El sábado 30 de marzo se llevó a cabo el Festival por la continuidad de El Birri. Además, estuvieron los vecinos autoconvocados de la campaña “Paren de fumigarnos”. El encuentro en la ex estación Mitre duró 7 horas. Reunidos para defender estas dos causas sociales, tocaron artistas de varios estilos, como Rubén Patagonia, Sig Ragga, Ginkgobiloba y Raly Barrionuevo.
Luces del ocaso
La
caída del sol marcó el momento de la retirada. Los vendedores ambulantes que
estaban a la par de la vieja estación Mitre fueron guardando sus cosas. Antes
de que llegara la oscuridad, otras luces iluminaron el andén. Algunas
coloreaban la chapa de arriba de un modo especial. Eran como un anticipo de las
palabras que Raly Barrionuevo diría antes de despedirse. Le diría a la gente de
El Birri “que no debe apagar su lucha, sino iluminar cada vez más”. Pero aún
eran las 19.15 y recién, poco a poco, se iban acomodando los puestos del
festival. Estos ofrecían productos orgánicos y publicaciones de la
asociación civil que por estos días resiste para conservar su espacio.
En
esa previa, el escenario aguardaba lleno de instrumentos: batería, guitarra,
bombo, congas, bajo y otros etcéteras. Algunas consignas los custodiaban. En
los pasacalles del extremo derecho se leía: “LOS AGROTOXICOS MATAN/LA
INDIFERENCIA POLITICA TAMBIEN”.
Otra frase del mismo lado denunciaba: “DESMONTES, CULTIVOS TRANSGENICOS Y
AGROQUÍMICOS/EL DESASTRE ECOLÓGICO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA”. En la parte frontal del
escenario, se exhibía un imperativo de la campaña: “LA SALUD VALE
MÁS QUE LA $OJA/ 800 METROS LIBRES DE FUMIGACIÓN YA”. Más alejado, sobre la pared,
otro pasacalle gritaba “¡PAREN
DE FUMIGARNOS!”, que
es una variación más específica de una verdad: “¡Paren de matarnos!”
Había
otros carteles más breves y no menos indispensables: “BEBIDA”, “COMIDA”, “CAJA”. En la zona donde estaba el
bufete, los colores de un mural recién terminado parecían darle una vida
renovada al muro. Mientras tanto, iban llegando personas con reposeras. Otras
decidían sentarse en los andenes. Pero más tarde la concurrencia sería mayor y
los recién llegados se quedarían de pie. De modo que habría que pararse para ver
a los músicos en escena. Personas de todas las edades (en su mayoría jóvenes)
coparían este sitio a medianoche. El sábado, que coincidía con el de la
pascua cristiana, caracterizado por la vigilia pasiva a la espera del domingo
de resurrección, acá era sustituido por una resistencia cultural. La música
profana hizo del andén un espacio diferente.
En efecto, las prácticas sociales le dan significados
a los objetos y pueden transformar su utilidad a parir del uso. Una estación de
trenes es mientras las actividades que se ejecutan día a día en las
instalaciones la hagan funcionar como una estación de trenes. Si el mismo
edificio quedara abandonado y un grupo de personas empezara con sus rutinas
circenses, ese espacio sería un circo. En cambio, si se proyectaran películas
todas las semanas, sería un cine. O bien, puede pasar lo contrario: muchas
salas de cine de este país fueron convirtiéndose en templos evangélicos. Debido
a esa dinámica del uso, hay centros culturales que funcionan en espacios que
antes eran otra cosa y que fueron recuperados con creatividad.
Voces iniciales
El
festival comenzó a las 19.30. Sebastián Santa Cruz y Brian Murphy fueron los
encargados de darle la bienvenida al público reducido que primerió un lugar
frente al escenario. Durante la noche, los dos intervinieron para rellenar los
espacios entre banda y banda. Fueron como un par de portavoces
propagandísticos. Comentaron la organización horizontal que tiene El Birri como
“espacio cultural autónomo”. Enumeraron los distintos talleres y proyectos
editoriales de autogestión. Leyeron la adhesión que el historiador Osvaldo
Bayer les escribió desde Alemania. Hicieron los sorteos del bono contribución
que se vendía a $10 para solventar los gastos del Festival. (Los ganadores
recibieron música, libros, miel, vino y otras donaciones artísticas.)
Por
otro lado, ambos lidiaron con los inconvenientes que hubo para oír ahí la
transmisión que, en simultáneo, hacía el programa Caídos del catre por
Radio Nacional. También presentaron a los artistas que estuvieron esa noche.
Fueron varios y de estilos diversos, reunidos por las mismas causas. Primero,
cantó Patricia Barrionuevo, cuya voz puede ir del tono más íntimo al más
desgarrador. En la mitad de su repertorio, se hizo un tiempo para leer El
zapato, un texto breve de Eduardo Galeano. Por su parte, el guitarrista que
la acompañó en esta oportunidad, Mauro Vallejos, tocó su tema “Somos El Birri”
y parejas de bailarines respondieron a esa chacarera. Lentamente, se fue
pasando del silencio al murmullo.
Los
aplausos sonaron más fuerte cuando a las 21.10 apareció Rubén Patagonia,
con sus letras poéticas y cánticos en lengua Mapuche. Estuvo acompañado por su
hijo Jeremías Chauque. Aquél mencionó la causa penal que le iniciaron a éste
por defender a sus hijos de los agrotóxicos. El caso es que a treinta metros de
su casa en Desvío Arijón hay campos de soja. Empujado por la impotencia, un día
se metió entre el verde para detener la fumigación de un “mosquito” que
arrojaba el veneno. Nada más. Por eso, al final del repertorio, el pedido de
Chauque sonó cercano. “¡Paren de fumigarnos, viejo!” Esta expresión del
guitarrista no es una hipérbole. Enuncia un conflicto que genera nuevas
resistencias en el territorio contra consecuencias que desconocen límites.
Otra resistencia
Existen
hoy asambleas de vecinos que poseen emblemas renovados para luchar en la
búsqueda de justicia. “Como en la época de la dictadura donde un grupo de
mujeres se organizaron porque estaban matando a sus hijos, en Córdoba y en
democracia, nacen las Madres de Ituzaingó, otro grupo de mujeres que también se
organizan porque le enferman o le matan a sus hijos. Con la misma valentía que
las madres del pañuelo blanco, estas mujeres denunciaron a los empresarios
sojeros negligentes, impunes y asesinos y a políticos cómplices” (Ricardo
Serruya, La venganza del Amaranto, Rosario, Último recurso, 2012,
pp.140-141). Aquellas mujeres lograron que se condenara a productores agropecuarios y se
prohibiera la fumigación en áreas urbanas o cercanas a un barrio. Hay otros
casos que sentaron precedentes. El santafesino de San Jorge es uno. Allí se prohibió
fumigar a menos de 800 metros de las viviendas por tierra y a 1500 por aire.
Parte de esa resistencia son los vecinos auto
convocados que estuvieron en el festival. Cerca de la medianoche, subieron al
escenario dos representantes de Hersilia y de San Lorenzo. Pero las palabras de
sus escritos, en algunos tramos, quedaron entreveradas con la prueba de sonido
de una batería. Y a esa hora de la noche el bullicio de la gente ya era
considerable. Hubo cierto desinterés de una cantidad de público sobre ese tema.
La conversación con el de al lado le ganaba a la mirada dirigida hacia los
oradores de enfrente. No se escuchaba bien lo que decían sobre la campaña,
aunque sus propuestas figuran en la declaración comunicada en febrero. (Ese
mismo sábado fue el Tercer Encuentro de Pueblos Fumigados en Mar del Plata,
cuyo objetivo fue hacer visibles las luchas vecinales y difundir la situación
de las localidades argentinas que sufren esa contaminación.)
En
esta provincia, la comuna de Stephenson fue una de las primeras que, en 2009,
consiguió una ordenanza para regular las pulverizaciones. Los vecinos de la
localidad de Hersilia también pudieron hacer que se aprobara la ordenanza Nº
1712. Vigente desde octubre de 2011, limita venta, transporte, almacenamiento y
fumigaciones. Sin embargo, es importante destacar que Santa Fe no cuenta aún
con una ley provincial actualizada que regule productos fitosanitarios. En
2012, el último proyecto para controlar a los agroquímicos tenía media sanción
de la Cámara de Diputados, pero el Senado nunca lo trató. El último día, antes
de que perdiera estado parlamentario, la Legislatura optó por declarar al
Puente Colgante como patrimonio histórico. Así se perdió de nuevo la
posibilidad de tener una norma común que limite las fumigaciones.
A la espera del
crepúsculo
Mientras transcurría la noche, un proyector ponía
sobre una pantalla una serie de imágenes audiovisuales, entre ellas la detención de Murphy, sucedida el 15 de febrero, cuando el municipio (sin orden
judicial) intentó ocupar las instalaciones por medio de la policía. En este
sentido, una actuación paródica aportó el matiz humorístico. El personaje de un
“burócrata” apareció frente al escenario, subiendo por una escalera con una
cruz. Una vez arriba, la desarmó para, con esas maderas, disponerse a
“clausurar puertas” y a iniciar “la puesta en valor” para que el sitio sea
usado por “la gente”. Santa Cruz aprovechó el contexto para remarcar que hasta
ahora no se firmó ningún nuevo convenio de comodato con la Municipalidad de
Santa Fe. Agregó que la versión que se difundió en la presa local fue “sólo
estrategia mediática”.
El
resto del festival fue casi todo música. A las 22.20, el sonido se electrificó
con el groove personal de Ginkgobilova.
La hora más intensa llegó con la excéntrica teatralidad de Sig Ragga, que
sacudió los cuerpos en vaivén y provocó el único pogo nocturno. Luego, El Temple del Birri tocó sonidos
latinoamericanos. Cerró Raly Barrionuevo
junto a su guitarra acústica. El santiagueño fue como una síntesis, ya que, con
zambas, retomó la intimidad del principio y, con chacareras, avivó el clima
festivo que se vivía allí. A las 2.40, la última voz que se escuchó por un
micrófono fue la de Sebastián, que, a la espera del crepúsculo, repitió el lema
del centro: “Seguiremos habitando este lugar por cien años más de cultura
popular”.