Rompecabezas para un lector náufrago


 En mayo entró al Congreso de la Nación un proyecto que elaboró la Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina (AReCIA). Impulsada por el diputado Jorge Rivas, la propuesta legislativa pretende convertirse en el complemento de la Ley 26.522, que sólo regula servicios audiovisuales. Este ensayo periodístico comparte algunas ideas sobre prensa escrita, política y lectores... y lectoras, claro.




Portada

Usted visualiza el texto y lee el primer párrafo de un artículo editorial: “Los que combaten la prensa, por el mezquino placer de combatirla, por contagio o por política, no conocen ni superficialmente de su misión. La voz del periodismo, purificada cada vez más con la defensa de los intereses públicos, es una voz sagrada. El periodista malo, el insidioso, el intrigante, el que pone en la punta de la pluma gotas de veneno moral, sin que nadie lo expulse de la república periodística, se expulsa solo arrastrado por sus propias lacras psicológicas. La opinión no lo tolera y lo cerca con su antipatía”.

  Quizás le entusiasma la retórica del texto y le atrae eso de “la voz sagrada”, del “periodista malo”, del “veneno moral”. A usted le parece un acierto la frase “lacras psicológicas”, pero, sobre todo, le gusta la parte en que la opinión pública “lo cerca con su antipatía”. Entonces sigue leyendo, y más abajo encuentra otro pasaje: “El diario que grita airado en contra de intereses públicos comprometidos, señalando a los culpables que quisieran cubrirse con el velo de la impunidad, ese es el diario de la opinión, el buen diario del pueblo”. Luego, el texto remata con que en democracia “la opinión pública es el juez único y supremo”.

“Fantástico –dice usted–, ¡por fin!, ¿dónde lo consigo a este diario?” Claro, aunque no terminó de leer, ya le agarró un golpe de euforia. Guiado por la falta de prejuicios, acuerda con que la misión del auténtico periodismo es señalar al juez que prevarica, a los gobiernos que desvirtúan la letra de las leyes, a los “policías que gustan cebarse en los cuerpos inermes de detenidos puestos a disposición de la justicia”. Después de todo, “eso es lo que hace la prensa, la honrada, la honesta, la desinteresada, la que es baluarte defensivo del pueblo”. Es demasiado. Ya no puede contener la emoción. Así que usted se levanta de la silla y aplaude.   

El texto salió publicado en el diario Santa Fe de 1921. Y el hecho que lo motivó fue la votación de la asamblea constituyente para negar el desafuero de un diputado-periodista “que gritó la iniquidad de ciertos martirios policíacos”. Hay otro pasaje interesante de este artículo editorial. Es el que distingue entre prensa buena y prensa mala: “Por la prensa habla la boca del pueblo y es el verbo del pueblo el que llena sus columnas. La prensa tortuosa, la que defiende la impostura y huye de la luz como los buhos, esa prensa no es la de la opinión, sino de ciertos grupos dedicados a la siembra de odios y de mentiras”.

Luego de esta idea, que es la representación que el diario de Salvador Espinosa hace de sí mismo, el texto esgrime un último argumento: “Y aún cuando la prensa buena se equivoque en algunas de sus acusaciones y en algunas de sus apreciaciones, merece respeto, merece del respeto que ofrece la recta intención y la fe luminosa, pues son equivocaciones dictadas por un sentimiento integral de justicia y por una excesiva sinceridad. Es el poder del pueblo el diario moderno y como tal poder que contiene las maldades y las impurezas de los que profesan la degradación, hay que respetarlo con la misma bondad que expanden sus gritos justicieros”.


La verdad periodística

En aquellos tiempos la prensa era percibida como el cuarto poder. Reinaba el axioma que éste servía para controlar a los demás poderes. Pero más allá de ese “rol independiente” de guardián sobre las instituciones de un Estado, se considera poco otro atributo de ese nuevo poder moderno. Al igual que los demás, podía decirles a los ciudadanos qué hacer o cómo eran las cosas. Era una autoridad (moral) que transmitía sus juicios. Orientaba. Dirigía. Señalaba desde un altar. La prensa se erguía para comunicarle a la sociedad su voz divina: su omnipotencia protectora dentro del régimen democrático. Funcionaba para custodiar y educar a sus lectores en una etapa donde el periódico aún ocupaba la centralidad. A cambio, se le retribuía con respeto. Las formas básicas de su discurso eran dos: noticias y comentarios.

El texto editorial era la voz directa del diario, que sintetizaba su postura cara a cara con sus lectores en relación a los hechos. A diferencia de otros autores, Héctor Borrat definió a este artículo en términos amplios: es “la opinión del periódico respecto a cualquier tema”. Esto significa comentar asuntos “que no están expresa o directamente ligados a las noticias que publica”. Esta consideración se debe a que hay “editoriales que prescinden de esa referencia a la noticia inmediata para situarse histórica y/o prospectivamente en una coyuntura, o en tiempos de larga duración, o en un mundo de ideas y abstracciones”. La utilidad de este texto argumentativo era doctrinaria y se suponía que era una tarea paralela a la de informar.

Editado por Samuel Buckley, el Daily Courant (1702-1735) fue el primer diario que separó  información y opinión. (Este límite daría origen al modelo tradicional del periodismo anglosajón que tanto se idolatra.) La directiva era dar noticias diarias de manera imparcial. Así que el Courant se limita a publicar “los hechos, suponiendo que la otra gente es capaz de hacer las reflexiones por sí misma”. Nietzsche saldría gritando que lo único que existe son las interpretaciones. Pero los teóricos tardaron un siglo en sentar las normas del periodismo de interpretación. A mediados del XX, advirtieron que, además de la competencia que daba la radio con su rapidez, la complejidad del contexto requería que las noticias fueran acompañadas de otros elementos discursivos para entender por qué pasaba lo que pasaba.

Se puede convenir que por entonces el hecho era sagrado y la opinión, libre, según la fórmula que Charles Scott lanzó en 1921 desde el Manchester Guardian. “Hoy los hechos se profanaron y hay un libertinaje expresivo”, retrucará usted con ingenio. Lo cierto es que los diarios de masas (en Gran Bretaña y Estados Unidos) ni siquiera llegaron a la puerta del siglo XX sin haber pervertido el afán de objetividad. Durante la época imperialista, abandonaron la aspiración liberal de convertirse en el cuarto poder para dedicarse a exacerbar el nacionalismo europeo que guió a 1914. En esa misma línea, los negocios y la política institucional le quitaron el estatus de la independencia periodística a más de un editor. Los partidos políticos y la prensa industrializada ya trababan relaciones mutuas en el siglo XIX. 

Hay, por lo menos, dos formas de verificarlo. Una es enterrarse en los libros que tratan el tema, como el compilado por Otto y Mompart (1999). La otra es volver al cine. En este artículo hay un lugar breve para ambas opciones. Por ejemplo, se podría recordar que la historia del periodismo norteamericano enseña el antecedente de Randolph Hearst. “I make news”, decía el magnate, y realmente hacía las noticias, porque para informar usaba rumores, chismes, falsedades. En la búsqueda de lectores y en su anhelo de ser un paladín periodístico, poco le importaba el principio de factualidad. Así que se puede concebir su Journal (1895) como la contracara ética del pretérito New York Times y como el competidor directo del World, de Joseph Pulitzer.

Ahora que está de moda el periodismo sobre periodistas, más vale mirar de nuevo Citizen Kane (Welles, 1941). “Durante 40 años, los periódicos de Kane tomaron posición en todas las cuestiones. No hubo hombre público a quien el propio Kane no apoyara o denunciara y, a veces, apoyara primero para luego denunciarle”, narra la voz en off del noticioso al comienzo de aquella obra clásica. (Para un servidor, este film puede verse como una ironía sobre la investigación periodística en búsqueda de la Verdad.) Por otra parte, considere esta evidencia. El hecho literario es la única verdad indiscutible. Siempre una bala rompe el corazón de Erdosain poco antes de llegar a Moreno. Nadie podrá desmentir ese dato. Nunca.


  Actores políticos


 Latinoamérica. La particularidad argentina entre política y prensa es que se contribuyó a deslegitimar presidentes democráticos. El primer caso fue Crítica, de Natalio Botana, que sale en 1913 con el lema socrático del moscardón. En Paren las rotativas, escribe Carlos Ulanovsky: “Su intención era ser popular desde el lenguaje, evitar la solemnidad y hacer un diario para todos. Incluía no sólo una página permanente para el mundo obrero sino que organizaba campañas de distribución gratuita de máquinas de coser. Botana era un personaje; para algunos, un santo; para otros, un hampón”. Además de las innovaciones modernas que trajo, este diario sensacionalista ayudó a construir un clima favorable para el primer golpe de Estado en 1930.

Los golpistas planificaron los detalles de la revuelta en el edificio del diario. Desde ahí, salió hacia Campo de Mayo un grupo de “civiles notables” (entre ellos, periodistas) que pedían por la patria. Ulanovsky escribe: “La manera en que el diario y su propietario se asociaron a la asonada del 6 de septiembre deja al desnudo la forma en que el periodismo se involucró en la política, hasta el límite de llegar a desestabilizar a un gobierno democrático. Sin duda, Crítica había ayudado a crear en la sociedad civil un clima excesivamente adverso a Yrigoyen. El resto lo hicieron los militares cuando creyeron que, efectivamente, había llegado la hora de la espada”. Crítica no fue el único. La Razón y La Nación aportaron lo suyo. Después de consumado el golpe, la censura previa fue igual para todos. 

 Luego, hay un gesto que merece un comentario. Dos años más tarde, muere Uriburu. El periódico de Botana hace la necrológica y dedica un espacio para publicar denuncias de torturas que la policía de Polo Lugones había cometido. También da a conocer crímenes de la Legión Cívica. (Esta era una fuerza parapolicial que golpeaba a socialistas y anarquistas en los actos.) Otro caso de agitación inconsciente, ya en la década del 60, es el de revistas como Primera Plana, Confirmado, Panorama y otras, durante el gobierno de Arturo Illia. Periodistas como Casasbellas, Eloy Martínez y el mismo Ulanovsky hicieron una autocrítica respecto de cómo se trabajó en ese período. Otro cantar son los medios en la dictadura de los ‘70, que todavía poco y nada revisaron de sus actuaciones. (Un capítulo aparte es el peronismo, que en el enfrentamiento con los diarios llegó a expropiar La Prensa, en 1951, por ley del Congreso.)

En resumen, al releer la historia del Periodismo no se encuentra la primacía ética ni la pulcritud de sus enunciados. ¿Cómo pretender confianza con estos antecedentes de abuso comunicacional? Los más honestos se defenderán asegurando que “los periodistas no son los medios”. Hay excepciones valiosísimas y es cierto que resulta fácil pegarle a la prensa por derecha o por izquierda. Más complicado es admitir que se trata de un concepto con doble personalidad. Más terrenal es pensar que detrás de las palabras escritas hubo personas, con sus contradicciones, virtudes, miserias, corajes y temores. Más completo sería marcar que frente a las letras esperan otros individuos. Lo que se leen no son textos que dicta un dios y que un profeta transmite. Son seres humanos comunicándose.


Hidra y Goliat

Escasean los diarios digitales para lectores. (¿Para quién escriben sobre el papel?) Lector es el que desafía las estrategias textuales del otro: es el que suma y crea sentidos renovados a partir de un discurso. Leedor es el que se limita a percibir un texto para imponer su jugarreta desleal. El lector vive entre líneas. El leedor está sobre líneas o mira líneas que suelen convertirse en excusa para oír su queja. “Un texto quiere que alguien lo ayude a funcionar”, sugirió Umberto Eco. El caso es que el internauta promedio no lee, ve el texto en la pantalla tal como mira televisión, con el mismo impulso dice lo que le parece ante lo que transcurre.

  El insulto permite fijarse en una postura. Encubre la ignorancia en el ataque. Escupe la responsabilidad argumentativa que le inquieta. Considera que tiene un poder simbólico que equipara palabra contra palabra en el mismo espacio, aunque los géneros no se correspondan. (Uno dialoga con otro sin divisiones restrictivas: no hay separación, hay continuidad.) De modo que el texto periodístico (incluso linkeado en las redes sociales) no se interpreta de acuerdo con su función. En cambio, se lo utiliza como excusa para opinar en un estilo que va de la sentencia irónica a la injuria baja, pasando por el descubrimiento de intenciones políticas. Los interlocutores no son estatuas y hasta se convierten en los editorialistas actuales.

  La opinión ciudadana en la web se transmite con la forma de un editorial primitivo. Las personas de esta época, en su mayoría, se interesan más por imponer los significados de su opinión ligera y liviana sobre la realidad cultural que por entender lo que sucede (conflictos, cambios, ideas). Haga la prueba. Poca noción existe sobre esa dicha que resulta de comprender un asunto, aunque sea por un tiempo determinado. Alcanza con lo que se lanza al boleo, como el que pasa y dice o el que grita desde lejos sin rebusques. Expertología que prescinde del esfuerzo de leer para pensar, de pensar para ordenar y de ordenar para enjuiciar con criterios en común.

  El medio expresivo unilateral se quebró. Hay fuga de voces. La pluralidad opinativa crece. (¿Y las variedades de acceso a datos rigurosos?) Lo que prima es la opinión, o la satisfacción de que el comentario suelto, espontáneo y corto vale por sí mismo. Cada quien es su autoridad. Cada quien tiene su nicho expresivo. Cada quien tiene su tribuna. Desde ahí acomoda la interpretación de la realidad a su antojo. ¿Por qué? Porque le gusta el dictamen de su voz. Porque le aburren los sermones. Porque ya han sido derribados los pedestales impolutos. La mítica tutela del cuarto poder se agotó. Hace décadas que se habla sobre el tema. (Julian Assange lo comprobó cuando ninguno de los grandes diarios publicó los cables completos de WikiLeaks que él les había entregado.)

  Entonces, de cara a la desorientación, y bajo la sombra de la sospecha permanente, el refugio es la burla o el descreimiento. El espejo de autoridad sólo reaparece cuando coinciden las creencias y los interlocutores vuelven a comulgar en un acto de confianza. Mientras tanto, la desorientación se resuelve con indiferencia, con el despacho rápido de un tema, con la superficialidad del cartel indignado. Asimismo, la fragmentación de las audiencias y el acceso (gratuito) a otras fuentes hicieron del editorial un género arcaico. La incontenible expresividad de los medios interactivos lo convirtió en el vestigio de una etapa en que los diarios sólo bajaban línea. Fue el emblema jerárquico de la estructura polifónica del periodismo clásico. Hoy descubre el aspecto más arbitrario de la prensa.

  El aspecto positivo de esta estructura mediática en ciernes es que existen más intersticios de comunicación para quien lee guiado por la sospecha. Una desinformación, puesta a prueba, se puede contrastar. Alguien en el “lugar de los hechos” puede aportar una desmentida o agregar detalles omitidos. Temas relegados del espacio público pueden surgir para incitar nuevas discusiones. En este marco, habría que considerar el proyecto legislativo que elaboró la Asociación de Revistas Culturales Independientes de Argentina. El diputado nacional Jorge Rivas impulsó la propuesta. En mayo entró al Congreso con el título de “Ley de Promoción de la Producción Independiente y Autogestiva de Comunicación Cultural por Medios Gráficos y de Internet”.


Representaciones alternas

A grandes rasgos, la academia clasifica tres etapas de la prensa: periodismo ideológico, periodismo informativo, periodismo de explicación. A estos distintos niveles del mensaje le corresponden las tres actitudes psicológicas: editorialista, informativa e interpretativa. Esta última es la combinación de las otras dos y es propia de los géneros híbridos (como la crónica). Ahora bien, ¿no cabe incluir al periodismo desinformativo con su respectiva actitud manipuladora para componer los mensajes? La noticia (el menos subjetivo de los géneros) se convirtió en un formato de inexactitud y falsedad sistemática. De todos modos, para que la mentira sea verdad hacen falta dos. Se habla del compromiso del periodismo con sus lectores, ¿pero el compromiso de las audiencias con el consumo de la información?

Sólo alguien desinteresado ignora que el diario es un actor político. Si es posible ver a los periódicos como actores políticos, también ellos atraviesan una crisis de representación sobre ciertos temas. En este contexto, son las revistas culturales, junto con otras publicaciones, las que fueron estableciendo circuitos paralelos de verdades y de micro versiones de la realidad. Tampoco es una noticia de hoy. Páginas clandestinas, líneas marginales y letras voceras de la alteridad nunca faltaron. Sucede que los cambios tecnológicos, con sus potencialidades, exhiben su impronta cada vez más. La prensa escrita perdió el centro a causa de la radio y la tele. Pero Internet, con su combo multimedia, abrió de nuevo el juego, aunque ningún panorama se ve rosa.

Hay que tener en cuenta que, hasta el momento, los actores más poderosos son los beneficiados en la batalla cultural visible. La debilidad que se adjudican los gigantes es un falso dilema. Mientras las miradas del público numeroso en la tribuna están puestas sobre el ring principal que recibe la incandescente luz de los reflectores, hay disputas callejeras en rincones oscuros de la ciudad, donde las reglas son menos claras, donde se corren otros riesgos y el escenario cambia. Ahí existen otras batallas culturales que son más locales, territoriales, rizomáticas. En esas circunstancias, los medios alternos (incluso por Internet) narran como un cronista cuya voz es insuficiente para retumbar a lo largo de todas las calles. Para poder escucharla, los oídos deben acercarse.

Tal como marcó Jorge Halperín en su libro sobre periodismo político: “La verdad también está condicionada por la importancia que se le asigne al tema en un cierto momento”. Al respecto, aquel entrevistador comenta: “En mi experiencia personal, las notas y coberturas sobre la miseria y los marginados de la Argentina encontraron en los años 90 una gran indiferencia por parte del público –en su mayoría perteneciente a la clase media– , cuyo ánimo estaba más cerca de la percepción de la Argentina como un país que se había modernizado y de cierto bienestar que de un país pobre. Los problemas de los pobres –de las “verdades” más dramáticas de la Argentina contemporánea– eran ya graves en los años de aparente bonanza económica, pero no conseguían la atención del público”. 


Cínicos de oficio

En las cátedras, los profesores solían decir que lo más valioso que tiene un periodista es su firma. Un trabajador puede negarla si está en desacuerdo con la edición final de un texto. Ese es un recodo legítimo de resistencia. Por otro lado, un periodista era lo más parecido a un arquero. Era el último responsable de la jugada: si se equivocaba, perdía la confianza de los otros. Al menos, parecía que era así. Credibilidad + Confianza = Firma. La firma era como un sello de veracidad. Descubrir una falta ética equivalía a un engaño. Luego, el lector cambiaría sus manos por unas pinzas para tomar la próxima nota. Pero la realidad cotidiana muestra otra situación. Enseña que los cínicos sí sirven para el oficio y sirven muy bien, puesto que logran eficacia, sin considerar el valor moral de su trabajo.

¿Cuál es la mayor sanción que puede recibir un medio periodístico? El descreimiento, convertirse en fuente de material paródico, la ausencia de la mirada pública hasta desaparecer del mapa. Eso no ocurre. Algunos medios y periodistas profesionales siguen siendo referentes y voceros predilectos. (No piense sólo en el primero que se le viene a la mente.) La certeza es que, en determinados asuntos, la opinión y el prejuicio pesan más que la transmisión de los datos blancos. Estos pocas veces alborotan tanto como las agitaciones o las construcciones de una determinada visión social (el armado de una mitología, el entramado de un relato donde los actores juegan el papel que se les asigna).

Por consiguiente, hay una responsabilidad que, en un mundo ideal, la ciudadanía tendría que asumir. Ignacio Ramonet distinguió dos posibilidades: “o bien se quiere informar o bien sólo quiere saber vagamente lo que pasa”. Vale agregar una tercera: se quiere saber lo que pasa para creer lo que ya se piensa. Sucede que en política la razón puede ser el terreno paralelo de la pasión. (Ocurre lo mismo entre religión y ciencia; o mejor, entre religión y filosofía, dupla que converge en la teología.) El espectro de influencia del periodismo local cala fuerte en la pasión. Los argumentos racionales, los hechos constatados o las cifras matemáticas son un condimento. El qué se está dispuesto a creer es un factor clave en este contexto comunicacional.

  “Claro es que, en cuanto a información y opiniones, un periódico —por muy comprometido que esté con determinados intereses— no puede engañar a sus lectores de un modo absoluto, ni dejar de abordar ciertos problemas”, supo decir Alfonso Reyes. ¿Cuál es el alcance de esta actitud que indicaba el mexicano? La práctica periodística va consolidando otros espacios y otros modos. El reducto último de la prensa gráfica se encuentra en publicaciones auto-gestionadas de periodistas con un vínculo sincerado hacia sus lectores. En esos márgenes se tratan temas como minería a cielo abierto, agroquímicos, contaminación petrolífera, inundaciones urbanas, represión a pueblos originarios. Son invitaciones a debatir, pero con honestidad intelectual.


Contratapa

La información y las ideas relegadas del espacio público-mediático… ¿dónde quedan? Las publicaciones contra hegemónicas (que rechazan esa denominación) suelen construir sus materiales fuertes a largo plazo. Son revistas culturales o periódicos de carácter quincenal o mensual. De modo que no se suman a la “actualidad periodística” de la radio, de la televisión y de la prensa diaria de Internet. El presente a gran escala se sigue construyendo con el material de esos medios. La agenda política se maneja aún con lo que por allí circula. Las audiencias (no hiper-informadas) sacan los temas-debate de esas fuentes. Ellas todavía alimentan minuto a minuto los tópicos que se discuten, los conflictos que se hacen visibles, las voces que se expresan por los parlantes de largo alcance.       

No obstante, aún hay claros. El Periodismo no muere: lo que se extingue es su catálogo de mitos, el contra-mensaje del público limitado a las editadas “cartas de lectores”, la exclusividad de los trabajadores profesionales. La prensa, como institución jerárquica, perdió su fulgor de autoridad divina, su ropaje moral y su verdad revelada. El lector queda librado al desamparo. Pero también es seducido para continuar viéndose reflejado únicamente en sus prejuicios y deseos. En suma, muere la mistificación del periodismo, aunque la profecía está incompleta. Falta la búsqueda de nuevos interlocutores, el encuentro sincerado de las partes, la autocrítica en la visión política de la realidad. ¿Es recuperable ese vínculo de la prensa con la ciudadanía, más allá de las simpatías y antipatías?

 Descartes, luego de su duda hiperbólica, empezó a buscar puntos de apoyo para recuperar la realidad, bases fundamentales para la existencia segura del yo y del afuera. ¿Las audiencias, en general, se han preocupado por hallar alguna base firme para lograr un contacto más certero con lo que sucede en la realidad social? ¿Qué sigue luego de la desconfianza hacia los medios masivos? ¿Hay una etapa próxima de lectura crítica en busca de espacios limpios que ofrezcan información disponible? ¿Se interesan las personas por el derecho a la información o sólo se contentan con el ejercicio de la libertad de expresión? ¿Existe algún deber comunicacional al momento de expresarse sobre temas de interés colectivo? Tal vez estas sean meras piezas para comenzar a recomponer una imagen diseminada en el tiempo.


Referencias

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  • Diario Santa Fe. “Elogio de la prensa. Hasta cuando se equivoca, la prensa debe ser un baluarte de respeto para todos”, viernes 18 de marzo de 1921.
  • Eco, Umberto. “El lector modelo”. En Lector in fábula: la cooperación interpretativa en el texto narrativo. Lumen: Bompiani, 1979.
  • González, Gloria García. “La conformación de la moderna prensa informativa (1848-1914)”, en Josep Mompart y Enric Otto (editores), Historia del periodismo universal. Madrid: Síntesis, 1999.
  • Halperín Jorge. Noticias del poder. Buenas y malas artes del periodismo político. Buenos Aires: Aguilar, 2007.
  • Kapuscisnki, Ryszard. Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Barcelona: Anagrama, 2002.
  • Martínez Albertos, José Luis. Curso de redacción periodística general. Madrid: Paraninfo, 1992.
  • Ramonet, Ignacio.  “Los periodistas están en vías de extinción”, en Sala de prensa [en línea],  n° 46, Año IV, vol. 2, agosto de 2002.
  • Reyes, Alfonso. “Las mesas de plomo”. En Obras completas, Tomo V. México: Fondo de Cultura Económica, 1995.
  • Ulanovsky, Carlos. Paren las rotativas. Una historia de grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires: Espasa, 1997.
  • Ulanovsky, Carlos. Redacciones. La profesión va por dentro. Buenos Aires: Sudamericana, 2012.

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