La mesa de los Poetas


 Mario Trejo, Rodolfo Alonso y Miguel Brascó estuvieron este martes en el Foro Cultural Universitario. El contexto fue el IV Argentino de literatura. La “Mesa Poesía” abrió la segunda fecha de este encuentro que se inició el lunes con una conferencia homenaje a Hugo Gola, en donde se le otorgó el título de "Profesor Honorario" de la Universidad Nacional del Litoral.


 Sobre el escenario, el encargado de coordinar la mesa era Daniel Freidemberg; pero no fue fácil cumplir con ese encargo. Los tres poetas sentados a su derecha no sabían muy bien para qué habían ido o con qué tarea tenían que cumplir esa tarde. Así que al principio hubo varios intentos para averiguarlo. Miguel Brascó fue el primero; con mucho humor comenzó a hablar sobre los vínculos que ellos tenían en la ciudad de Santa Fe, sólo que hace cincuenta años atrás. Entonces empezaban a aparecer personajes como Paco Urondo y Fernando Birri, Saer y Juan L. Ortiz. Sin embargo, en ese primer intento, el otro poeta que estaba al lado de Brascó interrumpió para advertir un detalle.

 –¡Esto es muy escolar! Y fíjense –interpeló al auditorio–: ¡nos condenan a un horario de niños!

 Eran cerca de las 17 y la declaración de Mario Trejo indicaba que ese camino era un callejón. Alguien los había citado allí sin motivo aparente. Había que seguir buscando. El segundo invitado criticó la ausencia de Hugo Gola en aquella mesa: “Al único poeta santafesino lo sacaron y lo pusieron en otro lado”. (Ellos desconocían aún que el supuesto ausente estaba escuchándolos desde la segunda fila de la derecha.) Con semejante intervención, los otros, incluido Freindemberg, decidieron cederle el timón del barco a Trejo, pero éste dijo: “Ya terminé”. Nuevamente el coordinador tuvo que cumplir con el encargo.

 –Rodolfo, ahora te toca a vos –dijo Freindemberg.

Rodolfo Alonso miró al auditorio con cara de asustado. Era su turno. Intentó empezar por el título de la charla: Cincuenta años de poesía argentina. Lo analizó un momento y se sinceró: “Sólo el hecho de plantearlo me asusta”. Rápidamente, había que encontrar los roles que no figuraban en el programa.

 –Bueno, yo trataré de poner la parte aburrida –propuso el tercer poeta, porque los otros dos que ya habían hablado alguna postura habían elegido.

Poco a poco, en la mesa los roles se fueron repartiendo. Brascó aportó el humor y las anécdotas; Trejo se hizo cargo de la crítica; y Alonso se ocupó de transformar los recuerdos en Historia. También fue el responsable de encontrar la salida frente a aquella extraña situación. Decidió leer Orillas. Se produjo un silencio cargado de expectativa. No hizo falta más. Los poemas eran un rasgo en común entre ellos.


 Mesa de poetas

 A partir de allí, los invitados establecieron los motivos de la cita: entretener al auditorio y recitar poesía. Para ello se fueron turnando. No hubo un libreto estricto. Trejo propuso considerar la reunión como una “jam session”. Todo fue improvisado: los turnos, las bromas, la crítica, la memoria, las introducciones a los versos, la coincidencia entre autor e intérprete. De hecho, Trejo le delegó, por un problema de salud, las lecturas de sus textos a Alonso. Para esto sólo bastó un elogio: “porque vos sos un buen lector”.

 Más adelante, cuando los poetas estuvieron más cómodos y ya habían ensayado algunas lecturas y escuchado los aplausos del público, al coordinador Freindemberg se le facilitó la tarea. Proponía con más decisión. En un momento, invitó desde el otro extremo de la mesa a Brascó para que recitara, porque sus compañeros ya habían hecho sus aportes y le tocaba a él. Este leyó. Recibió aplausos. Después, con entusiasmo le hizo una pregunta a quien estaba sentado en el extremo izquierdo de la mesa.

 –¿Puedo leer otro más?
 –No se pide, se dice –fue la respuesta de Freidemberg.

 Brascó continuó con El vuelo nupcial y Torcacitas en la lluvia. Al concluir, rescató el dilema de siempre. “Nadie sabe qué es la poesía, pero todos entendemos qué es: nada más que transmitir una experiencia, una visión ambigua e imprecisa de un fenómeno perfectamente perceptible”. Por otra parte, cuando el turno le cayó de nuevo a Trejo, éste tiró sobre la mesa el tema de la reciente donación de la obra de Birri a una uiversidad estadounidense. Comentó que había hecho un llamado telefónico a la casa que el artista tiene en Roma, pero que nadie había contestado. Finalizó esta digresión con una sentencia: “Birri es un grande, no un juguete de ocasión”.

 Más tarde, Trejo le alcanzó a Rodolfo Aullidos de placer, un trabajo que había hecho para Página/12 y que, según dijo, aún no había cobrado. En homenaje a Allen Guinsberg, esta fue la composición más extensa de la tarde. A medida que Alonso leía el texto, Trejo lo iba interrumpiendo para hacer acotaciones, aclaraciones sobre algún personaje o sobre datos de aquella época.

 –Los ‘60, gloriosa década, sí. No me la vais a contar a mí, hombre, que la viví acullí y acullá. Pero, ¿los ‘50? Nadie habla de los ‘50. En Buenos Aires, contra todo pronóstico, la vida era una gozada. Elena Cruz lo dijo mejor: era una partouze. Los vates nacionales, en cambio, estaban aquerenciados en el tintorro. Aunque ya Fontana y Pérez Morales administraban ácidos, mescalinas y psilocibinas. Había que ir a Brasil. Visite Brasil antes de que Brasil lo visite a usted...

 –Bueno, esto último es lo que pasa hoy –interrumpió el autor.

 Así, las conversaciones en la mesa de los poetas duraron una hora. Para entonces Trejo ya había cambiado de portavoz. Brascó se hizo cargo de Espejo: “El orgasmo final será mi último suspiro”. El telón de palabras empezaba a bajar. Alonso leyó Crepúsculo de Venus y Bajo la música. Luego Freidemberg ocupó más protagonismo en la charla, como al principio, cuando hizo las presentaciones. Recitó tres poemas, uno de cada invitado. Acaso no se exigió mucho porque a las 19.00 tenía que compartir otra mesa junto a María Gramulio y Noé Jitrik. Allí la coordinación estaría a cargo de Oscar Vallejos. Pero ahora todavía estaba en esta mesa, mientras Alonso interpretaba el último poema.

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