Un cuarto de cine


 
Finalizó la muestra “Veinticinco años de cine santafesino”. Fue organizada por Grupo de Cine y ATE. Desde el sábado 19 hasta el domingo 27 de noviembre, en dos funciones por día, se proyectaron films documentales y de ficción. La entrada para ver los cortos, medios y largometrajes en el auditorio de San Luis 2854 fue libre y gratuita. Además, hubo un ciclo de charlas y una muestra gráfica del aniversario celebrado.


 Los cinéfilos

 ¿Qué es un cinéfilo? Un cinéfilo es un aficionado al cine, o sea, alguien que siente afición por el cine, que siente amor por esa forma de comunicar. Y como no todos los humanos sienten el amor de la misma manera, hay algunos que son más obsesivos que otros. En palabras más sutiles, son más exigentes que los demás, lo viven y lo experimentan de modos distintos, aunque bajo un concepto en común. Hay quienes coleccionan celuloides, rescatan obras, las restauran, arman su filmoteca o poseen su pequeña sala de cine. Hay quienes archivan materiales, como fotos, afiches y datos. Hay eruditos, expertos, teóricos, analistas, críticos, educadores y los que se sienten atraídos por las historias contadas de forma audiovisual (presente).

 Esa locura compartida por muchos causó que, un cuarto de siglo atrás, Julio Hiver y Carlos María Gómez crearan Grupo de Cine en la ciudad de Santa Fe. Hoy Diego Soffici y Mario Cuello, entre otros, también pertenecen a esta asociación civil que organizó la muestra aniversario. Hubo trabajos de varios realizadores, los cuales se repartieron en nueve días. Quien no contara con tiempo suficiente en la semana podía aprovechar el feriado del lunes e incorporarse, desde el viernes, a ese viaje retrospectivo. Así podría sentir la extrañeza de percibir a Fernando Birri confesando que toda su obra es un ensayo en el teatro de la vida y, al día siguiente, percibirlo de nuevo, pero con diez años más encima, hablando acerca del pintor César López Claro. Un caso más extraño aún. Descubrir que Hiver, quien se encargó de leer los títulos de los films en las funciones, es también un tío muerto en Ciudad de Sombras (2010).

 El dilema a resolver, para el cronista, era el siguiente. ¿Cómo asistir a la muestra cinematográfica (de ciudad a ciudad) sin someterse a la tarifa del transporte público que sigue aumentando y sin depender de la frecuencia casi inexistente de los colectivos después de medianoche? La respuesta fue espíritu bicicicletista sostenido por cinefilia. Por lo tanto, cruzar el Carretero durante el atardecer de ida y volver sobre el río oscuro. Imagine el lector una horda de cinéfilos en bicicleta yendo al cine. Genial. El resto era considerar opciones para poder conocer las historias del programa. Tres variantes. A) cumplir la odisea de presenciar la muestra completa. B) seleccionar aquellos títulos más prometedores. C) tratar de ir la mayor cantidad de días posibles. Esta fue la elegida.


 Ruleta de historias

 Aquellos fueron días para entregarse al abuso que ese genial invento hace del defecto humano al percibir imágenes. Durante ese lapso, de las 19 a las 24, el auditorio de ATE se convertía en la sala de un living hogareño, con una pantalla amplia, donde se podía entrar para huir de la pesadez de la calle. La frescura de la sala lo permitía. Si se llegaba a una función en curso, sólo había que lidiar un poco con la cortina de la puerta de vidrio, como el intruso que se enrolla en la capa de un mago o como un actor inexperto que ignora por dónde abrir el telón de cara al público. Pasar la barrera oscura era como atravesar el pasadizo para ir al encuentro de un espejo que reflejaba las realidades exteriores latentes.

 Antes de entrar al cuarto de cine, unos paneles blancos sostenían, dibujada, una línea histórica, la cual tenía, en cada año correspondiente, fotos de los rodajes de los films a proyectar. La extensión fue desde Good bye Rocco Martini (1986) hasta Imágenes de Santa Fe (2011). Desde los 122’ de este largometraje de Beceyro hasta los 60” que dura Una diva del cine mudo, dirigida por Carreras y Del Porto. Esta era una exhibición apta para quien fuera más interesado en ir a revivir historias que en juzgar estéticas y narrativas. El único requisito era la predisposición para abrirse a los relatos, ya que se daba la posibilidad de conocer films y también de rever, al cabo de años, las mismas imágenes con otra conciencia. El cinéfilo caería sobre una ruleta que en la que nada podía perder.

 Además, habría cuatro disertaciones que iniciaban a las 15.30. Las charlas tenían un horario de hierro para quienes se quisieran quedar a la funciones. Este cinéfilo sólo asistió a “Narración, ideología y plano secuencia”. La dio el crítico Leandro Arteaga. Trató sobre el aporte que hicieron Griffith, Eisenstein, Welles, Godard y Tarkovsky. La pantalla fue la pizarra analítica. La tiza, el control remoto del DVD. El material, film clásicos. Pocos asistentes y varias opiniones, representadas por las edades. Mientras que para uno el cine nada nuevo tenía que aportar, debido a la carencia de inventiva de los nuevos autores, para otro más joven el cine busca redefinirse en lo audiovisual. La charla supo perderse en el comienzo de El ciudadano. Ahí, suspendidos los ojos discordantes en la admiración con que Welles armaba los planos, recurría a la profundidad de foco o cambiaba de género dentro del mismo film.


 Cine y ojos

 El cine es más que imágenes en movimiento. Es palabra, música, sonidos. Atrae por los recursos disponibles para contar. Eso envidia el escritor, puesto que la escritura no es más (ni menos) que letra, idioma, símbolos. No puede recurrir a la música (la diva suprema). Puede emularla con cadencias agradables y tono poético. A las imágenes las puede evocar con referencias a objetos y descripciones (la radio lo sabe). No obstante, la imaginación de un lector lúcido es indispensable para que las evocaciones funcionen. El cine hasta puede darse el lujo de descartar aquellos otros elementos. Así lo quiso Beckett para Film (1965), que recrea la doctrina idealista de Berkeley. El ojo de Buster Keaton es la metáfora de que ser es ser percibido. Si no hay quien lo perciba, el objeto es para nadie… La cámara dirigida mira a los personajes, éstos se corresponden con esa mirada, pero también necesitan de los espectadores para luego seguir siendo.

 La muestra “Veinticinco años de cine santafesino” reunió a poquitos espectadores. Los prescindibles para justificar la existencia de cada función. Rigen en esta época hábitos más cercanos a la individualidad del quinetoscopio de Edison que a la convocatoria colectiva propugnada por el proyector de los Lumiere. Domina en la sociedad un modo más individualizado y diverso de consumir los objetos culturales, que se efectúa a través de la televisión, de la computadora y de los dispositivos móviles. Surgieron novedosas formas de acceso en las últimas décadas. En este sentido, lo que permitió un medio como Internet fue desarticular las ofertas de carteleras iguales, establecer rituales propios de percepción, hallar films remotos para ver en horarios flexibles.

 Sin embargo, ni todo se reduce a la pantalla grande en la oscuridad ni todo está alojado en Internet. La experiencia cinematográfica va más allá del soporte tecnológico usado. El complemento del cine es lo que lo rodea, son las acciones del antes y el después de cada función. Es la invitación de quien convoca y cómo se responde a ella. En el caso del cronista, el acontecimiento implicó partir de calles de tierra, atravesar la ciudad con la bici, río de por medio, hacia la otra ciudad. También es el ambiente, donde se comparte un aquí y ahora. Son además las reuniones con otros para intercambiar opiniones y dudas. Esta diferencia ritual no se advierte hasta que se experimenta y se redimensiona esa práctica llamada “cine”.


 Muestra de muestra

 Predominaron obras de corte biográfico y testimonial, ya sea de ciudadanos o de personajes de la cultura y el deporte, como Almicar Brusa en El hombre de los guantes, un documental atractivo aun para los que no simpatizan con el boxeo. El programa variado incluyó música, poesía, pintura, política, conflictos sociales. Entre estos últimos, el testimonio de Vanesa, la mujer que perdió a su bebé Uriel en la primera inundación; las máquinas y herramientas de la escuela de oficio Alem arruinadas por el agua del Salado; la discriminación que sufren los inmigrantes bolivianos en Argentina o el relato de Laura, una hija que aguardaba justicia y conocimiento del pasado de su padre desaparecido en la última dictadura militar.

 Asimismo, se vio el rescate del trabajo solidario del padre Catena en Villa del Parque o la indagación de la experiencia política que jóvenes activistas habían emprendido con los hacheros del norte santafesino en Fortín Olmos durante la década del ‘60 y principios de los ‘70. Por otra parte, Una vez la poesía, de Juan Arch, regaló la oportunidad de escuchar a personas como Gastón Gori, entregándose al asombro poético en forma pura frente a la cámara o leyendo sus poemas o exponiendo amable, junto con el canto de chicharras y pájaros de fondo, su pensamiento sobre la infancia, la existencia, el amor, la escritura como oficio y cómo surgió la idea de la investigación acerca de la compañía La Forestal.

 Otro perfil de artista lo mostró Eduardo Costa, el espacio interno. Desde Buenos Aires, el duchampiano repasa su biografía: su accesorio “oreja de oro”; su libro de “moda ficción”; la “Rueda de bicicleta Duchamp/Costa”, la cual reemplazó los rayos por un doble espiral y que usada en una bici sirve como amortiguación de baches; la conceptual “pintura volumétrica”; el jarrón que compuso con pintura acrílica azul para guardar las cenizas de Scott Burton; los límites polémicos del arte al recurrir a la biotecnología para “crear” un animal fluorescente, como la coneja Alba, de Eduardo Kac, lograda en el año 2000 a partir de la manipulación de los genes de ese mamífero con los de una medusa.

 La presencia de los ríos Salado y Paraná estuvo en varias historias, ya sea como partícipe dramático en la catástrofe hídrica de 2003 (El trompo) o en la indiscriminada pesca industrial del sábalo (Desiertos de agua), ya sea como paisaje en una adaptación de la novela de Saer "Nadie nada nunca" o como escenario descripto por un escritor en "Repetido crepúsculo", el primero de los episodios de Ciudad de Sombras. Esta fue la última película proyectada el domingo 27. De las obras de ficción y documentales vistos quedó un efecto refractante al abandonar el cuarto. Volver a contemplar la ciudad de Santa Fe como un sitio de historias posibles
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