El caso López y la videopolítica


  A tres meses de la detención del ex secretario de Servicios Públicos, José López, este artículo comparte una mirada reflexiva. El tratamiento mediático del caso y los límites del debate político sobre un tema como la corrupción. Esta reseña abarca desde el primer relato de película, pasando por Gran Cuñado, hasta la imagen final con los bolsos en el convento. 


  
 El acontecimiento

 El caso López puede analizarse como un acontecimiento videopolítico, cuya forma de aparición promueve las condiciones en las que se debatirá y ramificará el tema. El episodio es conocido. Así que basta reseñarlo con una breve retrospectiva. Al ex secretario de Servicios Públicos de la Nación, José López, lo arresta la Policía Bonaerense en el extenso predio de un monasterio de General Rodríguez durante la madrugada del 14 de junio de 2016, a partir de un llamado al 911 que había hecho un vecino de la zona llamado Jesús Ojeda. Dinero, relojes, celulares y una carabina son los elementos más fáciles de entender en la trama de un relato que durante aquel día se calificará de tragicómico.

  La noticia impacta como un asteroide inesperado en el terreno político. Todos se alejan del ingeniero civil que mantuvo su cargo desde 2003 hasta 2015, pero todos, cuando se enteran, tienen algo para decir. El Jefe de Gabinete, Marcos Peña, comenta en la conferencia de prensa televisada que la situación de López es de película. Durante la tarde, en El diario de Mariana de Canal 13 y en otros programas de información general, se oye que el relato de los hechos parece cinematográfico, que la realidad supera, que el tipo estaba sacado, que los bolsos volaban, que el pollero es Jesús, que las monjas cómplices, que comiendo scons, que sí, que con las manos en la masa, que intentó coimear, aunque todo es palabra de los dichos rejuntados. El punto donde se coincide es corrupción.    


 Para Giovanni Sartori (1997), aquella palabra sería uno de esos conceptos que se resisten a la traducción de una imagen porque así pierden la densidad crítica del pensamiento abstracto. ¿Cómo representar visualmente la corrupción si como acto funciona de un modo cómplice en secreto y difícilmente alcanza a ser percibida? Hasta ese momento (14 de junio por la tarde) el caso López parece de película, pero sólo cuenta con los imaginarios fotogramas dispersos que propician los comentarios mediáticos; también con imágenes del monasterio y de los objetos incautados por la policía (entre ellos, los dólares y los bolsos, pero sobre todo el dinero en fajos, que es el signo de la corrupción).


 La televisión funciona con imágenes: todavía más si son en vivo. “La información que cuenta es la que se puede filmar mejor; y si no hay filmación no hay ni siquiera noticia, y, así pues, la noticia no se ofrece, pues no es ‘vídeo-digna’”, recuerda Sartori. Así que, para las 18.10, los móviles de los canales como C5N y TN están listos para registrar y mostrar el traslado de López, que es llevado por cinco miembros del Grupo Halcón hacia la DDI de Moreno. La secuencia en que abandona la comisaría dura menos de un minuto, pero es la imagen de un López arrestado con la cara descubierta bajo el casco y vestido con un chaleco antibalas. La imagen ya es un nuevo material de archivo periodístico.


  
  La videopolítica

 Beatriz Sarlo (1997) argumenta que la videopolítica ofrece formas que parecen no estar mediando en la presentación de los asuntos públicos. Todo se puede mostrar de inmediato y en directo: “tanto los operadores mediáticos como sus públicos participan de esta ilusión, que es una prolongación radicalizada de la conocida vigilancia por parte de la prensa sobre los poderes políticos y las instituciones” (p.150). La visibilidad puede haber sido similar en aquella convocatoria de móviles, pero los comentarios mediarán su definición y sus alcances. Hacerlo visible a López detenido es quizás hacer visible la corrupción, o el concepto que ya él mismo encarna y sus consecuencias. De momento, esa imagen hace (re)ingresar a López en la horizontalidad discursiva de la videopolítica.

  Antes de cerrar el día, “Lopecito” (la réplica humorística del caso) aparece en la pista de Bailando por un sueño, junto con unas monjas truchas que mueven sus piernas masculinas al ritmo de cumbia, porque ya circula por YouTube la canción titulada “José López, el enterrador de dólares”. La política entra al entretenimiento desde sus descripciones desopilantes que fueron narradas sin verlas. Marcelo Tinelli es una star: un animador-político que las aprovecha en esta videoesfera. Entonces, al otro día, en medio de un cambalache semiótico, la recreación humorística en el segmento de Gran Cuñado tiene un musical, aparece López bailando (con monjas jóvenes), tierra, dólares, una pala, Cristina dando un discurso, el corrupto tirando bolsos a un balcón y etcéteras.

  Por entonces, se sigue diciendo que el caso “es de película”, pero hasta ahora nadie la vio. Los comentarios y las conjeturas siguen durante semanas, hasta que el 12 de julio hay un acontecimiento que marca un quiebre: se muestra por primera vez la imagen de López esa noche frente a la puerta del convento. No es el imitador improvisado ni el inexpresivo simulacro por computadora. En la presentación del material, Rodolfo Barilli anuncia con su voz seria: “Ahora vas a ver los videos de José López, documento exclusivo de Telefe Noticias”. Luego, Cristina Pérez completa: “Realmente un documento que impacta porque le pone imágenes a la historia periodística del año”.


  A través de una cámara de vigilancia, la televisión accede en retrospectiva al lugar de los hechos: lo muestra “en vivo”, aunque no se ven las imágenes que le habían dado al caso López su toque de delirio nocturno. La escena de la cámara sucede en un tono visual más tranquilo. Por lo tanto, hay que enfatizar con comentarios los detalles. El acontecimiento no fue fabricado para la televisión, pero funciona en ella por un mero pase de pantalla que lo incorpora con la naturalidad discursiva de quién recibe a un hijo pródigo, entre otras cosas porque es un recurso ya incorporado a la noticia policial (aquí también aplicado al cruce con la política).


  Una imagen final

  Sartori anota que, en esta cultura, el relato explicativo está en función de las imágenes que aparecen en la pantalla. Por su parte, Sarlo apunta que la videopolítica tiene “una forma discursiva más sencilla y accesible que la de las instituciones deliberativas del sistema político”. También parece más persuasiva. El video de López (como una prueba visual) muestra lo suficiente y reserva lo necesario: se ve una secuencia sin audio, la edición la hace breve, contiene gestos fáciles de narrar, los bolsos sólo muestran su función (esconder), da paso al comentario que devela el significado que representa la escena completa. La indignación emotiva tiene su apoyo concreto y tiene su referencia colectiva en una misma imagen (fácil de recordar, fácil de contar, fácil de explicar). La imagen resguarda los implícitos que se le puedan adjudicar al acontecimiento.

 Ahora, los elementos visuales que hasta entonces estaban dispersos se unen sintéticamente en uno. La corrupción como concepto abstracto ya tiene su imagen correspondiente (la más cercana, la más verdadera, la más concreta). Habilita fácilmente la opinión de cualquier interesado. Sin embargo, Sartori preguntaría si todo ese espectáculo indignante sumó también más información que permita comprender y esclarecer el asunto público o qué es lo que se está discutiendo, en qué términos y con qué fines. Porque la imagen-concepto resultante parece haberse casi cerrado sobre sí misma y hasta se ha convertido en un agujero semántico que atrapa cualquier debate, sin discriminación.

 Sarlo agregaría que el caso López funciona porque cumple con los principios básicos del discurso dominante: “unidades de alto impacto y baja complejidad perfectamente adecuadas para alinearse en la cinta sin fin de una línea de montaje audiovisual” (p.156). El continuum televisivo incorpora la repetición del video y cualquier programa puede usarlo como base para el comentario político, que resolverá el problema “corrupción pública” dentro de los minutos que permita la pauta publicitaria. Si es como afirma Sarlo, la videopolítica presentará como equivalentes la opinión de políticos, expertos, conductores y ciudadanos, que ya interactúan a través de las redes sociales. Una ligera retórica coloquial basta para integrarse al debate público.

 Por otro lado (positivo), que quizás Sartori desaprobaría, el caso López es un acontecimiento videopolítico que mueve al debate, al conflicto, al cuestionamiento relacionado con un asunto público. Puede funcionar como punto de partida, aunque su sola exposición sea concebida como un fin que compone una metonimia del gesto corrupto, que muestra una parte y resguarda la otra, librada a los sentidos del intérprete de turno. La forma en que irrumpe el acontecimiento y es tratado orienta sobre cómo hay que pensarlo, sobre cómo delimitar la manera de su discusión, que acaso de otro modo se podría haber ampliado, pero que también se podría haber reducido a nada.


Referencias 

  • Sarlo, Beatriz. “Siete hipótesis sobre la videopolítica”. En Instantáneas: medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo. Buenos Aires: Ariel, 1997.
  • Sartori, Giovanni. Homo videns: la sociedad teledirigida. Buenos Aires:Taurus,1997.

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