Mafalda en este mundo

Blog Sobre el Margen. Mafalda en este Mundo
 La muestra interactiva El mundo según Mafalda pasó por Santa Fe. La miniserie Releyendo Mafalda está disponible en las plataformas de streaming.  Nuevas ediciones de libros con el personaje nunca faltan. ¿Cuáles son las características que sostienen la vigencia de esta historieta clásica cuando el mundo es muy diferente al que le dio origen... o no? Este artículo analiza la obra más popular de Quino.

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 El mundo que vio nacer a Mafalda ya no existe, pero hay cuestiones que Mafalda ha visto de ese mundo que todavía perduran. La creación literaria de Quino, convertida en mito global, mantiene su presencia en bibliotecas personales, escolares y públicas, mientras circula en internet, a la espera de quienes actualicen el sentido de su humor. Camuflado en personajes infantiles, ese humor gráfico invita a mirar de nuevo las cosas que aún están ahí. El trazo de Quino señala aspectos con un gesto cómico que, en vez de evadirnos, enfoca y, al enfocar, practica una forma vigente de la contracultura. De viñeta a viñeta, su crítica sintética de la vida cotidiana no se redujo a una queja corta del ahora: trascendió sus límites. 

 Recorrer El mundo según Mafalda (la muestra que estuvo este año en la ciudad de Santa Fe) permite una experiencia con ese juego temporal, puesto que allí el universo de la historieta se materializa. El Citroën 2CV con la familia adentro, que pertenece a la exposición, ya funciona como un objeto de museo. Luego, más cosas de otra época pueden encontrarse en las secciones interactivas: los juegos infantiles (trompos, baleros, dardos, yo-yo); la pantalla cuadrada (emitiendo la versión televisiva); el tocadiscos (sonando con música de los Beatles); el departamento de los vecinos de Mafalda (replicando decorados de la década del sesenta). La singularidad es que la muestra tuvo lugar en la planta alta de la Estación Belgrano: una terminal de ferrocarril que se resignificó para actividades culturales. 

 Partícipes de esa policronía en el espacio, las tiras de Quino no son piezas de museo: son piezas literarias, que despliegan una representación gráfica de valores contrapuestos en clave de humor. La vigencia de este procedimiento se demuestra cada vez que editan una selección de viñetas como las que integran Mafalda: femenino singular (2018), que propone una relectura dentro de la discusión feminista. En su prólogo, Patricia Kolesnicov destaca la percepción del artista sobre el entorno: “Parado en tiempos de cambio social, Quino tiene la inteligencia de ver el lugar de las mujeres, el de los varones, el de la familia”. Atento, supo escuchar ese contexto histórico con demandas sociales que continúan (pacifismo, ecologismo, feminismo). Esa sintonía con su época se explica también porque Mafalda, como historieta para adultos, fue parte de un discurso periodístico renovador. 

 Mucha de su actualidad, creo, se debe al implícito cruce entre periodismo y literatura. Hay que imaginar a Quino con una oreja en los mensajes mediáticos y con la otra oreja en el decir coloquial (incluido el registro infantil). De esas dos fuentes devienen el comentario crítico de la agenda y la glosa humorística de la vida cotidiana. Por una parte, en la historieta tenemos la presencia de los medios masivos: el diario, la radio y la televisión. Por otra parte, en las viñetas también encontramos la interacción familiar, el diálogo amistoso, la réplica en la escuela, el intercambio callejero. Ambas fuentes aportan los tópicos políticos que resultan conocidos: migración de profesionales, amenaza atómica, guerras, deuda externa, inacción gubernamental, inflación, pobreza, derechos humanos. Pero además leemos, en aquellas situaciones diarias, los tópicos más relacionados con la cultura, que no son menos políticos. 


 Repasemos la secuencia donde Mafalda le muestra a Miguelito el modelo de Citröen que, con esfuerzo, pronto conseguirá su padre. El niño le pregunta si en verdad le alegra la compra de ese vehículo modesto. Mafalda responde: “es uno de los pocos autos en los que lo importante sigue siendo la persona”. Este comentario ingenuo choca contra la lógica del estatus simbólico. Desde entonces, los vehículos han cambiado su estética, su potencia y sus prestaciones, pero la ideología del automóvil sigue intacta e impacta continuamente sobre las ciudades (en el diseño del espacio público, en el congestionamiento del tránsito, en el consumo de combustible, en la contaminación visual y sonora). Otras viñetas de la serie vuelven sobre este tópico, como cuando Mafalda le saca los filtros a los cigarrillos de su padre para ponérselos en la nariz y salir protegida a la calle o cuando, cruzando por la senda peatonal, en medio de un tránsito invasivo, le pregunta a su madre: “¿Los autos son seres que atacan al hombre para defenderse de qué?” 

 Otros objetos de El mundo según Mafalda son los indispensables libros recolpilatorios, a escala gigante, que, en su reverso, tienen la descripción psicológica de los personajes, cada uno bien definido y distinto, aunque algunos se apoyan en estereotipos de la época. De todos modos, la poética de Quino no se reduce a la contraposición de valores entre Mafalda, Susanita, Felipe, Manolito y Libertad; no se limita a la escenificación de ideologías diferentes, a la tensión discursiva entre los personajes, sino que les agrega contradicciones al interior de sus prácticas. Ese detalle evita que se conviertan en meras figuras de un podio moral y les otorga una vivacidad no exenta de humor. Por ejemplo, revisemos aquella secuencia en la que Mafalda, desde el living de su casa, subida a un puf, se proclama en favor del desarme mundial, Felipe le pregunta para qué lo hace si los gobiernos ni siquiera obedecen a las grandes personalidades; entonces, ella, a sabiendas, recostada sobre el puf, con una pose relajada, le responde: “pero total es gratis… y esas personalidades y yo quedamos como reyes”. 

 Estas ambigüedades se encuentran en asuntos más cotidianos. Mafalda siempre critica a su madre por haber abandonado sus estudios y por no rebelarse contra su rol en las tareas domésticas, que la ata a un “antro de rutina”, pero sólo una vez la vemos ayudándola con las actividades del hogar. Por ese cómodo atrevimiento la niña recibe las devoluciones contundentes de Raquel. En otra escena, en cambio, vemos a Felipe lavando los platos mientras lucha en silencio contra una voz dominante, burlona, que le dice que participar de esa tarea es “ser mujercita”; él contesta, hacia adentro, que “¡es de hombres buenos ayudar a la madre!”, a lo que más tarde, cuando cree resuelta esa tensión, la voz burlona lo ataca de nuevo diciéndole: “¡eeeeeh! ¡la buenita, secando platos!” Hasta Susanita, con su afán individualista de convertirse en futura madre y esposa, se resiste a funcionar como “una fábrica de repuestos” para la especie humana. También, cada tanto, nos compadecemos del trabajo infantil y del maltrato físico que, fuera de escena, padece Manolito Goreiro en su casa. Más ejemplos de este tipo pueden encontrarse a lo largo de la serie, incluso en los comportamientos típicamente masculinos del padre de Mafalda. 


 La obra de Quino sigue vigente por aquellas observaciones lúdicas sobre los discursos sociales, que actualmente encontramos en artistas como Tute (Todo es político!). Sentimos en estas lecturas el disfrute de la (auto)crítica a través del humor, porque sabemos que, sin ese matiz, admitir una equivocación significa un harakiri para el orgullo. Los demás trabajos de Quino profundizan esa línea, pero con un tinte más sombrío. De hecho, la muestra interactiva del Museo Barrilete incorpora algunos cuadros con ilustraciones que están fuera de la tira clásica. Al verlos ahí colgados, en la planta alta de la estación, me reencontré con esa faceta suya (quizá la mejor) que descubrí en mi infancia, leyendo la revista Viva del diario Clarín, que mi familia compraba los domingos, durante la década del noventa. Además de graciosos, sus chistes ilustrados son inquietantes: angustian, resetean el sentido común. Pienso (sin novedad) que ese otro tintero más filosófico tuvo una continuidad en la obra diversa de Miguel Rep. 

 El contenido existencial se cuela en varias tiras de Mafalda, cuya lectura, para mí, fue muy posterior. Durante aquella época, conocí otra «niña intelectualizada», a través de la televisión, con el consumo cultural de Los Simpson, donde Lisa, paradójicamente, funcionó como un anticipo, aunque exprese en su discurso referencias más complejas. Grandes guionistas se escondían detrás de esa voz ética, nacida en una familia estadounidense, que vive en una sociedad posmoderna. Se repite en ambas la incoherencia entre cuerpo y voz; incongruentes con su edad, comparten preocupaciones incómodas para las personas adultas. En este aspecto, según Horacio González, Mafalda funciona como una categoría interna de lectura intemporal; como idea humanizada, ella “significa la pregunta adulta que necesita hacerse infantil para sentir una sorpresa primigenia sobre el mundo que nos rodea”. Esta es una buena definición del asombro filosófico. 


 En este sentido, Mafalda como obra clásica se distinguió y alcanzó niveles insospechados de apropiación cultural debido a sus personajes, que son adorables actores del humor ingenuo. Las voces (sus giros, sus tonos, sus recurrencias) se encuentran tan bien trabajadas que, cerrando los ojos, podemos reconocer quién habla en cada caso. Esta característica hace que aceptemos cierta autonomía en ellos. (Stan Lee, junto a las imágenes detallistas de Jack Kirby, aplicó la misma dedicación en los diálogos de los cómics de superhéroes, como en las series Fantastic Four o en Mighty Thor.) Por el contrario, en las otras viñetas humorísticas, que prescinden de personajes típicos, vemos, inevitablemente, la mano de Quino. Admiramos ahí la técnica del autor, como cuando contemplamos una obra de arte. Mientras leemos Mafalda, cada personaje de la historieta demuestra su lógica, como sucede en el diálogo literario; se lucen con epigramas, retruécanos, desplazamientos, condensaciones, neologismos, ironías. 

 Una ventaja del humor absurdo es que puede trascender la contingencia: desafía las convenciones cotidianas, desacostumbra la mirada fija, desequilibra el universo semántico. “Lo que la comedia busca perturbar, pues, es el cosmos, en el sentido del mundo considerado como un todo racional, virtuoso, bello y bien ordenado”, nos recuerda Terry Eagleton. En esta serie, ese modo humorístico, transfigurado en mirada infantil, no sólo se expresa en la protagonista; se refuerza en situaciones cotidianas con la aparición de Miguelito y de Guille, cuyas intervenciones desatienden asuntos políticos. Esta clase de escenas trascienden la época de su origen. Mafalda propulsándose con el chorro de un sifón. Mafalda preguntándole a su madre (luego de mirar una foto) por qué le ocultó que antes fue su hermana o diciéndole que ambas se graduaron el mismo día (como madre e hija). Mafalda pidiéndole a un cerrajero la llave de la felicidad. Mafalda poniéndole crema al mundo para embellecerlo. Mafalda suplicándole al sol que la contagie con las virtudes de otros seres que ha iluminado en la historia de la humanidad. 


 El mundo de Quino es limitado por el espacio pero expandido por la imaginación. En su historieta, los juegos formales con el lenguaje visual le dan una variedad creativa que renueva el encuentro con lo conocido, puesto que apuestan necesariamente a nuestra cooperación interpretativa. Hay secuencias ingeniosas que leemos a través de la subjetividad de los personajes, expresada en sueños, emociones y pensamientos. La inversión vertical (cabeza abajo), el cambio de perspectiva (vista desde un personaje), los cambios tipográficos (diferentes estilos y tamaños de letras), la simultaneidad de acción en un cuadro (para expresar movimiento), los globos de diálogos vacíos (que no significa silencio, sino aquello que el otro y nosotros no alcanzamos a oír); estos son algunos recursos gráficos. Otras formas cómicas, por ejemplo, cruzan los límites o los yuxtaponen, como la narración de los sueños en segundo plano mientras que en primer plano la protagonista duerme. También podemos leer lo que dice un personaje de historieta (El Llanero Solitario), cuando, en realidad, eso es lo que piensa otro personaje de historieta (Felipe) que está leyéndolo nervioso porque, por fuera de las viñeta, se acerca, caminando, otro personaje (Muriel). 

 El dibujo extra que se publicaba en Siete Días (arriba de la secuencia principal) también aportó a la renovación del esquema iterativo de Mafalda. De manera que otra virtud de Quino fue trabajar contra las limitaciones de las condiciones de producción. Aquel juego sobre el margen propuso una mayor complicidad con los lectores: un personaje hablándole directamente a quien lee o el encuentro con figuras de otras series humorísticas, como Snoopy, de Schulz. Esta autonomía literaria le permite a los protagonistas interactuar por fuera de los límites de la tira, pero remitiendo a ella. El recurso que permanece, entonces, es ese juego con los cruces. Cruzar espacio y tiempo. En este sentido, a la distancia, esa disposición fundamental de Mafalda es la que nos incita a seguir cruzando lecturas posibles, a seguir asociando sentidos, a cooperar con las actualizaciones, tal como funcionan las obras clásicas. 

 Claro que, en otro orden de cosas, la cultura actual, después de internet, es totalmente distinta a esa que vemos representada. Aquel mundo de teléfonos, diarios y televisores se ha concentrado en la pantalla mínima. La Spica portátil de Mafalda, hoy, es un smartphone. El dominio del índice cedió a los dictados del pulgar. El mundo, definitivamente, nos ha cambiado; o ha cambiado muchísimos comportamientos, prácticas y hábitos de la vida urbana, aunque algo de aquellas circunstancias continúa en la base del inconformismo. Este es un mundo más desigual, más adueñado, más contaminado, más cruel. Un mundo entrenado para proyectar distopías más que para recuperar las utopías. Aquí, la niña parresiastes de Quino permanece con sus dilemas a cuestas. Heroína de la vieja escuela, Mafalda cree en el inquilino moral del superyó: con esa voz orienta la indignación en la vida cotidiana para recordarnos que aún no existimos en el mejor de los mundos posibles. 


 Isabella Cosse, en su estudio histórico y político sobre Mafalda, ha explicado todas las etapas de resignificación que, con sostenida vigencia, atravesó el personaje, desde su nacimiento sesentista, pasando por la dictadura militar, la recuperación democrática, el neoliberalismo, hasta la crisis de representación política en este siglo y la reconstrucción del Estado Benefactor. Cosse sintetiza los motivos que la convirtieron en un clásico argentino y en un mito global: “La historieta ofreció una reflexión sobre lo humano, de orden filosófico y atemporal que, además, trabajó de forma productiva sobre fenómenos decisivos de los años sesenta —el autoritarismo, las confrontaciones generacionales, las luchas feministas, la expansión de las clases medias, los cuestionamientos al orden familiar—”. De esa trayectoria a través de las décadas, importa especialmente su función de resistencia contra la doctrina neoliberal, porque, aunque nuestro tiempo no sea cíclico, la historia gira sobre su eje, una y otra vez. 

 En efecto, la retórica de Mafalda renueva sus sentidos de lectura en una época donde el egoísmo avanza con la máscara de la libertad para rebelarse, finalmente, como un libertinaje de mercado que desprecia la justicia social, entendida como el acceso equitativo a derechos y oportunidades. La equidad facilita que una persona pueda desarrollar su potencia. Desde este enfoque, la pobreza es una de las injusticias fundamentales. Entonces, frente a un panorama de gran desigualdad, el discurso astuto persuade gritando las falencias que la misma democracia todavía no ha subsanado. En Argentina transcurrieron cuarenta años consecutivos de aquella palabra cuya definición, al leerla, Mafalda reía como quien descubre, a través de la práctica, una incoherencia de la realidad. La crisis democrática (la insatisfacción con su prédica) también se actualiza en el contexto de este nuevo siglo. Así pues, chistes de antaño, que serían de archivo, se convierten en chistes de actualidad. 

 Por último, hay otra característica que le otorga vigencia a la historieta de Quino. Al igual que Peanuts, ofrece una doble clave de lectura que habilita niveles interpretativos: un humor destinado para la mirada adulta y otro al que, sin dificultad, se puede acceder desde la infancia, porque ejercita el pensamiento previo a la razón modelada por la cultura. Esta última cualidad poética, en este caso, se articula con la defensa de los Derechos fundamentales del niño y de la niña, porque los temas de las tiras se relacionan con el cuidado de sus necesidades básicas (aquí, allá y en todas partes). ¿Qué mejor etapa que la niñez para descubrirlos? ¿Y qué mejor que la adultez para recordarlos? Mafalda, políglota, proclamándose, acompaña el tiempo presente en varios lugares de este mundo, al que nos hacen venir antes de los cuarenta para irnos aclimatando al vértigo de los cambios y a algunas cosas que permanecen inmutables. 

 REFERENCIAS 
  • Albertoni, Carlos. Santas Historietas: enciclopedia de los cómics. Buenos Aires: Catálogos, 2006. 
  • Biblioteca Nacional Mariano Moreno (Argentina). Mafalda en su sopa. Buenos Aires: Biblioteca Nacional, 2014. 
  • Cosse, Isabella. Mafalda: Historia social y política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2014. 
  • Eagleton, Terry. Humor. Madrid: Taurus, 2021. 
  • Eco, Umberto. Apocalípticos e integrados [1964]. Buenos Aires: Sudamericana, 2017.
  • Quino. Toda Mafalda. Buenos Aires: De la Flor, 1993. 
  • Quino. Mafalda: femenino singular. Buenos Aires: De la Flor, 2018. 
  • Quiroga, Ana. Crítica de la vida cotidiana. Buenos Aires: Cinco, 2012. 
  • Roszak, Theodore. El nacimiento de una contracultura: reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil [1968]. Barcelona: Editorial Kairós, 1981.

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