
El film Searching for Sugar man narra la historia de Sixto Rodriguez: un músico chicano que en la década del '70 tuvo nula repercusión en los Estados Unidos, pero que reverberó en Sudáfrica, entre jóvenes afrikáneres, durante la crisis del apartheid. Este ensayo interpretativo viaja hasta ese pasado para buscar una comprensión del fenómeno cultural.
El asunto le asquea de principio a fin:
las leyes en sí mismas; la policía macarra;
las leyes en sí mismas; la policía macarra;
el gobierno, que defiende ruidosamente
a los asesinos y denuncia a los muertos;
y la prensa, demasiado asustada para dar la cara
y decir lo que cualquiera con ojos puede ver.
J.M. Coetzee, Juventud.
En busca de Rodriguez
Letras urbanas
Rodriguez quedó afuera de la contracultura norteña. Al igual que otros, no figura en ningún lado, aunque su primer tema (I'll slip away) sea de 1967. En la segunda estrofa, el personaje que se está alejando de una mujer dice: “Y vos podés quedarte con tus símbolos de éxito,/ mientras que yo iré por mi propia felicidad./ Y vos podés quedarte con tus horarios y rutinas, mientras que yo iré a reparar todos mis sueños destrozados”. Ese año en el mercado discográfico aparece Sargent Pepper’s (Beatles), The pippers of the gates of a down (Pink Floyd), Surrealistic pillow (Jefferson Airplane), Younger than yesterday (Byrds), The Doors (Doors) y sigue la lista. Podría decirse que los trabajos de Rodriguez llegan tarde a una etapa que ya había sido. Pero la cuestión parece otra. Sin novedades musicales para una época que probó casi todo, tiene la escritura que registra la alteridad del movimiento contracultural. Su lugar de residencia es Detroit: una insignia de la industria pesada.
Aquella es la ciudad que sufrió fuertemente la crisis de 1930, pero que también reflejó la reactivación económica de la Segunda Guerra Mundial, para la cual produjo material bélico. Esta metrópolis en crecimiento atrajo a inmigrantes que encontrarían un salario en las cadenas de montaje de las fábricas. De hecho, la presencia de las empresas automotrices modernas, como Ford, Chrysler y General Motors, le agregaron el apodo de Ciudad (del) Motor. Allí los sindicatos aún defendían derechos, sobre todo cuando se automatizaron varias tareas y se inició una etapa que culminaría en el toyotismo. Mientras tanto, iniciados los ‘50, la población más pudiente comenzaba a mudarse hacia a la periferia. Menguaban así los impuestos para el pago de las asistencias sociales. Además, el racismo se concretaba en las manos de la policía. En los disturbios de julio de 1967, una intervención militar renovó las cifras de 1943. La matanza superó los 40 muertos. Hubo cientos de heridos y miles de destrozos en edificios de la urbe. El suceso quedó en la historia como "The 12th street riot".
En busca de Rodriguez
El primer largometraje del director sueco Malik Bendjelloul recrea la historia de cómo
Stephen Segerman, un sudafricano que vivía en Johannesburgo, decide buscar a
su ídolo musical. Movido por la curiosidad y el tiempo, va tras el origen de
una obra que forma parte de la banda sonora de su vida: las imágenes de la
adolescencia, los mensajes críticos al orden establecido, el contexto represivo
de un gobierno segregacionista. El caso es que poco sabe sobre su artista
predilecto, a pesar de la importancia que tiene para él. Además, ese apellido parece
dispuesto a confundirse con el anonimato. Rodriguez bien podría ser el morocho
con lentes negros que figura en la portada de su primer álbum o el seudónimo de
un timbaletero de música latina. Otro dato que Sergenman conoce es que el
músico murió, o se mató. Escucha varias versiones. Una de las leyendas habla de
un Jimi Hendrix alterno que con su piromanía fue más allá de su guitarra y se
inmoló en el escenario.
El
mito sobre cómo llegó la grabación de Rodriguez a Sudáfrica asegura que una chica estadounidense, al visitar a su novio, arribó con un cassette. Luego, a
él y a sus amigos les gustó lo que escucharon. Buscaron el vinilo para
comprarlo, pero no lo pudieron encontrar. Empezaron a copiar la cinta, se multiplicó y
circuló de mano en mano “ilegalmente”, hasta que en el ‘74 United Artists reedita el disco en ese país. Al respecto, Segerman comenta: “El álbum fue muy popular. Los
sudafricanos lo consideramos la banda sonora de nuestras vidas. A mediados de
los ‘70, si nos encontrábamos en cualquier casa de blancos liberales de clase
media que tuvieran una colección de discos, si los revisábamos, siempre
encontraríamos Abbey Road, de The Beatles, siempre
verías Bridge over troubled water, de
Simon and Garfunkel, y siempre
verías Cold fact, de Rodriguez. Fue
para nosotros uno de los discos más famosos de todos los tiempos. El mensaje
que tenía era ‘Ser anti-establishment’”.
Durante
esa época, el apartheid regía dentro de aquel país de África. La particularidad
es que Sixto Rodriguez había escrito sus letras en otro territorio, los Estados
Unidos, entre fines de los ‘60 y principios de los ‘70. Hijo de inmigrantes
mexicanos, y empleado en varios oficios terrestres, cantaba las desigualdades sociales que veía en una sociedad industrializada
como Detroit, en el estado de Michigan. Varias de sus composiciones aludían
escenas problemáticas. Mike Theodore, co-poductor de Cold fact, dice a cámara: “Lo
considerábamos un poeta de la ciudad interior, por ponerle música a sus poemas
de lo que veía (…), de lo que veía en su barrio mientras caminaba por las
calles”. Droga, pobreza, corrupción institucional, pocas
expectativas de futuro, hechos que ocurren y que no se informan
en los medios de comunicación... I opened the window to listen to the news,/
but all I heard was the Establishment's Blues (“Abrí la ventana para oír
las noticias,/ pero todo lo que escuché fue el Blues de Lo Establecido”).
Bendjelloul
compone algunas imágenes líricas de Rodríguez y les devuelve la territorialidad
en que fueron concebidas. A la vez, recurre al material de archivo para mostrar
escenas a partir de las cuales esas letras fueron re-interpretadas. Esto se
complementa con entrevistas, como la que se le hizo al copartícipe de la
búsqueda, el crítico musical Craig
Strydom. Este aclara: “Como vivíamos en una sociedad en la que cada
medio se usaba para mantener el apartheid, este disco contenía de algún modo
letras que nos daban la libertad, como gente oprimida que éramos. Toda
revolución necesita un himno. En Sudáfrica, Cold fact fue el disco que
le dio permiso a la gente para liberar sus mentes y comenzar a pensar
distinto”. Hay que considerar que ese era un contexto represivo en todos los ámbitos. “Los músicos sudafricanos no podían tocar
en el extranjero ni había actuaciones extranjeras en Sudáfrica. Era una
situación de puertas cerradas entre Sudáfrica y el mundo”, recuerda Strydom en
el film.
La mirada externa recaía sobre el país y éste recibía sanciones
internacionales en un mundo ya dividido por la Guerra Fría. Es que, en marzo de
1960, se había producido la Masacre de Sharpeville: 180 heridos y 69 muertos. La policía les disparó a
manifestantes desarmados que protestaban contra las Leyes de Pase, establecidas
en 1958. (Estas exigían que, al trasladarse por zonas urbanas, las personas “no-blancas” debían llevar un
pasaporte y sólo podían estar allí por 72 horas, a menos que consiguieran un
trabajo.) El hecho ocurrido en Sharpeville “causó indignación en el mundo
entero, tuvo graves repercusiones en Sudáfrica y suscitó un vuelco en los
debates de las Naciones Unidas sobre el apartheid” (UNESCO, 1992, p. 40). A partir de
entonces, el Consejo de Seguridad de ese organismo trata la cuestión por
primera vez. En abril de 1960, publica una resolución para comunicar “que la
prosecución de la política racista en Sudáfrica constituía un riesgo para la
paz y la seguridad internacionales”. En ese documento, también se le sugirió al
gobierno de Pretoria que abandonara su política de discriminación racial.
Asimismo,
la ONU
les propuso a sus miembros que rompieran la diplomacia y suspendieran las
exportaciones. (Tampoco las armas debían llegar.) Dos años después, se creó un
Comité Especial, que tuvo más tarde un rol específico en la Campaña
internacional contra el apartheid (1966). “Organizó el boicoteo de los
productos, los bienes culturales y el deporte sudafricanos y, en colaboración
con el Centro contra el Apartheid, creado en 1967, cooperó con los gobiernos,
organizaciones intergubernamentales, jefes religiosos, movimientos
estudiantiles y de jóvenes y grupos antiapartheid para movilizar a la opinión
internacional y para hacer respetar las resoluciones de las Naciones Unidas” (UNESCO, 1992). Para cumplir con el
boicot cultural, "se pidió a los actores,
artistas de variedades y de otro tipo que se esforzaran por lograr el
aislamiento cultural de Sudáfrica”. Recién en 1988 se decide desactivar este
último boicot. Mientras tanto, estas noticias internacionales eran restringidas
y tergiversadas al interior del país. Allí también estaba una cara menos
visible de la situación.
Jaulas y pájaros
Segerman explica: “Como éramos una sociedad aislada, se
olvidaron de nosotros. Aunque sabíamos que el apartheid estaba mal, viviendo en
Sudáfrica, como blancos no podíamos hacer mucho, porque el gobierno era muy
estricto. Era un gobierno militar en un grado muy alto. Si hablabas mal del
apartheid, podían encarcelarte por tres años. Aunque varios blancos eran parte
de la lucha, la mayoría no lo era. Nos vigilaban. Nos espiaban. Fue
atemorizante. La gente tenía miedo”. En ese contexto político, las
canciones de Rodriguez fueron sumándose a las referencias de los afrikáneres
que querían expresarse artísticamente contra el sistema segregacionista. Ese emergente de los años ‘80
se llamó Vöelvry, que significa “ilegal”, “proscrito”, “rebelde”, o sea,
alguien que rechaza el mandato de las reglas
establecidas. Ese concepto además tenía las implicancias de ser “libre como un
pájaro” (sentirse libre, amor libre y sexualidad libre). A este movimiento
contracultural lo
integraron jóvenes de entre 20 y 35 años, como Koos
Kombuis, James
Phillips, Willem Möller, Johannes Kerkrorrel, André Letoit,
Karla Krimpelien.
Max du
Preez, ex director del semanario Vrye Weekblad, sintetiza: “ellos cantaban sobre PW Botha, la conscripción y el
militarismo en la sociedad, el apartheid y el racismo, la comodidad mediocre de
la clase media blanca de los suburbios, el patriarcado, la identidad étnica del
blanco y el Afrikáner” (Hopkins, 2006, p. 7). A fines de aquella década, hubo una gira
de dos meses que reunió a las bandas alternativas en Johannesburgo. De ahí surgió el nombre. Preez
compara ese acontecimiento del 4 de abril de 1989 con el Woodstock de 1969.
Destaca que aquello tuvo gran importancia social, política, cultural y musical.
“Eso marcó el fin del Afrikáner tal como nuestras abuelas
lo conocieron”, opinó acerca del fenómeno. Un tema de la lista crítica era Hou
my vas korporaal,
que abordaba el rechazo al servicio militar obligatorio. Donker, donker
land describía paisajes de sequía y violencia a la espera de una lluvia
renovadora. Boer in beton
remitía al melancólico proceso de adaptación afrikáner de los antepasados campesinos a la vida urbana. Otro clásico fue Sit dit af!, que incitaba a apagar la tele para desoír los
discursos del Primer Ministro Pieter Botha.
El
dato a destacar es que la pantalla recién llegó en 1975/76. No fue un atraso
tecnológico. Nueve años antes, en su texto Muerte
a las ideas, el periodista exiliado Ronald Segal describía el contexto
mediático que envolvía al país: “La Corporación Radiofónica de Sudáfrica se ha
entregado a una propaganda cada vez más fantástica, con programas que se
dedican a la «amenaza comunista» tanto dentro como fuera del país, haciéndolo
con tal desprecio de la realidad que sólo una mente atrofiada después de varios
años de prédica puede escucharlos sin una sensación de afrenta. En el país no
hay televisión; el gobierno resolvió hace ya mucho tiempo que se necesitaría un
número demasiado grande de programas importados como para que no se pusiera en
peligro con ellos los predicados del blanco de Sudáfrica, y éste ha aceptado el
sacrificio que exige la supervivencia de su tipo de civilización” (Segal,
1967, pp. 25-26). Según el criterio del gobierno, la tele era considerada un medio
peligroso e inmoral. Por esas razones, se rehusaba a implementar el artículo 12
de la Ley de Comunicaciones (1936), el cual había sido agregado para ofrecer
ese servicio.
Durante
un debate parlamentario de 1963, el ministro de Correos y Telégrafos explicitó
las objeciones a ese medio audiovisual: 1) Comunistas e izquierdistas usarían
la televisión para su propósito; 2) Una alta proporción de programas
extranjeros contienen el tipo de propaganda que muestra al “hombre blanco” con
una mala imagen; 3) La influencia de ciertos contenidos podrían traer el
colapso moral del “hombre blanco” en Sudáfrica (UNESCO, 1967b, p. 200).
Traducido: si se le daba espacio a la pantalla, la ideología oficial tendría
que competir con otros modelos culturales. Así que, cuando se permitan las
primeras transmisiones, éstas quedarán a cargo del Estado. Por otra parte, en
1967 había 21 diarios (16 en inglés, 5 en afrikáans). Del total de la población,
sólo un número reducido de personas accedía a la prensa escrita. Es decir que
la radio era un medio central: comunicaba el interior del país con el resto del
mundo. En lugares con alto porcentaje de analfabetismo, la radio se consideraba
un instrumento para educar. Después, la censura (al igual que la represión)
cumplía su propósito en las instancias donde la propaganda no llegaba.
Libros
y diarios extranjeros (incluso ediciones legales de antaño) desaparecían de las
bibliotecas y de las librerías. Segal observaba: “La muerte de las ideas en el
blanco es cosa que puede sentirse en todas partes. Los órganos de oposición
fundamental al apartheid han dejado de aparecer o sobreviven clandestinamente.
Los diarios de habla inglesa, que en un tiempo plantearon el problema de manera
vociferante aunque superficial, se han subordinado ahora irresistiblemente a
las demandas de la supremacía blanca. En los casos en que ni la persecución de
unos pocos periodistas denodados ni las continuas intrusiones de la censura dieron
resultados favorables, la prosperidad de la represión racial ha fomentado la
rendición espontánea de directores y propietarios” (Segal, 1967, p. 25). El año anterior, una de
sus colegas antiapartheid, Ruth First, periodista del censurado New Age, había sido prisionera por 90
días. En agosto de 1982, ya exiliada, la policía sudafricana la mata con una
carta-bomba que ella abre durante su estadía en Mozambique.
Contracultura norteña
El
término contracultura fue difundido por Theodore Roszak en 1968. La expresión
abarcaba el fenómeno social que ocurría en Estados Unidos y en otros países
occidentales, como Inglaterra, Francia e Italia. Eran expresiones culturales
dispersas que convergían en la disconformidad. Una sensibilidad común las
convocaba: la resistencia juvenil a valores y normas aceptados acríticamente
por los adultos de la generación anterior. El desencanto que provocaba lo
establecido guiaba, por múltiples caminos, hacia otra forma de vivir. Así la
describía el historiador: “Concedo que esta alternativa viene vestida de modo
extravagante y abigarrado, con prendas y colores de muchas y exóticas fuentes:
la psicología profunda, restos nostálgicos de la ideología de izquierdas,
religiones orientales, el Weltschmerz romántico, la teoría social
anarquista, el dadaísmo, la sabiduría india americana y, supongo, la sabiduría
perenne…” (Roszak, 1981, p. 11).
A
esta movida heterogénea la encabezaban jóvenes de familias que, por la
intervención estatal, habían conseguido un bienestar económico. El avanzado
desarrollo capitalista de Estados Unidos luego de la Gran Depresión fue
generando una nueva clase media. Pero solucionadas las necesidades materiales,
igual aparecieron conflictos. Sus hijos cuestionaban el “estilo de vida
norteamericano”. Ahora, la propuesta era conseguir un mejor bienestar
cualitativo: orientado a ser más que a poseer. Entonces, por
fuera de los partidos tradicionales, nuevos temas se politizaban:
contaminación, racismo, sexismo, guerra. El conflicto ya no era meramente
económico. Aquella juventud confrontaba los modelos culturales y el sentido de
la vida legado por sus predecesores, que habían descubierto las estabilidades
de las políticas keynesianas de pleno empleo y los servicios de seguridad
social. En cambio, los recién venidos, desconocedores de otros tiempos
difíciles, señalaban los costos sociales y ecológicos del progreso
tecno-capitalista en esa parte del mundo.
Estos
movimientos juveniles desorganizados discutían la visión del mundo dominante.
Y si las preocupaciones previas habían sido sólo temas económicos, la
contracultura perseguía asuntos más universales. Según Roszak, era la oposición
a una sociedad tecnocrática, donde cada área de la vida estaba
racionalizada bajo la autoridad científica, que justificaba a los técnicos, que
a su vez justificaban a los gobernantes. Después, el otro lado. Hippies.
Psychodelic. Flower power. Luther King. Pop art. Free love. Journalism
underground. Woodstock. Esto se traducía en otras religiones,
otros modelos sociales, otra forma de la conciencia, otro vínculo con el
entorno, otras opciones políticas, otras maneras de practicar la sexualidad,
otras concepciones del arte. Parte de la música dejaba su condición de mero
jingle y se cruzaba con el compromiso ideológico. En el ámbito folk, habían surgido
cantantes de protesta como Bob Dylan y Joan Báez.
Ahora
bien, Roszak en su libro defiende “ese saludable instinto que rechaza, tanto a
nivel personal como político, la violación sin entrañas de nuestra sensibilidad
humana”. Pero aclara su postura sobre el alcance del fenómeno: “En cuanto las
relaciones de la contracultura joven y los pobres de la Tierra trascienden el
marco del problema de la integración, aparece una grave inquietud. Los valores
con más profundo sentido cultural de los jóvenes disconformes les parecerán
seguramente extravagantes a quienes ansían participar del espléndido confort de
la vida de las clases medias. Cuán incongruente debe parecerles a los
desgraciados y miserables, a los que siempre fueron pobres, los vestidos rotos
y andrajosos que se ponen ahora los hijos de nuestra nueva opulencia, cambiando
sus «villas» por alojamientos parecidos a chabolas y vagando por las calles
como pordioseros” (ob. cit., p. 84).
El historiador norteamericano señalaba
contradicciones sin muchas vueltas: “Bob Dylan,
que siente profundamente la pesadilla de las corrupciones de nuestro tiempo,
gasta no obstante su frágil humanidad grabando todos los años para la Columbia
un álbum de un millón de dólares, álbum que seguramente descansará en el
radiotocadiscos estereofónico de caoba bruñida de las villas residenciales, más
que en una cueva bohemia” (ob. cit., p. 85). Se advertía que la
contracultura empezaba a “parecer un simple ejercicio publicitario a escala
mundial”. Dos factores amenazaban su sobrevivencia: “por una
parte, la debilidad de su relación cultural con los pobres; por otra, su
vulnerabilidad a la explotación como espectáculo divertido que compense un poco
la regimentación de la vida serial cotidiana”. Sea como fuere, un destino de
mercado, que entusiasmaba a los fabricantes de bienes de consumo, se había
abierto con la cultura juvenil urbana, previamente iniciada a mediados
de 1950.
Según Eric Hobsbawn, la matriz de esta revolución cultural fue la cultura
juvenil de la década anterior. Porque ahí los jóvenes accedieron con su dinero
a objetos (ropa, música, libros, films) que formarían parte de su propia
identidad diferenciada. En un típico país desarrollado, adolescentes de entre
14 y 16 empezaban a trabajar con una escolarización básica y tenían un poder
adquisitivo mayor que sus predecesores. Esto era consecuencia del pleno empleo
y del crecimiento económico de posguerra. También incidía la prosperidad
conseguida por los padres, que prescindieron de los aportes monetarios de sus
hijos para el presupuesto familiar. Entonces, quienes iban desde la pubertad
hasta los veintitantos “se convirtieron ahora en un grupo social
independiente”. El descubrimiento de este grupo en el mercado durante la década
del ‘50 “revolucionó el negocio de la música pop”. Elvis Presley es un icono
del caso y Chuck Berry, su contracara estética, más modesta, aunque no
inadvertida.
Otro rasgo de la cultura juvenil emergente fue el de
identificarse con elementos de las clases bajas. Por ejemplo, el rock naciente
escuchó músicas como el rhythm and
blues, que figuraba en los catálogos de las compañías de discos para los
negros norteamericanos pobres, y pasó a convertirse en el lenguaje universal de
la juventud (blanca). El
historiador británico anota: “Los acontecimientos más espectaculares, sobre
todo de los años sesenta y setenta, fueron las movilizaciones de sectores
generacionales que, en países menos politizados, enriquecían a la industria
discográfica, el 75-80 por 100 de cuya producción —a saber, música rock— se
vendía casi exclusivamente a un público de entre catorce y veinticinco años” (Hobsbawn, 1998, p. 326).
Respecto al creciente consumo, el autor da cifras: “El poder del dinero de los
jóvenes puede medirse por las ventas de discos en los Estados Unidos, que
subieron de 277 millones en 1955, cuando hizo su aparición el rock, a 600
millones en 1959 y a 2. 000 millones en 1973”.
Otro ejemplo de
influencia invertida. Los jeans fueron la vestimenta humilde que los estudiantes norteamericanos
popularizaron en los campus de las universidades, porque no querían lucir igual
que sus mayores. Quienes participaban de la contracultura reconocían su
identidad en un símbolo o en una canción. Buscaban algo nuevo (o
re-significado) que los diferenciara del mundo corrompido en el que padres,
políticos y profesores parecían estar a gusto. En los ‘60, esas marcas de
identidad se hacían visibles en espacios abiertos, de una manera colectiva,
pero sin integrarse a estructuras jerárquicas, sino que se encontraban
horizontalmente con espontaneidad. Roszak describía: “Los hay que se unen a la
tropa un breve momento, lo bastante largo para participar en alguna lucha
inmediata y obvia: la rebelión de un campus universitario, un acto contra la
guerra, una manifestación contra la injusticia racial”. San Francisco,
California, fue la ciudad emblemática de este período irreverente.
Letras urbanas
Rodriguez quedó afuera de la contracultura norteña. Al igual que otros, no figura en ningún lado, aunque su primer tema (I'll slip away) sea de 1967. En la segunda estrofa, el personaje que se está alejando de una mujer dice: “Y vos podés quedarte con tus símbolos de éxito,/ mientras que yo iré por mi propia felicidad./ Y vos podés quedarte con tus horarios y rutinas, mientras que yo iré a reparar todos mis sueños destrozados”. Ese año en el mercado discográfico aparece Sargent Pepper’s (Beatles), The pippers of the gates of a down (Pink Floyd), Surrealistic pillow (Jefferson Airplane), Younger than yesterday (Byrds), The Doors (Doors) y sigue la lista. Podría decirse que los trabajos de Rodriguez llegan tarde a una etapa que ya había sido. Pero la cuestión parece otra. Sin novedades musicales para una época que probó casi todo, tiene la escritura que registra la alteridad del movimiento contracultural. Su lugar de residencia es Detroit: una insignia de la industria pesada.
Aquella es la ciudad que sufrió fuertemente la crisis de 1930, pero que también reflejó la reactivación económica de la Segunda Guerra Mundial, para la cual produjo material bélico. Esta metrópolis en crecimiento atrajo a inmigrantes que encontrarían un salario en las cadenas de montaje de las fábricas. De hecho, la presencia de las empresas automotrices modernas, como Ford, Chrysler y General Motors, le agregaron el apodo de Ciudad (del) Motor. Allí los sindicatos aún defendían derechos, sobre todo cuando se automatizaron varias tareas y se inició una etapa que culminaría en el toyotismo. Mientras tanto, iniciados los ‘50, la población más pudiente comenzaba a mudarse hacia a la periferia. Menguaban así los impuestos para el pago de las asistencias sociales. Además, el racismo se concretaba en las manos de la policía. En los disturbios de julio de 1967, una intervención militar renovó las cifras de 1943. La matanza superó los 40 muertos. Hubo cientos de heridos y miles de destrozos en edificios de la urbe. El suceso quedó en la historia como "The 12th street riot".
En
otras palabras, el chicano tenía las desigualdades sociales a la vista. Su
primer álbum sale en 1970 con 12 canciones. La más directa es una de cuño folk-rock:
The
establishment’s blues, que lanza frases que denuncian
“verdaderos policías
racistas” o “hijos
y dinero reclutados”.
(La excursión solitaria a Vietnam era cuestionada en varias parcelas del suelo
yanqui.) Desde la primera estrofa, el autor de lentes oscuros protestaba: “El alcalde oculta las cifras de criminalidad,/ la concejala duda,/ el público se enfurece,
pero olvida el día de la votación”. Todas escenas que señalan situaciones
problemáticas de la ciudad: “La basura no se junta, las mujeres
están desprotegidas./ Los políticos usan y se abusan de la gente./ La mafia
crece cada vez más, como la contaminación en el río./ Y vos me decís que esto
es lo que hay”. Luego, un verso profético advertía: “Este sistema caerá pronto, con una joven melodía
furiosa”.
Por el contrario, con un tono más amistoso, Street
boy trata sobre un chico que pasa demasiado tiempo alejado de su hogar. Ese
comportamiento tiene una explicación que puede inferirse: “Vas a tu casa, pero
no podés quedarte, porque algo siempre te empuja hacia afuera”. El sólo está
presente para “comer y dormir”. El pibe aparece de pronto y sale rápido, como
escapándose: “Necesitás algo de amor y comprensión, /no esa vida sin futuro que
estás planeando,/ niño callejero”. Por otra parte, el swing de Inner city blues narra el conflicto entre una adolescente y su familia: “Porque papá no permite nuevas
ideas aquí,/ y ahora él mira las noticias,/ pero las cosas no están demasiado
claras”. Ella es de Dearborn, son las seis de la madrugada, tiene un bolso y
piensa no volver al suburbio. (La letra elíptica en primera persona parece una versión suburbana de She’s living home.)
El
éxito entre adolescentes afrikáneres fue I wonder, que con su melodía
pop interroga sobre sexo, amor, soledad, injusticia. “Me pregunto/ sobre las
lágrimas en los ojos de los niños./ Y me pregunto sobre el soldado que muere./
Me pregunto si este odio terminará alguna vez./ Me pregunto y me preocupo,
amigo mío./ Me pregunto, me pregunto, ¿vos no te preguntás?” Después, en Rich
folks hoax, se critica la ilusión de que el éxito y la felicidad
son eternos (o que los bienes materiales son la base de la felicidad): “El sol brilla, como ha hecho
siempre,/ el polvoriento ataúd es el destino de todo el mundo./ Hablando de la
gente rica,/ los pobres crean el engaño de los ricos/ y únicamente las personas
muy tontas lo creen”. Mencionando un asunto controvertido, otro hit (censurado) fue
Sugarman. En 1975, antes de que una
canción fuera emitida por la radio de la South Africa Broadcasting Coporation,
la letra tenía que ponerse a consideración de un comité, que estudiaba el caso
según cinco criterios: política, religión, sexo, drogas y mal gusto (Hopkins,
2006, p. 51).
Aquel tema sugiere el consumo
de drogas, aunque el uso es distinto al que promovía la contracultura. El ácido lisérgico fue parte
de los recitales de Greatful Dead, porque implicaba otra manera de percibir el
sonido. La psicodelia era un método para explorar y expandir la conciencia, o
un recurso para atacar la racionalidad occidental. Leary la promocionaba como
una religión. Roszak veía en su abuso una decadencia o una forma de sujetarse
voluntariamente al status quo por
medio de narcóticos. Para Howbsbawn,
las drogas fueron un gesto de rebeldía. El consumo era una actividad ilegal.
Por lo tanto, fumar marihuana (una de las más populares entre los jóvenes)
significaba, como actividad social, un acto de desafío a los censores. Pero lo
que Rodriguez canta es: “Sugarman, ¿por qué no te apurás?/,
porque ya estoy cansado de estas escenas”. Ese alguien le pide al dealer
sustancias para escapar de la miseria cotidiana en la que se encuentra. En este
caso es la droga como anestésico, como un recurso para aplacar el dolor. Al
final del estribillo, el personaje termina diciendo: “devuélvele /todos esos
colores a mi sueños”.
Varias de estas letras fueron
releídas en otro continente, donde ese disco se convirtió en “un objeto de
culto”. De todas maneras, y este es un juicio personal, el más atractivo
musicalmente es Coming from reality (1971), arreglado por Phil Dennys y Jimmy Horowitz. Este segundo trabajo se reeditó allá como After de fact en 1976. Tiene composiciones mejor logradas: Climb up on my music, Haikki’s suburbia bus tour, I think of
you. Las letras conservan la mirada social pero llevan una
angustia individual: “Porque
mi corazón se ha convertido/ en un desvencijado hotel lleno de rumores. / Pero
yo soy quien paga el alquiler/ para esos que con un dedo en la boca exigen
silencio” (Cause). “Educado en las veredas de la ciudad,/ con el intenso
frío en cada vuelta./ Sabía que tenía que encontrar las salidas,/ ya nunca
regresaría otra vez” (Can´t get away). El personaje trata de huir de una
ciudad problemática, en donde “los actores de domingo” le dicen que no puede
escaparse.
División en crisis
Desde
1950, a dos años de que el Partido Nacional ganara las elecciones, el apartheid
se había convertido en política oficial. No obstante, esta opresión era
histórica. Y el triunfo de la minoría, que era el 21% de la población, sólo
pudo darse porque a la mayoría se le prohibió el voto. Según detalla Santiago
Serrano, en esa estructura de poderes, el Legislativo primaba sobre el Judicial
y el Ejecutivo. Las leyes legitimaban con “apariencia democrática”. La
discriminación estaba escrita, las normas dictaban y un aparato policial las
hacía cumplir. Este sistema se apoyaba en tres bases normativas: Ley de Tierras
(1913, los bantú podían poseer sólo un 13%); Ley de Registro de la Población
(1950, cada quien era clasificado según su etnia); Ley de Asignación de Zonas a
Grupos (1950, había áreas exclusivamente para “blancos”). Para los “no blancos”
había abundantes restricciones, como los matrimonios mixtos, la educación
igualitaria, el trabajo salubre, la votación u otro tipo de participación
política. Frente a estas circunstancias, la resistencia negra pronto actuaría y
se haría escuchar.
Al poco
tiempo, hubo una iniciativa del Congreso Nacional Africano para desobedecer
esas leyes. Robert Ross explica: “Esa campaña comenzó en el invierno de 1952,
como prolongación y bajo la inspiración de mítines masivos de protesta
realizados en torno al tricentenario del desembarco de van Riebeeck en abril de
ese mismo año, con un carácter casi religioso. La influencia de Gandhi del
sacrificio personal como vía hacia el éxito político era muy evidente. Hombres
y mujeres selectos se entregaron al martirio político quebrantando
ostentosamente las leyes, a menudo en el marco de ceremonias religiosas en la
que participaban manyanos de mujeres
uniformadas” (Ross, 2007, p. 130). Esta campaña de insumisión, que integró Nelson
Mandela, tuvo una repercusión desigual en las variadas regiones del país. Luego
de los sucesos de Sharpeville, el partido fue desplazado a la clandestinidad,
junto con el Congreso Panafricano. El apartheid se imponía a la fuerza. En base
a esta opresión, Sudáfrica alcanzaría con la industria minera altos niveles de
crecimiento económico mundial durante los ‘60. Pero en la década siguiente el
sistema empezó a resquebrajarse.
A
partir de los ‘70, comienza una segunda (parte de la) Guerra Fría y surge
la crisis del petróleo, que provoca un brusco aumento de inflación en todo el
mundo occidental. El capitalismo de concertación (en donde se inscribe
el Estado de Bienestar keynesiano) avanza hacia un agotamiento que se aprovechará para la
implementación de la doctrina neoliberal en los ’80 (Fulcher, 2009, p. 190). Los
conflictos entre las superpotencias se dirimirán con enfrentamientos armados en
territorios del “Tercer mundo”.
Estados Unidos evitará el envío de sus tropas. Vietman fue una lección
traumática: financiará a otros. La Unión Soviética tendrá en Cuba un aliado, ya
que en 1959 se había iniciado una nueva etapa en la isla. África será un lugar
de confrontación en una década caracterizada por una gran cantidad de golpes de
estado en ese continente. A saber, es a mediados de los ‘70 cuando Angola y
Mozambique se independizan. Entonces, Sudáfrica percibe de cerca “la amenaza
comunista”. Estados Unidos usará ese país como barrera occidental. En cambio,
los gobiernos marxistas/ leninistas respaldarán las luchas opuestas.
Ana
María Gentili resume: “Desde 1975 y a lo largo de todos los años Ochenta la
región fue escenario de dos guerras cruzadas, fomentadas por el régimen
sudafricano en defensa de la preservación del apartheid y de la
supremacía blanca: la invasión a Angola por tropas sudafricanas, y el apoyo a
la guerrilla contra el gobierno de Mozambique del movimiento disidente RENAMO (…). De hecho, desde 1975 y
hasta la independencia de Namibia [marzo 1990], Angola será, con la presencia
de tropas cubanas y la ayuda soviética, una de las principales áreas de
conflicto entre Este y Oeste” (Gentili, 2012, p. 306). Para dimensionar esta
movida de fuerzas bélicas, la historiadora escribe que, a fines de los setenta,
la cuarta parte del ejército cubano está en África. Mientras tanto, la
conscripción sudafricana, que en 1962 duraba nueve meses, alcanzó los dos años
en esa época. La toma (ideológica) del poder estaba en juego. En ese marco de
lectura, un acontecimiento se destacará: la matanza de Soweto del 16 de junio
de 1976, cuando estudiantes negros se movilizaron contra una medida
gubernamental del año anterior. Esta exigía que la escolaridad se cursara mitad
en afrikáans y mitad en inglés. Antes, los contenidos de los primeros tres grados
se aprendían en lengua materna y luego se elegía uno de aquellos idiomas
oficiales (Hopkins, 2006, p. 52).
Por la Ley de Educación Bantú, desde 1954 había instituciones de enseñanza
separadas y el Estado educaba para que “los nativos” aceptaran la subordinación.
Por consiguiente, se les transmitían habilidades necesarias para el
mantenimiento de la economía dirigida por los blancos. En este sentido, Ross
señala que el apartheid acabó
con “el viejo sistema educativo de las misiones”. Este llegaba a dar un alto
nivel de educación universitaria para una elite, pero a la vez alcanzaba para
una alfabetización general en algunas áreas selectas. La clase política de
cualquier origen podía obtener allí “valores políticos comunes”. La marcha que
organiza Conciencia Negra, liderada por Steve Biko, reclama contra las
reformas educativas. Ese mismo año se aprobó la Ley de Seguridad
Interna, que permite reprimir de un modo más severo. También desde 1950 está
vigente la Ley de Supresión del Comunismo, cuya definición amplia incluye a
cualquier protesta. Así que la policía mata, sin dudar, a centenares de
manifestantes. Esa acción genera incidentes que llegan a otros suburbios y se
producen incendios en algunos bantustanes. Este hecho crítico unifica
descontentos y la revuelta culmina en agosto con una huelga general.
El
19 de octubre quedan fuera de la ley dos periódicos leídos por la población negra:
The World y Weekend World. Asimismo, son marginadas 18
organizaciones cercanas a la que lidera Biko, que al año siguiente lo matan en una cárcel, luego de
una seguidilla de torturas. Mandela seguía detenido desde el ‘63. Encarcelado
en Robben Island, pensaba que había que aprender el idioma del dominador para
entender sus pasos. Afuera, el panorama sudafricano era de tensiones que
empezaban a hacerse notar y que eran difíciles de contener. Gentili relata que
el PN se enfrentaba “con una situación interna cada vez más explosiva e
imposible de manejar, de urbanización incontrolable y de creciente militancia
social y política, contra la cual poco podía hacer la política de represión”. A
causa de la crisis, los sectores económicos pedían medidas de
liberalización. Es decir, abrirle todas las puertas al capitalismo para
solucionar el desarrollo truncado, que resultaba costoso en un mundo cada vez más competitivo e interdependiente. El escenario sudafricano cambiaba de a poco, en una década
que se había iniciado con una amplia desigualdad económica: el 20% del sector
más rico de la población tenía el 75% de la riqueza del país.
A
un año de la masacre de Soweto, René Lefort anotaba: “Todo el mundo creía sofocado el espíritu de rebelión luego de
que la densa noche que siguió a la matanza de Sharpeville (...) cayera sobre
toda Sudáfrica. Pero resucitó con un vigor y una violencia desconocidos desde
el final de las guerras coloniales. Los manifestantes no se topan con las
fuerzas de orden: las enfrentan. Soweto, dos veces más poblado que la orgullosa
Johannesburgo, el más ‘rico’ de todos los guetos africanos, destruye todo lo
que simboliza la opresión, así como también una sumisión que se creía aceptada”
(Lefort, 1986, p. 7). El escritor analizaba la presente crisis, pero antes
denunciaba que los diarios habían informado sobre los acontecimientos aplicando
la matriz bipolar. Para la clase dirigente, la revuelta había sido obra de los
comunistas, aunque la cuestión era interna. “Los medios de comunicación
valoraron entonces en socorro de la minoría blanca, dando de estos disturbios
interpretaciones que evitaban cuidadosamente poner de manifiesto su causal
esencial” (ob. cit., p. 8).
Acerca del acontecimiento
anterior los periódicos oficiales publicaron las caricaturas de un par de
enanos que agitaban una bomba. Samora Machel y Agostinho Neto (los líderes del FRELIMO y del MPLA) eran empujados hacia Sudáfrica
por el presidente soviético Brezhnev y por Fidel Castro. El mensaje que se
presentaba era bastante llano: el “enemigo interno” había sido manipulado desde
afuera. La disyuntiva era seguir con el “desarrollo separado” o entregarse a
Moscú, que venía por los recursos minerales. La verdad era que los
manifestantes no habían sido agitados por los movimientos guerrilleros ni por
el sector armado del CNA, sino que expresaban una instancia límite de opresión.
“¿Por qué los sudafricanos negros no podrían pensar ya razonablemente en liberarse, como acababan de hacerlo los
mozambiqueños y los angoleños?”, preguntaba Lefort. El Partido Nacional supo
que era el momento de apaciguar este clima con algunas concesiones.
Entre
1975 y 1985, hay reformas legales que, por ejemplo, permiten la formación de
sindicatos negros. (Además, se habilita alguna participación política opositora
en el Parlamento.) La medida buscaba cooptar a los trabajadores y conseguir el
respaldo interno de otros sectores de la sociedad, como la clase media europea
y la pequeña burguesía mestiza e india. Pero la estrategia resultó al revés.
Los sindicatos se convirtieron en espacios de organización para la lucha. Esto
traía un impulso previo. Las primeras huelgas se habían iniciado en 1972, cuando
también hubo una manifestación de estudiantes blancos en Ciudad del Cabo. Por
esos años, ya se evidencia el fracaso de la medida de los bantustanes (o “patrias negras”): territorios
asignados, a los que se (re)enviaba a las diferentes etnias y tribus. Impulsada
por Hendrik Verwoerd, esa fue una maniobra de inclusión por exclusión que
enseñó su inutilidad. Aquellos eran sitios pobres, sin tierras fértiles, sin
recursos económicos y con una población creciente que venía expulsada de los
espacios del “poder pálido”. Esta historia continuará y la década siguiente no
será menos problemática.
Censura, hiperinflación, sanciones internacionales agravadas, huelgas de
mineros, boicots laborales... Fue
el período de mayor crisis económica y de mayor intensidad en los conflictos. Ross da un panorama: “A finales de la década de 1980, la
economía informal, ante todo negra, suponía como mínimo una vigésima parte del
PBI del país. Proporcionaba ingresos a más de la mitad de los oficialmente
desempleados, y esos ingresos superaban a los de los mineros negros. Más de la
mitad de ellos eran vendedores ambulantes y pequeños comerciantes, una cuarta
parte se dedicaba a la fabricación a pequeña escala, aproximadamente una octava
parte a distintos tipos de servicios y el resto de las actividades que en
cualquier otro sitio, y no sólo en Sudáfrica, se habrían considerado
criminales” (Ross,2007,p.169).
Recién en 1991, luego de la caída del Muro de Berlín, el sistema legal de
opresión dejará de aplicarse oficialmente. La elección de 1994 permitió que
bantúes y asiáticos votaran por primera vez. Mandela ganó, pero era el
inicio de una democracia que aún lidia con las consecuencias de siglos.
Significación planetaria
La
función de Cold fact fue darle expresividad a un pensamiento bloqueado
para jóvenes afrikáneres. Una apreciación que Sigal hizo en los ‘60 puede
aclarar este asunto. Para él, el
miedo era más intenso dentro de la comunidad blanca que fuera de ella, puesto
que sus integrantes les temían a los otros y a sí mismos. Entre esos temores,
estaba el creciente número de sanciones legislativas que conducía a los
infractores directo a los Tribunales. (“La Ley de Inmoralidad ha hecho que las
relaciones sexuales entre blancos y no blancos fueran susceptibles de penarse
con largo encarcelamiento”, ejemplificaba el periodista con una norma de 1950.)
Entonces, él decía que un escape para ese temor colectivo había sido negarse a
pensar. Conservar privilegios implicaba sacrificar la actitud crítica y distanciarse
obligatoriamente de un acervo cultural “subversivo”. Por el contrario, pensar conducía a reconocer las consecuencias
del racismo y a aceptar que esa clase de discriminación era inadmisible en “un
mundo equilibrado”.
Ya dentro del juego de interpretaciones, los
mensajes de Rodriguez, junto con los de otros autores, cobraron importancia
como material reflexivo.
Los jóvenes afrikáneres que tenían
acceso a un consumo cultural hallaron en su obra mínima la apertura a un
diálogo sobre libertades ausentes. (Luego, Kerkrrorel diría que las letras del Vöelvry estaban liberando el lenguaje.) La
escritura del chicano funcionó porque encajó en una especie de hueco
discursivo, con temas que coincidían. Después, está el fenómeno paralelo de la
actitud contracultural: cómo un hijo de inmigrantes mexicanos,
criado en Estados Unidos, termina siendo la referencia político-musical de
jóvenes sudafricanos, que eran descendientes de holandeses y alemanes. De todas maneras, aquí conviene
subrayar que el
movimiento Vöelvry fue una resistencia
interna Afrikáner y cristalizó durante el período en que el sistema del
apartheid ya iba dando señales de colapso. Si se considera que esto fue
posible debido a un creciente escenario de globalización
cultural, entonces quizás no sea tan extraño el resultado del intercambio,
aunque su comienzo es difuso.
Poca exactitud hay sobre cómo llegó el primer álbum de Rodriguez a suelo africano. El dato verificable es que A&M Records lanzó ahí el vinilo en 1971 y el casete en 1973. La anécdota narrada en Searching for Sugar man tiene la
consistencia de un mito, aunque es posible que también haya ocurrido de ese modo. La nueva cultura juvenil de la
década del ‘50 se internacionalizó por vías parecidas. Según enumera Hobsbawn,
la moda estadounidense (amplificada por Inglaterra) se propagó por distintos
canales: los álbumes difundidos por la radio, las imágenes mediáticas, la
interacción personal del turismo juvenil, la comunicación de la red
internacional de universidades. La sociedad de consumo y la influencia de los
pares ayudaron. Varias de estas maneras de
intercambio funcionaron antes. Por
ejemplo, Ross anota que el iSicathamiya (canto interpretado por un coro masculino a capella) adquirió forma con las canciones nupciales de la
etnia zulú y con la influencia de los espirituales de los trovadores negros que
viajaron a Sudáfrica a fines del siglo XIX.
Por su parte, el jazz previo al
maduro mbaqanga de los años ‘50 en Sophiatown tuvo como referencia al
que se oía en los discos norteamericanos que se transmitían por la radio.
Todos
aquellos son aspectos de la globalización. Según el sociólogo Ulrich
Beck, ese concepto significa (a grandes trazos) que se termina la
característica de vivir y actuar sólo dentro de las sociedades nacionales, en
espacios cerrados y delimitados por los Estados modernos. Por lo tanto,
empiezan a borrarse los límites en que se desarrollan las actividades
cotidianas de los diferentes campos como, por ejemplo, la economía,
la información, la ecología, la técnica, los conflictos transculturales, la
sociedad civil. Este fenómeno modifica la vida diaria, mientras que fuerza a
adaptarse y a responder ante distintos factores. “El dinero, las tecnologías,
las mercancías, las informaciones y las intoxicaciones «traspasan» las
fronteras, como si éstas no existieran. Inclusive cosas, personas e ideas que
los gobiernos mantendrían, si pudieran, fuera del país (drogas, emigrantes
ilegales, críticas a sus violaciones de los derechos humanos) consiguen
introducirse. Así entendida, la globalización significa la muerte del
apartamiento, el vernos inmersos en formas de vida transnacionales a menudo no
queridas e incomprendidas” (Beck, 2006, p. 42).
Otro
dato a tener en cuenta es la relevancia que tuvo el recurso de la copia
(“ilegal”) para que Cold fact circulara con fuerza en Sudáfrica. Aquel fue un
contexto cuyo objetivo central era que las culturas diversas se desarrollaran
por separado y que estuvieran aisladas de las “nuevas ideas” surgidas dentro de
la bipolaridad Este/Oeste. El propósito era cancelar el dinamismo que siempre
mostraron los pueblos. Intuyendo algo de esto, el escritor Alan Paton (1967, p. 17) adelantaba:
“Queda
por ver todavía si el Estado logrará a la larga mantener con éxito la mano
firme sobre la cultura o si ésta demostrará tener vida propia e independiente”.
Entre las restricciones mediáticas y el boicot cultural, el gesto de la
copia fue clave. El
film de Bendjelloul descuida este dato, que amerita otra discusión, como la que
plantea Lawrence Lessing (2005, p. 94). En cambio, opta por seguir la línea investigativa de
Strydom y enfatiza en las regalías de las ventas discográficas, que hasta ahora
nadie sabe dónde fueron a parar. Por esa razón, el soundtrack editado por Sony aclara en la contraportada del
disco: “Rodriguez receives royalties from the sale of this release”.
Al
leer esa leyenda, más de uno dirá: “Rodriguez fue un discurso contra hegemónico y terminó
capturado por la industria discográfica, que va a recuperar lo que se le escapó
con la excusa del reconocimiento del artista; y aparte, luego de la crisis financiera
de 2008, el Tío Sam necesita héroes”. Bueno, los beneficios de la copia que
permitió la primera distribución del material también están latentes en esta
escritura. Por lo demás, los juicios sobre el film de Bendjelloul quedarán
para quien lo vea.
Tomándolo como punto
de partida, este ensayo se inclinó por analizar el contexto en que una obra se
desprende de la tutela de su autor y emprende su aventura para que otros se
apropien de ella. Mientras que a Rodriguez ni sus vecinos lo conocían, terminó
perteneciendo a una identidad
colectiva en otro territorio. Sus lecturas del entorno tuvieron
interpretaciones afines, pues cantó sobre cuestiones humanas fundamentales. Es como si
se tratara de una variación de los libros que viajaron de continente a
continente, llevando ideas que cuestionaban opresiones comunes.
En el film Invictus, Clint Eastwood muestra a un Mandela que, durante su residencia como cautivo, encuentra una comunión espiritual con el poema victoriano de William Henley. Esta escena da lugar a un interrogante clásico: ¿qué importancia tienen la
escritura y la música frente a la barbarie? Las
acciones artísticas son un complemento: son el acompañamiento simbólico de las
acciones políticas materiales. Quizás
su eficacia sea limitada para influir en las conciencias, pero sirve para
mantener la vigilia cuando todo alrededor quiere reducirse a un mandato vertical.
Sirve para preguntarse por el mundo que se quiere y el que no se quiere. Sirve
para encontrar zonas de expresión indispensables cuando el silencio tiende a
volverse omnipresente. Sirve para sobrevivir al aturdimiento de la violencia.
Sirve para que, alejados en tiempo y espacio, aguarden otros que puedan
comprender, para compartir la humanidad que se reconoce a la distancia. Una
última glosa.
En
1997, Beck comentaba el caso de Khaled, un argelino exiliado, cantante de rai. Aicha
había sido la canción del año en Francia. El sociólogo alemán decía: “El mero
hecho de que el himno a una muchacha árabe suene en todas las grandes emisoras
de radio francesas (...) es ya de por sí un dato revelador. Es una especie de
entrada oficiosa de los inmigrantes magrebíes en la nación cultural (pop)
francesa. Visto desde fuera, Khaled representa nada menos que a Francia” (Beck,
2004, p. 39). Las letras de este cantante eran bien recibidas en países distintos:
Egipto, Israel y hasta en Arabia Saudita. Sus temas fueron traducidos al
hebreo, al turco y al hindi. El dato clave: “Khaled hace música contra la
aragofobia de Occidente”. El autor agrega: “Su figura y su música son buena
muestra de que la globalización no debe ser nunca una vía de sentido único,
sino que, antes bien, puede dotar a distintas culturas musicales regionales de
una audiencia y una significación planetarias”.
Miriam
Makeba cantando Khabuleza en Europa a
mediados de los ‘60 es una de las muestras de aquel comentario, como lo fue la
presentación de Rodriguez en Australia a fines de los ‘70, o como en la década
del ‘80 fue el caso de Luca Prodan en Argentina. Un italiano ignoto educado en
Escocia que, escapando de una adición a la heroína, luego viaja desde Londres
hacia Córdoba, ahí compone unas cuantas canciones en inglés, forma un grupo de
amigos, trae músicas como el reggae, que influyen sobre la cultura rock de
Buenos Aires y que antes de su muerte terminará cantando: “Hombre sentado ahí, con
su botella de Resero,/ los bares tristes, vacíos ya, por la clausura del
Abasto”. Acaso el conjunto de estas consideraciones sea un antídoto contra cualquier nacionalismo que se auto-percibe inmaculado y puro en su
concepción, como si en su origen no hubiera habido préstamos, copias,
traducciones. En fin: cultura(s) de costa a costa.
Referencias
- Beck, Ulrich. ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Buenos Aires: Paidós Estado y Sociedad, 2004.
- Fulcher, James. El capitalismo: una breve introducción. Madrid: Alianza, 2009.
- Gentili, Ana María. El león y el cazador: historia del África Subsahariana. Buenos Aires: CLACSO, 2012.
- Hobsbawn, Eric. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica, 1998.
- Hopkins, Pat. Vöelvry: the movement that rocked South Africa. Cape Town: Zebra Press, 2006.
- "Las Naciones Unidas contra el apartheid", en El Correo de la UNESCO. Apartheid: Crónica de un fin anunciado, febrero 1992, año XLV, Director: Bahgat Elnadi. Jefe de redacción: Adel Rifaat.
- Lefort, René. “Prefacio”, Sudáfrica: historia de una crisis. México: Siglo XXI, 1986.
- Lessing, Lawrence. Por una cultura libre. Madrid: Traficante de sueños, 2005.
- Paton, Alan. “Los efectos del apartheid en la cultura”, en El Correo de la UNESCO: Apartheid, marzo 1967, año XX, Director y Jefe de Redacción: Sandy Koffler. Subjefe de Redacción: René Caloz.
- Ross, Robert. Historia de Sudáfrica. Madrid: Ediciones Akal, 2006.
- Roszak, Theodore. El nacimiento de una contracultura: reflexiones sobre la sociedad tecnocrática y su oposición juvenil. Barcelona: Editorial Kairós, 1981.
- Searching for sugarman, [película]. Dirección de Malik Bendjelloul. Suecia, Reino Unido, Estados Unidos, 2012, 101 minutos.
- Serrano Tazón, Santiago. Apartheid y Estado: desigualdad ante la ley y fragmentación de la población y el territorio.Tesis doctoral, Zaragoza: Universidad de Zaragoza, 2008.
- Segal, Robert. “Muerte a las ideas”, en El Correo de la UNESCO: Apartheid,marzo 1967, año XX, Director y Jefe de Redacción: Sandy Koffler. Subjefe de Redacción: René Caloz.
- UNESCO. Apartheid, its effects on education, science, culture and information. Paris: United Nations, 1967b.
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