Apuntes breves a partir de una observación continua sobre los cambios que se fueron dando en la ciudad. Las fachadas de las casas de algunos barrios se fueron modificando con el paso del tiempo. Aparecen portones, rejas, bardas, perros que ladran desde el interior a cualquiera que transita por la calle.
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Rescato estos apuntes de una actividad involuntaria: haber recorrido durante seis años las mismas manzanas de los mismos barrios una vez por mes. De ese mirar reiterado, una tendencia resalta. Las fachadas de varios domicilios fueron modificándose. Muchas se verían iguales, si no fuera por un detalle evidente. Rejas y mallas de acero se agregaron al frente de los hogares. El sendero que guiaba hasta la puerta está vedado al paso. Las edificaciones se ven a través de esa geometría que las antecede. Cilindros. Cuadrados. Rombos. Los barrotes son un objeto carcelario, aunque luzcan más estéticos que las puntas de vidrios cortados y puestos sobre el borde de los muros.
Lo anterior acentúa las
consideraciones de Ezequiel Martínez Estrada sobre la ciudad como trampa. “Me
es fácil pensar que todos estamos presos, aunque el guardián haya desaparecido
hace años o siglos. Nos encerró a todos y se fue, o se murió. Hizo la ciudad y
nos metió dentro con la consigna de que no nos marchásemos hasta que volviese.
Después se olvidó él de venir y nosotros de irnos” (La cabeza de Goliat, Buenos Aires, Sol 90, 2001, p.51). Cárcel
invertida, celdas custodiadas, pequeñas fortalezas. Esas refacciones ilustran el razonamiento
popular de José Larralde, recitado en El alegre canto de los pájaros tristes (1986). “El que pasa lista todas la mañanas dice que a
los pájaros sueltos se los comen los gatos. Entonces, yo pienso que a los gatos
sueltos los matan los perros, a los perros sueltos los aplastan los autos, a
los autos sueltos se los llevan los chorros, y a los chorros sueltos…”
El enrejado se impone. En ciertos
negocios esa coraza es
distintiva. En estos casos, se complementa con animales. Es como si las rejas y los perros
fueran un combo. Para constatarlo, basta con recorrer las calles del lado oeste
de la ciudad, sobre todo la zona de provincias (La Rioja, Río Negro,
Chubut, Santiago del Estero). En las edificaciones renovadas, no suenan
timbres, suenan perros. Los primeros quedaron fuera del alcance de la mano.
Los segundos, peligrosamente cerca. Encerrados, los cuadrúpedos torean hasta
hacer vibrar el cuerpo del caminante que pasa por la vereda. Ante cualquier
gesto, se enardece la hostilidad canina. La reja es un límite. La reja
pone distancia. Pero la reja es insuficiente y, por ese motivo, ellos la
custodian. No es el animal en su función doméstica. Es el guardián. En alguna cuadra de tierra, el coro de la jauría rompe la calma de
cualquier tarde.
“No es de acá, cuida la cuadra”,
aclarara un anciano desde una reposera, mientras el can persigue y arremete
contra el peatón asustado. (Con esa frase, el hombre se desentiende de
cualquier responsabilidad.) Desplazados de rol, los perros sólo distinguen
entre conocidos y desconocidos. Quien pretenda vulnerarlos lo
hará a la noche con tácticas desleales. Los demás son indefensos blancos
móviles. Así las cosas, el perro es el mejor amigo para unos, y para otros es
un enemigo potencial. Las personas dejan sueltos a sus animales agresivos y
faltan controles sobre ellos. ¿Quién no fue perseguido por uno o varios? En
bicicleta, es fácil escapar de los colmillos que intentan alcanzar los talones.
En cambio, si sólo se cuenta con el par de pies, es mejor limitar los
movimientos a la tarea evasiva. Ahí es cuando se piensa una idea menos ingenua con
respecto a los perros.
Por supuesto, aún existe el fiel compañero
que retribuye cariño. De todos modos, el amigo callejero es un
ejemplar infrecuente. Los tramos de algunas calles pueden llegar a calificarse
de poco transitables, tanto por el bullicio de la jauría como por otros
factores. Hay perros que acatan las órdenes de sus dueños, pero otros
desobedecen. El resto ni siquiera tiene una voz de autoridad que los guíe. La
contracara del tema es este uso que las personas les dan a las mascotas.
Hay casas que tienen encerrados a dos, tres, cuatro y más. Los
menos libres golpean contra la chapa de los portones o rasguñan las puertas de
aluminio. Están apresados en ese rol demandante de esta sociedad. Algunos ignoran
el más allá del hierro, como si éste fuera una barrera infranqueable y como si
les bastara el dominio de ese territorio mínimo.
Santo Tomé, 28 de febrero de 2013.