Las palabras interpelan. A través de ellas, las personas piensan y son pensadas. Las convenciones resultan indispensables para el entendimiento mutuo y para simbolizar los conflictos. De vez en cuando, conviene detenerse a escuchar el idioma y recorrer los diccionarios para comprender mejor el uso de palabras como "ajuste".
I
Incontables
palabras se escucharon durante este año de elección presidencial, pero hay una
que, en el debate público, se usó intensamente y seguirá utilizándose: ajuste. Esta palabra es esgrimida de un
modo positivo o negativo por periodistas, políticos y discutidores cotidianos. Pocos
ignoran que se trata de un viejo eufemismo que suena como una voz familiar. En
la década del ’70, Adolfo Bioy Casares (un escuchador permanente del idioma) registró ajuste entre las exquisiteces del léxico
argentino: “Modificación, mejor dicho aumento, de tarifas, de impuestos, de
precios” (Diccionario del argentino
exquisito. Buenos Aires: Emecé, 2005, p. 21). El escritor, en esa obra, también anotó reajuste.
La RAE aún no agregó oficialmente aquella acepción a su repertorio y sólo reconoce “ajuste de cuentas” (ejecutar justicia
directa o vengarse). En cambio, hace más de una década, José Manuel Lechado
García incorporó esa voz eufemística a su obra de referencia. Allí clasifica
los complementos más frecuentes que le preceden. Así, por ejemplo, ajuste de precios es “subida de
precios”, ajuste laboral es “despido
masivo”, ajuste ministerial es
“crisis de gobierno”, ajuste de salarios
es “bajada de sueldos” o “subida de sueldos”, dependiendo de la circunstancia (Diccionario de eufemismos y de expresiones
eufemísticas del español actual. Madrid: Verbum, 2000, p.32).
Resulta
difícil obviar que esta expresión del ámbito económico está relacionada con otros
sentidos cotidianos. Una bicicleta (no la financiera) se lleva al taller para
ajustar. Los cordones se ajustan para que no se escapen rebeldemente las
zapatillas. El cinturón de seguridad se ajusta al cuerpo para no salir eyectado
del automóvil por la ventana. También el cinto del pantalón se ajusta para que
no se caiga y deje al descubierto una desnudez inmediata. Nadie desea esa
imagen expuesta de los pantalones en los tobillos. Esa palabra “positiva” devino
en categoría teórica y los diccionarios especializados la explican, aunque no precisamente
de una forma tan directa o concreta.
El
vocablo anglosajón es adjustment, que
tiene varias acepciones (ajuste, arreglo, modificación, cambio). Una obra de
1995, editada por César Sepúlveda, define ajuste
económico como las “medidas que adoptan los gobiernos para evitar
desequilibrios en la economía”. Entre los "ajustes" más comunes están los que “tienden
a disminuir el gasto”. Al final de toda la jerga económica, la entrada del diccionario
concluye con sinceridad lingüística: “La disminución del gasto presiona el
aumento del desempleo, reducción de las ventas y de la inversión, todo lo cual
genera efectos sociales que son resistidos y cuyas consecuencias políticas los
gobiernos suelen rehuir” (Diccionario de
términos económicos. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 2004, p.
25).
Por
otra parte, Heribeto Escobar Gallo y Vicente Cuartas Mejía hablan de políticas de ajuste como las “medidas
que toma un gobierno con el fin de corregir los desequilibrios marcoeconómicos
significativos o «brechas» (externa, fiscal y de ahorro interno)”. A diferencia
de la cita de arriba, estos dos autores prescinden de las consecuencias,
enumeran las políticas más frecuentes y se limitan a comentar que el fin de
estas decisiones es “lograr una adecuada asignación de los recursos en la
economía con el fin de que se aumente la productividad y eficiencia en los
sectores público y privado” (Diccionario
Económico Financiero. Medellín: Universidad de Medellín, 2003, p. 369).
Por supuesto, ninguna definición es neutral. Sea como fuere, la palabra ajuste parece más propia de la mecánica de precisión. Acaso sugiere
una exactitud que la economía como disciplina de las ciencias sociales no tiene
o tal vez equivale a aceptar que las personas son meras piezas de un engranaje.
Eufemismo. Considerando los préstamos condicionantes que desde 1979 ofrece el
Banco Mundial, tampoco podría descartarse un metafórico punto de vista obsceno,
puesto que se trata del acople de partes: el ajuste mecánico requiere que
coincidan un eje y un orificio (o ranura). El “ajuste” fue lo que el FMI le
recomendó (de nuevo) a Argentina en su último informe hace unos meses.
II
Hay
quienes se deleitan con su jerga para impedir la comprensión de la ciudadanía sobre
temas económicos en la vida cotidiana. Pero si se le presta atención al
repertorio del habla económica ortodoxa, pocos son los cambios de ese dialecto
sombrío. Las reiteraciones componen una melodía reconocible. ¿Será una
inventiva perezosa o cuando se ponen en juego las palabras ya se cumplió con la
misión oscura? La segunda opción parece más acertada, porque si algo han
demostrado lingüísticamente la política y la economía es la constante inventiva
de la retórica. Cuando sus protagonistas se sinceran en las expresiones,
pierden la persuasión y el encanto del disimulo.
De
manera que conviene practicar el ejercicio más viejo del mundo: crear
eufemismos. Su sentido etimológico es sonar
bien. Habla favorable. Habla buena. Habla que rehúsa la blasfemia y el tabú.
Su función es reducir tensiones. Entonces, se cambia una palabra desagradable o
grosera. Evitar la palabra inconveniente. La jerga económica se luce: hace de
los eufemismos conceptos teóricos. El neoliberalismo dejó obra con su ajuste estructural (privatizaciones de
empresas, restricciones de controles estatales, apertura irrestricta al comercio
exterior, pérdida de valor de la moneda nacional, más despidos laborales, menos
dinero para los pagos de salarios, jubilaciones y pensiones, etc.).
A
principio de año, el economista Diego Rubinzal ejercitó la traducción de
expresiones frecuentes que suelen reclamar los sectores dominantes de la
sociedad. Las “devaluaciones competitivas” son “rebajas salariales”, la
“flexibilización laboral” es el “recorte a los derechos de los trabajadores”,
la “reacción del mercado” es la “conducta de agentes económicos” con apellido,
la “eliminación de distorsiones” es el “desmantelamiento de controles estatales”,
la “consolidación fiscal” son “políticas de ajuste”, la “racionalización del
gasto público” son “despidos y/o reducciones de prestaciones sociales” (“Eufemismos”, en Página/12, Suplemento Cash, 29 de marzo de 2015).
Vocabulario
útil para un diccionario satírico como el de Bioy. Sin embargo, el lector habrá
observado que entre las expresiones traducidas también aparecen términos
eufemísticos, como el clásico “ajuste”, que para ciertos economistas no es un
sustantivo, sino un verbo en modo imperativo. Por otra parte, al buscar en el
archivo periodístico, se encontrará que Silvina Marquez, en una atractiva nota, escribe
que el gobierno de Cristina Fernández usó “sintonía fina” (fine tuning) por “ajuste” (fino). También subraya el uso “medidas de
ahorro” por “recorte al gasto público” (“Eufemismos en el discurso político: lo que se dice para no decir”, en Perfil, 24 de junio de 2012).
Lechado
García explica que el eufemismo es un fenómeno cambiante. La sospecha es que aquí
se vive entre llaves de apriete y filosas tijeras establecidas en el idioma. El
valor eufemístico de algunas palabras con historia dramática parece perdido.
Esta pérdida acaso significa una derrota (discutir con los términos propuestos
por otro). De esa manera se inician disputas políticas sobre viejas
convenciones: los eufemismos se suceden y las referencias suelen instalarse
como nuevas invenciones. Este aspecto puede parecer una nimiedad, pero resulta
importante si se pretende considerar a los eufemismos como otro recurso para la
“batalla cultural lingüística”.
El ajuste fue una voz resistida. Hace más
de una década, Natan Sonis criticaba que había “una tendencia de los medios a
psicologizar la realidad”, como se hace con un boletín económico que informa el
“comportamiento de los mercados”. Además, el psicólogo señalaba que en
Argentina no existían los aumentos, sino los reajustes: “¿Y quién puede oponerse a reajustar algo si está
desajustado? Nadie quiere vivir desajustado. (…) Esto es una metáfora que
psicologiza la vida también, porque entonces la vida acá se parece a un motor
que estando desajustado hay que ajustarlo” (Uranga, Washington y otros. Cambios y polémicas en la vida social hoy.
Buenos Aires: Cinco, 2000, p. 13).
III
Los
medios de comunicación son importantes para construir convenciones a través de
las palabras (“cepo cambiario” fue un éxito). Los objetos, los fenómenos y las
ideas se nombran de una forma. Son referencias comunes para saber sobre qué se
habla: compartir el referente. Normalmente, se participa de ellas. También es
posible excusarse. Las palabras exponen representaciones: se piensa y se es
pensado con esos signos. Este proceso influye en el modo en que se objetiva la
realidad social. Dicho de otra manera: influye en cómo se exterioriza y se presenta
la realidad simbolizada.
En la
discusión pública, el ajuste como voz
dominante circula breve, ligera, sencilla. Las consecuencias son evidentes. Delimita
la discusión a enterados y conversos. Simplifica el decir en el vocabulario
cotidiano. Evita un debate previo, pues al usarla se acepta que existe algo que
ajustar y las personas se truecan por
números para lograr “equilibrio económico” (idea que acaso es una aspiración ilusoria).
Hay otro significado implícito para considerar. El que ajusta usa la razón.
Nadie ajusta desde la locura. Luego, todo ajuste es razonable: oponerse es una
insensatez.
Fuera
de los diccionarios, ajuste es una
palabra abierta que puede incluir cualquier medida económica-política “necesaria”
para acomodarse a determinados objetivos. Así, por ejemplo, para el economista
José Luis Espert consiste en “equilibrar las cuentas públicas”, “corregir las
grandes distorsiones de precios relativos”, “reinsertar al país en el mundo”, “prescindir
de gran parte del empleo público”, “congelar el gasto público remanente”, “devaluar
el peso”, “eliminar el cepo”, “un acuerdo de préstamo con el FMI” (“La única opción es el ajuste”, en La Nación, 3 de septiembre de 2015). Esta es otra enumeración para el diccionario (o para el
concepto ajustar el rumbo).
La
cuestión bastante curiosa es que al kirchnerismo (cuya política económica sería opuesta a la
anterior) se le adjudicó haber aplicado en enero de 2014 un “ajuste ortodoxo” a
través del ministro Axel Kicillof… El vocablo en cuestión se identifica menos con
un viejo eufemismo dominante que con la moralidad que entraña
circunstancialmente para intervenir en la economía. En mayo de 2010, el ex
presidente Néstor Kirchner había dicho: “en la Argentina la palabra ajuste no
la tenemos más en el diccionario político de nuestra historia”. La historia
continúa y algunas exquisiteces del idioma también.
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