El 6 de enero se inauguró en Santo Tomé un museo de trenes eléctricos en miniatura. El horario de visita es a las 20. Se puede ir los sábados y domingos. Lugar: José Macia 1942. Trenes del mundo exhibe la colección privada “Dr. Alberto Eschoyez”. La entrada cuesta $25, hay descuento para los jubilados y los menores de 4 años entran gratis.
Glosa de un acto
El coleccionismo tiene, por lo menos, dos aspectos fundamentales. Uno, sentimental. Otro, histórico. La prospectiva es su base, porque se trata de una tarea que suele iniciarse mirando al futuro. Desde un presente determinado, se agrupan y protegen objetos para que, más adelante, otras personas puedan compartir esa historia sentimental de alguien o de una generación. En este sentido, coleccionar es un modo de atesorar. (Empaques cerrados. Adquisiciones intactas. Piezas únicas.) Esa actividad continua multiplica el material preferido con el arte de la búsqueda y la conservación, con el arte de clasificar y restituir. En efecto, una colección podría concebirse como obra derivada que incluye obras ajenas, que las reúne con un propósito particular. Legar una colección es dejar una obra abierta.
¿Alberto Eschoyez lo habrá analizado así cuando en la década del ‘50 se dispuso a comprar trenes? La idea, seguro, visitaría sus pensamientos cotidianos. (Su colección aún guarda intacto el primer set que adquirió para mantener el correcto funcionamiento de los juguetes a escala.) En principio, aquella actividad que compartía con sus hijos Guillermo y Luis era un pasatiempo lúdico. El caso es que ese juego familiar, al crecer, se fue transformando. Y todo lo que cambia en su forma también cambia de nombre. (Una mesa de madera no es un árbol.) Así que esas horas dedicadas a los trenes de juguete ya eran otra cosa. Ubicado en José Macías 1942, el garaje de una casa de fin de semana se había transformado “en un mundo de actividades ferroviarias”.
Ese mundo del
ferromodelismo es el que los hijos del odontólogo restauran y renuevan tras la
muerte de su padre, que ocurre a principios de la década del ‘90. (Dato
curioso: es el período en que se privatizan las empresas estatales y gran parte
de los ferrocarriles argentinos.) Es por esa historia que, desde el 6 de enero
de 2013, la ciudad cuenta con esta propuesta llamada Trenes del mundo.
Auspiciado por el municipio, el reciente museo de trenes eléctricos en
miniatura muestra piezas de colección que van desde 1826 hasta la actualidad.
La escala de los juguetes es H0, o sea que el objeto que se ve está reducido 87
veces con respecto al tamaño original. Siete vitrinas sujetas a las paredes
muestran máquinas y vagones. Son réplicas europeas fabricadas por Marklin
y réplicas estadounidenses elaboradas por Lionel.
Continuidad lúdica
El lugar es reducido como el de los objetos que se exponen. Un cuadrado para proyecciones audiovisuales, una imagen del coleccionista, fotografías ampliadas y láminas que dan el nombre de los trenes cubren el resto de la superficie de los muros. Además, el visitante hallará unas cuantas sillas de plástico para descansar y los baños infaltables para resolver apuros imprevistos. Escuchará dos charlas (una de cada hermano) que desarrollarán una breve historia sobre los avances técnicos de los trenes y las ventajas de ese medio de transporte, tales como la seguridad, la economía, la fuerza. Tampoco dejará de notar que unos parlantes blancos, también colgados, diseminan las voces explicativas y, más tarde, el sonido ambiente de las máquinas.
De hecho, este museo es un poco más que una serie de objetos estáticos en vitrinas. Es una “muestra en movimiento”. Su mayor atractivo son tres maquetas artesanales. Cuando la iluminación baja y las luces diminutas se encienden, se activa la curiosidad del visitante. Varios metros de vías atraviesan esas ciudades que tienen detalles interactivos: señalizaciones, teleféricos, animales en vagones, zorras ferroviarias. Entre las maquetas, pueden andar hasta 25 trenes al mismo tiempo. Frente a ellas, hay una especie de tarima con dos escalones. Esta se asemeja a la popular de los futboleros que contemplan su espectáculo. A los chicos se les da la posibilidad de comandar los trenes de las maquetas y vitrinas.
Ciertas pasiones (u
obsesiones) son como el amor: los que están fuera de su influjo ven algo
incomprensible y hasta ridículo, mientras quien lo vive experimenta estados
únicos. También el acto de jugar brinda un estado único. Jugar como juegan los
niños es reactivar la imaginación, es reubicarla en el centro de la escena, es
ejercitar el recorrido de otros mundos. Los chicos pueden hacer de la escoba un
caballo, pero los grandes juegan a lo grande. (El maquinista de la General,
por ejemplo, ¿no es todo el film un inmenso juego de Buster Keaton?) Algo de
eso puede interpretarse en el gesto de ponerse una verdadera gorra de
maquinista para acompañar el funcionamiento de una maqueta urbana, que
es transitada por trenes eléctricos.
Un mundo de trenes
Los trenes a escala
llevan una explícita referencia a la realidad histórica. Decir Marklin
es pensar en Alemania, una de las potencias que se industrializó con la industria
pesada en el siglo XIX. También es remitirse a la Era del Imperio.
El ferrocarril fue el gran símbolo del capitalismo, que siguió fortaleciéndose
con la segunda Revolución Industrial. Asimismo, examinar los modelos de Lionel
es rastrear la guerra civil norteamericana y las líneas en funcionamiento.
Países como Estados Unidos y Japón mantienen los trenes vigentes con los
avances tecnológicos que les aplican. De alguna manera, nunca dejaron de ser un
elemento del “progreso”, de algo pujante que resiste y une territorios con sus
brazos de hierro.
Incluso Santo Tomé
enseña las marcas de los trenes. El Chaparral es un barrio cuyas
características se relacionan con aquellas máquinas, pues está situado entre
dos vías de ferrocarriles: las del Belgrano y las del Mitre. Esto provoca que
esté dentro de un espacio cerrado, donde sorprenden sus angostas e irregulares
calles de tierra. La ubicación desordenada de las casas precarias es la
evidencia de los asentamientos espontáneos que dieron origen a El Chaparral en
los ‘70, cuando personas provenientes del Chaco y del norte santafesino
llegaron en busca de trabajo. A la vera de las vías, los recién llegados
encontrarían la industria ladrillera para subsistir.
Por otra parte, si se examina más el asunto, los trenes pueden hallarse
en todas las expresiones de una cultura: en las películas, en la música, en la
poesía, en las fotos, en los dibujos animados. Una dualidad se descubrirá en
ellos: alegría y dolor, melancolía y felicidad, separación y reencuentro.
Trenes que participan de un acontecimiento heroico, que son parte de una
catástrofe, que son vehículos de la aventura o de la miseria humana. Tranvías
melancólicos, como el de Nicolás Olivari y expresos musicales, como el de Raúl
Barbosa. Este es un mundo de trenes. ¿Quién no tuvo en su infancia un tren de
plástico o de madera? ¿Quién no ha viajado en un tren? ¿Quién no los ha
encontrado en libros o en un texto cualquiera?
Una de las maquetas interactivas más complejas del museo Trenes del Mundo en Santo Tomé. |