Este 5 de octubre, en el Centro Cultural 12 de septiembre, el grupo La Fraternal, dirigido por Adriana Cervilla, interpretó Las d’ enfrente. El encuentro duró dos horas porque, además de la puesta en escena, se homenajeó a Carlos Valinotti. Hubo palabras en memoria del artista y una proyección de fotos a manera de biografía visual. El espectáculo fue en el marco de la propuesta Los viernes...al teatro, organizada por el municipio con entradas de $25.
Cambio de rumbo
La luz apagada ya era una mala señal. Porque, cuando se va a algún sitio y falta la iluminación, la primera frase que asoma es: “uhm, caramba, algo pasó”. Y eso ya se advierte desde lejos, como cuando se llega a la propia casa y se ve algo distinto pero sin saber bien todavía de qué se trata. “Función suspendida”, avisaba un cartel al otro lado del vidrio oscuro de la sala cultural ubicada en 25 de mayo 1774. La referencia era al ciclo Los cuentos del horizonte, que recién tendrá su próxima presentación el 9 de noviembre y estará a cargo de Luis Martínez. De modo que esa noche marcaba un cambio de rumbo. Sólo quedaba transitar en busca de otra oralidad nocturna.
Al rato, un afiche sobre la vereda de esa misma calle, frente al Centro Cultural, interrumpió la cavilación acerca del curioso hecho de que en esta ciudad se ven transitar más automóviles que personas. La imagen a color informaba que un grupo de teatro interpretaría Las d’ enfrente, de Federico Mertens, el 5/10 a las 21. La función era ese mismo día y dentro de una hora. Mejor que esperar un mes. Había tiempo de apuntar notas para un próximo artículo. (La ciudad muestra siempre sus gestos teatrales involuntarios.) En esa circunstancia de vagabundeo, la idea de contar con una de las patinetas de los pibes que jugaban por esas horas en la plaza llegó a la mente más como una tentación que como un deseo.
Teatralidad urbana
A la espontánea teatralidad urbana es posible verla hasta en los maniquíes de las distintas tiendas de la avenida 7 de marzo. Algunos sin cabeza. Otros con cabeza y sin rostro. Pero en los que tienen cabeza y un rostro pintado se ven las expresiones desafiantes, tristes o cancheras, incluso la de aquellos que, imperturbables, transmiten “¿qué hago yo acá?” (Nota al margen: ¿no seduce la probabilidad de concebir que, impregnados en esas caras, están incluidos los sentimientos de quienes los confeccionan?) Lo seguro es que esos cuerpos son la antípoda de las formas de bronce que, con vestimentas anacrónicas, suelen representar a personalidades destacadas de la historia. Los maniquíes anónimos, hechos de un material menos solemne, trabajan todo el tiempo en las vidrieras, con vestimentas a la moda.
Cerca de esos ejemplares se encuentran las personas que, con la mirada alta, caminan en el mismo lugar hacia ninguna parte, detrás de la amplia vidriera de un gimnasio. Son el contrapunto de los que, con la mirada baja, no desatienden el celular sino al límite del cruce de una esquina. Ciclistas que atraviesan esta noche húmeda parecen los más sensatos, a pesar de las condiciones climáticas. Es que, en el centro, aún son imperceptibles los síntomas de la tormenta. Cerca del río, en cambio, los refucilos y el viento ya la adelantan y confirman el alerta meteorológico. Son las 20.50. Conviene regresar al punto de partida. Ahí, la gente habla en grupos y reconoce a conocidos en cartel. Algunas gotas hacen recordar la fugaz lluvia de esa misma tarde. Así que una señora se aleja de la charla para dar aviso por teléfono. Quiere que, en su casa, le cierren la ventana de la pieza porque la tormenta ya se viene. Pero quizás eso no haga falta. Esta vez, la noche perdonará.
Costumbres de ayer y hoy
El ingreso a la sala fue a las 9.10. Dos largas telas rojas cubrían las filas laterales: estrategia para aglutinar a los espectadores en las butacas del centro, que iban siendo ocupadas, al frente y al medio, por adultos, abuelos y algunos jóvenes. (“–¿Estas vacías están reservadas? –No. –¡Mirtha, vení, vení que acá hay!”) La obra comenzó luego de una breve mención de Florencia Valinotti para anunciar que la misma actuación sería parte del homenaje a su padre. Acaso no esté de más agregar que a los homenajes, que hoy ya son un género televisivo, sólo lo reciben ciertas personas. Esos actos celebrados en honor de alguien implican una determinada moral de ese alguien. Eso es lo que sostiene el recuerdo de una persona y de su trabajo existencial. Los otros tributos que se le parecen son meras excusas para reivindicar sentimientos bajos.
Las d’ enfrente es un relato de humorismo constante y de entretenidas escenas. Un español diría que es una historia de “culo veo, culo quiero”. Porque si de describir costumbres se trata, las que se registran son, sobre todo, las malas costumbres. Así pues, el punto de partida es una madre que se desvive por imitar cada una de las acciones de las vecinas de enfrente para no ser menos. Doña Dorotea (personificada en este caso por María Inés Fernández) sostiene los vínculos entre los personajes del marido, el hijo, las hijas, el pretendiente y la informante barrial. La escenografía es el comedor de la casa del almacenero Don Pietro. Los espectadores miraron por esa ventana del teatro aquella miradas hacia la casa vecina. El lector apurado podrá sugerir que, frente a los cambios sociales vividos de un tiempo a esta parte, ese marco por el que se mira se oxidó.
Cierto es que esa obra se ubica a principios del siglo XX, en una Argentina que muestra la heterogeneidad cultural surgida con las inmigraciones, en su mayoría de españoles e italianos. También, que el costumbrismo observa lo que rodea para pasar de la experiencia a lo general y para reírse frente al espejo. El eje de su crítica humorística es el comportamiento humano en sus rasgos más defectuosos. Pincelada de un momento que fija una imagen de la realidad social. Por lo tanto, si es una pintura de época propia de un país, algunos colores pierden su intensidad, pero persiste el relieve de la forma trazada, puesto que hay mañas que son a prueba del tiempo y del espacio. De ahí la vigencia de artículos periodísticos como Don Timoteo, de Larra, o de cuentos como Una estufa para Matías Goldoni, de Abelardo Castillo.
Último acto
Durante ese viernes, la obra se encargó de las risas, mientras que los aplausos se repartieron en cada uno de los tres actos y al final de las palabras de personas que conocieron al actor. La emoción dejó lágrimas en quienes lo recordaron ante el micrófono de la sala. Al término de la función, el aplauso fue de pie para los intérpretes. Un elenco formado por los alumnos de Valinotti, que pertenecen a La Fraternal. Las mujeres: María Fernández, Stella Maris Marroni, Anabel Girod, Paula Rodríguez, Delia Renk. Los hombres: Reinaldo Montú, Javier Godoy, Mariano Córdoba, Enrique Rodríguez. Dirigirlos fue la última tarea teatral del santafesino que murió en agosto de este año a causa de una cardiopatía. Adriana Cervilla fue la encargada de presentar lo que el director venía trabajando sobre tablas.
Cerca de las 23, después de los obsequios de miembros del grupo teatral Fénix, de la localidad de Franck, se proyectó una serie de fotos que armó la familia del artista. Fue una especie de biografía visual con ese misterio que cargan las fotografías. Inició con el gráfico de la entrada para que así comenzará la retrospectiva. Aparecieron imágenes familiares y artísticas, íntimas y públicas, que fueron ganando color en el lapso de minutos que hacían de años. Algunas, debido a esas ventajas de la tecnología, enseñaban la fecha del instante mostrado. La voz de Gardel y dos temas de Sui Géneris musicalizaron esa proyección sobre la pantalla de cine que, con el telón abierto, ubicó de nuevo a Carlos Valinotti en el centro de la escena.
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