La Sudestada: una crítica

 Un detective privado, desconfiado y descreído, debe investigar el misterioso comportamiento de una bailarina contemporánea, quien, a su vez, cambiará su vida cotidiana a través del arte. Una reseña (con spoiler) de esta novela gráfica de Juan Sáenz Valiente.

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 El detective cotidiano 
  
 Afirmar que La Sudestada pertenece al juego literario del género policial es limitarse a su elemento básico: el detective, que, en esta historia, es Jorge Villafañez, un pragmático de las emociones. Así lo exige su trabajo (o por lo menos es lo que le resulta efectivo). La cordialidad, el interés y el llanto son fingidos para conseguir datos. Actuar es parte de su tarea investigativa; redacta informes a pedido. No practica una empatía auténtica. No se involucra emocionalmente con nada ni con nadie. Un latiguillo sintetiza su actitud calculadora: “Ya, rajá”. Ese comportamiento rutinario se deja entrever desde las primeras páginas, cuando busca el apellido de las hermanas Farelli y, en el trayecto, inventa recuerdos y finge condolencias frente a otras personas. 

 Además, un lema define a Villafañez: “No hay que confiar en nadie”. Sabemos, por boca del detective privado, que este es un axioma heredado de su padre, quien le decía: “si te enamorás, asociás o confiás, al final siempre te cagan” (p. 23). En esta confesión del protagonista, ya podemos sospechar la sombra de una rama de su árbol (genealógico). También conocemos, gracias a Finoli, que Jorge ha sufrido por una separación: una mujer lo ha dejado. Guiado por su premisa de la desconfianza existencial, aconseja a sus amistades. Por supuesto, acierta en sus diagnósticos. Los hechos cotidianos favorecen su razonamiento. Por ejemplo, Claudia, la novia de su amigo El Gordo, comienza una relación con otro hombre; ella aún no se lo ha comentado y sólo le habla para pedirle distancia. 

 La base de este protagonista es que tiene una rutina: la repetición de acciones en la vida cotidiana. Lo vemos, en pocos cuadros, durante su tiempo de ocio, cuando juega al fútbol con sus compañeros y luego escuchamos las conversaciones que mantiene con ellos. Deja entrever, en estas interacciones, su sistema de representación, que resulta compatible con su rol detectivesco. El trabajo nos configura como sujetos. Forma parte de nuestra experiencia en el mundo. Desde ese ángulo, miramos a nuestro alrededor y un poco más allá. Villafañez trabaja para una empresa que incorpora personal y él debe entrevistar aspirantes para “ver si no tienen nada escondido” (p. 32). La gente esconde algo y hay que descubrir qué es aquello que esconde. No son cuestiones físicas ni psicológicas: son mentiras, y él es un experto de la mentira; un detective que expone verdades cotidianas. Sin embargo, con frecuencia, son “mentiras” convenientes que se dicen para evitar la sanción de los prejuicios, como la joven postulante, María Leguizamón, madre soltera, que niega tener un hijo, para poder conseguir trabajo. 

 Si hay un aspecto político en esta novela gráfica de Saénz Valiente, hay que buscarlo en la referencia al orden de estos discursos sociales. El machismo de un hombre, entrado en años como Villafañez, arquetípico de otra época, pertenece a esta crítica discursiva. Recordemos lo que, en un tercer tiempo de fútbol, le dice al Gordo: “el cerebro femenino funciona de manera diferente al nuestro… Entonces nunca las vamos a entender” (p. 26). Esta frase es el punto de partida de su agnosis, cuyo tránsito se iniciará cuando viva la experiencia con la bailarina Elvira Puente; para cumplir con el trabajo de reporte, tendrá que comprender su conflicto, su angustia, su arte. En este sentido, Villafañez es un personaje que, mientras investiga a otra persona, se va descubriendo a sí mismo. Este es el fundamento del relato en La Sudestada, mucho más que la solución de un secreto (o de un misterio) con reminiscencia detectivesca. 

 La Sudestada 

 Ricardo (el marido de Elvira) contrata a Villafañez para que la siga y descubra los motivos de su comportamiento, que últimamente es, para él, bastante raro. Sospecha que no se trata de infidelidad. Es otro asunto. No dialoga con ella. Los compromisos empresariales lo distraen casi todo el tiempo. Así que prefiere espiarla... La indagación sobre esa cuestión emotiva involucrará al detective de un modo especial. Tendrá que averiguar algo que va más allá de los datos. Algo que está fuera del lugar común. Cada tanto, Elvira se retira de la ciudad y se dirige hacia una casa que alquila en el Tigre. Lejos del ritmo urbano, aislada del tiempo compartido, ensaya una búsqueda interior a través de su arte corporal. Separada de la civilización, primero se desnuda; luego, se sumerge en el barro y finalmente se entrega con su música íntima a los saltos de una danza salvaje. 

La Sudestada, de Juan Sáenz Valiente / Sobre el margen, Leandro Forti
 A diferencia de otros casos, Villafañez, escondido, no tiene que hablar. Contempla: es un espectador privilegiado frente a la secreta danza de Elvira. Apartado de la vista de los otros, establece una conexión emocional consigo mismo: percibe su angustia representada. Acaso por primera vez, en medio de una misión, su emoción es auténtica. Tenemos a un hombre, descreído de la vida y desconfiado de las personas, que llora ante un hecho estético. Sin embargo, luego, a su regreso, no quiere comentar esa experiencia con su grupo de amigos, con quienes comparte la rutina de jugar al fútbol. Oculta su experiencia, salvo con Finoli, con quien se permite hablar cuestiones sentimentales. Esa misma noche Villafañez sueña de nuevo, pero su pesadilla recurrente empieza a tener variaciones. 

 Hemos visto que, últimamente, Jorge experimenta la pesadilla de hundirse; la sensación de morir ahogado por una vereda de concreto. Ese temor perdura en el instante de vigilia inmediata; lo suficiente como para adoptar una posición fetal sobre la cama. Pero después de contemplar esa tarde a Elvira, él sueña que se hunde en el barro y que una de sus piernas (igual a la de la mujer) se levanta, estirada, con disciplina. (Como un chamán onírico, Jodorowsky podría presentarse en este sueño de Villafañez para ofrecerle una revelación que, al despertar, olvidaría: “No hay que temer hundirse profundamente en uno mismo para enfrentar la parte del ser mal constituido, el horror de la no realización, haciendo saltar el obstáculo genealógico que se levanta ante nosotros como una barrera y que se opone al flujo y reflujo de la vida”.) Villafañez se despierta sorprendido. 

 Al otro día, el pronóstico del tiempo arroja sudestada. De todos modos, la mujer, que trabaja como coreógrafa, viaja para cumplir con su ritual. Disimulando, el detective la persigue y la contempla de nuevo. Todo se repite bajo la lluvia, hasta que, en pleno trance, un viejo árbol cae sobre el cuerpo de Elvira. Entonces, Villafañez, en vez de obedecer su latiguillo y huir, decide rescatarla. La lleva hasta una habitación de la casa alquilada por ella. No sin resistencia, empieza a involucrarse. Ambos quedan atrapados en ese lugar. La sudestada confunde los límites de tierra y agua. Bajo su influjo, reúne a personajes distintos. Dos cotidianidades se cruzan ahí: comparten un espacio y un tiempo fuera de la rutina. Jorge y Elvira conversan; incluso veremos reír a Villafañez sin malicia: se ríe de sí mismo. 
La Sudestada, de Juan Sáenz Valiente / Sobre el margen, Leandro Forti

 El detective, por supuesto, sigue actuando, aunque debe prestar atención si quiere completar el informe. Elvira le confiesa a su salvador que, desde siempre, lleva en sí una angustia, que investiga por medio de su arte. Le comunica su epifanía: “Ese árbol que se me vino encima, entendí que era mi árbol genealógico que, incapaz de retener un secreto, se expresó. El dolor que yo porto, es el de un antepasado, que no pudo expresar una verdad íntima” (p. 78). A Villafañez toda esta dimensión simbólica le parece una estupidez y prefiere las resoluciones prácticas: “Era un árbol de mierda que se cayó, nada más…” Diferentes formas de ver la realidad y de sentirla, de procesarla, de significarla. 

 Puente como transición 

 Después de entregar su reporte del caso, Villafañez le confiesa a Finoli que se sintió “como un sorete”, pero nadie lo está cagando: es él quien actúa un rol incómodo, porque está traicionando la confianza de alguien que lo hizo sentir auténtico. Elvira, para él, ha funcionado como puente hacia sí mismo. Por la noche, cuando vuelve al teatro del sueño, ya no se hunde en la soledad de su angustia, sino que danza desnudo, como si el escenario onírico representara su catarsis. Pero al reencontrarse allí con la bailarina atrapada por el árbol, las manos de él terminan convirtiéndose en ramas que la sujetan. Una buena secuencia gráfica que marca el quiebre definitivo en esta historia: su crisis

 Un principio de cambio interior se concreta en Villafañez. Quizá recupera una parte de él que su experiencia decidió olvidar. Quizá comprende que algunas de sus ideas eran equivocadas. Quizá razona que en la práctica de su trabajo (o de su vida cotidiana) puede obtener una reciprocidad afectiva si se involucra. Sea como fuere, cambia su actitud con María Leguizamón. Averigua más sobre ella y la recomienda para el puesto vacante. Su conversión en héroe positivo de esta breve historia comienza y qué mejor que representarlo con un disfraz. Para el cumpleaños de Dorita, los amigos lo pasan a buscar por su casa y le entregan sorpresivamente la vestimenta de El Chapulín Colorado… En la fiesta, con la complicidad de Elvira, resuelve con astucia el interés perdido de Claudia por el Gordo. 
La Sudestada, de Juan Sáenz Valiente / Sobre el margen, Leandro Forti

 Los hechos se precipitan hacia la agnosis. Al día siguiente, Villafañez va a la casa de Ricardo para cobrar el cheque y, por casualidad, descubrirá que aquél se encuentra a escondidas con otra mujer. Una señal cuya interpretación culminará más adelante, en la reunión de los personajes en la casa del Tigre. El secreto se revela, en este caso, como un dato avisado por la intuición (de la víctima). Jorge comprende que la angustia de la coreógrafa, en efecto, se relaciona inconscientemente con su árbol genealógico. La verdad sobre el comportamiento que busca Ricardo sobre su esposa es lo que él oculta. Hacia el desenlace, durante el encuentro que propicia Elvira, el detective Villafañez se enoja porque ella, al descubrirlo, le dice “hipócrita”. Después de todo, ¿acaso no es esa su actitud? Entonces, rodeado por las apariencias de los demás, decide dar un paso desde la hipocresía hacia la parresía

 Entregado al riesgo de sanción, actúa como un parresiastés: “Ya sé porqué su esposa está rara, porque usted se coge a su suegra” (p. 113). Anagnórisis. Sin pruebas, Elvira cree: su reacción es buscar un hacha y darle una correspondencia definitiva a la revelación del secreto; descarga su furia contra el mismo árbol caído durante la tormenta. El caso transcurre de nuevo en el plano de la representación. Villafañez, quizá, por fin, entiende el efecto simbólico y le dice a la exhausta Elvira: “Dale un par de hachazos más” (p.118). Luego, se acerca y la abraza para contenerla frente a la pareja furtiva. El detective es contratado por quien esconde el secreto y termina resolviendo el caso a favor de la investigada, uniendo las mitades que lo acercarán a la verdad (mitad intuición y mitad escepticismo). Nos quedamos, al final, con un par de revelaciones que desintegran los prejuicios masculinos de Villafañez, en especial con Elvira, una mujer, quien funciona como reflejo y puente. 

 La experiencia de ambos vuelve a significarse en una representación artística, cuando la coreógrafa le regala al detective dos entradas para asistir a la obra La Sudestada. Vemos que él apuesta finalmente a un nuevo vínculo de pareja y que, en el teatro San Martín, se emociona ante un árbol de figuras humanas, expresándose frente a una bailarina, sobre el escenario. En pocas páginas, Saénz Valiente desarrolla un relato gráfico sobre la vida cotidiana y el arte, con un personaje que tiene la solidez suficiente como para verlo de nuevo en otras aventuras. Una historia sencilla que, aunque tiene sus pausas narrativas, hay que leerla de un tirón, dejándose llevar por el humor y el suspenso.

Referencias


  • Albano, Sergio. Michel Foucault: glosario de aplicaciones. Buenos Aires: Quadratta, 2005.


  • Clark, Martha. Gran diccionario de los sueños: guía completa para su análisis e interpretación. Barcelona: Océano, Ambar, 2002. 


  • Foucault, Michel. La verdad y las formas jurídicas [1978]. Barcelona: Gedisa, 1996.


  • Jodorowsky, Alejandro. La danza de la realidad: psicomagia y psicochamanismo. Buenos Aires: Debolsillo, 2005.


  • Quiroga, Ana de ; Racedo, Josefina. Crítica de la vida cotidiana [1988]. Buenos Aires, Cinco, 2012. 


  • Saenz Valiente, Juan. La Sudestada. Buenos Aires: Hotel de las Ideas, 2015.

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