A fines del siglo XVIII, Jonas Durch retrató a la familia Hjortberg. El epitafio se encuentra en la iglesia de Släp, en Suecia. Ahora, vemos esta escena reproducida en una fotografía digital. ¿Qué perdura del aura benjaminiana en esta obra? ¿Por qué nos inquieta aún en la distancia?Aquí, algunas reflexiones sobre una pintura que comenta el escritor Henning Mankell en su libro Arenas movedizas.
I
Una caja con libros de Henning Mankell llegó a la biblioteca pública donde estoy trabajando. Las donaciones, si no son un descarte, ayudan a reforzar la colección. Así que las aceptamos. Estas novelas que recibimos estaban bien cuidadas. La anécdota es que, revisando un ejemplar de Arenas movedizas, encontré una de esas curiosidades que vienen con los libros usados, como las dedicatorias y las anotaciones de lectura. Alguien había tachado con tinta negra la palabra “cáncer” cada vez que aparecía en la página. Esta palabra se repite bastante en la obra porque el escritor sueco padeció esa enfermedad. Aquellas memorias (supe después) fueron su último libro publicado en vida.
El policial nórdico todavía está fuera de mis lecturas predilectas, aunque sé que Mankell escribió otro tipo de historias, como las de su serie africana, que es otra variante de la crítica. Los días que pasé revisando, clasificando e indizando veinte de sus novelas provocaron mi curiosidad. Decidí empezar por sus memorias, donde este señor prolífico comenta recuerdos de infancia y reflexiona sobre otros temas vitales. En la primera parte del libro, algo ya me atrapó: su comentario sobre el retrato familiar que encargó Gustaf Hjortberg. Esta pintura (de un tal Jonas Durch) duplica al médico, a su esposa Anna Helena, a sus ocho hijas y a sus siete hijos. El detalle es que, hacia 1772, que es la fecha aproximada de la obra, siete integrantes de la familia habían muerto.
Mankell describe y enfatiza cómo esas criaturas (retratadas de un modo diferente entre los vivos) se esfuerzan en la superficie del óleo para seguir estando junto con sus familiares. En este sentido, interpreta la pintura de Durch como una resistencia impulsiva a desaparecer del mundo. “Creo que no conozco ninguna imagen más potente de la tozudez maravillosa de la vida”, confiesa el escritor, cuyas palabras también escuchamos de una forma misteriosa. La inquietud que transmite el epitafio de Hjortberg es extraña. Difícil no compartir el asombro en un primer encuentro con aquella escena. Mankell agrega que, como en una fotografía, ahí el tiempo se detiene para atrapar la fe en la razón y la tragicidad humana.
Esta mención a la foto me remitió al prólogo de Historias fantásticas. Bioy Casares recuerda que cuando era chico le resultaba incomprensible que las personas muertas (como su abuelo) persistieran en una imagen. Ese fenómeno fue parte de las impresiones que lo prepararon para el género literario. En La invención de Morel, late esa inquietud potenciada, que a su vez se nutre de alguna situación extraordinaria de Poe. Ignoro cómo los contemporáneos del clérigo Hjortberg percibirían el retrato familiar con los ausentes. En cambio, puedo sospechar el asombro que alguien del siglo XVIII tendría frente a nuestra convivencia con los muertos, convertidos en cotidianos fantasmas audiovisuales, que regresan una y otra vez.
Bioy pensaba que cualquier álbum de fotos es patético, incluso los de Jacques Lartigue. Lo mismo escribió Susan Sontag, quien consideraba que, al ser la fotografía un arte elegíaco, todo lo capturado en la imagen se impregnaba de patetismo, de tristeza. “Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa”, nos recuerda la ensayista. Paradójicamente, el tiempo se retiene en un objeto que está sometido a los rigores del tiempo. Para Sontag, ese tiempo despiadado es el que, más allá de la técnica, eleva a casi todas las fotos al nivel del arte. Quizás suceda algo parecido con ese retrato de Durch que, aún con sus posibles debilidades, provocó extrañeza en Mankell cuando visitó enfermo la iglesia de Släp.
II
Miro de nuevo el retrato fantástico de los Hjortberg; para mí, es una fotografía digital, que se preserva en los servidores de un museo sueco. Pienso en Walter Benjamin, releo su ensayo sobre el tema. El aura de la obra de arte se degrada en la reproducción técnica, pierde su autenticidad, lo irreproducible, el aquí y ahora de su experiencia única, pero a la vez ese objeto va al encuentro de su destinatario para acercarse espacial y humanamente. Triturada su aura, puedo contemplar ahora en otro sitio este cuadro. Mi sensibilidad logra percibir el impacto de la escena, puedo participar del comentario de Mankell, pero siento un plus que recupera el misticismo del aura, esa presencia única de una lejanía por más cercana que esté, su entretejido irrepetible de tiempo y espacio.
¿Qué perdura de aurático en la escena (reproducida fotográficamente) que trazó Durch? Conjeturo que es un objeto que ha estado entre otros cuerpos, que ha recibido la mirada íntima sobre sus trazos, sus colores, su materialidad, que ha guardado los sentimientos y los ánimos que se proyectaron sobre esa tela. Al principio, habrá sido para la familia una contemplación un poco mágica de las caras infantiles ya ausentes. Benjamin creía que, en la imagen fotográfica, el rostro era la última trinchera del valor ritual. En sus expresiones fugaces, descansa el culto al recuerdo de los seres amados, distantes o desaparecidos. La empatía quizás se apoye en el gesto contemplativo que tenemos de nuestros muertos a través de las imágenes. En esta reproducción, lo que se mantiene es el valor de uso originario.
Varios rostros hay en la pintura. De los resucitados, no todos pueden distinguirse, algunos permanecen tapados, sin que se puedan conocer sus facciones. Uno me intriga: el niño que está de espaldas al resto de la familia y mira hacia los libros de la biblioteca. Aparte de su imagen, casi nada conozco de Hjortberg. Sé que, entre 1748 y 1753, participó de las expediciones europeas a las Indias Orientales; trabajó de médico a bordo para una gran compañía sueca que comercializaba té, especias, porcelana, seda. La Biblioteca Digital Mundial conserva un diario de sus primeros viajes a China. De esa escritura entiendo lo mismo que puedo entender del árabe. Cuando volvió a tierra, desde 1754 fue vicario en el sur del país, cerca del mar. Un Mankell traducido cuenta que Hjortberg profesó los ideales de la ilustración; en Släp, solía recibir a los peregrinos que iban a pedirle consejo y remedio para sus dolencias.
Además del interés científico de Hjortberg, veo la religiosidad en su epitafio. Un crucificado se eleva en el fondo de la sala. Al pie de la cruz, se puede leer una cita bíblica. Me parece que la referencia es a 1 Timoteo 1.15. En este versículo, Pablo de Tarso sostiene que es “doctrina cierta y digna de fe” aquella que asegura que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, quienes alcanzarán la Vida eterna si creen en la divinidad. Mientras tanto, podemos pensar que Durch, siguiendo el protocolo del género, le otorgó a la familia otra forma más precaria de la inmortalidad y del reencuentro imposible en la Tierra. El reloj paralizado antes de la medianoche, en el ángulo superior izquierdo del cuadro, nos sugiere ese instante sin tiempo.
Referencias
- Benjamin, Walter. La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica [urtext]. México: Itaca, 2003.
- Bioy Casares, Adolfo. Descanso de caminantes. Buenos Aires: Sudamericana, 2001.
- Mankell, Henning. Arenas movedizas. Barcelona: Tusquets, 2015.
- Sontag, Susan. Sobre la fotografía.México: Alfaguara, 2006.
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