
Tintas recargadas
Existe un detalle relacionado con dos prácticas sociales: la lectura y la escritura. Hay una insistencia dogmática sobre la primera. ¿Quién ignora o duda de los beneficios del hábito de leer? Incluso quienes fingen haber quemado más de una pestaña proclaman los dones otorgados por ese acto intelectual. Sin embargo, desde una entrevista lejana, la bibliotecóloga Silva Castrillón recuerda: “la escritura es una forma de emancipación; la lectura también, pero la escritura más. Dar la palabra, expresarse a través de la escritura, es un paso más allá en la emancipación, es tener un pensamiento más libre”. Conviene rescatar este señalamiento, sobre todo cuando las actividades cotidianas acercan más a la expresión escrita.
Facebook, Twitter, mail, SMS, chat, foros y comunidades se sumaron a lo “tradicional” (cartas, agendas, apuntes, diario íntimo). En efecto, escribir se vuelve más frecuente que hace décadas. Pero el tipo de escritura que propician Internet y otras tecnologías es insuficiente para recuperar la importancia del texto como forma, como pensamiento ordenado, como instancia reflexiva, como enhebrado conjunto de sentidos. No obstante, la frecuencia de encuentro de las personas con la escritura es una oportunidad para rescatar su importancia. Por lo tanto, una de las propuestas de este artículo es que cada uno empiece a concebirse como escritor. Daniel Cassany define a éste como un individuo alfabetizado competente en situaciones de comunicación escrita.
¿Aquello será una pretensión muy alejada de lo real? Internet, en esencia, es escritura, aunque dentro del campo mediático predomine una tendencia: la letra como sierva de lo audiovisual. Es evidente que la circunstancia apuntada en el párrafo anterior no acaba con la clásica puja entre la comunicación alfabética y la visual. Hoy se sigue hablando de la “omnipresencia de la imagen”. Además, en este contexto, se da una atractiva paradoja: los sujetos que codifican, por lo general, desconocen varias normas del mundo tipográfico. Otro interrogante que ayuda a avanzar con este planteo es el siguiente. ¿Qué permitió que los usuarios sean escritores, cuyos elementos disponibles para inscribir son la palabra, el sonido y la imagen?
Cambió la configuración mediática. Propiciado por la tecnología, el paso fue de un sistema de medios unidireccional (radio, cine, TV, diario) hacia un sistema de interacción (el multimedia). Las computadoras dieron la puntada final. El diálogo entre ellas fue la revolución. A fines de los ‘90, el sociólogo Manuel Castells indicó el surgimiento de una nueva cultura: la cultura de la virtualidad real. Al respecto, explicaba: “La integración potencial de texto, imágenes y sonido en el mismo sistema, interactuando desde puntos múltiples, en un tiempo elegido (real o demorado) a lo largo de una red global, con un acceso abierto y asequible, cambia de forma fundamental el carácter de la comunicación”. No más el sentido único en la dirección de los mensajes mediáticos.
El entorno mediático
El nuevo sistema, entonces, se caracteriza por la integración de diferentes medios y por su potencial interactivo. Según Castells, este es un sistema mediático en que la existencia material/simbólica (la realidad) de los sujetos se encuentra inmersa en un orbe de imágenes virtuales y reales. En ese espacio de los flujos, que sustituye a los lugares, los símbolos son más que metáforas: conforman la experiencia real. De esta manera, los medios se convierten en el entorno simbólico cotidiano. Ellos representan una versión de la realidad. También el nuevo sistema de comunicación transforma el tiempo percibido socialmente. Surge el tiempo atemporal. Aquel se borra cuando pasado, presente y futuro pueden reprogramarse para interactuar mutuamente en el mismo mensaje. Por ejemplo, es posible alterar el orden de secuencia de los acontecimientos.
Así pues, los medios electrónicos son los instrumentos indispensables para la expresión de esta nueva cultura y, a la vez, la cultura está mediada por aquellos. Por consiguiente, los sujetos perciben lo real mediante las representaciones de los medios. Pero también las prácticas de las personas se expresan a través de ellos. Existe un ida y vuelta. El sociólogo explica: “Es un sistema de retroalimentación entre espejos distorsionantes: los medios de comunicación son la expresión de nuestra cultura, y nuestra cultura penetra primordialmente mediante los materiales proporcionados por los medios de comunicación”. La pregunta es ¿qué elementos culturales son los que ingresan en el campo mediático y qué sucede con ellos?
Un aspecto de este sistema –basado en la integración digitalizada e interconectada de múltiples modos de comunicación (oral, escrito y audiovisual)– es su capacidad de incluir y abarcar todas las expresiones culturales. En la sociedad, los mensajes funcionan con el modo binario de presencia/ausencia. Su presencia en el sistema de comunicación multimedia permite que sean comunicados y sociabilizados. De lo contrario, se reducen a la imaginación individual o a las interacciones cara a cara. Claro que los mensajes que ingresan a este sistema se mezclan con todas las expresiones, que yacen entreveradas (noticias, espectáculos, cine, publicidad, pornografía, juegos, ciencia, música, literatura, religión, etc.). Todo está en el mismo “espacio”.
En este sentido, una definición de Gilles Deleuze se resignifica: “Escribir es un flujo entre otros, sin ningún privilegio frente a esos otros, y que mantiene relaciones de corriente y contracorriente o de remolino con otros flujos de mierda, de esperma, de habla, de acción, de erotismo, de moneda, de política, etc”. Este concepto de la escritura en tanto flujo sirve para pensar el texto (desnudo de hipervínculos) como un fragmento con remisiones a otros materiales disponibles. Aquel tiene que concebirse para que interactúe con Internet. Así, lo que no puede “lograr” se lo encomienda a otros soportes. La escritura gana economía en la textualización. El texto, aunque esté fuera del espacio de los flujos, es parte del Afuera.
El texto es nómade. Puede vivir en varias superficies. La historia lo ha visto en arcilla, en madera, en piedra, en cuero, en papiro, en pergamino… La satánica imprenta de Gutenberg del siglo XV permitió desatar la circulación idéntica de los escritos. A partir de ese invento, las copias ya no saldrían del pulso de un amanuense. Luego del dominio televisivo del siglo XX, la escritura ingresa con mayor fuerza al entorno mediático. Internet devolvió la posibilidad de la circulación del texto a gran escala. Escáneres y programas de redacción facilitaron las tareas. Ahora, la expresión escrita circula por el mismo soporte y caudal en que lo hacen las imágenes multiplicadas por los medios audiovisuales. De todos modos, el lenguaje también mostró algunos cambios… o novedades.
Novedades en el lenguaje
David Crystal fue uno de los autores que, a comienzos de siglo, estudió el impacto de la tecnología en el lenguaje. Entre otras cuestiones, consideró que Internet ofrecía nuevas posibilidades de expresarse y permitía variaciones estilísticas. Desde el inicio, aquella motivó formas de expresión e introdujo convenciones. Empezaron a volverse familiares símbolos infrecuentes (#, @). Se consolidaron neologismos (chatear, resetear, doble clic). Aparecieron expresiones populares relacionadas con las computadoras. Aludiendo a la memoria, un interlocutor le sugiere a otro: “Esto es muy importante, así que archivalo bien en tu disco rígido”. Otro caso: en vez de decir “Buscalo en Internet a través de Google”, se opta por la expresión “Googlealo”.
Sin duda, una de las controversias fue la forma en que, por lo general, se escribía (y se escribe). El uso de palabras en mayúsculas, la puntuación minimalista y la ortografía diferente son rasgos de la escritura virtual. Crystal señala que lo distinto radica en que este tipo de comunicación “no es idéntica al habla ni a la escritura, sino que muestra selectiva y adaptativamente propiedades de ambos”. La instantaneidad compartida a la distancia mediante el código escrito era un atributo. A este no lo poseía ningún otro medio, ya que por teléfono aún no se podía escribir. Esta comunicación es “más que la suma de las características del lenguaje oral y el escrito”. En este sentido, ofreció prestaciones únicas y, por eso, fue considerado un nuevo tipo de comunicación.
Interactuar mediante la computadora no es una conversación hablada. Faltan los elementos cinésicos (gestos, miradas, muecas, sonrisas). Por consiguiente, es difícil “escribir como se habla”, porque no es oralidad. Ni siquiera hay simultaneidad. Así, por ejemplo, para simular la entonación, el volumen, el ritmo, las onomatopeyas, se apela a un tipo de escritura que muestra variaciones expresivas, como la ortografía exagerada [¡¡¡de ESTA manera!!!!!!!], las repeticiones de letras [asíííííí] o los íconos [:)]. No obstante, son pocos los recursos complementarios. El lingüista citado agrega: “Aunque estos rasgos otorgan cierta expresividad, la gama de significados que simbolizan es pequeña y se ve restringida a emociones básicas como énfasis, sorpresa y perplejidad. Los matices menos exagerados no pueden darse a entender del mismo modo”.
De cualquier manera, el chat fue revolucionario en el campo de la conversación. Logró lo que nunca antes había sido posible: “participar simultáneamente en conversaciones múltiples”. Asimismo, hubo nuevas prácticas en el terreno de la escritura. Para Crystal, lo inédito del correo electrónico fue el enmarcado. Este permitió que en un mensaje figuren respuestas de diferentes autores, las cuales son añadidas en cada reenvío. El autor de La revolución del lenguaje describe: “Aunque en principio sería posible recibir una carta, cortarla a tiras, intercalar nuestras respuestas y pegarlas todas en otra hoja de papel antes de reenviársela a quien nos la envió, esto no sería considerado un comportamiento normal. Sin embargo, lo hacemos habitualmente con los e-mails, sin pensarlo dos veces”.
Por otra parte, con el advenimiento de las computadoras aparece, como fundamento de la Web, la dinámica de los hipervínculos que hacen al hipertexto. Crystal comenta que las notas al pie, las referencias o las citas bibliográficas son las primitivas precursoras de este último. (También es justo incluir a las novelas experimentales de los ‘60.) Referido a este asunto, hay que tener en cuenta que si un comentario al margen distrae y desvía de la lectura profunda, ¿qué sucede con la incorporación indiscriminada de elementos audiovisuales? Algunos diarios ya han publicado informes y ensayos periodísticos con material multimedia incrustado… y fueron engendros. No son textos: son como paquetes de datos, pero carecen de una adecuada organización formal del contenido.
Hay que hacer notar que, en cierta medida, ya todo texto es un hipertexto implícito, debido a que remite a palabras, imágenes, sonidos, olores, gustos, que el lector va enlazando en su memoria. Los significados que se obtienen al cruzar información adicional son enlaces que el sujeto explicita. Considerar la intertextualidad bajtiniana: ninguno es el primer hablante en la cadena de enunciados. El lector es el cuerpo último en el que se acumula y relaciona la cultura. (Se sabe que el aprendizaje no es una recta, sino un movimiento en espiral.) Internet es una memoria colectiva abierta. La diferencia básica radica en que, al almacenarse todo dentro de un mismo medio, los vínculos funcionan como atajos de tiempo y espacio.
Por lo demás, (esto tampoco es una noticia de último momento) hay similitudes entre los escritos electrónicos y los tradicionales, sobre todo en la intencionalidad. De hecho, una vía sensata para contar con un orden normativo es extrapolar formatos. En muchos casos, se da una analogía con el pasquín y el grafito. Ahora bien, la cuestión advertida por este artículo es que resulta más familiar publicar una referencia con hipervínculos en Facebook que componer una modesta reseña sobre un film, un libro, un poema o un video musical. Blogs y páginas web suelen defender las excepciones. Sin embargo, ¿cuánto espacio y tiempo ocupa el texto en tu cotidianidad? o ¿en cuántas situaciones te expresas, con seguridad, a través del código escrito?
Grafómanos públicos
Frente al histórico bloqueo de Megaupload, los comentarios al pie de las noticias y en las cuentas de Twitter perseguían expresar tristeza, ingenio, bronca y humor más que reflexiones analíticas. Es otro modo de escritura pública en los muros de Internet. Son marcas de presencia en el espacio de los flujos, aunque más pobres en lo estético y más repetitivas en la forma, pero igualmente indispensables. Por otra parte, tampoco conviene desdeñarlos, ya que son revelaciones inesperadas, cargadas de humorismo y ocurrencia. Recordar que escritores como Galeano transcribieron frases callejeras, porque leyeron en ellas calidad literaria. El uruguayo fijó una sobre papel que, en un muro de Valparaíso, rezaba: “Yo nos amo”.
A pesar de lo mencionado más arriba, si se examina la situación de manera crítica, es como si los usuarios, en tanto escritores, se la pasaran ejercitando telegramas y notas. Ningún comentario en contra de ese estilo, puesto que (bien logrado) demanda habilidades distintas, como la síntesis, el uso de palabras clave y la construcción de ingeniosas abreviaturas. Considerar, por ejemplo, este telegrama que transcribió Cortázar. Pertenece a un cronopio: “ENCONTRÉ TÍA ESTHER LLORANDO, TORTUGA ENFERMA. RAÍZ VENENOSA, PARECE, O QUESO MALAS CONDICIONES. TORTUGAS ANIMALES DELICADOS. ALGO TONTOS, NO DISTINGUEN. UNA LÁSTIMA”. ¿Es muy diferente este mensaje de los que circulan por las pantallas móviles?
¿Qué tantas novedades trajo la tecnología en el lenguaje latinoamericano? Basta con considerar los poetas de principio del siglo XX para que sobrevuele la duda. Pensar en el Huidobro de Altazor o en el Vallejo de Trilce. Las irreverencias radicales hacia las convenciones del idioma ya están presentes en esos poemas. Alguien podría acotar: “¿Este está equiparando el creacionismo y la vanguardia con el balbuceo de los bárbaros digitales?” No. La cuestión de fondo es otra. El tema es que prevalece en el ámbito cotidiano una abundancia de brevedad, pero no una brevedad aforística. Es una brevedad corta, espontánea, rápida. La velocidad seduce. Por inercia, gana lo inmediato y lo instantáneo, que propicia rienda suelta para desbocarse.
Aquel tipo de escritura ubica la expresión por sobre la comunicación, o sea, por sobre la puesta en común. Comunicarse implica pensar al otro, releerse, escucharse. En cambio, la primacía de ese tipo de escritos olvida que la escritura también tiene otra dimensión, más profunda pero no por eso más lejana a la posibilidad de acceder a ella, mediante un poco de estudio y práctica. Ese otro plano es el ejercicio y cultivo de la prosa. Esta es una competencia a desarrollar, en tanto ciudadanos, en tanto individuos que reflexionan sobre el mundo. ¿Y para qué sirve?
En principio, es útil para contrarrestar lo anterior: para huir de la instantaneidad y de la impulsividad lingüística. El texto es un espacio de anclaje ante el flujo indetenible de la comunicación mediática, virtual, espontánea. Después, conviene acercársele porque es partícipe fundamental de cualquier instancia crítica. La palabra neutraliza, retiene, aplaca, el impulso feroz de las imágenes. El texto funciona como vehículo crítico de esa realidad (entorno simbólico/material) que envuelve el ámbito de lo cotidiano. Además, el texto es la armadura de los pensamientos. Es un diseminador de ideas, sentires y cosmovisiones.
El descuido de un arte
El conflicto es doble. Por un lado, se lee poco por placer. Por el otro, se le quita importancia al arte de escribir. Luego de egresar de las instituciones de enseñanza, se acortan las instancias donde aprender técnicas de redacción. Faltan otros ámbitos donde rescatar la relevancia de los buenos escritos. Hay que pensar, por ejemplo, de dónde llegan los estímulos para reivindicarlos. No sólo como material de lectura, sino como proceso de composición. De ahí que se puedan arriesgar algunas consecuencias en el intercambio comunicativo: argumentación deficiente, limitado pensamiento abstracto, dificultad para disponer ideas de forma estratégica, ligereza y liviandad en las opiniones.
Estos factores son los que incentivan intercambios más productivos, dado que hacen del texto una sólida plataforma de debate y discusión. Planear un discurso escrito es una tarea difícil, pues implica cargar con las reflexiones un poco más de lo común, madurar ideas, definir sentimientos, exponer controversias. Escribir es más que garabatear en papel o teclear en la pantalla. En uno de sus libros, la novelista Rosa Montero apunta su experiencia: “He redactado muchos párrafos, innumerables páginas, incontables artículos, mientras saco a pasear a mis perros, por ejemplo: dentro de mi cabeza voy moviendo las comas, cambiando un verbo por otro, afinando un adjetivo”.
Entre el vértigo mediático, se olvida que escribir es un arte y que el texto es unidad, tejido, entramado jerárquico en bloques. Este permite asistir al asombro de cómo ese palabrerío va tomando forma y consistencia, cómo se va gestando, cómo va desarrollando sus partes y conexiones. Dicho de otra manera, es un arte complejo. Primero, porque incluye un proceso de composición (qué decir, cómo decir, dónde decir, etc.). Segundo, porque es aplicación de saberes y desafío, ya que permite medir las propias fuerzas y el conocimiento adquirido sobre un tema. Tercero, porque conlleva el aprendizaje de normas, lo que implica conciencia del idioma y de los géneros discursivos. Cuarto, porque establece la prefijación de un destinatario.
Eso último es clave. El texto se convierte en el ejercicio de pensar al otro. Promueve que la escritura sea más que una primitiva expresión del yo. El mensaje vuelve a su estado de complejidad comunicativa y se rescata como ejercicio del pensamiento binario (visión propia y ajena). El discurso revive como punto de encuentro dialógico a la distancia. Y a la vez que se convierte en el contacto con un otro, es un yo, leyendo su multiplicidad. Porque en la posa terminada se es varios, o el mismo en diferentes estados, prolongados en el tiempo, colaborando para comunicar (enfurecidos y tranquilos, tristes y reflexivos, angustiados y con humor). La prosa terminada es una síntesis de esos estados de ánimo: no un solo impulso repentino.
Escribir, leer y algo más...
Invertir la fórmula de las prácticas sociales enumeradas al comienzo envía de nuevo al hábito de leer. Un ejemplo cinematográfico abrirá la última consideración de este artículo. En el film Stella (Verhey, 2008), aunque la pequeña estudiante decide acercarse a “amigos” como Balzac, esa ayuda es insuficiente al momento de escribir y lidiar con el idioma en la escuela. Ella misma lo confiesa en su narración autobiográfica. El caso es que, a veces, no basta con leer. La lectura es un modo de acercarse al saber, a la fantasía, a la historia, a lo imposible. Sí, de acuerdo, en el entorno multimedia, aquella es sólo una de las vías de acceso a la cultura. De cualquier manera, el encuentro visual con la palabra aún es el aprendizaje más eficaz para empezar a escribir.
En vista a lograrlo, según Frank Smith, hay que leer como escritores, es decir, como personas interesadas en escribir. Además, es necesaria otra instancia: la de aplicar estrategias y aprender técnicas para armar textos. Apoyándose en otros estudiosos, Cassany subraya: “No basta con que los escritores conozcan el código escrito. Para escribir bien los autores deben saber utilizarlo en una situación concreta, tienen que haber desarrollado buenos procesos de composición de textos”. (A cada género, diferentes habilidades y cuidados.) No es posible aprender esta fase con los trabajos que ya circulan, porque las operaciones previas son invisibles. El lector no ve los esquemas, los borradores ni la generación de ideas. Nada sabe del proceso anterior a la concreción del mensaje.
De modo que la fórmula entre lectura y escritura es menos esquemática de lo que se cree. No se trata de saber (estadísticas de ventas mediante) si se lee más o menos, sino de prestarle atención a qué se lee y cómo se lee. Y cuando se trata del acto de escribir, tampoco es una actitud lúcida estancar la mirada crítica en detalles como la ortografía usada en el chat, en las redes sociales o en los dispositivos móviles. La redacción abarca un amplio repertorio de cuestiones a considerar, tales como la adecuación, la cohesión, la coherencia. A pesar del surgimiento de la cultura de la virtualidad real, varias intervenciones públicas son a través del código escrito. Así que convertirse en un escritor o en una escritora competente es un complemento que conviene incorporar a la esfera cotidiana de la comunicación.
Referencias
- Bajtín, Mijail, Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 1982.
- Cassany, Daniel, Describir el escribir. Cómo se aprende a escribir. Buenos Aires, Paidós, 1997.
- Castells, Manuel, “La cultura de la virtualidad real: la integración de la comunicación electrónica, el fin de la audiencia de masas y el desarrollo de las redes interactivas”, en: La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol 1. La sociedad red. México, Siglo XXI, 2005 (7ª edición).
- Castrillón, Silvia, “Leer no es un placer fácil”, entrevista de Silvina Friera, Página/12, Domingo, 10 de Agosto de 2008.
- Cortázar, Julio, Historia de Cronopios y de Famas, Buenos Aires, Alfaguara, 2000
- Crystal, David, “El papel de Internet”, en La revolución del lenguaje, Madrid, Alianza, 2005.
- Deleuze, Gilles, “Carta a un crítico severo”, en: Conversaciones 1972–1990. Pre-textos, Valencia, 1996 (2ª edición).
- Galeano, Eduardo, El libro de los abrazos. Buenos Aires, Siglo XXI, 2000.
- Montero, Rosa, La loca de la casa, Madrid, Alfaguara, 2003.
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