El saber callejero afirma que caminar despeja la mente y promueve un proceso reflexivo. Podría decirse lo mismo del andar en bicicleta, aunque pedalear (sentado) es un acto más curioso sobre el fluir del pensamiento al aire libre. Así que, lejos del estancamiento sedentario, este ensayo vagabundea sobre la experiencia de pensar en un equilibrio rodante.
El caminante salvaje
Aquel juicio del filósofo explosivo sobre la pecaminosa carne
sedentaria se repite en su autobiografía. Ahí aconseja cómo
alguien tiene que alimentarse para alcanzar el máximo de fuerza, de vigor, de virtú. Cuenta su experiencia alimentaria (comidas,
bebidas, comportamientos para una buena digestión). Al término de ese parágrafo, agrega que no hay que considerar
ningún pensamiento en el que los músculos no celebren una fiesta: “Estar sentado el menor tiempo posible;
no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo
nosotros movernos con libertad” (Ecce
homo, p. 45).
La escritura fragmentaria de Nietzsche (además de la de un cuerpo enfermo) es la de un explorador de territorios salvajes. Por lo tanto, se identifica con aquellos que llegan a un pensar que no sólo resulta del estar entre libros, estimulados por su lectura, sino principalmente del hábito de “pensar al aire libre, caminando, saltando, ascendiendo, bailando, de preferencia en las montañas solitarias o muy cerca del mar, allí en donde hasta los caminos se vuelven pensativos (La ciencia jovial, p. 235). Sus obras de madurez carecen de citas directas, aunque las lecturas se encuentran implícitas y metabolizadas.
Este último pasaje es bastante anterior a los
otros dos y allí el hombre dinamita explica detenidamente su preferencia por ese
modo abierto en que se desarrolla su pensar. Seguro de sí mismo, considera que con su lectura rumiante incluso puede
adivinar cuándo alguien ha encontrado sus ideas de escritorio, con el intestino apretado y la cabeza inclinada. Podría decirse que es como si él alcanzara a ver la joroba del erudito en su escritura, a oler el aire viciado de su cuarto, a sentir la opresión de su techo, de la estrechez del ámbito
cerrado, del rincón conocido desde el que habla el
especialista. Un lector temible.
En cambio, Nietzsche fue en busca de las profundidades que llegan a los libros por fuera de los libros. Sus notas nacen de una apertura de los sentidos, del viajar lejos del ritmo moderno de la ciudad, distante de la comodidad del espacio propio. Pero acaso un lector temprano de sus obras también podría haber sospechado el destino trágico. Hacia 1893, las cartas de su madre describen que, hundido en la locura, él suele estar callado y sentado. Cuando ya no se puede mover, Franziska escribe: “En los días soleados lo paseo en silla de ruedas por nuestro precioso mirador, donde da el primer sol de la mañana”.
Un cuerpo sobre ruedas
A Flaubert no le fue tan mal quedándose sentado
para escribir. Quizás haya una imagen intermedia que represente o
sugiera esa posible intersección entre un cuerpo dinámico al aire libre y el trabajo intelectual desde un asiento. Es una tarea de escritorio, sin duda, pero convertirse en rata de archivo también demanda mucha
energía: exige mantener girando la rueda de la perseverancia para dar con algún
hallazgo remoto. En un número de la revista inglesa The Wheel World (1885), hay una ilustración de un tal Geo
Moore que se titula Art on wheels. Acompaña el inicio de la novela folletinesca True till death.
La escena es un hombre con paleta en
mano, sentado en una tricicleta, que está pintando sobre un lienzo el paisaje
campestre de árboles y montañas, mientras una mujer parada junto a él, con un
libro en la mano izquierda, observa los trazos (ella también llegó en su móvil,
que se alcanza a ver más al fondo). El atril del artista se encuentra
sujetado a la parte delantera de la tricicleta y su estuche de herramientas está sobre el césped. Esta imagen sintetiza el movimiento previo del viaje que,
al detenerse, se dispone a la creación. La máquina como objeto participa de la instancia creativa y le da al personaje el punto de vista. Además, la máquina con ruedas participa de ese entorno que sugiere
libertad.
En efecto, la bicicleta es un signo de autonomía: lo fue desde el principio como medio de trasporte, aun para la mujer del siglo XIX, porque le permitió una fácil movilidad individual para unir distancias en un tiempo breve que la simple caminata no le permitía. Annie Cohen Kopchovsky fue más allá de los itinerarios cotidianos y se lanzó a cruzar continentes en 1894. Fue una escritura de tránsito corporal muy desafiante para la época, en especial para una inmigrante judía en Estados Unidos. A los 24 años, ella partió desde su casa (donde quedaron el esposo y los hijos) hacia una aventura que duró 15 meses. Cuando regresó, en su primer artículo para el New York World, escribió: "soy una nueva mujer". Escribir después de haber llegado es grabar con símbolos el pensamiento vivido de esa experiencia única.
Fluir en el espacio
Marc Augé argumenta que “la bicicleta es, en sí misma, un objeto pequeño, un objeto incorporado y no un espacio habitado como el automóvil” (Elogio de la bicicleta, p. 82). Según sus categorías, la bici no sería un no-lugar, como sí lo son otros vehículos como, por ejemplo, el colectivo o el subte. Así que en la práctica del ciclismo se establece una relación especial con el cuerpo: la bicicleta obliga a tomar conciencia del propio físico y se es uno con el objeto. Andar en bicicleta es enfrentarse a la intemperie: se siente el calor, el frío, la humedad, la lluvia, la tierra, el smog. La sensibilidad se agudiza.
Por otra parte, para
Augé, usar la bici permite satisfacer un poco el deseo de levedad,
un deseo de fluidez que también suele manifestarse en las palabras que se refieren a la tecnología, como la expresión "navegar por Internet". Para poder desplazarse con liviandad indómita, la bicicleta ofrece (sólo con el auxilio del cuerpo) la oportunidad de concretar en parte "el ideal de la movilidad natural y fluida” (p. 102). Durante ese fluir que menciona Augé, también sucede y transcurre el pensamiento, un pensamiento que oscila entre la observación del entorno y la introspección espontánea.
Salir en bici es mirar hacia dentro y a la vez reencontrarse en cercanía con el espacio común donde están los otros. Algunas personas sienten que pedalear es otra forma de meditación. En esta línea escribió Juan Carlos Kreimer, que directamente aprovecha para concebir el andar en bici como un acto zen, puesto que, para él, permite un olvido de sí mismo, una liberación de la mente, un vaciamiento de sus contenidos habituales. Su propuesta básica es que tanto el meditar en posición de loto como la práctica ciclista son una digestión mental: “nos depuran por dentro” (Bici Zen, p. 21).
La otra faceta del pensar en bici (que supera el diálogo ensimismado) es la que registra el entorno: el fluir consciente y atento por la ciudad. En esta otra línea se puede ubicar a David Byrne que, como todo ciclista, también sabe que pedalear ayuda a mantenerse cuerdo. Pero en sus diarios además anota sus percepciones sobre algunas de la ciudades del mundo por las que ha deambulado. En sus trayectos, no sólo se movió sobre su bici plegable, sino que combinó sus viajes con otros medios, como el tren.
Salir en bici es mirar hacia dentro y a la vez reencontrarse en cercanía con el espacio común donde están los otros. Algunas personas sienten que pedalear es otra forma de meditación. En esta línea escribió Juan Carlos Kreimer, que directamente aprovecha para concebir el andar en bici como un acto zen, puesto que, para él, permite un olvido de sí mismo, una liberación de la mente, un vaciamiento de sus contenidos habituales. Su propuesta básica es que tanto el meditar en posición de loto como la práctica ciclista son una digestión mental: “nos depuran por dentro” (Bici Zen, p. 21).
La otra faceta del pensar en bici (que supera el diálogo ensimismado) es la que registra el entorno: el fluir consciente y atento por la ciudad. En esta otra línea se puede ubicar a David Byrne que, como todo ciclista, también sabe que pedalear ayuda a mantenerse cuerdo. Pero en sus diarios además anota sus percepciones sobre algunas de la ciudades del mundo por las que ha deambulado. En sus trayectos, no sólo se movió sobre su bici plegable, sino que combinó sus viajes con otros medios, como el tren.
Un flâneur anfibio
El
ciclista cotidiano no huye de la ciudad: anda en la ciudad. En los espacios del colectivo, del auto, del tren, miras
por la ventana y cavilas sobre el afuera o tu adentro proyectado. Pero en
bicicleta estás ahí afuera. No te llevan: te conduces. No te permiten: te permites. Te mueves dentro de
los límites que te ordena la ciudad, pero también eliges tus recorridos:
trazas tu escritura salvaje o metódica. Te vas hacia el interior de tus
pensamientos sin olvidar el dominio de tu cuerpo, de tus extremidades, de tus
límites que, en esos instantes, van confundidos con la bici. El dinamismo promueve el pensar.
El ritmo
de tu cuerpo insistente, constante, calculado, voluntarioso, parece anclarse en
ese objeto móvil que libera las cavilaciones de circunstancia. La experiencia te resulta extraña: transitas por el espacio abierto y a la vez inicias una
introspección espontánea, donde por tu conciencia fluyen ligeros los
pensamientos. Entonces pensar en bicicleta es pensar a la intemperie pensar con el
cuerpo en riesgo pensar con los músculos vibrando pensar con la voluntad del
esfuerzo pensar en movimiento entre los objetos cambiantes pensar fluyendo
entre el silencioso pensamiento colectivo que rodea.
Te cambia la percepción del espacio
en las distancias, porque mientras transitas suceden las cavilaciones del
estar presente en movimiento. De algún modo, también escribes: argumentas, imaginas, narras, continúas
con tus meditaciones de tránsito. Durante los trayectos menos
peligrosos, es cuando (y donde) ese
fenómeno se potencia. En la bicicleta, tu cuerpo es el que te lleva y tu mente
es la que se deja llevar, como una especie de liberación inmediata. El ciclismo es una fuerza centrípeta para las ideas de la nada. Inicias el discurrir de una escritura
fantasmagórica, informe pero constante, una materia prima fragmentaria que
acude involuntariamente.
Durante su trayecto, el ciclista es un flâneur en equilibrio que anda sentado, pero también todo ciclista es un anfibio urbano, porque puede convertirse en peatón con un simple movimiento. Observa. Escucha. Frena. Detiene. Cruza. Dice. Anota. Continúa. Vive. Nicanor Parra vio en el automóvil una silla de ruedas (el objeto que para otros fue parte de su destino de locura). Andar en bici es la práctica intermedia entre estar sentado y poder moverse con libertad al aire libre con los sentidos abiertos.
Referencias
- Augé, Marc. Elogio de la bicicleta. Barcelona: Gedisa, 2008.
- Byrne, David. Diarios de bicicleta. México: Sexto Piso, 2009.
- Moore, George. “Art on wheels”. En The Wheel World, vol. III, nº1, 1885.
- Nietzsche, Franziska. Mi melancólica alegría. Madrid: Siete Mares, 2008.
- Nietzsche, Friedrich. La ciencia jovial [1882]. Caracas: Monte Ávila, 1985.
- Nietzsche, Friedrich. Ecce homo: cómo se llega a ser lo que se es [1889]. Madrid: Alianza, 2005.
- Nietzsche, Friedrich El crepúsculo de los ídolos, o Cómo se filosofa con el martillo [1889]. Madrid: Alianza, 2002.
- Kreimer, Juan Carlos. Bici Zen: ciclismo urbano como meditación. Barcelona: Kairós, 2016.
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