Sobre otro film apocalíptico

 
 Esta es la parte complementaria del ensayo dedicado a los relatos apocalípticos en el contexto actual. La nueva entrega examina la película The road (La carretera). Es ésta una historia directa que, al repasarla con detenimiento, permite retomar planteos fundamentales del ser humano y de su existencia en el mundo. El siguiente artículo sugiere algunas lecturas que derivan del film y lo compara con otros clásicos que también muestran un escenario post-apocalíptico


En esta carretera no hay interlocutores de 
Dios. Se han ido y me han dejado aquí solo 
y se han llevado consigo el mundo. Duda: 
¿En qué difiere el nunca será de lo que nunca fue?
                                           McCarthy, La carretera.



Estos apuntes podrían considerarse un breve anexo de Relatos apocalípticos. En ese micro ensayo, el tema eran los relatos sobre el fin (de una etapa, de una época, del mundo). El término “apocalíptico” era examinado en sus diferentes acepciones, sobre todo la que refiere a aquello que, con un trasfondo de espanto, implica amenaza, exterminio o devastación. Aquel trabajo, antes que novedades, intentaba situarse en medio de la marejada. Ningún autor citado funcionaba como narcótico. La mera expedición subjetiva invitaba a sumergir la cabeza en el pesimismo profundo para luego volver a la superficie. ¿Había algún puerto seguro? La memoria universal conserva aún personajes que en sus travesías enfrentaron tempestades. Si les faltaba tierra firme, pensaban en su hogar. Si ya no quedaba en pie esa región conocida, debían comenzar de nuevo en un escenario devastado... disponible para habitar y construir.


 El punto de partida

Estrenada en 2009, la película The road, del director John Hillcoat, soporta algunas lecturas inquietantes, porque plantea la existencia humana en condiciones límites (devastación del mundo, ruptura del orden social, escasez de recursos). La trama se cuenta como si fuera un diario personal. Los protagonistas son un padre (Mortensen) y su hijo (Smit-McPhee). A pesar de que el relato usa retrospectivas, no se informa de manera precisa cómo se llegó al escenario post-apocalíptico, aunque es posible inferirlo. El narrador cuenta que fue “un prolongado destello que causó muchos desastres”. Jean Bottéro explica que los mesopotámicos, para describir el deslumbramiento y el terror que le causaban sus dioses, definieron un resplandor divino al que nombraron melammu, término compuesto por las palabras “poder” e “incandescente”. Aquella fuente de luz, maravillosa y terrible al mismo tiempo, era la que irradiaban las divinidades antropomórficas. Esa “luminosidad prodigiosa” podía ahuyentar y hasta arrojar a los hombres al suelo, cuando estos tenían en frente a un dios. ¿A qué viene esta imagen religiosa y poética?

Si el hombre moderno a través de la técnica se deifica (lo sugiere Freud), el destello del armamento atómico podría concebirse como la manifestación de su poder (bélico). Sería la cumbre de su potencia, con la que, paradójicamente, se atemoriza a sí mismo. Sabido es que al ser humano le fascina cavilar sobre su potencial autodestructivo, pero también lo obstina la idea de sobrevivir. Acerca del tema, abundan películas y libros. (La saga española Apocalipsis Z es el aviso más reciente: la novela narra en clave de género cómo una pandemia causa la hecatombe global.) Es que para un film post-apocalíptico se necesita poco. Basta con sitios que muestren residuos de civilización. Basta con ropa andrajosa, trastos, chapas, arena, polvo, paisaje desolado. Basta con personajes sostenidos por la inventiva y un guión atrayente. Con esto, incluso resulta la historia de un muchacho que puede comunicarse con su perro y que, juntos, vagan por el desierto de Arizona. A boy and his dog (Jones, 1975) presenta el escenario post bélico de una Cuarta Guerra Mundial, la cual duró cinco días y culminó por el estallido de varios misiles atómicos. Resultado: dominan las necesidades primarias (saciar el hambre y satisfacer el deseo sexual) en los sobrevivientes que vagan por la superficie del planeta.

Al igual que aquella película de culto, la dirigida por el australiano Hillcoat es la adaptación de una novela de pluma estadounidense (en la primera se trata de Harlan Ellison). Esta obra cinematográfica (a la que conviene no aplicarle adjetivos categóricos) presenta escenas que funcionan como planteos frente a situaciones límite. Asimismo, su particularidad es que a diferencia de sagas del género de ciencia ficción como Terminator o Matrix (ambas historias tienen “líderes” de la resistencia o “salvadores” de la humanidad), donde los seres humanos disputan su futuro contra las máquinas, en The road los humanos batallan contra los humanos. Por lo tanto, el panorama de destrucción que se vive es diferente. La naturaleza devastada por la propia raza es el decorado para los enfrentamientos entre personas. La lucha ya no es contra la naturaleza, sino contra los humanos. Esa es la cuestión. Víctimas de las consecuencias de la razón instrumental (concepto fraguado por Adorno y Horkheimer), aquellos viven en el estado de naturaleza imaginado por Thomas Hobbes.

  Regreso a lo primitivo

 Según Hobbes, aquel estado es anterior a la organización social. Por consiguiente, sin leyes compartidas ni poder de autoridad en común, los individuos “viven sin otra seguridad que la que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva”. En tales condiciones de existencia, se da una guerra civil de todos contra todos. Lo que prima es “miedo continuo y peligro de muerte violenta”. El otro es siempre un enemigo que puede tomar lo que pretenda, si así lo desea, ya que nadie lo sancionará con la aplicación de una norma legal. De este modo, la vida es solitaria, pobre, brutal y breve. ¿Por qué? Porque para Hobbes el derecho de naturaleza es la libertad de usar el poder individual para garantizar la auto conservación. (Demás está aclarar que Hobbes concibe al humano como un ser egoísta y mezquino.) El autor de Leviatán subraya: “De esta guerra de todo hombre contra todo hombre, es también consecuencia que nada puede ser injusto. Las nociones de bien y mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar. Donde no hay poder común, no hay ley. Donde no hay ley, no hay injusticia”.

Luego de la ruptura del orden social, faltan normas que puedan orientar el comportamiento de los individuos. Nadie sostiene la moral. Ninguna autoridad detenta el poder para imponerla mediante mecanismos coercitivos, como los que posee el Estado moderno. A partir de ahí, surgen interrogantes. En estas circunstancias, ¿quién es “bueno” y quién es “malo”? ¿Cómo definirse en el escenario planteado por Hobbes? Una escena del film comentado sirve como disparador. Después de matar a un hombre, el chico le pregunta al padre si aún son los buenos y si lo seguirán siendo: “Siempre seremos los buenos”, le responde el padre. La contestación choca contra el asombro. Cabe rescatar una obviedad: “La guerra es un infierno”, le dice irónicamente Blood (el perro) a Vic (Don Johnson), quien no discurre en sermoneos ni apela a banderas en alto. Esta última historia opta por una acertada abstención de cuestionamientos políticamente correctos, a pesar de que existen elementos disponibles. El único vínculo que busca preservarse en A dog and his boy es el de la amistad que mantienen esos dos seres. (Acaso un síntoma de misantropía que sería aprobado por Schopenhauer.)

Por el contrario, The road sí ingresa al debate de lo “correcto”. Al hacerlo, consigue aciertos y desaciertos, resultado lógico de la aplicación de criterios. Así pues, entre el ardor de las llamas de este relato apocalíptico, es indispensable distinguirse del Otro y justificar las acciones de supervivencia de alguna forma. En este sentido, el cumplimiento de la moral y de la ética sobrevive en el padre y su hijo, puesto que falta la estructura donde cumplirlas.  En ese regreso al estado de naturaleza, ambos sostienen las reglas sociales cuando ya nadie las cumple. Así, el sujeto interpretado por Mortensen trata de recordar valores y normas de un orden perdido o aniquilado. De modo que, junto con la supervivencia, surgen conflictos éticos. El medio para satisfacer el hambre se convierte en encrucijada. Las “patrullas armadas”, los que recorren caminos buscando carne, son un contraejemplo. No comerse a los otros (y no robar) significa mantenerse en el bando de los “buenos”. También permanece una advertencia del orden derruido: “cuídate de los extraños”. Al respecto, a pesar de los señalamientos del niño, el hombre permanece en su terquedad.

Residuos patriarcales

Desde una postura de oposición (categoría de Stuart Hall), resulta cuestionable cierta matriz patriarcal del film. En efecto, otro planteo importante surge cuando la madre decide, casi desde el principio, no sobrevivir ante el absurdo de una vida que ya no tiene un orden social que la contenga o una proyección que justifique sus acciones presentes. Entonces, se desplaza a la figura femenina y la dupla padre-hijo se retoma como protagonista (al igual que en The persuit of happyness, de Gabriele Muccino). Esto es curioso, porque la experiencia cotidiana muestra el predominio de la fórmula inversa (madre-hijo). Código oposicional mediante, la lectura crítica sería: se opta por la figura heroica del padre protector, quien, aunque el mundo esté devastado, igual preparará a su hijo para cuando él muera. Luego, el niño deberá seguir por su cuenta con los preceptos legados. (Claro que desde el código negociado es posible leer una redefinición de la paternidad.) También es válido interpretar que la salvación queda a cargo de la familia nuclear patriarcal (sin más detalles para no describir el argumento de la historia). Por otra parte, tampoco parece que ancianos y negros sean admitidos para conformar el nuevo orden (o la restauración del viejo orden, después de una “purificación” moral).

Para esbozar mejor la última idea, hay que atender los estudios de Manuel Castells. El film podría interpretarse como la expresión de un patriarcado en jaque que busca recuperar el espacio perdido, al menos en forma de mito(logía). ¿Qué es el patriarcado? Es una estructura básica de las sociedades contemporáneas. Está enraizado, sobre todo, en la estructura familiar y en la reproducción sociobiológica de la especie. Tiene una característica central: la autoridad que, a través de las instituciones, los hombres imponen sobre mujeres e hijos en la unidad familiar. Para poder ejercerla, el patriarcado debe dominar varios campos (la organización de la sociedad, la producción, el consumo, la política, el derecho y la cultura). Las relaciones interpersonales (por ende, la personalidad) también están marcadas por la dominación y la violencia originadas en la cultura e instituciones patriarcales. Sin embargo, Castells apuesta al fin del patriarcado. Al considerar su futuro, arriesga que “sólo puede sobrevivir bajo la protección de estados autoritarios y fundamentalismos religiosos”, aunque el investigador subraya que este inicio daría espacio a una renovada forma de dominación.

  Castells argumenta que sin la familia patriarcal (matrimonio heterosexual con hijos) el patriarcado es sólo “una dominación arbitraria”. Si aquella es erosionada, aquel sistema se transforma, ya que es esa institución primaria la que lo sostiene, reproduciéndolo. Allá por 1997, el sociólogo español avizoraba una tendencia orientada “al debilitamiento y la disolución potencial de las formas de familia tradicional de dominio patriarcal incuestionado”. Castells explicaba que los cambios sociales provocaron la crisis de esa familia. Un ejemplo, el acceso ampliado de la mujer al mercado de trabajo, que generó una brecha para discutir el rol de proveedor en el hogar. Otro, una mayor conciencia de la identidad femenina, impulsada por las distintas agrupaciones feministas. Otro, los cambios tecnológicos para la reproducción, como la fertilización in vitro, que permite armar familias monoparentales. Otro, el patriarcado (con la heterosexualidad como estandarte único) fue cuestionado por los movimientos de lesbianas y gays. De modo que la crisis del patriarcado se da en el contexto de una redefinición de la familia, de las relaciones de género, de la sexualidad y, en definitiva, de la personalidad.
                                                    
  Divinidad ausente

Durante esta aventura apocalíptica, hay ausencia de protección divina. Cuando padre e hijo llegan a un bunker repleto con latas de conserva, después de comer los agradecimientos rituales (como la bendición de la mesa) son para quienes las almacenaron. “Gracias, gente”, es la frase del padre con las manos apretadas. No es la providencia la que los salva de la hambruna con maná caído del cielo. Es comida enlatada que guardaron otras personas, las cuales previeron una situación catastrófica. Sin embargo, la contracara de esta ayuda indirecta es el egoísmo. Individualidades perdidas que ignoran quién sigue a quién y se confunden en la violencia. No hay intentos de formar grupos para resistir. Entonces, ¿de qué sirve salvarse si no se unen a los que aparecen en el camino? Persiste la individualidad absurda. Las personas compiten, buscan, desean lo mismo. Aun sin motivos, el sentido es sobrevivir. ¿Para qué y por qué?: todavía no hay tiempo (aunque sí lugar) para esas preguntas existenciales, que también interpelan al espectador. Esto es lo rescatable de esta clase de obras cinematográficas, ya sean de bajo presupuesto o superproducciones.

  El film The road pertenece a los relatos de reconstrucción (de una sociedad, de una civilización, de un orden). Estas narraciones no describen el “fin de todo”. Como el relato del diluvio, proponen un final renovador, aunque no desprovisto de conflictos. (¿Cuáles habrían sido los inconvenientes que pudieron surgir en un barco durante el Diluvio Universal?)De cualquier modo, guardia en alto. En esta época, la hipótesis más optimista sugiere: «La idea del fin del mundo, de alguna manera, atraviesa todas las civilizaciones; pero, tal vez, cuando se concrete, ni siquiera será universal, porque los humanos estarán repartidos en varias regiones del cosmos». (Esta idea late en Blade Runner.) Guerras, terremotos, enfermedades y desigual distribución de los alimentos hubo y habrá hasta los últimos días de la historia: este combo sólo acabará cuando se aniquile el mundo; o bien, cuando todo aquello termine, el mundo será el que se aniquile, tal como conjeturó Heráclito.

  Mientras tanto, el ser humano piensa el inicio y el fin, pero se encuentra en la mitad, sin conocer aún con certeza el origen y sin contemplar de frente el doomsday. Responde con la religión, la filosofía, la ciencia, la literatura. Los interrogantes sobre el porvenir parten de la realidad presente y se contestan con ideas y datos acumulados, estimados o proyectados. Es, en parte, lo que le sucede a los personajes de Fin del mundo en la chimenea, quienes discurren sobre cómo será el escenario del Apocalipsis. Luego del repertorio de conjeturas, los siete terminan convencidos del clima que ellos mismos crearon con el recitado del profeta Isaías (3:16), con la lectura de diarios, con el contexto histórico, con su formación cultural y con los recovecos de su imaginación. El grupo de hombres y mujeres termina por interpretar las misteriosas circunstancias (las señales apocalípticas) desde el microclima erótico, tejido en ese chalet de las sierras... Antes de que estos apuntes terminen en una obsesión, será conveniente darles un fin abrupto. 


Octubre de 2011.

   Referencias

  • Adorno, Theodor y Horkheimer, Max. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Madrid: Editorial Trotta, 1998.
  • Bottéro, Jean. La religión más antigua: Mesopotamia. Madrid: Trotta, 2001.
  • Castells, Manuel. “Entender nuestro mundo”, en Revista de Occidente, número 205, 1997.   
  • Castells, Manuel. “El fin del patriarcado: movimientos sociales, familia y sexualidad en la era de la información”, en La era de la información: Economía, sociedad y cultura. Volumen II: El poder de la identidad. México: Siglo XXI, 2001.
  • Feinmann, José Pablo. “La filosofía y el barro de la historia: La devastación de la Tierra” (clase n° 5), en: ¿Qué es la filosofía? Una introducción al saber de los saberes, Página/12, 18 de junio de 2006.
  • Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1970.
  • Hall, Stuart.Codificar/ decodificar”, en Culture, media y lenguaje, London, Hutchinson, 1980.
  • Hobbes, Thomas. Leviatán o la invención moderna de la razón, Madrid: Editora Nacional, 1980.
  • Loureiro Do­val, Ma­nuel. Apocalipsis Z: La ira de los justos (última novela de la trilogía). Barcelona, Random Ho­use Mon­da­do­ri, 2011.
  • Schopenhauer, Arthur. El mundo como voluntad y representación. Madrid: Trotta, 2004.
  • Vicent, Manuel. “Fin del mundo en la chimenea”, en Los mejores relatos. Buenos Aires: Alfaguara, 1997. 

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