Sofistas mediáticos

 Lo de siempre: los medios no suelen hablar sobre los medios y no existe libertad de prensa sino libertad de empresa. Por consiguiente, los grandes grupos privados, llegada la señal de ajuste, iban a dirigir toda su artillería contra la propuesta de una nueva ley de servicios de comunicación audiovisual. Quien haya entrevisto la agenda en estas semanas lo habrá notado. Periodistas profesionales que no actúan como periodistas profesionales. Políticos profesionales que no actúan como políticos profesionales. (Este es un saco de talle grande, a medida para la generalización; pero el lector, si miró el debate, sabrá quién lleva puesta la vestimenta descripta.) Los comunicadores y políticos que se niegan a cambiar la ley vigente de la dictadura –"mejorada" en los '90– persiguen un mismo patrón: lo siguen al patrón. ¿Cuál y quién es el patrón?: la mentira y sus variaciones (desinformar, manipular, operar).

 Hasta aquí nada nuevo. Es verdad. Así que conviene traer dos propuestas cercanas a este planteo. Una proviene de las aguafuertes de Arlt. ¿Quiere ser usted diputado? propone la franqueza del político ambicioso, aunque los fines sean innobles y nada éticos (“Con este discurso, lo matan o lo eligen presidente de la República”). A la otra la menciona Unamuno en Verdad y vida (1908): “Abrigo la profunda creencia de que si todos dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la Tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy no nos entendemos”. Ambas tendencias convergen en la parresía: la actitud de quien dice directamente la verdad a alguien que tiene el poder de castigarlo por ello; o sea, una actitud franca que resulta peligrosa para el sujeto enunciador. Unamuno y Artl invitan a obrar como un parresiastés. En el caso del político, la sanción puede venir de los posibles votantes. En el otro caso, es el pase de factura de los que cada quien se encuentra a diario (familiares, pareja, vecinos, compañeros, jefes, colectiveros, taxistas, etc.).

 Piensa rápido, ¿qué es un periodista? Una pluma paga. Esta es la definición más escueta y controvertida de ser periodista, pero la más fácil de constatar hoy. Ahora bien, lo que aquí se critica ni siquiera son las ideas que esa pluma defiende. Lo vergonzoso es cómo se transmite una visión deformada a través de una retórica sin veracidad. Claro, excepciones. Sólo unos pocos profesionales, como V.H.M, metidos en la madeja corporativa, se permitieron discutir el conflicto con voces discrepantes. ¿Y sus oyentes lo dejan de escuchar por disentir con la línea editorial de la empresa que lo emplea? La lógica imperante indica que un empresario no le paga a un comunicador para que hable mal de él. ¿Y si se arriesgara un avezado pluralismo interno? Caparrós trazó, hace unos meses, este debate en La paja ajena (contratapa de Crítica de la Argentina, 13/03/09).

 Todo este embrollo viene a cuenta porque, en esta semana, se dio una retroalimentación desinformativa demasiado alevosa. Hay que distinguir las maneras de proceder. Al periodismo no se le exige la Verdad, sino la veracidad de los hechos, que se narran empleando distintas técnicas según los géneros del oficio (crónicas, reportajes, entrevistas, artículos). Una maniobra válida es construir una perspectiva para interpretar la realidad social. Otra, muy distinta, es mentir descaradamente en los mensajes y con actitudes bochornosas. Esto último se ve en los medios hegemónicos, donde políticos y periodistas siguen simulando, o algo (un patrón) les sigue dictando que deben simular. ¿Qué sucede con los patrones? ¿No habrán desperdiciando el subte para renovar sus tácticas? Si se sinceraran ciertas cuestiones, la discusión sería más ordenada. Presentarían mejores razones para defender su postura. Nadie tendría que andar vestido de hipócrita, pronunciando guiones en los que no cree y que, encima, son falsos.

 De manera clara, se ven los dos frentes de acción. Por un lado, desde la prensa, se publican burdamente mentiras (expresiones o manifestaciones contrarias a lo que se sabe, se cree o se piensa). Por otro lado, en dichos con intenciones invariables, circula la mentira oficiosa (la que se dice para servir o agradar a alguien). ¿Políticos convencidísimos de que sirviendo a los amos tecnológicos mantendrán –y tendrán– buena visibilidad mediática a futuro? Peligrosa alianza con escorpiones. Además, ¿quién avasalla a quién? Se crítica a una supuesta “ley mordaza” pontificando el “derecho a la libertad de expresión”, pero ¿cómo se practica ese derecho? y, más aún, ¿cómo impacta sobre quienes lo reciben activamente y también desean informarse y expresarse?

 Keep readers in mind enseñan los manuales. Por lo tanto, ¿para qué fingen y emplean sofismas cuando los que siguen la trama conocen el cuadrilátero? Ocultan lo que, a medias tintas, igual se conoce; y a los que no les interesa el tema capaz que ni se enteraron todavía. ¿No estarán subestimando a sus interlocutores? Cuando se informa sobre el proyecto de ley de servicios de comunicación audiovisual, ¿para qué operar de esta manera? No convendría presentarse así: «Yo defiendo tales y tales intereses». Sería más tolerable. «No te miento, consumidor. Estos son mis negocios». Pero nada, terminan más sucios que antes.

 En este punto histórico, donde ya ocurrieron atrocidades con justificaciones irrisorias, políticos y periodistas ¿tienen que seguir sosteniendo apariencias cada vez menos convincentes? Hoy se toleran tantas situaciones que ganarían más público si comunicaran, a secas, su verdadera doctrina: dictámenes directos en palabras que serían chocantes pero verdaderas. Entonces, hasta en una de esas, surgiría un periodismo defensor de los intereses del poder económico que no se valdría de artificios ni argucias; una prensa que no tendría que estar, insistentemente, mintiéndose a sí misma. Se escucharían políticos profesionales trabajando una verdad polémica, aunque más coherente en su línea de exposición. Hasta la ideología más agria pero sincera es más soportable que la mentira.

 ¿Alguien consideró que esta era una chance para mitigar lo esperable y devolverle un terrón de credibilidad a la parla periodística? ¿No se habrá desperdiciado una oportunidad única? ¿Dónde queda el criterio, si les mienten a sus lectores? ¿Los que creen en los sofistas mediáticos lo hacen porque les seduce y atrae su discurso («Mentime que me gusta»)? ¿La “sociedad” tiene el periodismo y los políticos que se merece? Esta última controversia suena muy limitada y simplista. De cualquier manera, más allá de lo que se avecine, hay que subrayar que siempre quedan locos atravesados por la intención que los guía. Lo bueno es que aún existen profesionales con trayectoria respetable y modestos provincianos ignotos que, en el apagón general de su oficio, encienden la punta del cigarro y lo hacen brillar.

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