La certeza de los finales


  
Aquí, en Occidente, será fin de año. Quizás sea la certeza más sólida prevista en estos doce meses. Cada 31 de diciembre, se espera que termine el año. Es una fija para cualquier astrólogo. No puede fallar, aunque una vez se jugó con la incertidumbre. Fue para el cambio de milenio. ¿Quién lo recuerda aún? La situación era tensa porque estaba de moda asustar con el Y2K. Hasta hay un capítulo de Los Simpson que parodia ese tema. A causa de un pequeño olvido de Homero –el encargado de hacer los ajustes– comienza la destrucción del planeta. Todos los artefactos electrónicos se descontrolan: computadoras, afeitadoras, marcapasos. La verdadera rebelión de las máquinas.

 Desde entonces, los desenlaces catastróficos pueden predecirse con verosimilitud en este siglo. Atraen. Las hecatombes planificadas dan certeza. Estipulan un lapso de tiempo. «Le queda una semana de vida, disculpe, una semana de días hábiles». Meses atrás, se reactivó la manipulada y tergiversada predicción Maya para el 2012. Hubo personas que empezaron a preocuparse por su destino. Un consejo útil: quizás les convenga seguir conservando la prudencia al cruzar la avenida. Las probabilidades de perecer en la cotidianidad son más altas que las profecías galácticas. No obstante, en el relato del fin de la vida humana sobre la Tierra, se halló certidumbre, fatal, pero certidumbre al fin.

 Los narradores saben que el final asegura el resto del cuento. Poe desarrolló la teoría en The filosophy of composition. El final es el punto de partida que sostiene los andamios narrativos para vislumbrar hacia dónde se va. "Lo nuestro terminó",/dijiste en un adiós/ de azúcar y de hiel...Cuando algo termina, resta el duelo. Claro, angustia, pero peor es que no termine. Así pues, (re)anuncian por dos frentes que el mundo se acaba (o que “el hombre” acabará con el mundo). En el medio de alertas y vaticinios, viven los terrícolas, quienes, por más que le narren el futuro en clave apocalíptica, consideran que lo único a su alcance es ejercitar los malabares para mantener el nivel de consumo al que se acostumbraron. «¡Ah! Total no voy a estar».

 Los noticieros y documentales ad hoc igual muestran, espectacularmente, cómo el planeta se desgaja. Is this the world we created? (En todo caso, el nosotros sería adecuado para ellos.) Sequías, inundaciones, incendios, nevadas, volcanadas y personas arriba, abajo o en el medio de todos esos fenómenos. Se muestran escenas devastadoras y se aguarda a que el ciudadano no sólo participe con la indignación ocasional. Los políticos de las potencias mundiales (¿o las corporaciones?) son quienes tienen el poder para intervenir con mayor eficacia. Sin embargo, rechazan las invitaciones a firmar tratados para reducir la contaminación ambiental. «¿Kyoto? No, gracias. ¿Copenhague? No, gracias». Las cumbres les dan vértigo, por eso no participan.

 Mientras tanto, le rompen los quinotos al transeúnte por no embocar un papel en el cesto. Save the world, motherfucker! Con múltiples mensajes, se pide por la salvación del cascote hegeliano que gira y gira. Ciertas autoridades de organismos internacionales interpelan como si cada persona tuviera encanutada una chimenea industrial en su casa y tuviese que regularla. «Usted también debe contribuir». «¿Y yo qué hice?». Lo cierto es que las fichas tienen distinto valor en este juego del todo o nada. «No va más: negro el 31». El argumento (risible) es que “nos atañe a todos”. Todos somos perjudicados. Luego, todos somos causantes. El planeta está más caliente, alertan, y también, en el mundo social, hay otras calenturas que se agitan.

 Se predice y hostiga desde este presente: catástrofe, tensión, pánico, despiole. This is the end, my only friend/ The end of our elaborate plans. Pero no se altere tanto, querido/a lector/a. Guarde energías. El mundo que pretendía conocer durante las vacaciones ideales, aún, no se va a acabar, como recordaba Molotov en Apocalipshit (1999). Esto da para largo, aunque no parezca, aunque Ronald Emmerich curre a mansalva con 2012 y quiera neurotizar al público con el calendario... Los “líderes mundiales” no son tan astutos como para dejar que la película real termine. En Washintong o en Hollywood, ya se encargarán de componer el resto de la saga con la ayuda cuentística de Asimov o de Bradbury. La (absurda) existencia humana en el universo es un largometraje.

 Después de ver tanta realidad adulterada y efectos especiales a diestra y siniestra el verdadero fin parecerá moco de pavo. «La puta madre, tanto quilombo para este Apocalipsis de cuarta». En cuanto al rumor de ese planeta gigante, si existe y visita estos pagos, ¡bienvenido serás con tu roce, Hercólubus! Así los extraterrestres de Fabio Zerpa, cuando vengan a investigar, podrán concluir: «Ah, bueno, los garcó otro planeta» y no «¡Qué boludos! Pura autodestrucción». Una última nota sostiene la esperanza. Siempre que se anunció un fin –el de la Historia, el de las ideologías, el de Víctor Sueiro– nunca sucedió. Por el contrario, ocurrieron cuando nadie (sólo algún loco científico) las preveía. (¿Parte de la humanidad habrá enloquecido?)

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