En mayo entró al Congreso de la Nación un proyecto que elaboró la Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina (AReCIA). Impulsada por el diputado Jorge Rivas, la propuesta legislativa pretende convertirse en el complemento de la Ley 26.522, que sólo regula servicios audiovisuales. Este ensayo periodístico comparte algunas ideas sobre prensa escrita, política y lectores... y lectoras, claro.
Portada
Usted visualiza el texto y
lee el primer párrafo de un artículo editorial: “Los que combaten la prensa,
por el mezquino placer de combatirla, por contagio o por política, no conocen
ni superficialmente de su misión. La voz del periodismo, purificada cada vez
más con la defensa de los intereses públicos, es una voz sagrada. El periodista
malo, el insidioso, el intrigante, el que pone en la punta de la pluma gotas de
veneno moral, sin que nadie lo expulse de la república periodística, se expulsa
solo arrastrado por sus propias lacras psicológicas. La opinión no lo tolera y
lo cerca con su antipatía”.
Quizás le entusiasma la
retórica del texto y le atrae eso de “la voz sagrada”, del “periodista malo”,
del “veneno moral”. A usted le parece un acierto la frase “lacras
psicológicas”, pero, sobre todo, le gusta la parte en que la opinión pública
“lo cerca con su antipatía”. Entonces sigue leyendo, y más abajo
encuentra otro pasaje: “El diario que grita airado en contra de intereses
públicos comprometidos, señalando a los culpables que quisieran cubrirse con el
velo de la impunidad, ese es el diario de la opinión, el buen diario del
pueblo”. Luego, el texto remata con que en democracia “la opinión pública es el juez único y
supremo”.
“Fantástico –dice usted–,
¡por fin!, ¿dónde lo consigo a este diario?” Claro, aunque
no terminó de leer, ya le agarró un golpe de euforia. Guiado por la falta de
prejuicios, acuerda con que la misión del auténtico periodismo es señalar al
juez que prevarica, a los gobiernos que desvirtúan la letra de las leyes, a los
“policías que gustan cebarse en los cuerpos inermes de detenidos puestos a
disposición de la justicia”. Después de todo, “eso es lo que hace la prensa, la
honrada, la honesta, la desinteresada, la que es baluarte defensivo del
pueblo”. Es demasiado. Ya no puede contener la emoción. Así que usted se
levanta de la silla y aplaude.
El texto salió publicado
en el diario Santa Fe de 1921. Y el hecho que lo motivó fue la votación
de la asamblea constituyente para negar el desafuero de un diputado-periodista
“que gritó la iniquidad de ciertos martirios policíacos”. Hay otro pasaje
interesante de este artículo editorial. Es el que distingue entre prensa
buena y prensa mala: “Por la prensa habla la boca del pueblo y es el
verbo del pueblo el que llena sus columnas. La prensa tortuosa, la que defiende
la impostura y huye de la luz como los buhos, esa prensa no es la de la
opinión, sino de ciertos grupos dedicados a la siembra de odios y de mentiras”.
Luego de esta idea, que es la
representación que el diario de Salvador Espinosa hace de sí mismo, el texto
esgrime un último argumento: “Y aún cuando la prensa buena se equivoque en
algunas de sus acusaciones y en algunas de sus apreciaciones, merece respeto,
merece del respeto que ofrece la recta intención y la fe luminosa, pues son
equivocaciones dictadas por un sentimiento integral de justicia y por una
excesiva sinceridad. Es el poder del pueblo el diario moderno y como tal poder
que contiene las maldades y las impurezas de los que profesan la degradación,
hay que respetarlo con la misma bondad que expanden sus gritos justicieros”.
La verdad periodística
En aquellos tiempos la
prensa era percibida como el cuarto poder. Reinaba el axioma que éste
servía para controlar a los demás poderes. Pero más allá de ese “rol
independiente” de guardián sobre las instituciones de un Estado, se considera
poco otro atributo de ese nuevo poder moderno. Al igual que los demás, podía
decirles a los ciudadanos qué hacer o cómo eran las cosas. Era una autoridad (moral) que transmitía sus
juicios. Orientaba. Dirigía. Señalaba desde un altar. La prensa se erguía para
comunicarle a la sociedad su voz divina: su omnipotencia protectora
dentro del régimen democrático. Funcionaba para custodiar y educar a sus
lectores en una etapa donde el periódico aún ocupaba la centralidad. A cambio,
se le retribuía con respeto. Las
formas básicas de su discurso eran dos: noticias y comentarios.
El texto editorial era la voz directa del diario, que sintetizaba su
postura cara a cara con sus lectores en relación a los hechos. A diferencia de
otros autores, Héctor Borrat definió a este artículo en términos amplios: es “la
opinión del periódico respecto a cualquier tema”. Esto significa comentar
asuntos “que no están expresa o directamente ligados a las noticias que
publica”. Esta consideración se debe a que hay “editoriales que prescinden de
esa referencia a la noticia inmediata para situarse histórica y/o
prospectivamente en una coyuntura, o en tiempos de larga duración, o en un
mundo de ideas y abstracciones”. La utilidad de este texto argumentativo era doctrinaria
y se suponía que era una tarea paralela a la de informar.
Editado por Samuel Buckley,
el Daily Courant (1702-1735) fue el primer diario que separó información y opinión. (Este límite daría origen al modelo tradicional del periodismo
anglosajón
que tanto se idolatra.) La directiva era dar
noticias diarias de manera imparcial. Así que el Courant se limita a
publicar “los hechos, suponiendo que la otra gente es capaz de hacer las
reflexiones por sí misma”. Nietzsche saldría gritando que lo único que existe
son las interpretaciones. Pero los teóricos tardaron un siglo en sentar las
normas del periodismo de interpretación. A mediados del XX, advirtieron que, además de la competencia que daba
la radio con su rapidez, la complejidad del contexto requería que las noticias
fueran acompañadas de otros elementos discursivos para entender por qué pasaba lo que pasaba.
Se puede convenir que por
entonces el hecho era sagrado y la opinión, libre, según
la fórmula que Charles Scott lanzó en 1921 desde el Manchester Guardian. “Hoy los hechos se
profanaron y hay un libertinaje expresivo”, retrucará usted con ingenio. Lo
cierto es que los diarios de
masas
(en Gran Bretaña y Estados Unidos) ni siquiera llegaron a la puerta del siglo XX sin haber pervertido el afán de objetividad. Durante la época
imperialista, abandonaron la aspiración liberal de convertirse en el cuarto
poder para dedicarse a exacerbar el nacionalismo europeo que guió a 1914. En
esa misma línea, los negocios y la política institucional le quitaron el
estatus de la independencia periodística a más de un editor. Los partidos
políticos y la prensa industrializada ya trababan relaciones mutuas en el siglo
XIX.
Hay, por lo menos, dos formas de verificarlo. Una es
enterrarse en los libros que tratan el tema, como el compilado por Otto y
Mompart (1999). La otra es volver al cine. En este artículo hay un lugar breve para
ambas opciones. Por ejemplo, se podría recordar que la historia del periodismo
norteamericano enseña el antecedente de Randolph Hearst. “I make news”, decía el magnate, y realmente
hacía las noticias, porque para informar usaba rumores, chismes, falsedades. En
la búsqueda de lectores y en su anhelo de ser un paladín periodístico, poco le
importaba el principio de factualidad. Así que se puede concebir su Journal (1895) como la contracara ética
del pretérito New York Times y como el competidor
directo del World, de Joseph Pulitzer.
Ahora que está de moda el periodismo sobre periodistas, más vale mirar
de nuevo Citizen Kane (Welles, 1941).
“Durante 40 años, los periódicos de Kane tomaron posición en todas las
cuestiones. No hubo hombre público a quien el propio Kane no apoyara o
denunciara y, a veces, apoyara primero para luego denunciarle”, narra la voz en
off del noticioso al comienzo de aquella obra clásica. (Para un servidor, este
film puede verse como una ironía sobre la investigación periodística en
búsqueda de la Verdad.) Por otra parte, considere esta evidencia. El hecho
literario es la única verdad indiscutible. Siempre una bala rompe el
corazón de Erdosain poco antes de llegar a Moreno. Nadie podrá desmentir ese
dato. Nunca.
Actores políticos
Latinoamérica. La particularidad argentina entre política y prensa es que se contribuyó a deslegitimar presidentes democráticos. El primer caso fue Crítica, de Natalio Botana, que sale en 1913 con el lema socrático del moscardón. En Paren las rotativas, escribe Carlos Ulanovsky: “Su intención era ser popular desde el lenguaje, evitar la solemnidad y hacer un diario para todos. Incluía no sólo una página permanente para el mundo obrero sino que organizaba campañas de distribución gratuita de máquinas de coser. Botana era un personaje; para algunos, un santo; para otros, un hampón”. Además de las innovaciones modernas que trajo, este diario sensacionalista ayudó a construir un clima favorable para el primer golpe de Estado en 1930.
Los golpistas planificaron los detalles de la revuelta en el edificio del diario. Desde ahí, salió hacia Campo de Mayo un grupo de “civiles notables” (entre ellos, periodistas) que pedían por la patria. Ulanovsky escribe: “La manera en que el diario y su propietario se asociaron a la asonada del 6 de septiembre deja al desnudo la forma en que el periodismo se involucró en la política, hasta el límite de llegar a desestabilizar a un gobierno democrático. Sin duda, Crítica había ayudado a crear en la sociedad civil un clima excesivamente adverso a Yrigoyen. El resto lo hicieron los militares cuando creyeron que, efectivamente, había llegado la hora de la espada”. Crítica no fue el único. La Razón y La Nación aportaron lo suyo. Después de consumado el golpe, la censura previa fue igual para todos.
Luego, hay un gesto que merece un comentario. Dos años más tarde, muere Uriburu. El periódico de Botana hace la necrológica y dedica un espacio para publicar denuncias de torturas que la policía de Polo Lugones había cometido. También da a conocer crímenes de la Legión Cívica. (Esta era una fuerza parapolicial que golpeaba a socialistas y anarquistas en los actos.) Otro caso de agitación inconsciente, ya en la década del 60, es el de revistas como Primera Plana, Confirmado, Panorama y otras, durante el gobierno de Arturo Illia. Periodistas como Casasbellas, Eloy Martínez y el mismo Ulanovsky hicieron una autocrítica respecto de cómo se trabajó en ese período. Otro cantar son los medios en la dictadura de los ‘70, que todavía poco y nada revisaron de sus actuaciones. (Un capítulo aparte es el peronismo, que en el enfrentamiento con los diarios llegó a expropiar La Prensa, en 1951, por ley del Congreso.)
Luego, hay un gesto que merece un comentario. Dos años más tarde, muere Uriburu. El periódico de Botana hace la necrológica y dedica un espacio para publicar denuncias de torturas que la policía de Polo Lugones había cometido. También da a conocer crímenes de la Legión Cívica. (Esta era una fuerza parapolicial que golpeaba a socialistas y anarquistas en los actos.) Otro caso de agitación inconsciente, ya en la década del 60, es el de revistas como Primera Plana, Confirmado, Panorama y otras, durante el gobierno de Arturo Illia. Periodistas como Casasbellas, Eloy Martínez y el mismo Ulanovsky hicieron una autocrítica respecto de cómo se trabajó en ese período. Otro cantar son los medios en la dictadura de los ‘70, que todavía poco y nada revisaron de sus actuaciones. (Un capítulo aparte es el peronismo, que en el enfrentamiento con los diarios llegó a expropiar La Prensa, en 1951, por ley del Congreso.)
En resumen, al releer la historia del Periodismo no se encuentra la primacía ética ni la pulcritud de
sus enunciados. ¿Cómo pretender confianza con estos antecedentes de abuso
comunicacional? Los más honestos se defenderán asegurando que “los periodistas no son los medios”. Hay
excepciones valiosísimas y es cierto que resulta fácil pegarle a la prensa por
derecha o por izquierda. Más complicado es admitir que se trata de un concepto
con doble personalidad. Más terrenal es pensar que detrás de las palabras
escritas hubo personas, con sus contradicciones, virtudes, miserias, corajes y
temores. Más completo sería marcar que frente a las letras esperan otros
individuos. Lo que se leen no son textos que dicta un dios y que un profeta
transmite. Son seres humanos comunicándose.
Hidra y Goliat
Escasean los diarios
digitales para lectores. (¿Para quién escriben sobre el papel?) Lector es el
que desafía las estrategias textuales del otro: es el que suma y crea
sentidos renovados a partir de un discurso. Leedor es el que se limita a
percibir un texto para imponer su jugarreta desleal. El lector vive entre
líneas. El leedor está sobre líneas o mira líneas que suelen convertirse en
excusa para oír su queja. “Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”,
sugirió Umberto Eco. El caso es que el internauta promedio no lee, ve el texto
en la pantalla tal como mira televisión, con el mismo impulso dice lo que le
parece ante lo que transcurre.
El insulto permite fijarse en una
postura. Encubre la ignorancia en el ataque. Escupe la responsabilidad
argumentativa que le inquieta. Considera que tiene un poder simbólico que
equipara palabra contra palabra en el mismo espacio, aunque los géneros no se
correspondan. (Uno dialoga con otro sin divisiones restrictivas: no hay
separación, hay continuidad.) De modo que el texto periodístico (incluso
linkeado en las redes sociales) no se interpreta de acuerdo con su función. En
cambio, se lo utiliza como excusa para opinar en un estilo que va de la
sentencia irónica a la injuria baja, pasando por el descubrimiento de
intenciones políticas. Los interlocutores no son estatuas y hasta se
convierten en los editorialistas actuales.
La
opinión ciudadana en la web se transmite con la forma de un editorial primitivo. Las personas de
esta época, en su mayoría, se interesan más por imponer los significados de su
opinión ligera y liviana sobre la realidad cultural que por entender lo
que sucede (conflictos, cambios, ideas). Haga la prueba. Poca noción existe
sobre esa dicha que resulta de comprender un asunto, aunque sea por un tiempo
determinado. Alcanza con lo que se lanza al boleo, como el que pasa y dice o el
que grita desde lejos sin rebusques. Expertología que prescinde del esfuerzo de
leer para pensar, de pensar para ordenar y de ordenar para enjuiciar con
criterios en común.
El medio expresivo unilateral se
quebró. Hay fuga de voces. La pluralidad
opinativa crece. (¿Y las variedades de acceso a datos rigurosos?) Lo que
prima es la opinión, o la satisfacción de que el comentario suelto, espontáneo
y corto vale por sí mismo. Cada quien es su autoridad.
Cada quien tiene su nicho expresivo. Cada quien tiene su tribuna. Desde ahí
acomoda la interpretación de la realidad a su antojo. ¿Por qué? Porque le gusta
el dictamen de su voz. Porque le aburren los sermones. Porque ya han sido
derribados los pedestales impolutos. La mítica tutela del
cuarto poder se agotó. Hace décadas que se habla sobre el tema. (Julian Assange
lo comprobó cuando ninguno de los grandes diarios publicó los cables completos
de WikiLeaks que él les había entregado.)
Entonces,
de cara a la desorientación, y bajo la sombra de la sospecha permanente, el
refugio es la burla o el descreimiento. El espejo de autoridad
sólo reaparece cuando coinciden las creencias y los interlocutores vuelven a
comulgar en un acto de confianza. Mientras tanto, la desorientación se resuelve con
indiferencia, con el despacho rápido de un tema, con la superficialidad del
cartel indignado. Asimismo, la fragmentación de las audiencias y el acceso
(gratuito) a otras fuentes hicieron del editorial un género arcaico. La incontenible
expresividad de los medios interactivos lo convirtió en el vestigio de una
etapa en que los diarios sólo bajaban línea. Fue el emblema jerárquico de la
estructura polifónica del periodismo clásico. Hoy descubre el aspecto más
arbitrario de la prensa.
El
aspecto positivo de esta estructura mediática en ciernes es que existen más
intersticios de comunicación para quien lee guiado por la sospecha. Una
desinformación, puesta a prueba, se puede contrastar. Alguien en el “lugar de
los hechos” puede aportar una desmentida o agregar detalles omitidos. Temas
relegados del espacio público pueden surgir para incitar nuevas discusiones. En
este marco, habría que considerar el proyecto legislativo que elaboró la
Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina. El diputado
nacional Jorge Rivas impulsó la propuesta. En mayo entró al Congreso con el
título de “Ley de Promoción de la Producción Independiente y Autogestiva de
Comunicación Cultural por Medios Gráficos y de Internet”.
Representaciones alternas
A grandes rasgos, la academia clasifica tres
etapas de la prensa: periodismo
ideológico, periodismo informativo,
periodismo de explicación. A estos
distintos niveles del mensaje le corresponden las tres actitudes psicológicas:
editorialista, informativa e interpretativa. Esta última es la combinación de
las otras dos y es propia de los géneros híbridos (como la crónica). Ahora
bien, ¿no cabe incluir al periodismo
desinformativo con su respectiva actitud manipuladora para componer los
mensajes? La noticia (el menos
subjetivo de los géneros) se convirtió en un formato de inexactitud y falsedad
sistemática. De todos modos, para que la mentira sea verdad hacen falta dos. Se habla
del compromiso del periodismo con sus lectores, ¿pero el compromiso de las
audiencias con el consumo de la información?
Sólo alguien
desinteresado ignora que el diario es un actor político. Si es posible ver a los
periódicos como actores políticos, también ellos atraviesan una crisis de
representación sobre ciertos temas. En este contexto, son las revistas
culturales, junto con otras publicaciones, las que fueron estableciendo circuitos paralelos de verdades y de
micro versiones de la realidad. Tampoco es una noticia de hoy. Páginas
clandestinas, líneas marginales y letras voceras de la alteridad nunca
faltaron. Sucede que los cambios tecnológicos, con sus potencialidades, exhiben
su impronta cada vez más. La prensa escrita perdió el centro a causa de la
radio y la tele. Pero Internet, con su combo multimedia, abrió de nuevo el
juego, aunque ningún panorama se ve rosa.
Hay que tener en cuenta que, hasta el momento, los actores más
poderosos son los beneficiados en la batalla
cultural visible. La debilidad que se
adjudican los gigantes es un falso dilema. Mientras las miradas del público
numeroso en la tribuna están puestas sobre el ring principal que recibe la
incandescente luz de los reflectores, hay disputas callejeras en rincones
oscuros de la ciudad, donde las reglas son menos claras, donde se corren otros
riesgos y el escenario cambia. Ahí existen otras batallas culturales que son más locales, territoriales,
rizomáticas. En esas circunstancias, los medios alternos (incluso por Internet)
narran como un cronista cuya voz es insuficiente para retumbar a lo largo de
todas las calles. Para poder escucharla, los oídos deben acercarse.
Tal
como marcó Jorge Halperín en su libro sobre periodismo político: “La verdad
también está condicionada por la importancia que se le asigne al tema en un
cierto momento”. Al respecto, aquel entrevistador comenta: “En mi experiencia
personal, las notas y coberturas sobre la miseria y los marginados de la
Argentina encontraron en los años 90 una gran indiferencia por parte del
público –en su mayoría perteneciente a la clase media– , cuyo ánimo estaba más cerca
de la percepción de la Argentina como un país que se había modernizado y de
cierto bienestar que de un país pobre. Los problemas de los pobres –de las
“verdades” más dramáticas de la Argentina contemporánea– eran ya graves en los
años de aparente bonanza económica, pero no conseguían la atención del
público”.
Cínicos de oficio
En las cátedras, los profesores solían decir que lo más valioso que
tiene un periodista es su firma. Un trabajador puede negarla si está en
desacuerdo con la edición final de un texto. Ese es un recodo legítimo de
resistencia. Por otro lado, un periodista era lo más parecido a un arquero. Era
el último responsable de la jugada: si se equivocaba, perdía la confianza de
los otros. Al menos, parecía que era así. Credibilidad + Confianza = Firma. La
firma era como un sello de veracidad. Descubrir una falta ética
equivalía a un engaño. Luego, el lector cambiaría sus manos por unas pinzas
para tomar la próxima nota. Pero la realidad cotidiana muestra otra situación.
Enseña que los cínicos sí sirven para el oficio y sirven muy bien, puesto que
logran eficacia, sin considerar el valor moral de su trabajo.
¿Cuál es la mayor sanción que puede recibir un medio periodístico? El
descreimiento, convertirse en fuente de material paródico, la ausencia de la
mirada pública hasta desaparecer del mapa. Eso no ocurre. Algunos medios y
periodistas profesionales siguen siendo referentes y voceros predilectos. (No
piense sólo en el primero que se le viene a la mente.) La certeza es que, en
determinados asuntos, la opinión y el prejuicio pesan más que la transmisión de
los datos blancos. Estos pocas veces alborotan tanto como las agitaciones o las
construcciones de una determinada visión social (el armado de una mitología, el
entramado de un relato donde los actores juegan el papel que se les asigna).
Por consiguiente, hay una responsabilidad que, en un mundo ideal, la
ciudadanía tendría que asumir. Ignacio Ramonet distinguió dos posibilidades: “o
bien se quiere informar o bien sólo quiere saber vagamente lo que pasa”. Vale agregar una tercera: se quiere saber lo que pasa para creer lo que ya se
piensa. Sucede que en
política la razón puede ser el terreno paralelo de la pasión. (Ocurre lo mismo
entre religión y ciencia; o mejor, entre religión y filosofía, dupla que
converge en la teología.) El espectro de influencia del periodismo local cala
fuerte en la pasión. Los argumentos racionales, los hechos constatados o
las cifras matemáticas son un condimento. El qué se está dispuesto a
creer
es un factor clave en este contexto comunicacional.
“Claro es que, en cuanto a información
y opiniones, un periódico —por muy comprometido que esté con determinados
intereses— no puede engañar a sus lectores de un modo absoluto, ni dejar de
abordar ciertos problemas”, supo decir Alfonso Reyes. ¿Cuál es el alcance de
esta actitud que indicaba el mexicano? La práctica periodística va consolidando otros espacios y otros modos. El reducto último de la prensa gráfica se encuentra en publicaciones
auto-gestionadas de periodistas con un vínculo sincerado hacia sus lectores. En
esos márgenes se tratan temas como minería a cielo abierto, agroquímicos,
contaminación petrolífera, inundaciones urbanas, represión a pueblos
originarios. Son invitaciones a debatir, pero con honestidad
intelectual.
Contratapa
La información y las ideas relegadas del
espacio público-mediático… ¿dónde quedan? Las publicaciones contra hegemónicas
(que rechazan esa denominación) suelen construir sus materiales fuertes a largo
plazo. Son revistas culturales o periódicos de carácter quincenal o mensual. De
modo que no se suman a la “actualidad periodística” de la radio, de la
televisión y de la prensa diaria de Internet. El presente a gran escala se sigue construyendo con el material de
esos medios. La agenda política se maneja aún con lo que por allí circula. Las
audiencias (no hiper-informadas) sacan los temas-debate de esas fuentes. Ellas
todavía alimentan
minuto a minuto los tópicos que se discuten, los conflictos que se hacen visibles,
las voces que se expresan por los parlantes de largo alcance.
No obstante, aún hay claros. El Periodismo no muere: lo que se extingue es
su catálogo de mitos, el contra-mensaje del público limitado a las editadas
“cartas de lectores”, la exclusividad de los trabajadores profesionales. La prensa, como institución jerárquica,
perdió su fulgor de autoridad divina, su ropaje moral y su verdad revelada. El
lector queda librado al desamparo. Pero también es seducido para continuar
viéndose reflejado únicamente en sus prejuicios y deseos. En suma, muere
la mistificación del periodismo, aunque la profecía está incompleta. Falta la
búsqueda de nuevos interlocutores, el encuentro sincerado de las partes, la
autocrítica en la visión política de la realidad. ¿Es recuperable ese vínculo
de la prensa con la ciudadanía, más allá de las simpatías y antipatías?
Descartes, luego de su duda hiperbólica, empezó a buscar puntos de apoyo para recuperar la realidad, bases fundamentales para la existencia segura del yo y del afuera. ¿Las audiencias, en general, se han preocupado por hallar alguna base firme para lograr un contacto más certero con lo que sucede en la realidad social? ¿Qué sigue luego de la desconfianza hacia los medios masivos? ¿Hay una etapa próxima de lectura crítica en busca de espacios limpios que ofrezcan información disponible? ¿Se interesan las personas por el derecho a la información o sólo se contentan con el ejercicio de la libertad de expresión? ¿Existe algún deber comunicacional al momento de expresarse sobre temas de interés colectivo? Tal vez estas sean meras piezas para comenzar a recomponer una imagen diseminada en el tiempo.
Referencias
- Acuña, Claudia; Rosemberg, Diego; Ciancaglini, Sergio;Lillo Quimey; Vales, Laura. El fin del periodismo y otras buenas noticias. Buenos Aires: Lavaca Editora, 2006.
- Albornoz, Luis. Periodismo digital. Los grandes periódicos en la Red. Buenos Aires: La Crujía, 2006.
- Blanc, Natalia. "Leer en un mundo de pantallas", en diario La Nación, suplemento de cultura ADN, viernes 17 de mayo de 2013.
- Borrat, Héctor. El periódico, actor político. Barcelona: Gustavo Gili, 1989.
- Diario Santa Fe. “Elogio de la prensa. Hasta cuando se equivoca, la prensa debe ser un baluarte de respeto para todos”, viernes 18 de marzo de 1921.
- Eco, Umberto. “El lector modelo”. En Lector in fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo. Lumen: Bompiani, 1979.
- González, Gloria García. “La conformación de la moderna prensa informativa (1848-1914)”, en Josep Mompart y Enric Otto (editores), Historia del periodismo universal. Madrid: Síntesis, 1999.
- Halperín Jorge. Noticias del poder. Buenas y malas artes del periodismo político. Buenos Aires: Aguilar, 2007.
- Kapuscisnki, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Barcelona: Anagrama, 2002.
- Martínez Albertos, José Luis. Curso de redacción periodística general. Madrid: Paraninfo, 1992.
- Ramonet, Ignacio. “Los periodistas están en vías de extinción”, en Sala de prensa [en línea], n° 46, Año IV, vol. 2, agosto de 2002.
- Reyes, Alfonso. “Las mesas de plomo”. En Obras completas, Tomo V. México: Fondo de Cultura Económica, 1995.
- Ulanovsky, Carlos. Paren las rotativas. Una historia de grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires: Espasa, 1997.
- Ulanovsky, Carlos. Redacciones. La profesión va por dentro. Buenos Aires: Sudamericana, 2012.
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