Finalizó el mes pasado Lunes con la memoria. El ciclo organizado por el Centro Municipal de Difusión de los Derechos Humanos de Santo Tomé se desarrolló entre el 6 de mayo y el 5 de agosto. Fueron siete jornadas en las que, a partir de las 20 horas, se trataron temas relacionados con la última dictadura cívico-militar. Este es un reportaje extenso con lo más significativo de los encuentros.
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El ciclo Lunes con la memoria funcionó como un espacio de reflexión política sobre varios temas. Fueron siete charlas para anoticiarse de libros, películas, documentos, historias y expedientes. El horario de encuentro sirvió para abordar una etapa de la historia y se convirtió en una oportunidad para referirse a cuestiones que siguen abiertas. Todos los temas que se trataron siguen en curso. No son asuntos concluidos de los que se habló sólo para “recordar”. Son conflictos vigentes. Los juicios pendientes a represores y a civiles cómplices. La búsqueda de hijos apropiados. El hallazgo e identificación de las personas enterradas en el campo militar San Pedro. La querella por el caso de la periodista Marta Zamaro. La militancia de los nuevos jóvenes. La falta de certezas sobre la ubicación exacta de los centros clandestinos de este lado del puente. El (re)conocimiento biográfico de las víctimas locales del terrorismo estatal.
La convocatoria tuvo lugar en una sala que resultó suficiente: el multiespacio de la Dirección de Cultura.
(Un edificio con marcas que, a la distancia, podrán verse mejor.) Algunas
noches fueron más o menos concurridas que otras. En su mayoría, participaron
jóvenes. Durante el transcurso de las jornadas, pasaron militantes partidarios del Movimiento Evita, de Jóvenes para
la Victoria y de la Juventud Radical Arturo Illia, activistas apartidarios,
integrantes de la agrupación Comunidad, luchadores de los Derechos Humanos,
estudiantes de la Escuela Manuel Estrada y del Instituto Superior del Profesorado Nº 8, un diputado provincial y candidatos a concejales. De todos
los encuentros, aquí sólo se puede dar una síntesis. Reproducirlos en su
totalidad sería “revivir” el ciclo, lo cual es imposible. Igualmente, el Centro
de Difusión de los Derechos Humanos ya tiene prevista una segunda parte: será Teatro por la identidad.
Memorias, recuerdos y política
“La memoria no es otra cosa que socializar recuerdos. Los recuerdos, si
no se comparten, mueren”, comentó el coordinador del Centro, Carlos Fluxá, en
el encuentro inaugural del ciclo.
Si de liberar reminiscencias se trata, aparece el nombre de Halbwach, que
descartó la división categórica entre lo individual y lo colectivo. En 1927
formuló
los marcos sociales. Con este concepto le sacó al individuo la
exclusividad de la memoria, puesto que la práctica rememorativa siempre
involucra a otros. Las vivencias
pasadas adquieren significado en un contexto social, que incluye referencias de espacio,
tiempo y lenguaje. Por consiguiente, aquel sociólogo afirmaba que “uno sólo recuerda a
condición de situarse en el punto de vista de uno o varios grupos y volver a
colocarse en una o varias corrientes de pensamiento colectivo” (Maurice Halbwachs. La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004, p.36). En síntesis, aunque
los recuerdos personales sean intransferibles, éstos pueden evocarse desde
afuera.
Ahora bien,
¿dónde queda la iniciativa del sujeto frente a esos marcos externos? Jean Duvignaud
observa: “No cabe duda de que la memoria individual existe, pero está arraigada
en contextos distintos que la simultaneidad o la contingencia acercan
momentáneamente. La rememoración personal se sitúa allí donde se cruzan las
redes de las solidaridades múltiples en las que estamos implicados. Nada escapa
de la trama sincrónica de la existencia social actual, y de la combinación de
los distintos elementos puede emerger esta forma que denominamos recuerdo
porque la traducimos así en un idioma” (ob.
cit., p.12).
Otro acierto de Halbwachs fue
asumir que, en vez de recuerdos puros, hay reconstrucciones: “el recuerdo es, en gran medida, una reconstrucción
del pasado con la ayuda de datos tomados del presente, y preparada de hecho con
otras reconstrucciones realizadas en épocas anteriores, por las que la imagen
del pasado se ha visto ya muy alterada” (ob.
cit., p.71).
Aún con las deficiencias y
vulnerabilidades del recuerdo o de la posible intromisión imaginativa, Ricoeur
asegura: “no tenemos nada mejor que la memoria para significar que algo tuvo
lugar, sucedió, ocurrió antes de que declaremos que nos acordemos de
ello” (Paul Ricoeur. La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004, p.41). Dicho de otra manera, la memoria es el
principal recurso “para significar el carácter pasado de aquello de lo que
declaramos acordarnos”. Tal es así que, según este autor, el testimonio
auténtico funciona como puente entre la memoria y la historia. Por otro lado, a
diferencia del recuerdo pasivo que surge espontáneamente, la rememoración activa es una búsqueda. Entonces, para
“hacer memoria”, las memorias se activan, pero este “hacer” es grupal, ya que
se enmarca en narrativas colectivas que lo propician, tal como sugirió Halbwach
desde un comienzo.
En términos similares, Jelin sostiene que
la memoria implica trabajo, pues éste ubica a las personas en un rol
productivo. Por lo tanto, esa actividad transformadora agrega valor a toda
tarea: permite cambiar a la subjetividad y al mundo social. Esa interacción
modificadora se da dentro de un contexto. “Las memorias son
simultáneamente individuales y sociales, ya que en la medida en que las
palabras y la comunidad de discurso son colectivas, la experiencia también lo
es. Las vivencias individuales no se transforman en experiencias con sentido
sin la presencia de discursos culturales, y éstos son siempre colectivos. A su
vez, la experiencia y la memoria individuales no existen en sí, sino que se
manifiestan y se tornan colectivas en el acto de compartir. O sea, la
experiencia individual construye comunidad en el acto narrativo compartido, en
el narrar y el escuchar” (Elisabeth Jelin. Los
trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI, 2002. p. 37).
Traducción:
la memoria se genera porque las personas comparten una cultura.
Ellas intentan materializar sentidos del pasado en productos culturales. Estos
sirven como vehículos de la memoria. Pueden tener la forma de
monumentos, placas, imágenes, libros, films, museos. Además, aquella se
manifiesta en expresiones que no sólo representan simbólicamente el pasado,
sino que lo incorporan para practicarlo de una manera concreta sobre la
realidad. Asimismo, en los procesos de
memoria hay una separación entre lo activo y lo pasivo.
Esto quiere decir que, por ejemplo, los archivos y los centros de documentación
(donde hay conocimiento histórico) son insuficientes para evocar el pasado. Las
evocaciones necesitan activarse en las personas mediante acciones que den
sentido al pasado, que lo interpreten y lo resignifiquen en escenarios
actuales. De esta manera, estas últimas se vuelven centrales en el proceso de
interacción social. De ahí la importancia de los espacios de intercambio que
las promuevan y difundan. Así, narradores y escuchas nutren sus identidades.
Por otro lado, sobre los mismos hechos
hay variadas experiencias, miradas, voces. En ese proceso dinámico conviven olvidos y
marcas, ausencias y actos, silencios y palabras, destrucciones y
reconstrucciones. No existe una memoria monolítica, única, rígida. Las memorias
dialogan entre ellas y hasta entran en conflicto. Esas luchas
políticas suelen fijarse en fechas conmemorativas, pero también en el
espacio. Existen lugares y objetos materiales vinculados a acontecimientos que
son elegidos para inscribir las memorias en el territorio. Como contracara,
para Jelin, existe una intención de olvido que, igualmente, son memorias
enfrentadas: “Monumentos, placas recordatorias y otras marcas son las maneras
en que actores oficiales y no oficiales tratan de dar materialidad a las memorias.
Hay también fuerzas sociales que tratan de borrar y de transformar, como si al
cambiar la forma y la función de un lugar, se borrara la memoria” (ob. cit.,
p.54).
Las decisiones de construir museos, recordatorios u
otras iniciativas relacionadas con lugares donde se agredió la dignidad humana
corresponden a grupos sociales que la autora llama “emprendedores de memoria”.
Un agente emprendedor persigue una elaboración de aquella en vistas a traer
el pasado al presente para re-significarlo y proyectarlo. En cada sociedad, se
dan coyunturas que son favorables para activar memorias y otras que propician
silencios y olvidos. “Hay entonces luchas y conflictos por el conocimiento
público y oficial de esos recordatorios materializados entre quienes lo promueven
y otros que lo rechazan o no le dan la prioridad que los promotores reclaman. Y
está también la lucha y la confrontación por el relato que se va a transmitir,
por el contenido de la narrativa ligada al lugar” (ob. cit., pp.54-55).
Al igual que los documentos, los recuerdos
(testimoniales) son un recurso que preserva pruebas, huellas, visiones. Sólo la
eliminación física puede borrarlos y, a veces, ni siquiera eso alcanza. Tal
como se mencionó al principio, aquellos forman parte de un entramado simbólico
mayor. Participan de discursos que conllevan valores, sentimientos, ideales,
éticas, que sobreviven en una memoria colectiva. El concepto de memoria
colectiva aquí es considerada “en el sentido de memorias compartidas,
superpuestas, producto de interacciones múltiples, encuadradas en marcos
sociales y en relaciones de poder. Lo colectivo de las memorias es el
entretejido de tradiciones y memorias individuales, en diálogo con otros, en
estado de flujo constante, con alguna organización social (...) y con alguna
estructura, dada por códigos culturales compartidos” (ob. cit., p.22).
Madres e HIJOS
La primera charla del ciclo fue una
entrevista informal con las Madres de Plaza de Mayo: Celina Kofman, Otilia
Elías, Ramona Maldonado y Alejandra Leoncio. Ese lunes inicial, los relatos
orales fueron la forma exclusiva en que las Madres compartieron memorias. El
diálogo fue sostenido por Claudio Cherep e intervenido por el público. Ellas
repasaron sus biografías y les transmitieron a los jóvenes un mensaje de
continuidad. Resaltaron el valor de la democracia y reiteraron el pedido de
cárcel común para los genocidas. Destacaron que su lucha siempre fue pacífica
para que pudiera servir como ejemplo. Mujeres que de un día para otro salieron
de sus casas a ocupar la calle y denunciar lo que estaba pasando. En aquella
época, actuaron en la luz pública. No en las sombras de lo anónimo, como los
secuestradores o como quienes aún hoy pintan consignas injuriantes en las
paredes. De hecho, la casa de Queca había sido marcada días antes. (Otros
pensamientos, actitudes y símbolos siguen vigentes.)
Aquella entrevista tuvo un correlato
el 20 de mayo, con integrantes de H.I.J.O.S. Fue un día particular:
el viernes había muerto Rafael Videla. Esa mención fue inevitable en las
preguntas. El abogado Guillermo Munné informó sobre los juicios a represores en
la Provincia. Además, invitó a participar en ellos para oír directamente a los protagonistas. Por su parte, Valeria Silva repasó el surgimiento
de la agrupación en 1995, de qué manera mataron a algunos santotomesinos y el
crimen de la testigo Silvia Suppo. Después, se tocaron varios temas. Por
ejemplo, Gustavo López Torre explicó el “escrache” en tanto maniobra para hacer
visibles a los represores, que estaban beneficiados por las leyes de impunidad.
También se cuestionó el nombre de edificios públicos locales, como la
biblioteca “Osvaldo Giordano”. Evocado ese tema, se recordó el rol del Personal Civil de Inteligencia: los “topos” que delataban en fábricas o universidades.
Luego, se enumeró empresas que financiaron delitos de lesa humanidad.
El tópico anterior se
relacionó con los juicios que avanzan sobre las complicidades civiles. A saber,
los tres ex directivos de la empresa automotriz Ford, acusados de partícipes primarios de
secuestros y torturas. También, el procesamiento de Carlos Blaquier, del ingenio Ledesma. Esta búsqueda de
justicia, aquella recuperación de la identidad, ese reconstruir vínculos, son
la manifestación de voluntades que siguen actualmente tejiendo una trama
desgarrada. “Despojados de su identidad y arrebatados a sus familiares, los
niños desaparecidos constituyen y constituirán por largo tiempo una profunda
herida abierta de nuestra sociedad” (CONADEP. Nunca más. Buenos Aires: EUDEBA, 1985, p.299). Durante los días en
que se escriben partes de este resumen, las Abuelas de Plaza de Mayo han
restituido la identidad del nieto número 109: Pablo Germán Athanasiu Laschan. Todavía restan cientos de identidades que
esperan una verdad que las restituya.
En este sentido, la muerte de Videla no fue el fin de algo, sino de alguien, que murió con un
conocimiento útil para esclarecer oscuridades. La noticia se difundió en los
medios locales con matices ideológicos. La prensa internacional destacó que un
genocida moría preso en una cárcel común. Todos vieron en el ex presidente de facto un ícono del terror, pero no todos percibieron en su imagen última un signo del retraso judicial que
provocaron las leyes de Obediencia
Debida y Punto Final (más el perdón menemista). Ironía mediante, en el
caso de Videla, la muerte hizo sentir su carácter de pérdida: fue su gesto de
última mezquindad y de ausencia de arrepentimiento. Por otro lado, Estela de
Carlotto le había pedido en abril al Papa que interceda ante la jerarquía
eclesiástica argentina para que “digan lo que saben” acerca de desaparecidos y
nietos apropiados, por ejemplo, desclasificando archivos donde constan
registros de importancia.
El
silencio suele jugar perversamente con la esperanza del que espera. “Hay algo más que tiene que ver con la metodología de la desaparición:
primero fueron las personas, el ‘no estar’ alimentando la esperanza en el
familiar de que el secuestrado sería puesto en libertad y habría de retornar;
luego el ocultamiento y la destrucción de la documentación (...), prolongando
la incertidumbre sobre lo que sucedió; y finalmente, los cadáveres sin nombre,
sin identidad, impulsando a la psicosis por la imposibilidad de saber acerca
del destino individual, concreto, que le tocó en suerte al ser querido. Fue
como asomarse a cada instante al abismo del horror sin límites” (ob. cit.,
p.246). En un plano más simbólico, la dictadura indujo de un modo represivo en
muchas personas la desaparición de una palabra, de frases, de relatos. Memoria
es poder decir sobre el silencio de quienes todavía no quieren decir.
Hasta encontrarlos
La tercera charla fueron los hallazgos
en el campo militar San Pedro. Se contó con fotografías y planos para
comprender mejor la investigación. Otro enfoque propuso Hugo Kofman: “Si bien son temas difíciles, porque vamos a hablar
de enterramientos clandestinos y, por ahí, suena como una cosa macabra,
nosotros queremos darle a esto otra mirada. También la mirada de la vida, porque
los compañeros que nosotros buscamos lucharon por un país mejor para todos”.
Acompañado por Marcelo Villar, narró las diferentes etapas de una investigación
colectiva que arranca en marzo de 1985, cuando el concejal radical Juan Marocco
le entrega a Kofman un sobre con restos humanos en Laguna Paiva. Eran la
evidencia concreta de que en un monte esperaban cuerpos. “Habían sido
claramente asesinados. Y fue la primera vez que en Argentina se encuentra un
enterramiento en un campo militar. Después, se encontró en Arsenales, en
Tucumán.”
La historia de cómo se halló el lugar
es larga y enrevesada, pero se puede dividir en tres partes. “En un primer
momento, fue gente que estuvo en la CONADEP, a las cuales fue llevada la denuncia. (…)Nosotros entramos en una
segunda etapa, que es cuando tomamos el caso y lo llevamos a una denuncia a la
justicia. Finalmente, en la tercera etapa interviene el Equipo Argentino de
Antropología Forense, que es el que hizo toda la búsqueda en la zona, que es un
campo inmenso que tiene más de 20.000 hectáreas. En base a los datos que se les
dio, ellos encuentran este lugar, incluso hoy nosotros pensamos que tiene que
haber otro.” Dentro del campo, puede haber dos fosas más, ya que el total de
personas que podrían haber sido llevadas ahí son 27. Sólo dieron con 8. Es lo que le resta
indagar al EAAF en una próxima etapa. La hipótesis a verificar se explica en el
libro publicado este año por Kofman: los cuerpos encontrados diferían menos de
300 metros del lugar que denunció en 2007 la Casa de Derechos Humanos.
La ubicación de las fosas se consiguió gracias a
Carlos Jesús Castellano. En el 77, era cuidador civil del campo del Comando de
Artillería 121. En una oportunidad, vio unas raras maniobras nocturnas que se
hicieron, tierra removida, bolsas de cal, una bala 9 mm en un ombú, un sueco de
mujer y una cadenita. Recién al cavar con una pala en 1985, desenterró lo que
le daría a Marocco. Este se lo entregaría a Kofman, para que se lo llevara en
un sobre al abogado Juan Adrover, el ex presidente de la CONADEP
de la zona norte de esta provincia. “Cuando lo llevo, estaba abierto. Yo los
miré y eran huesos humanos. Eran falanges de dedos con uñas. Imagínense lo que
es la impresión. Yo no pensaba en mi hermano, porque él había sido secuestrado
en Tucumán. Era difícil que pudiera estar, pero pensaba en un compañero mío. Yo
tenía en la Facultad de Ingeniería Química muchos compañeros desaparecidos. Y
después, justamente, dos compañeros de los que encuentran e identifican eran de
la facultad.”
Esa prueba no se presentó a la justicia. Es un detalle
que falta en el libro y que esa noche Kofman tampoco sabía, hasta que Miriam
Ramón, entre el público, dijo “quisiera aclarar ese punto”. Era diciembre del
84: ya se había entregado el informe a la Comisión Sábato en Buenos Aires, pero
los huesos se enviarían al doctor Julio Piva para que determinara si eran
humanos. Lo eran. “El tema era que ya nosotros no teníamos competencia para
entrar. Como CONADEP podíamos hacer allanamientos, intervenciones
en distintos grados, pedir informes y demás. En realidad, entramos al campo,
con Castellano y con Adrover, sin ninguna protección. A mí me tocó revisar la
casa, porque hay una gran casona ahí. Y ellos se metieron en el campo, en un
lugar donde los yuyos eran muy altos. Tuvieron que volver y buscar un tractor
para poder entrar”. Marocco ingresó con ellos y anotó en sus papeles las
maniobras que realizaron el 11 de marzo del 85. Castellano cavó días después y
le alcanzó la evidencia al concejal.
“Cuando a nosotros nos dan el
resultado de los huesos, que eran humanos, nos volvimos a reunir con la CONADEP y el análisis que hicimos fue el siguiente.
¿Qué garantía teníamos para hacer la denuncia ante un Juzgado Federal en el que
estaba Fernando Mántaras como juez, estaba Víctor Brusa y estaba Víctor Manuel
Monti como secretario? Eran todas personas que nosotros habíamos denunciado
como violadores a los derechos humanos. Cuando entregamos los informes, fuimos
a la Comisión de Acuerdos del Senado y los denunciamos para que no le dieran el
acuerdo a Mántaras, ya que sabíamos de estos antecedentes. Entonces, el
análisis fue que no había garantía y evaluamos cómo se podía hacer para poder
ingresar al campo San Pedro y hacer una excavación o una investigación más
profunda.”
“Como era de una
jurisdicción nacional, planteamos a nuestros respectivos partidos y respectivos
organismos a los que pertenecíamos que sólo una guardia de diputados nacionales
en el lugar nos podía garantizar que allí no hubiera un desenterramiento por
parte de los mismos militares. Había que preservar la prueba. Si nosotros
hacíamos la denuncia en el Juzgado Federal con estos jueces, era obvio que el
Ejército se iba a enterar antes y ellos mismos iban a borrar las pruebas. Así
que se decidió mantener esto dentro de los respectivos organismos a los que pertenecíamos.” El campo se siguió usando para
maniobras hasta el 95, cuando termina el Servicio Militar Obligatorio. (Por
esos años, regían los indultos.) La prueba ósea estaría en el Archivo General
de la Nación, según infiere Kofman de una declaración testimonial de Adrover.
En el 2003, asume Néstor Kirchner, se
anulan las leyes de impunidad y se retoman los juicios que Raúl Alfonsín había
propiciado. A los tres años, la búsqueda reinicia en mejores condiciones. “Nos
encontramos con que lo fundamental era recuperar el contacto con quien había
sido testigo de esos hechos, que era el cuidador del campo. Entonces, nos
propusimos tratar de encontrarlo, de hacer ese recorrido a la inversa del que
se había hecho en el 85”, explicó Marcelo Villar. El periodista Carlos Del
Frade influyó en esa decisión. Durante la segunda etapa, el testimonio de
habitantes y ex ferroviarios tomó relevancia. “El tema de una reconstrucción es
una historia colectiva, porque los militares sabemos que hace poco (antes del
fallecimiento de Videla, que él estuvo en una audiencia) se niegan a hablar, a
declarar y contar lo que saben. A la reconstrucción la tuvo que hacer la gente.
La gente del pueblo es, en gran medida, testigo de lo que pasó”, remarcó
Villar, quien todavía busca a su hermana. “A mi hermana, van al departamento y la
detiene el Ejército, hasta dejan una faja de clausurado en el departamento, con
firma y todo del responsable del área.”
“Ustedes saben –le había comentado
Kofman a los estudiantes presentes– que la dictadura tuvo un plan de
exterminio. Ese plan de
hacer desaparecer a las personas fue un método sistemático en el país. En los
primeros días de la dictadura, nosotros no lo entendíamos. Después, poco a
poco, se fue entendiendo qué significaba. Porque no era sólo matar. Era hacer
desaparecer. Era decir ‘esta persona no existe, no existió, no tiene entidad,
se borró de la faz de la Tierra’. Las madres que iban a preguntar qué pasó con
su hijo le decían ‘y se habrá ido, se lo habrán llevado los compañeros, se
habrá ido a otro país’. Mil cosas distintas decían sobre los compañeros
desaparecidos. Por supuesto que nosotros no les creíamos y, por lo bajo, se
corría cuál era la verdad de lo que estaba ocurriendo. Esa verdad fue saliendo
después, sobre todo a través de los juicios, y fue conociéndose públicamente.”
“A pesar del miedo y del silencio
reinantes en los años de la dictadura militar, muchos pobladores de la zona y
de la ciudad de Laguna Paiva, comenzaron a recibir noticias de que ‘en el campo
del ejército se fusilaba y se enterraba gente en fosas comunes’, en forma
clandestina. Las fuentes de información eran trabajadores rurales, así como
cazadores o pescadores que ingresaban al campo por la laguna del fondo. Uno de
ellos, el que aportó los datos de mayor significación, es el Sr. Ricardo
Domínguez, un asiduo cazador de la zona, que lamentablemente falleció, a causa
de una enfermedad crónica, en el mes de enero de 2006”, se lee en un párrafo
de la denuncia judicial de la CDDH. Castellano no figura en ese texto de 2007
por protección. El año anterior había desaparecido Julio López, en democracia,
por su rol de testigo contra el represor Miguel Etchecolatz.
En el 2006, aun con los cambios del
territorio que el tiempo había provocado, su conocimiento de baqueano le
permitió al antiguo cuidador del campo detectar, junto a Villar y Kofman, los
espacios donde podían estar las fosas. Esa excursión furtiva posibilitó
delimitar algunas áreas concretas que se adjuntarían a la citada denuncia
judicial. En junio de 2010, el EAAF hallaría una fosa, luego de cinco meses de
trabajo, en los que hubo cierta “vigilancia” durante las operaciones de
rastreo. “Reciben el
llamado de un militar que era conocido de ahí y les dicen por celular que si encontraban
cal no le dieran bola, porque esos eran los pozos sanitarios que ellos
rellenaban con cal para evitar el olor. Esto muestra cómo estaban atrás de esta
posibilidad de tratar de tener todo controlado aún cuando estaba trabajando el
Equipo de Antropología Forense”, subrayó Marcelo Villar. Paradójicamente, la
cal facilitó la búsqueda y permitió conservar mejor el ADN de los huesos.
“A
poco más de un mes del hallazgo, cuando aún no se conocía ninguna de las
identidades de los cuerpos, se realizó la Caravana de la Verdad, la Memoria y
la Justicia. La amplia participación que tuvo fue quizás producto de diversas
motivaciones: hacer visible el hecho ante la comunidad, rendir homenaje a los
compañeros cuyos restos fueron hallados en ese lugar, denunciar las atrocidades
cometidas por los militares genocidas, expresar la indignación frente a tantos
crímenes, celebrar que se estaba ganando una pequeña batalla a la impunidad,
seguir construyendo memoria” (Hugo Kofman. Mirar
la tierra hasta encontrarte. Santa Fe: María Muratore Ediciones, 2013,
p.67). En el capítulo IX, voces testimoniales recuperan la identidad militante
de cuatro personas identificadas. “El
libro un poco quiere... Está bien, uno quiere rescatar los restos, pero además
de rescatar los restos, nosotros queremos rescatar la memoria de ellos,
nosotros queremos traerlos al presente y mostrar quiénes eran nuestros
compañeros”, aclaró el hijo de Queca esa noche de junio.
Así que se rememoró a Maria Esther, Mari, Carlos, Gustavo y a Oscar Winkelman, un estudiante de abogacía identificado en marzo. “En esa época, cuando nosotros éramos estudiantes –narró Kofman–, el comedor universitario estaba en el Bulevar Pellegrini (...). Había muchos estudiantes que trabajaban ahí como mozo. Hacían un trabajo de dos horas por día, una cosa así, y con eso se pagaban la carrera. Con trabajar en el comedor, ya no pagaban la comida. Le daban una beca y con eso se podían pagar la residencia y otros gastos. Estudiaban con eso, digamos. Y Oscar Winkelman era uno de los chicos que era mozo del comedor universitario. Julia [Gaitán], mi compañera, se acuerda, porque nosotros tuvimos un hijo en el año 74. Ella iba embarazada con su panza y, cuando hacía la cola, iba con su bandejita. A ella le servía comida y le entregaba doble más o menos, porque ‘eran dos’ decía. Esos son los recuerdos que uno tiene de los compañeros. Uno los trata de recordar así también, ¿no?” A mediados de junio, se conoció que el EAAF identificó a una sexta persona: Miguel Ángel D'Andrea.
La palabra y los chacales
La cuarta reunión trató el caso de
Marta Zamaro, quien, junto con Nilsa Urquía, fue secuestrada, torturada y
asesinada por el Comando Anticomunista del Litoral. Al comienzo, se vio un cortometraje que hizo
la Asociación de Prensa de Santa Fe con testimonios que describen el perfil de las dos mujeres y narran el clima de aquella época. Acto seguido, la periodista Cintia Mignone dio los detalles
judiciales conocidos hasta ahora. Esta fue una de las charlas más breves, dado
que son pocos los datos que había en el expediente. “Si ustedes vieran la causa
original, que se inició en noviembre de 1974, registra un movimiento que se
cierra en abril del 75. Se investigó en ese lapso de tiempo a las víctimas y se
ignoraron todos los indicios que había para determinar o, por lo menos, para
sospechar desde dónde venía el asesinato. Un asesinato que fue brutal.” Ambas
mujeres se encontraron ahogadas en las aguas del Arroyo Cululú. En su momento,
la Policía y la Justicia desestimaron varios indicios, como, por ejemplo, que
las dos eran abogadas de presos políticos o como las amenazas que hubo a la redacción
de Nuevo Diario, donde Marta era delegada de la Comisión Interna.
“Hay muchos indicios de por qué decimos que fue el Comando Anticomunista del Litoral, que era la versión santafesina de la Triple A. Primero, porque como lo cuenta [María de los Ángeles] Pocha Pagano en el video, que es una de las principales impulsoras de la reapertura de la causa, tanto Pocha como Marta, como un grupo de periodistas de Nuevo Diario, (...) todos fueron amenazados por la Triple A santafesina. Un mes antes de las muertes, fueron amenazados. Dos días después de que aparecieran los cuerpos, se refieren llamados en el diario, que quedan registrados en las crónicas de la época, con amenazas firmadas por el Comando Anticomunista del Litoral. Y un dato no menor, que es la forma en que aparecen los cuerpos de Marta y de Nilsa, sobre todo el de Marta. De la misma manera la Triple A venía firmando los crímenes y siguieron firmando así durante un tiempo más.” Recién en el 2011, luego de 37 años, se pudo retomar la investigación del hecho y fue considerado un crimen de lesa humanidad. A partir de ahí, con el consentimiento de los familiares de las víctimas, la APSF actúa como querellante.
Sin embargo, Mignone aclaró: “Si uno va revisando los testimonios que se están recogiendo en la investigación judicial, uno no tiene demasiadas esperanzas de que se pueda llegar al autor material de estos crímenes. No hay nombres. Lamentablemente, no hay nombres. Ha pasado demasiado tiempo”. Igual, algo puede rescatarse: “Habrá que ver si se puede llegar a alguna persona en concreto a la que se le puedan imputar los crímenes. Pero más allá de eso, a mí me parece muy valioso, imprescindible, reconocer la época a través de los testimonios que nos están brindando. No hay muchas publicaciones en Santa Fe sobre las vivencias propias de las personas que han sobrevivido, que se han exiliado, que se han reciclado de alguna manera. Así que me parece que eso es algo muy valioso para tenerlo ahí. Ojalá que se pueda publicar en algún momento todo eso, cuando avance”. Para quien busque precisiones, la historia del caso está relatada en el texto “Un paso hacia la justicia” del blog Historias colaterales.
Sin embargo, Mignone aclaró: “Si uno va revisando los testimonios que se están recogiendo en la investigación judicial, uno no tiene demasiadas esperanzas de que se pueda llegar al autor material de estos crímenes. No hay nombres. Lamentablemente, no hay nombres. Ha pasado demasiado tiempo”. Igual, algo puede rescatarse: “Habrá que ver si se puede llegar a alguna persona en concreto a la que se le puedan imputar los crímenes. Pero más allá de eso, a mí me parece muy valioso, imprescindible, reconocer la época a través de los testimonios que nos están brindando. No hay muchas publicaciones en Santa Fe sobre las vivencias propias de las personas que han sobrevivido, que se han exiliado, que se han reciclado de alguna manera. Así que me parece que eso es algo muy valioso para tenerlo ahí. Ojalá que se pueda publicar en algún momento todo eso, cuando avance”. Para quien busque precisiones, la historia del caso está relatada en el texto “Un paso hacia la justicia” del blog Historias colaterales.
El tema complementario de esta charla
fue el medio gráfico creado por Marcos Bobbio en 1968 y que captó a los
trabajadores sindicalizados de los cuales Zamaro era parte. “En la historia de
los medios de comunicación de Santa Fe, pocas redacciones fueron como la de Nuevo
Diario. Alcira Ríos, Tatino Córdoba, Pato Mauller. Todos ellos venían de El
Litoral. Y no fueron a Nuevo Diario porque dijeron ‘qué bueno, vamos
a trabajar en un diario nuevo’. No. Venían de protagonizar una huelga histórica
en el diario El Litoral. Veinte días sin salir del diario. Esa redacción
se armó con la mayoría de los huelguistas. No eran cualquier periodistas. Eran
los más combativos, los más militantes gremiales y políticos de todas las
extracciones (del PRT, de Montoneros, de otras fuerzas). Todos ellos salen de El
Litoral para armar Nuevo Diario. Esa es la gente amenazada. (...)
Luego de las muertes, se desbanda la redacción.”
“Desde fines del año 68, hasta el
momento de los crímenes, era un diario que, de los más o menos contemporáneo,
para mí fue uno de los mejores escrito en Santa Fe. Estaba hecho por otro tipo
de periodistas. No el periodista que se quedaba en la redacción a rescribir el
parte de prensa que llegaba de la policía. No, porque esta gente que hacía eso
en El Litoral, cuando hacen la huelga, lo que hacen es armar un diario
obrero. Arman Prensa Gráfica, un diario que dura lo que dura la huelga.
Estas chicas, sobre todo, que antes se quedaban redactando un parte, dijeron
‘no, este es mi diario, yo me voy al aeropuerto a hacer una entrevista, me voy
a la 14, que están en huelga los estudiantes, no espero nada el parte’. Esa
redacción se va después a Nuevo Diario. Uno compara las crónicas de
algunos hechos en El Litoral y en Nuevo Diario y nota la
diferencia de la militancia social, de conocer la realidad o el sentimiento del
otro para escribir esas crónicas”.
Para apreciar esa distinción, basta leer
la glosa que publican luego de que hallan el cuerpo de su compañera: “Cabe
preguntarse si frente a todo esto que de pronto nos golpeó tan duro y tan bajo
se puede seguir creyendo en la significación y la trascendencia de las palabras
y los valores que pretenden resguardar. Y la respuesta no puede ser sino una.
Nos afirmamos en lo nuestro. En la condenación y el repudio a la ley de la
selva que se pretende implantar en el país. En el valor que damos a la fuerza
de nuestro pensamiento, opuesto al derecho que se pretende edificar sobre el
argumento del más fuerte. En la seguridad que nos alienta sobre la
intangibilidad de las ideas y la capacidad de supervivencia de los valores del
espíritu. Más allá de la propia muerte, más allá de nosotros mismos, más allá
de la decisión de los tribunales que se mueven en las sombras, más allá de las
lágrimas y el temor, más allá de este clima de violencia que nos toca y nos
eriza, el valor de lo humano triunfará” (“Con la violencia a flor de piel”, Nuevo
Diario, 18 de noviembre de 1974).
Círculo creativo
El 1 de julio le tocó el turno al Círculo de Dibujantes Santafesinos.
El editor Daniel Dussex hizo una introducción para Dibujando dibujitos.
Este mediometraje muestra cómo se materializó la obra Sueños colectivos, trazada en 2012 para conmemorar el aniversario del golpe. Fue sugerida por la
asociación de ex presos políticos El Periscopio. En el video, se
considera al dibujo como expresividad material de una ilusión: el cambio es
concebible cuando se lo imagina, hasta entonces no adquiere forma posible y el
mural puede ser una de esas formas primarias. Por consiguiente, Dussex definió
al mural como una actividad de grupo. “No sólo el individuo frente al tablero o
a la computadora”, dijo, ya no ese dibujo solitario, sino la intervención de
varias subjetividades. Otro mensaje hermanado a la actitud de las Madres se
registró en Dibujando... La respuesta a los agravios de un trazo negro
nazi fue “repintar el
mural y construir otro, acompañados por la gente”.
Proyectadas en la pared, pasaron las
vivencias de los ex secuestrados que relataron la falta de lógica para las
detenciones, las torturas para sacarles información, la rutina de sanciones
dentro de la cárcel. Pero también los debates intelectuales en el encierro, la
comunicación interna de los detenidos, la ayuda mutua en situaciones límites. (Experiencias que narra el libro Del otro lado de la mirilla,
presentado en esta ciudad en el marco de la Feria del Libro de 2009.) Al
término de la proyección, José Villareal, Froilán Aguirre, Carlos Raviolo,
Guillermo Pieli y Rubén Viso compartieron sus testimonios militantes, aprovechando que vivían “por una
casualidad del destino”. Para entonces, la sensibilidad sin tiempo estaba en
cada pupila. De modo que no era raro establecer relaciones entre individuos y
objetos circunstanciales. Esa misma lógica asociaba el hecho de que personas
que habían sido detenidas y torturadas ahora compartían su memoria en una sala
junto a la calle Libertad.
Otra mención relevante es que esa
noche se remarcó la participación juvenil actual en los diferentes espacios
políticos, como sucedía en épocas anteriores. Luego, valiéndose de la
oportunidad, Pieli provocó (con su astucia de profesor) un debate intenso al
tirar sobre la mesa el tópico de la “militancia paga” o la participación
política que sólo aspira a ocupar cargos públicos. El intercambio de pareceres
entre la audiencia hizo que fuera una de las charlas más largas. Duró tres
horas, en las que hombres y mujeres discutieron diferentes aspectos de la
práctica política: motivaciones, limitaciones, prejuicios, conflictos dentro de
una estructura partidaria de las bases con los líderes, aprovechamientos
políticos de coyuntura. Al inicio de esa charla, pero antes del debate, Villareal
había rescatado la solidaridad como la otra vía revolucionaria, opuesta al
fuego de la violencia y la aniquilación.
Por otro lado, reminiscencias y
documentos de la vía guerrillera pueden encontrarse en un trabajo periodístico
que investigó la lucha armada que siguió entre 1979 y 1980. Entre esas páginas,
su autor describe: “Son historias de soldados que decidieron tomar las armas, y
que la memoria setentista, siempre dispuesta a idealizar la voluntad y
el compromiso de esa generación, prefirió desechar, por estrategia o por
ignorancia” (Marcelo Larraquy, Fuimos soldados. Historia secreta de la
contraofensiva montonera. Buenos Aires: Aguilar, 2006, p.233). El libro no
descansa sobre la teoría de los dos demonios. Su intención es sacar del olvido
a quienes volvieron al país para seguir una causa perdida. Considerarlos no sólo como desaparecidos, sino como combatientes. Pero, a su vez, por la resolución de la historia, este es un relato que está impregnado por una “épica
degradada”.
En la próxima jornada, las mujeres
militantes hablarían del centro clandestino que funcionó en esta zona. Para dar
precisiones, la jurisdicción de Santo Tomé, en esa época, tenía como límite sur
la Avenida Richieri. Según registra la prensa, el 12 de septiembre de 1972,
durante las celebraciones por el centenario, el intendente Orlando Rappa le
expresa al general Guillermo Sánchez Almeyra el pedido de extensión de los
límites. (Hacía diez años que el pueblo era ciudad.) El Gobernador responde que
ese tema tendría que acordarse con la vecina comuna. Años después, se conoce la
noticia: “El Poder Ejecutivo ha promulgado la ley 8266, por la cual se fijan
nuevos límites para el distrito de Santo Tomé, en concordancia con las
actuaciones obrantes en el Ministerio de Gobierno, y la respectiva autorización
otorgada por el Ministerio del Interior” (“Modificaron los límites entre S.
Viejo y S. Tomé”, El Litoral, 30 de junio de 1978).
Otra reconstrucción
Carlos Fluxá: Sexta jornada
de Lunes con la memoria. Las vacaciones de julio y el frío nos menguaron
bastante el público joven, pero, bueno, aquí estamos. En esta oportunidad, ya
entrábamos en temas locales. Hoy íbamos a tocar el tema del centro clandestino
de detención que perteneció a Santo Tomé. Tenemos el orgullo de tener acá
presente, acompañándonos, como invitadas especiales, a Patricia Traba, Anatilde
Bugna, Stella Vallejos, Silvia Abdolatif, que nos van a dar una mano con esta
jornada de intercambio y reflexión. Yo hago esta introducción y los dejo en
manos de ellas. Después, comentaremos. Trataremos de que esto no sea una
disertación, que sea un intercambio, como siempre lo hemos planteado.
Arrancamos.
Stella Vallejos: Quienes
estamos acá atravesamos la experiencia de haber estado en La Casita.
Somos cuatro, pero creemos que pasaron cientos de compañeros y de compañeras
por ese lugar. Fue un centro clandestino de detención, que, para quienes son
muy jóvenes, era donde ocurría todo lo contrario a lo que hoy se puede pensar
que es la democracia. Era un lugar donde se detenía, se secuestraba y se
buscaba quebrar la voluntad no sólo de quienes militaban sino de todos los que
buscaban un país mejor.
Patricia Traba: Nosotras
somos un grupo de 12 personas que fuimos secuestradas el 23 de marzo de 1977.
Desde las primeras horas de la mañana, hasta alrededor de las 8 o 9 de la
noche, la mayoría fuimos secuestradas en nuestras casas. La Negra, en la calle.
Y por esas diferencias horarias, algunas fueron a la Seccional Cuarta. Menos a
la Negra que ya fue en horas de la mañana llevada sola a La Casita, nos
concentraron en donde después vamos a saber que es el Parque Garay y de ahí en
un vehículo nos trasladaron a este lugar.
Anatilde Bugna: Le pusimos La
Casita porque siempre era una casa. No siempre fue la misma. En
determinados períodos, fue cambiando, sobre todo por un tema de seguridad de
ellos, no nuestro. Nosotros ya no teníamos seguridad en ese momento. Lo que
nosotros pudimos trabajar, corroborar y que después pudimos volcar en el juicio
que hicimos en Santa Fe sobre La Casita tan famosa de Santo Tomé es que
empieza a funcionar en el 76. Tenemos datos concretos de que en el 76 ya estaba
funcionando y sigue, según los testimonios que tenemos, hasta mayo-agosto del
77, la misma casita, con el mismo grupo de tareas.
Patricia Traba: La Casita era
lo que nosotros conocemos ahora como un “chupadero”, que no es de las características
que puede tener la Escuela Mecánica de la Armada, el Olimpo, todos esos lugares
donde los prisioneros era mantenidos durante mucho tiempo. Entonces, el
problema es localizar el lugar. La mayoría de nosotros estuvo poco tiempo y
esto es lo que dificulta la búsqueda. Esto era un circuito represivo ilegal,
clandestino, pero absolutamente organizado. Esto no estaba librado al azar o a
la voluntad de "la patota" local o del Segundo Cuerpo de Ejército o de la
Policía. Esto integraba un circuito represivo organizado.
Anatilde Bugna: Cuando estuvimos
colaborando, y algunas trabajando más orgánicamente desde la CONADEP en adelante, lo que pudimos corroborar es que cada casita tenía un
grupo de tareas estable. Un grupo de tareas está conformado por todas las
fuerzas que se distinguen por trabajar en la clandestinidad. No iban
uniformados a La Casita, ni mucho menos. Eran servicios (policía,
ejército) en forma conjunta. Nosotros lo que pudimos encontrar y distinguir en
los dos años (que tenemos los datos fehacientes) es que el jefe de La Casita
de Santo Tomé era Nicolás Correa. O sea, era el responsable mayor, que
lamentablemente murió durante el juicio que nosotros hacíamos. Un poquito
antes, estaba con prisión domiciliaria.
Silvia Abdolatif: Las compañeras
fueron claras. Era un lugar de secuestro, de detención, de torturas y muerte. Y
hay una pregunta de quienes pasamos por situaciones similares. Nos preguntamos
¿cuál es el juramento que se han hecho los represores para que ninguno de ellos
dijese dónde está La Casita? No es un empecinamiento por parte nuestra
encontrarla, porque quizás puedan existir los cimientos. Tenemos la descripción
de cómo eran las habitaciones, de cómo llegamos, si había baño, si se sentía el
ruido de algún avión o de agua. Lo que sí sabemos es que estaba en la zona
aproximada del aeropuerto de Sauce Viejo, vecino a Santo Tomé, y el trayecto
desde el Puente Carretero hacia La Casita no era más de 20 minutos,
media hora, incluso hoy.
Anatilde Bugna: ¿Cómo se nos despertó
lo de La Casita?, porque nadie sabía que estaba en una pieza con la
policía. Lo que pasa es que, cuando empieza la CONADEP,
lo más invalorable que tienen esos testimonios es que, cuando uno sistematiza,
todos, de una forma u otra, decimos lo mismo. Sentimos ruidos, de agua, de
puertas. Entonces, pudimos armar un determinado número de gente de Santa Fe y
de Rosario que estuvieron en esta casita. A partir de ahí, llevó casi 20 años
poder llevarlo a juicio. Pero lo lamentable de todo esto es que nunca pudimos
ubicar La Casita. Ya no para decir ‘Ay, esta es’, pero sí hubiera sido
importante para la memoria que se pudiera encontrar. Está en Santo Tomé, en las
afueras. Hay muchas versiones.
Patricia Traba: Puede haber también
algunos casos de que hayan ido a La Casita a fines del 75. No lo
sabemos. Tenemos un compañero que fue detenido y se encuentra desaparecido:
Mario Osvaldo Marini. El juicio por su desaparición ya se efectuó.
Probablemente, haya ido a un lugar de estos y no apareció nunca más.
Stella Vallejos: También es importante
y alentador que en nuestro juicio hubo condena por la existencia de La
Casita. Aunque no la hayamos encontrado, en la historia está comprobado que
existió. Eso también hace a la memoria, sino queda como una cuestión así en el
aire que ‘a lo mejor’, pero no. Hubo un juicio. Fue demostrado con una maqueta.
Está comprobado que existió. Faltaría encontrarla.
Patricia Traba: Algunas de las
características que podemos aportar de este lugar es que ellos cuando
torturaban ponían música fuerte. Esto quiere decir que había vecindario del
cual preocuparse. Y bueno, hacían algunas cosas que nos preguntamos, que tienen
que ver algo con el lugar, pero no nos damos cuenta qué, como que entramos y
salimos con autos, no con ese vehículo grande, que después nos vamos a enterar
que es un furgón. Así que esto implica haber tenido movimiento de autos
permanente en ese lugar, de entrada y salida de autos, a pesar de que no
podemos identificarlos.
Anatilde Bugna: En este momento, hay una
causa, que no es nuestra, pero sí algunas hemos testimoniado, que se les está
abriendo a otro mando de La Casita, porque hubo otras casas. Ustedes no
son los únicos privilegiados, sino que en Rincón, en la misma ciudad de Santa
Fe, también. Pero esta casita es la más complicada para ubicarla. Y fue en la
peor época de la represión: el 76-77. Entonces, hubo muchos compañeros que
quedaron en La Casita y que tenemos la obligación de tratar de ubicar
dónde los enterraron o algo, por lo menos saber de ellos. Tenemos los nombres
de los compañeros.
Silvia Abdolatif: Ahí, hubo compañeros
que murieron. Nosotros preguntamos en los juicios y pedimos al fiscal, al juez,
que investigue, que pregunte dónde estaba La Casita a los represores que
quedaron vivos hasta llegar al juicio. El que más aproximadamente estuvo en el
lugar fue Perizotti, pero llegó a un punto y ahí se perdió. Dijo que él no
había llegado. Es decir: ninguno de ellos llegó hasta esta casita, cosa que
nosotros sabemos que es mentira. Porque de La Casita a la Guardia de
Infantería nos retiró un personal de la Policía de la Provincia de Santa Fe,
junto con militares del Segundo Cuerpo del Ejército. Y ahí tuvimos que, digamos,
vivir un año y conocerlos,
sin capucha y sin esposas.
Patricia Traba: El jefe de
Inteligencia del Segundo Mando del Ejército era Manuel Marcelini, que murió
cuando comenzamos las audiencias orales del juicio Brusa en 2009. Perdimos a
los tres jefes de “la patota” y de la represión en Santa Fe antes de poder
condenarlos. Correa, que murió primero. Marcelini, que estaba con un proceso de
cáncer, detenido en Mendoza. (Era nuestro mayor interés poder llevar a juicio a
ese personaje.) Y después Rolón, que era el jefe del Área 212, un núcleo
organizativo de la represión. Piaf era el segundo jefe, después de Marcelini. Y
según Perizotti (nosotros lo ignorábamos, admitió su responsabilidad), dice que
nos va a buscar a un lugar y que es Piaf quien nos entrega vendadas y
esposadas.
Anatilde Bugna: Nuestro
trayecto por Avenida Luján fue de ida y de vuelta. Puede ser que hayamos estado
hace treinta y pico de años ahí. Nos sacan de
varios autos y nos bajan en un descampado. Ahí nos hacen algunas cosas,
como simulacros de fusilamiento, y nos suben a estos camiones de presos con
celdas. Puede ser cierto lo que dice Perizotti de que es la zona de la Curva
Richieri. Lo que él reconoce es que no nos toma de La Casita, sino de
ese traslado, desde ese lugar. Y lo que declaramos en el juicio es que él entra
a la casa con María Eva Aebi, que era su secretaria, porque nosotros
escuchamos. Después, convivimos con él más de un año, o sea que no nos podemos
confundir con la voz de Perizotti y de María Eva tampoco, y de ninguno de
ellos. Así que creemos que el trayecto que hicimos desde la Curva Richieri
hasta a donde sea tampoco fue muy largo. Lo que sí, no fue por camino formal,
digamos, no por ruta, sino por el interior. Por ahí, fuimos a ver un montón,
pero bueno, si escuchan alguien que diga algo...
Patricia Traba: También nosotras
consideramos posible que haya habido más de una casa según la época. Hay un
testimonio de una persona, que es detenida en Córdoba, y, según sus dichos, la
traen a la zona como casero de una de estas casitas. Esta persona declara que
había alrededor de 5. No sabemos si fue así. Pero, bueno, esa persona dice que
hubo más de una casa en la zona y que a él lo trajeron y que estuvo en esos
lugares. Ese testimonio también fue presentado y, como dice la Negra, está jurídicamente probada la existencia de La Casita a partir del fallo en la causa Brusa.
Silvia Abdolatif: Hubo un testimonio
muy importante en el juicio contra Brusa, que fue el de la compañera Silvia
Suppo. Esta compañera, que había sido traída desde Rafaela, fue depositada en
una de las comisarías y luego trasladada a La Casita. Fue torturada, fue
violada y quedó embarazada en la tortura. Esa compañera llegó a la Guardia de
Infantería Reforzada, como llegamos todas nosotras, con una diferencia de
meses. Todo entre marzo y abril de 1977. Esa compañera luego fue sacada de la
Guardia de Infantería, llevada a hacer un aborto, encapuchada. Fue llevada en
un auto por Perizotti, por María Eva y por el chofer, que era Jorge Córdoba. Y
cuando vinieron de hacerle el aborto, la volvieron a La Casita. Es
decir, no es algo que nadie sepa dónde está realmente. Entre ellos, lo que hubo
fue un pacto de silencio.
Hasta el día de hoy nadie dijo dónde
está con certeza. A veces, pensamos que así como se descubrieron otras, en todo
este largo caminar, desde que comenzó la democracia en el 83 a la fecha,
también se fueron descubriendo distintos lugares, como enterramientos.
Enterramientos que se descubrieron en Laguna Paiva, en un campo que pertenece
al Ejército y que nos fue señalado por lugareños, por gente que recordó en
algún momento que en tal fecha aproximada llegaban camiones a altas horas de la
noche y que después a unos les habían hecho dejar cerca del lugar bolsas de
cal. Todo eso se fue reconstruyendo de tal manera que hace poco tiempo el
Equipo de Antropología Forense trabajó en el lugar y así fue como se
encontraron y se les ha dado nombres a esos huesos que fueron enterrados
ilegalmente.
Es por eso que uno sigue buscando la
verdad y sigue preguntándose dónde estuvieron determinados lugares donde pasamos
nosotras y quedamos vivas, pero donde hay compañeros que no aparecieron y que
sus familias siguen preguntando. Y los que no siguen preguntando en la familia
es porque ya son muy viejitos y se van muriendo también. Ese es el inventario
que nosotros siempre intentamos. Que aquel ciudadano común, que aquel que vive
en un lugar cercano, en algún momento cuente algo que dé la pauta.
Evidentemente, de parte de ellos no hay información alguna. Como dijo Anatilde,
se han visto muchísimos lugares y los resultados no fueron positivos.
Segundo homenaje
Cinco de agosto. El mismo horario en que la gente del
centro sale a caminar por la costanera. Noche agradable. A unas cuadras de ahí, el
último encuentro del ciclo. En la sala, un texto enmarcado: ¡Memoria!
“El pueblo y gobierno de la ciudad de Santo Tomé, conjuntamente con el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe a través de la Secretaría de Derechos Humanos, desean con esta muestra rendir homenaje a los santotomesinos nativos, o por adopción, o que transitoriamente aquí se encontraban, quienes entregaron su vida en manos del terrorismo de estado, militando el sueño común de un país más justo para todos.” A la par del texto
breve, 9 cuadros con fotos en blanco y negro, con la biografía mínima de 13
personas. Las piezas de la muestra fotográfica están sujetadas por esas
pequeñas cadenas que suelen tener los marcos. Eslabones que sostienen, tal como
la imagen sostiene un recuerdo en el proyector personal de la vida.
Ese día de cierre fue
diferente a los otros. No hubo disertaciones. Fluxá anticipó que habría
intercambio de recuerdos, reconstrucciones de memorias y se rendiría un
homenaje a militantes que sufrieron el terrorismo de Estado. Un mate
circulaba a la espera del comienzo. Un comienzo retrasado para ver si llegaba
más público. Por mail y redes sociales se habían enviado 700 invitaciones. Los
presentes no eran más de 50. Quizás por circunstancias del día. Quizás por
otros motivos. Quizás por lo que se conversó más tarde. Sea como fuere, Fluxá
empezó a leer la reseña de los cuadros y la emotividad pronto se adueñó del
lenguaje. “Se me tranca la voz”, alcanzó a decir y solicitó que luego alguien
le ayudara a seguir leyendo. (Era inevitable que la presencia de su
hermano Héctor se haya reflejado en las situaciones descriptas de aquellas personas, sus últimas acciones conocidas, sus últimos gestos diurnos.)
El recorrido biográfico
revivió la tristeza de la ausencia y esa falta se replicaba en las caras que
podrían haber estado esa noche. Entonces, se empezó a hablar de la vigencia de
“ignorar lo que pasó” en esta ciudad y de su “memoria frágil”. Tal vez,
percepciones guiadas por la costumbre de mirar lo que falta en vez de lo que hay. Pero después algo
empezó a cambiar. Se narró la historia del futbolista Gustavo Olmedo, contada en Deportes, desaparecidos y dictadura. Se empezaron
a considerar los avances logrados. Se mencionaron las condiciones de
posibilidad del libro Historias de vida. Horacio Coutaz, el secretario
de Derechos Humanos de la Provincia, remarcó que hace algunos años “estos
lugares eran impensados” y que se “publicará el material de los juicios para
que sea accesible”. Luis Martínez señaló cómo la participación ciudadana en el
ciclo fue originando distintos textos y comentarios en Internet. También
algunas personas compartieron la experiencia de cómo, en sus familias, lograron
abrir el silencio sobre el tema o cómo investigaron el tema en términos históricos
dentro de las instituciones educativas locales.
Poco a poco, se advirtió el
valor de quienes estaban ahí y hubo la certeza de que no se homenajeaban vidas
individuales, sino individualidades que integraban un proyecto colectivo,
basado en imperativos comunes. Se consideró que las “huellas del silencio” aún
permanecen, que “los efectos vigentes del terror” aún impiden pronunciar hechos
pasados. Despojarse del miedo impuesto por una época puede aplacarse asistiendo
a estos espacios sociales de intercambio. En ese marco, Cecilia Mazzetti narró
la superación (de un “nudo en la garganta”) para poder pronunciar el nombre de
“Daniel”, su compañero y esposo. Además, pidió que si alguien sabe en calidad
de testigo qué sucedió con Suárez, que, por favor, comunique su testimonio,
aunque sea mínimo, para poder aportar datos que permitan avanzar con la
investigación. Suárez era conscripto en el año 1977, en el Batallón de Anfibios
601, en la sección Barcazas. Mazzetti publicó una carta el 1 de agosto en Redacción Santa Fe: se titula Sin novedad en el frente.
¿Cómo comunicar lo que sintieron las
personas que asistieron ese lunes? Sucedió que en el último encuentro no hubo
una voz central. La palabra circuló de boca en boca, de perspectiva en
perspectiva, de generación en generación. Así el clima de la reunión fue mutando.
La presencia verbal de los más jóvenes marcó ese cambio de rumbo en la charla
(desde el presente concreto). No se trató de memorias que transmitieron datos
históricos o que relataron anécdotas de un ayer. Fue la memoria que expone y
comparte una sensibilidad, con la confianza de que hallará un sentimiento comunitario
que le corresponda. Eran las 22.20. Los versos de Rubén Vedovaldi fueron las
últimas palabras para Cuando venga el
porvenir. Al día siguiente, ya no sería lo mismo ver esa placa con
nombres sin fechas, uno al lado del otro, como partes de una sola frase que son
palabras y que más que palabras son preguntas que, desde marzo de este año,
interpelan al habitante que cruza la plaza Libertad.
Santo Tomé, 30 de agosto de 2013.
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