El día 6 de noviembre, Paren de Fumigarnos organizó una charla-debate sobre la futura Ley de Agroquímicos en el auditorio de AMSAFE. El día anterior, trabajadores de Monsanto habían estado en la Facultuad de Ingeniería Química (UNL), proponiéndoles becas y ofertas laborales a los estudiantes universitarios. En la misma institución, participaron de otra charla activistas como Sofía Gatica y Eduardo Quispe. Esta crónica es un tejido de voces.
Peor es nada
—Muchos hablan mal de los políticos
—dijo el diputado Tessa—, pero cuando los políticos escuchamos, receptamos e
intentamos resolver, y es lo que está pasando acá...
—Hay peores que los políticos
—interrumpió Bertero, sonriendo por lo bajo y casi fuera de micrófono.
—Sí, hay muchos, por supuesto. Hay peores que los políticos, sin duda. Pero nosotros tenemos la obligación de responderle al pueblo: a todos los que nos votaron y a los que queremos que nos vuelvan a votar. Si uno no tiene la capacidad de escuchar a quienes lo llevaron a un lugar, es probable que no tenga la posibilidad de volver a plantear las mismas cosas que planteó cuando mintió, ¿no? Porque si uno no lo cumplió, mintió.
Este diálogo se oía en el auditorio de
AMSAFE. Tarde de miércoles. Un trío legislativo intentaba persuadir a su público
con exposiciones que demostraban el conocimiento del problema, el
compromiso asumido como representantes, las concesiones convenientes
para que las palabras escritas sean aceptadas por el conjunto político. Transcurrían los minutos y cada quien exponía los aspectos centrales
de sus trabajos. Conclusión: éstos serán sintetizados en un único proyecto
que buscará lograr dictamen en las Comisiones de Agricultura y de Medio
Ambiente. Luego, el tratamiento en Asuntos Constitucionales. Luego, a la Cámara
de Diputados para la aprobación. Tiempo disponible: menos de 3 semanas. La
necesidad es que se vote este mes para en 2014 insistir en el Senado.
El lado positivo es que priman coincidencias básicas. Cada proyecto varía en
números, pero converge en medidas. Zonas de resguardo para toda la población y
para las costas de ríos, arroyos, lagunas y humedales. Regulación para la venta y el uso de agroquímicos. Control sobre los envases ya utilizados. Recatalogar la toxicidad del glifosato. El aspecto más controvertido: la fumigación aérea. Junto con Paren de Fumigarnos, Tessa afirma que
esa tarea es incontrolable. En cambio, Bertero no la prohíbe para salvaguardar
las plantaciones de arroz, “que si no es en base a fumigaciones aéreas es
difícil que se puedan hacer estas aplicaciones”.
Respecto
a ese tema, la cuestión que Bertero insinuó como verdadera fue el poder de
lobby que tienen las empresas que realizan esa actividad. El 9 de septiembre
hubo una jornada sobre medioambiente y aeroaplicación de agroquímicos. La
organizaron la firma Agroeventos y la Cámara de Empresas
Agroaéreas. Senadores,
diputados, concejales y funcionarios públicos fueron invitados al aeropuerto de
Sauce Viejo. Según Sandro Peisino, el presidente de la Cámara de
Aeroaplicadores, era para “sacar dudas”, “aclarar algunos mitos” y “completar
alguna información que por ahí no se tiene”. Por ejemplo, que la deriva de las
aplicaciones es controlable. En una entrevista con el programa de televisión Santa Fe Directo, el movilero le
preguntó al lado de un avión cómo surgió la propuesta de esa charla.
—Surgió la idea porque el año pasado estuvimos reunidos en la Comisión de Medio Ambiente con los diputados, acá en Santa Fe. Y bueno, la idea es mostrarles en vivo un avión aero-aplicador trabajando, para darle tranquilidad a ellos de los beneficios de la aviación agrícola y de cómo era una aplicación en la práctica.
—Porque siguen estando en el debate caliente sobre los perjuicios que puede traer la exposición de agroquímicos en la población —le dice Gustavo Sánchez Romero.
—Sí, el comentario de la gente nosotros creemos que es por desconocimiento —razona Peisino—. Entonces, lo que queremos hacer es mostrar y explicar que el avión agrícola es un servicio fundamental para la producción de alimentos. —Da cifras y argumenta—. El 90% del producto que se aplica, se aplica con máquinas terrestres y el 10% restante, que son los productos que se aplican en final de ciclo de los cultivos, cuando los ataques de plagas son muy virulentos y hace falta una respuesta rápida y no destruir el cultivo pisándolo, es el momento de aplicación del avión. Y ahí el avión, contrariamente a todo lo que la gente cree, que el avión aplica glifosato, eh, menos del 5% es lo que se aplica de glifosato con avión. El 95%, 97%, según el año, es aplicando fungicidas, fertilizantes foliares, insecticidas, controles madurativos, todo otro tipo de productos.
Un frente cultural
El 5 de noviembre (a ocho años del rechazo al ALCA) hubo más persuasiones. Avalada por el decano de la Facultad de Ingeniería Química, Monsanto dio una
conferencia para estudiantes que piensan en su futuro profesional. En aquel
establecimiento educativo, la agrupación Martín Fierro armó una charla
crítica: mismo día, mismo horario. Se pretendía disputar discursivamente. La
cuestión más polémica fue que surgió una tercera actividad: hubo una
manifestación y daños materiales. El gran diario local dio la nota y enfatizó
este último hecho: “Insultan y echan de la FIQ a empleados de Monsanto”. Nada consignó sobre los temas compartidos en la jornada
alternativa. Tampoco reseñó algún detalle sobre la charla que, en la
universidad pública, dieron los trabajadores de la empresa. El sábado, diario La Nación publicaría: “Agreden a empleados de Monsanto en la Universidad del Litoral”.
A partir del hecho que subrayaron las publicaciones mediáticas (orales y escritas), la agrupación
estudiantil repudió los incidentes ocurridos. Al día siguiente, se pronunció
contra las agresiones verbales y físicas. Martín
Fierro aclaró en un comunicado: “La verdadera razón por la que realizamos
la charla a la misma hora que la de Monsanto fue un simbolismo para demostrar
nuestra disconformidad con la charla de la empresa. Como organizadores,
asumimos el error de haber programado que las charlas fueran en simultáneo, sin
tomar en consideración los posibles riesgos. Seguramente cometimos errores al
disponer el panel de esta manera, pero nunca se nos cruzó por la cabeza que podían
ocurrir estos hechos. Honestamente no previmos ni nos imaginamos lo que terminó
sucediendo”.
Hay un concepto para pensar la universidad
como una arena de disputa por el sentido. Los frentes
culturales son aquellos espacios en los que, a través de prácticas
discursivas, diferentes grupos o clases luchan por resignificar lugares y
no-lugares de un modo legítimo. Por ejemplo, ¿cuál es la función de una
universidad pública? ¿Para quién generan conocimiento los centros del saber
científico? ¿En función de qué necesidades se basa la educación académica?
Mediante la cultura, se le otorga sentido a la realidad. (La cultura es entendida aquí como la
visión que define el mundo.) Los grupos, en esos frentes
de disputa, construyen significados diferentes de los mismos espacios, en donde se ponen en juego distintos valores, saberes y experiencias de vida. Así,
diversos grupos pueden unirse por una causa común. También lo contrario.
Las variadas
maneras de ver el mundo disputan la legitimidad de cuestiones humanas
esenciales (enfermedad, muerte, alimento, amor, vestimenta, juventud, etc.) que atraviesan a todas las clases. “En los frentes se lucha por la
legitimidad de una cierta forma de definición (visión/definición) de la vida,
básicamente por medio de algún o algunos aspectos o formas culturales
elementalmente humanas. Pero también le damos a la palabra el sentido de
frontera cultural o línea divisoria (bastante poderosa) entre los desniveles de
cultura. Es en los frentes culturales donde efectivamente se tocan, se juntan,
se rozan y se interpenetran culturas de grupos y clases sumamente diferentes”
(Jorge González, Más (+) cultura (s). Ensayos sobre realidades plurales,
Conaculta, México, 1994, p. 84).
El resto es sabido: las
empresas del info-entretenimiento se alimentan de las equivocaciones y no de las
iniciativas vitales. Otra cosa que se sabe: Monsanto es un problema, pero
también es un problema lo que, desde otros sectores de poder, se le permite a
Monsanto. Por consiguiente, este es un enorme desafío a largo plazo para la
política. En esa dirección avanzan las personas de la sociedad civil que salen
de la comodidad y se arriesgan para obtener aciertos y desaciertos. Por otra
parte, los debates tienen que ganarse necesariamente a través de la fuerza del
sentido y no por la imposición de la violencia física. Las batallas culturales se dirimen con los discursos (normas legales,
actividades alternativas, información). La violencia convoca la
violencia.
Asimismo, hay que considerar otro detalle poco mencionado. La injusticia
sostenida en el tiempo inquieta y desespera a quienes la padecen. Genera
impotencia e indigna hasta el límite de la cordura. De hecho, cuando el Estado
garantiza impunidad, uno de los posibles efectos es que la justicia tienda a
tercerizarse. Sin un mediador simbólico efectivo, el resultado puede llegar a
convertirse en el ajusticiamiento por mano propia, aún a sabiendas de que esa
maniobra es incorrecta. Para poner a prueba este enunciado, ayudarán estas
preguntas. ¿Cuántas personas son las que conscientemente están dispuestas a
dejarse matar? ¿Cómo reaccionan ante estas circunstancias quienes tienen poco y
nada que perder? ¿De qué manera enjuiciar sus acciones en el contexto que surgen?
Discursos antagónicos
Luego de la explicación de su compañero Ariel sobre la
cantidad de puestos de trabajo que genera la empresa en este país, Mariano pasa
al frente para exponer su charla técnica. Avanza tocándose la nuca. Tiene
pantalón de vestir beige, cinturón negro, camisa celeste, un poco de panza,
anteojos y una pelada frontal. Se ubica frente a la pantalla con diapositivas,
al mismo tiempo que empieza a hablar ante una veintena de jóvenes
universitarios que ven y escuchan desde sus pupitres, dispuestos en filas
dentro del aula Leloir.
—La idea ahora es mostrarles a grandes rasgos las
operaciones que nosotros tenemos en Zárate, en la Planta de Protección de
Cultivos, en la cual se produce el glifosato, que es el herbicida base para la
producción del Roundup. Está situada en la ciudad de Zárate, en la provincia de Buenos Aires, junto con otras dos plantas de Sao José dos Campos,
en Brasil. Estas son las tres plantas en Sudamérica que producen este
herbicida. En Zárate, Monsanto está desde el año ‘56. En ese momento estaba como
compañía química, haciendo polietileno. Luego, hacia el 2.000 cambia y pasa a
ser una compañía de agronegocios. Desde la planta de Zárate, tenemos exportaciones hacia los países limítrofes
que componen Latinoamérica Sur, como Chile, Paraguay, Uruguay y Bolivia. Y
además, Australia, China, Estados Unidos. —Mariano hace una breve pausa—.Ahora vamos un poco más a lo que hacemos, y
por ahí lo que más les interesa, que es esta parte de Monsanto, conocida para
los Ingenieros Agrónomos, pero no tanto para los Ingenieros Químicos, para los
Licenciados en Química o Ingenieros Industriales.
El empleado dirige su vista hacia la pantalla que
enseña los gráficos.
—Un poco la idea era ver, a muy grandes rasgos, los
distintos tipos de plantas que tenemos en nuestros procesos productivos. Es
para mostrarles el abanico de operaciones unitarias que tenemos en la planta y
en las cuales ustedes, como jóvenes profesionales, van a poder estar en
contacto, desde la resolución diaria de problemas hasta el planteo de nuevos
proyectos y el seguimiento de la calidad de los productos. Nosotros tenemos el
área productiva de la planta de Zárate, que está dividida en tres grandes
áreas. Una primera área, que es el área de obtención del glifosato técnico, a
partir de un glifosato intermedio que importamos desde la unidad de producción
desde Estados Unidos y Brasil. En esta planta, lo que hacemos es una reacción
en la cual transformamos a este glifosato intermedio en glifosato. Y luego,
tenemos dos alternativas para lo que son nuestros dos productos. Uno, que es el
producto formulado Roundup Dry, con ese glifosato, en esa fase
granulada. Y el otro, que es la otra gama de productos, que es nuestro producto
formulado en líquido, Roundup Full II.
Las explicaciones técnicas seguirán durante seis minutos, hasta que gradualmente se escuchen los murmullos y el batir de palmas que irán llegando desde afuera. Después, serán golpes contra la puerta del aula y cánticos futboleros a coro: “Tomala vos, damela a mí, fuera Monsanto del país”. Una vez que estén adentro las manos con carteles que entraron a la fuerza, se escuchará repetidamente “A-se-sinos”. Mientras tanto, en el octógono sigue la otra charla. Cuelga en lo alto un pasacalles: “PROGRESAR ES PONER LA TECNOLOGÍA / AL SERVICO DEL PUEBLO”. Abajo, el panel de personas invitadas que, como el docente Oscar Vallejos (FICH), el doctor Roberto Pozzo (INTEC-UNL y CONICET), el periodista Ricardo Serruya, aportaron desmentidas sobre el modelo de producción agroindustrial: sus consecuencias en la salud y en el ambiente. Pasado el mediodía del martes, también se habló allí de otros modos para generar alimentos. (Algunas verduras se exhibían sobre una mesa de madera.)
Aquel panel se integró por quienes resisten y, a la
vez, crean, buscan, avanzan, como la gente del colectivo eco-femenino La Verdecita o como la feria familiar Desvío a la raíz. Lo cierto es que esta
charla nunca se interrumpió para ingresar y avasallar a la otra que se daba en
el aula Leloir. El enfrentamiento informativo fue a distancia. La persuasión
fue en el mismo ámbito académico, tratando de esgrimir sentidos contrapuestos
en una institución científica. En ese marco, hablaron las personas que tienen una postura crítica frente al modelo extractivo, entre ellas Sofía Gatica, una de las referentes de las Madres de Ituzaingó, que, como tantas
otras, son las mujeres emblemáticas de este siglo. Ella participó del escrache, acompañando
a defensores del ambiente natural y a agrupaciones de izquierda. Luego de ese
hecho, sentada frente al público del octógono, argumentó su postura.
—Compañeros,
la historia la hacemos nosotros —dijo Sofía—. Y así como sacamos a patadas a
Monsanto recién del segundo piso, así lo vamos a sacar de Malvinas Argentinas.
—Se escucharon los aplausos—. Donde esté Monsanto, ahí tenemos que estar y
sacarlos a patadas. Y ustedes me van a decir "¿por qué?" Yo les voy a contar
qué nos ha pasado a nosotros. Nuestro barrio está contaminado. Nuestro barrio
fue uno de los primeros barrios que nos dijeron que era inhabitable. Tenemos el
33% de la población con cáncer. El 80% de los niños con agroquímicos en sangre. Hay
niñitos que están naciendo sin el maxilar. Hay niñitos que están naciendo sin el cráneo completo. Chiquitos con seis dedos. Chiquitos que tienen
malformación de riñón. Madres y padres con leucemia. Tenemos más de 300 casos de
leucemias y madres que tienen cáncer de mama, de intestinos; de riñón, los
padres. Se han internado todos en la población. No podemos sostener esto. A
nosotros nos han entregado los niñitos en cajones blancos. Y ustedes me van a
decir "¿es así?"’ Yo les digo que sí. Nosotros estamos padeciendo las
consecuencias de este modelo sojero que se ha instalado en Argentina. Yo tengo
una hija fallecida con malformación. Y así como a mí me entregaron mi hija, a
muchos de mis vecinos. Por eso nosotros estamos acá: se nos está muriendo la
gente, se nos están enfermando.
Desde el 19 de septiembre, ella participa del acampe pacífico que se hace en Córdoba para detener un emprendimiento de Monsanto en la localidad de Malvinas Argentinas. Ahí se intenta construir la planta más grande de Sudamérica. Tendrá 240 silos que albergarán semillas transgénicas de maíz (INTACTA) para agro-combustibles. Esto cuenta con el consentimiento de los gobiernos nacional, provincial y municipal. Pero el permiso para seguir con este proyecto se discute en la justicia cordobesa, ya que aún no se presentó el estudio de impacto ambiental. Sofía describió cómo bloquean el ingreso de camiones que llevan materiales para construir esa planta. El 30 de septiembre sufrió las agresiones de la policía: se puso casi debajo de uno de los vehículos para impedir el avance. Prefiere morir aplastada antes que dejarse matar. Eduardo Quispe la acompañó en este viaje: vestía de jeans, gorra beige y remera blanca con la inscripción de la asamblea “Malvinas Lucha por la Vida”. Dio detalles sobre ese acampe decisivo.
—Me voy explayar un poquito en lo que es el bloqueo
—anunció Eduardo—. En el bloqueo no tenemos baños, no tenemos heladeras, no hay
Internet. Las condiciones son infrahumanas. No tenemos agua. Todas las
comodidades del modernismo se acabaron ahí. Nosotros estamos en una era
primaria del hombre. Nosotros estamos bajo las inferencias climáticas. Los
trescientos días del año sopla viento, teniendo en cuenta, además, que las 30
hectáreas en las cuales estamos cubriendo este gran predio de la empresa antes
han sido suelo de producción de soja. Por lo tanto, es tierra envenenada, y
toda esa tierra va hacia los acampistas. Es por ello que las diversas patologías
que van surgiendo las vamos atendiendo en la coyuntura. En esas condiciones
estamos poniéndole freno a la multinacional más grande del mundo.
Otro ejercicio democrático
La charla inició a las 18 y duró tres horas, con
debate incluido. Inés Bertero (FPCyS) expuso un proyecto similar al que se aprobó en 2010 y que el Senado dejó caer en
2012. Tiene cambios. La regulación alcanza a la poscosecha: “En
el caso de las fumigaciones, se prohíben las fumigaciones de vagones y de
camiones con productos fitosanitarios o con productos cuya venta está
prohibida, como por ejemplo el fosfuro de aluminio, el fosfuro de magnesio, la
fosfina y el bromuro de metilo. Y se introduce en uno de los artículos el
consentimiento previo informado. O sea, el derecho que tienen las personas, en
este caso, choferes, camioneros o quienes tienen que transportar estas
sustancias, de saber de qué manera han sido tratadas por parte de los acopios y
de los almacenajes de granos. Este es un avance”.
Aliza Damiani (FPV) leyó su
proyecto, pero antes describió: “Me encuentro trabajando en Villa Constitución y en la zona de Alvear. Ahí tenemos todo tipo de dificultades, gente muy
contaminada y enferma. En algún momento, estuve pasando por Carcarañá y en
distintos lugares donde uno va verificando la gravedad de esta situación. A
raíz de esto, uno se moviliza a ver qué es lo que se puede hacer. Porque cuando uno ve chiquitos inflamados y adultos
enfermos es desesperante. En Villa Gobernador Gálvez fumigan como quieren y
como venga y que pase lo que tenga que pasar”. Avanzada la charla, relató el
diálogo que tuvo con alguien durante la conferencia que se hizo el 11 de
octubre de 2012 en la Legislatura. Le
mencionó la falta de regulaciones: “yo, como ingeniero agrónomo, hago lo que quiero,
pongo la fórmula que quiero, no viene nadie a controlarme lo que hago”.
Acto seguido, la diputada contó: “A la
Comisión de Medio Ambiente, también vino la gente que maneja los aviones para
explicarnos realmente cómo era, que ellos tenían cuidado con el viento, que
tenían hijos y que no estaban contaminados. También trajeron su médico, el cual
decía que el glifosato no hacía absolutamente nada... Y ante la gente que a mí
me vino a ver, reclamándome sobre estas cuestiones, esa no es la realidad. Porque
tienen que ir al médico fuera de la zona, porque los médicos del lugar no se
quieren comprometer. Tienen miedo. Han hecho denuncias penales y abogados que
los representan se encuentran en bares y no en su oficina. Y tienen los celulares pinchados. Estamos hablando de algo sumamente delicado, como cuando visité
Carcarañá y me enteré que había personas que eran amenazadas y corridas con
coches para ser arrolladas”.
José Tessa (Nuevo Encuentro-FPV) hizo
hincapié en los consensos y amplió el tema: “Esto hay que pensarlo en otros
términos. Hay que pensarlo en términos de un modelo agrícola diferente. Un
modelo agrícola agroecológico que tiene que estar promovido, que tiene que
estar subsidiado, que tiene que estar impulsado por parte del Estado. Si todos
criticamos, por ahí con cierta liviandad, el modelo productivo... Yo estoy de
acuerdo, el modelo productivo no es el mejor para la Argentina, por diversas
razones que a lo mejor hoy no vienen al caso discutir. Pero para modificar un
modelo productivo que está sosteniendo la economía del país tenés que pensar
varias cositas antes de avanzar sobre eso. Por eso digo: tomémoslo en los
términos de lo que se puede hoy y vemos cómo se puede ir modificando en el
futuro”.
El diputado expuso los intereses que,
según él, tienen que compatibilizarse en el conflicto: “el interés de los
productores, que no son nuestros enemigos ni mucho menos; el interés de la
salud humana, que prevalece sobre el resto, pero también tiene que haber una
participación del Estado, viendo cómo se pueden ir generando las condiciones
para que ninguno de los involucrados vea perjudicada su situación. Que podamos
preservar la salud y que podamos preservar, de alguna manera, la rentabilidad
del productor que vive de su trabajo. Hay gente que tiene 40,50, 200 hectáreas
de las cuales viven y que están alrededor de los pueblos. Eso también hay que
pensarlo cómo lo resolvemos”.
Terminadas las exposiciones, la
palabra cambió de lado: representados le hablaron a representantes. Se oyeron las limitaciones de unos y las necesidades de otros. Era preferible la
incertidumbre para no caer en la certeza de que el futuro proyecto se
desestimará en la otra Cámara o de que las luchas seguirán con el cumplimiento
de las disposiciones legislativas. La palabra de los diputados le sonó
redundante al público, porque el auditorio estaba compuesto por organizaciones
que resisten contra las consecuencias de la producción industrial, por quienes
la padecen o por quienes han asistido a varias charlas. Así que eran caras que
se conocían, pero los legisladores hablaban desde cero. Al iniciar el debate,
se confirmó que las personas presentes, más que explicaciones, querían pronto
tratamiento de una ley. Hubo varias participaciones moderadas por José Testoni.
Aquí se reescriben algunas.
Roberto Sacchi, un ciudadano de San José de
la Esquina, fue el primero en expresarse: “No he escuchado nada nuevo. Es
cierto lo que han dicho: en algunos pueblos se hace algo y en otros no se hace
nada. Pero lo de los metros es un simple paliativo. El tema es decirle no a la
fumigación y no a los transgénicos, porque igual sigue habiendo violaciones a
las normas”. Respecto a las pulverizaciones aéreas preguntó: “¿quién va ir a la
cinco de la mañana a ver lo que tira el avión fumigador?” Describió que los
recipientes se arrojan en veredas, balnearios y canales. Siguen contaminado el
ambiente como residuos tóxicos. En los pueblos existe poco conocimiento sobre
la peligrosidad de los envases que contuvieron agroquímicos y hay gente que los
carga con agua para beber. “Todos sabemos qué hay que hacer, pero ¿qué se está
haciendo?”, fue la última pregunta de su intervención.
Horacio Brignone, de Vecinos autoconvocados de María Juana, coincidió con algunos
aspectos: “La fumigación aérea es incontrolable y
muy peligrosa, porque hasta en la Antártida se encontraron restos de
agroquímicos”. Aclaró que la propuesta del sector enviada a la Legislatura es
“una ley votable, no la mejor, sino la que sabemos que se puede aprobar”. Una que
no afecte tantos intereses como para que quede en la pretensión de lo que debe
ser. Así que otro planteo traído a cuenta fue “¿cómo promediar salud y
producción?”, en este
contexto donde el poder se entrecruza con intereses económicos y figuras
políticas. La lógica indica que la primera es
irrenunciable, pero en la realidad concreta nada es tan fácil. Por último,
recordó el tratamiento de
leyes en situaciones de emergencia. “Hoy estamos en una emergencia, si hay voluntad se puede tratar una
ley con consenso”, opinó.
Fernando Albrecht,
representante de Vecinos autoconvocados
de Hersilia y Ceres, compartió la experiencia de la ordenanza 1712 que lograron
en su pueblo. Enumeró cuáles fueron los cambios que notaron con la
implementación de la norma que limita aspectos vinculados a venta, transporte,
almacenamiento y fumigación. “Desde 2011, no hay más abortos ni nacimientos con
malformaciones”, explicó, ya que se prohibió fumigar a distancias cercanas a
las viviendas. Reconoció que ya “hay conciencia en la gente de Hersilia”. En este sentido, comentó el alcance de la ordenanza: “No se avanza
grandemente, pero nos protege un poco más y ningún productor se fundió”. Al
contrario, percibe que, con las plantaciones de alfalfa, crece la mano de
obra, puesto que los trabajadores rurales tienen que pasar más tiempo en el
campo para llevar a cabo las actividades productivas. También el arrendamiento de los terrenos se
abarató: ya no se ofrecen a precio soja.
Armando Bustos, de Fortín Charrúa, apareció para vincular el tema de la soja y los
agrotóxicos con los desalojos campesinos que se vienen dando en Santa Fe. Este año la plaza 25 de Mayo volvió a recibir a los que, luego de reglamentada la ley
13.334, acamparon para reclamar visiblemente. “JUSTICIA PARA LOS
DESALOJADOS” fue el mensaje que trató de persuadir a los
transeúntes para que se acercaran a conocer el planteo de los Campesinos Agrupados del Norte. Churrinche contó la anécdota de cuando le fumigaron
50 hectáreas de sorgo que había sembrado. El avión pasó sobre su casa y los que
vivían ahí terminaron enfermos, con dolores de cabeza y diarreas. “El tema de
los desalojos es el problema principal: queremos que la gente del campo se
quede en el campo”, afirmó desde las últimas filas del auditorio. También narró
cómo son desplazados violentamente para que las tierras de los Bajos
Submeridionales sean ocupadas con plantaciones transgénicas.
Domingo Rodríguez,
del Foro de Agricultura Familiar, cerró con un parlamento que pasó de la
convicción a la tristeza, porque la toxicidad de los agroquímicos mató a una
de sus hijas. “La cultura en las universidades se aprende
muy bien, pero hay que aprender la otra: la cultura de la gente”, afirmó. “En
las universidades ligadas a Monsanto no les enseñaron más que echar veneno y
poner la semilla para la siembra directa”, opinó enérgico. De esta manera
señaló que “los menos cultos” pueden enseñarles cómo cultivar de un modo que
resguarde la salud humana y el ambiente. “No producen agro-ecológicamente
porque no saben”, sostuvo con ironía. Estableció así una diferencia entre dos
procedimientos: el científico y el de la cultura de la tierra. Aseguró que es
posible obtener alimentos y los mismos rindes de una manera alternativa. O
mejor dicho: como lo hizo la humanidad desde que descubrió la agricultura y dejó de ser nómade para organizarse en ciudades.
En fin, estas fueron algunas voces que participaron del debate. Y
mientras se discutía en las redes sociales si el vidrio de una puerta se había
roto, mientras se discutía si los empleados de una corporación habían sido escupidos, mientras se discutía si correspondía entrar
(o no) a la fuerza en una charla empresarial en una facultad pública, mientras
se discutía partiendo del enfoque publicado por el gran diario santafesino, en
otro espacio de la ciudad se narraba cómo
algunos pobladores tuvieron que recurrir a la violencia como respuesta última
para mantener alejados a los aviones fumigadores que arrojan veneno sobre sus
cabezas. Algunos sólo a escopetazos lograron disuadir a los que pasaban por
encima del pueblo. Y también se ha visto un hacha incrustada en un mosquito.
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