Pensar en bicicleta

 

 El saber callejero afirma que caminar despeja la mente y promueve un proceso reflexivo. Podría decirse lo mismo del andar en bicicleta, aunque pedalear (sentado) es un acto más curioso sobre el fluir del pensamiento al aire libre. Así que, lejos del estancamiento sedentario, este ensayo vagabundea sobre la experiencia de pensar en un equilibrio rodante.
  
   
  El caminante salvaje

 Nietzsche (para quien la vida es un devenir constante) le recriminó a Flaubert su actitud sedentaria. El comentario del novelista francés expresaba que él era uno de los que sólo pueden pensar y escribir cuando están sentados (“on ne peut penser et écrire qu’assis”). El alemán del bigote enorme anotó junto a esta cita que los glúteos eran cabalmente el pecado contra el espíritu santo, para luego terminar el aforismo con su concepción dinámica: “Sólo tienen valor los pensamientos caminados” (El crepúsculo de los ídolos, p. 39). En esa etapa de su vida, allá  por 1889, Nietzsche ya tenía floja la cadena.

  Aquel juicio del filósofo explosivo sobre la pecaminosa carne sedentaria se repite en su autobiografía. Ahí aconseja cómo alguien tiene que alimentarse para alcanzar el máximo de fuerza, de vigor, de virtú. Cuenta su experiencia alimentaria (comidas, bebidas, comportamientos para una buena digestión). Al término de ese parágrafo, agrega que no hay que considerar ningún pensamiento en el que los músculos no celebren una fiesta: “Estar sentado el menor tiempo posible; no dar crédito a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre y pudiendo nosotros movernos con libertad” (Ecce homo, p. 45). 
  
  La escritura fragmentaria de Nietzsche (además de la de un cuerpo enfermo) es la de un explorador de territorios salvajes. Por lo tanto, se identifica con aquellos que llegan a un pensar que no sólo resulta del estar entre libros, estimulados por su lectura, sino principalmente del hábito de “pensar al aire libre, caminando, saltando, ascendiendo, bailando, de preferencia en las montañas solitarias o muy cerca del mar, allí en donde hasta los caminos se vuelven pensativos (La ciencia jovial, p. 235). Sus obras de madurez carecen de citas directas, aunque las lecturas se encuentran implícitas y metabolizadas.

Este último pasaje es bastante anterior a los otros dos y allí el hombre dinamita explica detenidamente su preferencia por ese modo abierto en que se desarrolla su pensar. Seguro de sí mismo, considera que con su lectura rumiante incluso puede adivinar cuándo alguien ha encontrado sus ideas de escritorio, con el intestino apretado y la cabeza inclinada. Podría decirse que es como si él alcanzara a ver la joroba del erudito en su escritura, a oler el aire viciado de su cuarto, a sentir la opresión de su techo, de la estrechez del ámbito cerrado, del rincón conocido desde el que habla el especialista. Un lector temible.

  En cambio, Nietzsche fue en busca de las profundidades que llegan a los libros por fuera de los libros. Sus notas nacen de una apertura de los sentidos, del viajar lejos del ritmo moderno de la ciudad, distante de la comodidad del espacio propio. Pero acaso un lector temprano de sus obras también podría haber sospechado el destino trágico. Hacia 1893, las cartas de su madre describen que, hundido en la locura, él suele estar callado y sentado. Cuando ya no se puede mover, Franziska escribe: “En los días soleados lo paseo en silla de ruedas por nuestro precioso mirador, donde da el primer sol de la mañana”.

Un cuerpo sobre ruedas

A Flaubert no le fue tan mal quedándose sentado para escribir. Quizás haya una imagen intermedia que represente o sugiera esa posible intersección entre un cuerpo dinámico al aire libre y el trabajo intelectual desde un asiento. Es una tarea de escritorio, sin duda, pero convertirse en rata de archivo también demanda mucha energía: exige mantener girando la rueda de la perseverancia para dar con algún hallazgo remoto. En un número de la revista inglesa The Wheel World (1885), hay una ilustración de un tal Geo Moore que se titula Art on wheels. Acompaña el inicio de la novela folletinesca True till death.


 La escena es un hombre con paleta en mano, sentado en una tricicleta, que está pintando sobre un lienzo el paisaje campestre de árboles y montañas, mientras una mujer parada junto a él, con un libro en la mano izquierda, observa los trazos (ella también llegó en su móvil, que se alcanza a ver más al fondo). El atril del artista se encuentra sujetado a la parte delantera de la tricicleta y su estuche de herramientas está sobre el césped. Esta imagen sintetiza el movimiento previo del viaje que, al detenerse, se dispone a la creación. La máquina como objeto participa de la instancia creativa y le da al personaje el punto de vista. Además, la máquina con ruedas participa de ese entorno que sugiere libertad. 

  En efecto, la bicicleta es un signo de autonomía: lo fue desde el principio como medio de trasporte, aun para la mujer del siglo XIX, porque le permitió una fácil movilidad individual para unir distancias en un tiempo breve que la simple caminata no le permitía. Annie Cohen Kopchovsky fue más allá de los itinerarios cotidianos y se lanzó a cruzar continentes en 1894. Fue una escritura de tránsito corporal muy desafiante para la época, en especial para una inmigrante judía en Estados Unidos. A los 24 años, ella partió desde su casa (donde quedaron el esposo y los hijos) hacia una aventura que duró 15 meses. Cuando regresó, en su primer artículo para el New York World, escribió: "soy una nueva mujer". Escribir después de haber llegado es grabar con símbolos el pensamiento vivido de esa experiencia única.

 Fluir en el espacio

  Marc Augé argumenta que “la bicicleta es, en sí misma, un objeto pequeño, un objeto incorporado y no un espacio habitado como el automóvil” (Elogio de la bicicleta, p. 82). Según sus categorías, la bici no sería un no-lugar, como sí lo son otros vehículos como, por ejemplo, el colectivo o el subte. Así que en la práctica del ciclismo se establece una relación especial con el cuerpo: la bicicleta obliga a tomar conciencia del propio físico y se es uno con el objeto. Andar en bicicleta es enfrentarse a la intemperie: se siente el calor, el frío, la humedad, la lluvia, la tierra, el smog. La sensibilidad se agudiza.

  Por otra parte, para Augé, usar la bici permite satisfacer un poco el deseo de levedad, un deseo de fluidez que también suele manifestarse en las palabras que se refieren a la tecnología, como la expresión "navegar por Internet". Para poder desplazarse con liviandad indómita, la bicicleta ofrece (sólo con el auxilio del cuerpo) la oportunidad de concretar en parte "el ideal de la movilidad natural y fluida” (p. 102). Durante ese fluir que menciona Augé, también sucede y transcurre el pensamiento, un pensamiento que oscila entre la observación del entorno y la introspección espontánea. 

  Salir en bici es mirar hacia dentro y a la vez reencontrarse en cercanía con el espacio común donde están los otros. Algunas personas sienten que pedalear es otra forma de meditación. En esta línea escribió Juan Carlos Kreimer, que directamente aprovecha para concebir el andar en bici como un acto zen, puesto que, para él, permite un olvido de sí mismo, una liberación de la mente, un vaciamiento de sus contenidos habituales. Su propuesta básica es que tanto el meditar en posición de loto como la práctica ciclista son una digestión mental: “nos depuran por dentro” (Bici Zen, p. 21). 

 La otra faceta del pensar en bici (que supera el diálogo ensimismado) es la que registra el entorno: el fluir consciente y atento por la ciudad. En esta otra línea se puede ubicar a David Byrne que, como todo ciclista, también sabe que pedalear ayuda a mantenerse cuerdo. Pero en sus diarios además anota sus percepciones sobre algunas de la ciudades del mundo por las que ha deambulado. En sus trayectos, no sólo se movió sobre su bici plegable, sino que combinó sus viajes con otros medios, como el tren. 

  
  Un flâneur anfibio

  El ciclista cotidiano no huye de la ciudad: anda en la ciudad. En los espacios del colectivo, del auto, del tren, miras por la ventana y cavilas sobre el afuera o tu adentro proyectado. Pero en bicicleta estás ahí afuera. No te llevan: te conduces. No te permiten: te permites. Te mueves dentro de los límites que te ordena la ciudad, pero también eliges tus recorridos: trazas tu escritura salvaje o metódica. Te vas hacia el interior de tus pensamientos sin olvidar el dominio de tu cuerpo, de tus extremidades, de tus límites que, en esos instantes, van confundidos con la bici. El dinamismo promueve el pensar.

 El ritmo de tu cuerpo insistente, constante, calculado, voluntarioso, parece anclarse en ese objeto móvil que libera las cavilaciones de circunstancia. La experiencia te resulta extraña: transitas por el espacio abierto y a la vez inicias una introspección espontánea, donde por tu conciencia fluyen ligeros los pensamientos. Entonces pensar en bicicleta es pensar a la intemperie pensar con el cuerpo en riesgo pensar con los músculos vibrando pensar con la voluntad del esfuerzo pensar en movimiento entre los objetos cambiantes pensar fluyendo entre el silencioso pensamiento colectivo que rodea. 

 Te cambia la percepción del espacio en las distancias, porque mientras transitas suceden las cavilaciones del estar presente en movimiento. De algún modo, también escribes: argumentas, imaginas, narras, continúas con tus meditaciones de tránsito. Durante los trayectos menos peligrosos, es cuando (y donde) ese fenómeno se potencia. En la bicicleta, tu cuerpo es el que te lleva y tu mente es la que se deja llevar, como una especie de liberación inmediata. El ciclismo es una fuerza centrípeta para las ideas de la nada. Inicias el discurrir de una escritura fantasmagórica, informe pero constante, una materia prima fragmentaria que acude involuntariamente.

  Durante su trayecto, el ciclista es un flâneur en equilibrio que anda sentado, pero también todo ciclista es un anfibio urbano, porque puede convertirse en peatón con un simple movimiento. Observa. Escucha. Frena. Detiene. Cruza. Dice. Anota. Continúa. Vive. Nicanor Parra vio en el automóvil una silla de ruedas (el objeto que para otros fue parte de su destino de locura). Andar en bici es la práctica intermedia entre estar sentado y poder moverse con libertad al aire libre con los sentidos abiertos.

    Referencias

  • Augé, Marc. Elogio de la bicicleta. Barcelona: Gedisa, 2008.
  • Byrne, David. Diarios de bicicleta. México: Sexto Piso, 2009.
  • Moore, George. “Art on wheels”. En The Wheel World, vol. III, nº1, 1885.
  • Nietzsche, Franziska. Mi melancólica alegría. Madrid: Siete Mares, 2008.
  • Nietzsche, Friedrich. La ciencia jovial [1882]. Caracas: Monte Ávila, 1985.
  • Nietzsche, Friedrich. Ecce homocómo se llega a ser lo que se es [1889]. Madrid: Alianza, 2005.
  • Nietzsche, Friedrich El crepúsculo de los ídolos, o Cómo se filosofa con el martillo [1889]. Madrid: Alianza, 2002.
  • Kreimer, Juan Carlos. Bici Zen: ciclismo urbano como meditación. Barcelona: Kairós, 2016.

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