnikov pone a prueba una idea que lo inquieta. Yeonghye se entrega a un afán que la consume. Inclinaciones que no temen las consecuencias y que no les parecen menos sensatas que otras en pugna. Ambos arriesgan la vida por algo que sacude las normas de la existencia legitimada. La diferencia es que Rodion ejerce la libertad de acción sobre el cuerpo de los otros; Yeonghye la ejerce sobre el propio cuerpo. Uno tendrá que sobrevivir ochos años a los rigores siberianos para purgar su pecado. La otra escapará indeteniblemente hasta alcanzar el “estado vegetativo”. Uno explica todo en sus confesiones; la otra es hermética y sólo escuchamos su voz fragmentada, como una luciérnaga en la trama oscura.
De manera que sabemos poco sobre el personaje principal de La vegetariana, pero su acción cuestionadora, desarrollada en este relato, causa un efecto filosófico cercano a las obras de Dostoievski como, por ejemplo, Memorias del subsuelo. No obstante, Kafka fue quien talló nuestra percepción sobre el horror cotidiano, sobre el autocastigo en el cuerpo, sobre la burocracia sombría, sobre la penitencia arbitraria, sobre el absurdo de la existencia que se replica en el orden social. Hemos entendido a sus personajes como universales del género humano. Gregorio Samsa o Josef K. son menos los actores de su literatura que nuestros dobles simbólicos. Yeonghye puede serlo también; reducir a una sola perspectiva su experiencia, su conflicto, su cuestionamiento, es limitar su potencial alcance literario.
Kang, Han. La vegetariana. Buenos Aires: Bajo la luna, 2012, 192 p.
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