Claves para lectores deseantes

Claves para lectores deseantes. Imagen: Wokandapix

  ¿Cómo formar lectores deseantes en una comunidad? ¿Cómo mantener el placer textual en el tiempo? Nadie tiene prescripciones infalibles, pero existen algunas certezas. Una de ellas es que sólo los mediadores auténticos pueden transmitirles a otros el deseo por los textos literarios. En este  artículo, se comparten claves en forma de citas clásicas y apuntes teóricos. 



I
  Dos exposiciones en el IX Encuentro Virtual de Bibliotecarios Escolares retomaron el desafío de transmitir el hábito lector: una de Juan Fernando García y otra de Marcelo Birmajer. La ponencia del primero desarrolló un enfoque teórico-práctico, basado en un taller piloto que, en términos de Jorge Larrosa, promueve la experiencia de la lectura. La intención de ese proyecto es lograr que los docentes experimenten formas creativas de relacionarse con el acto de leer para luego abordarlo con ese modo abierto en la práctica. En efecto, trasmitirles a los estudiantes el interés por los libros sólo se puede lograr si esa motivación perdura en quienes ofician como mediadores auténticos con los textos literarios. Las simulaciones forzadas son estériles para una tarea que demanda una imaginación activa.

  La autenticidad en la mediación cultural es indispensable y quizás sea una de las certezas sobre el tema en cuestión. Nadie tiene prescripciones infalibles para provocar en otras personas la inquietud por el hábito de leer. La otra certeza compartida es que la obligación estandarizada persuade tanto como la oferta de un trabajo desagradable. Daniel Pennac ya escribió que la curiosidad no se fuerza, sino que se despierta, propiciada por el encuentro gratuito, directo y misterioso con un libro, sin teorías, tareas, ni consignas rígidas. Esta reconciliación gozosa con la lectura (disfrutada alguna vez en la voz parental durante la infancia) difícilmente se pueda lograr si, en las clases escolares, se insiste con los cuestionarios, petrificados en hojas amarillas, que pretenden respuestas inmutables.

  Un poco más acá, el escritor Daniel Link repite: “Los modos de leer que enseña la escuela en la primaria son muy diferentes de los modos de leer que se imponen en la secundaria, menos abierta a la experimentación, mucho más inclinada a la imposición de un canon”. Por otra parte, un poco más allá en el tiempo y en el espacio, quizás convenga recordar la anécdota que narra Héctor Tizón en “La ballena azul”, donde la rigidez de lo establecido aplasta violentamente la expresión de una respuesta creativa. Entonces, la cuestión sería (otra vez) cómo los mediadores se relacionan con los textos literarios que comparten para promover la lectura en los ámbitos escolares, cuya fama parece perdurar por los siglos de los siglos. Una respuesta excedería la prudencia de este artículo.

  Más modesto, en cambio, es comentar algunas claves que permiten descubrir, recobrar y sostener una pulsión lectora para relacionarnos con las obras literarias. La enumeración tentativa y fragmentaria de los tópicos para lectores deseantes sería la siguiente: la práctica de la lectura como tiempo creativo; el acto de leer como espacio simbólico de transgresión cotidiana; la lectura como una ligazón complementaria de la escritura; la lectura como redescubrimiento de la palabra; la lectura como instancia de encuentro con otros lectores, que pueden convertirse en referentes, en incentivadores natos, en modelos, en invitadores permanentes. Las reflexiones de Graciela Montes, Michèle Petit, Michel Foucault y Roland Barthes pueden ayudar para desplegar esta lista provisoria.

 II

  El dramaturgo Mauricio Kartun dice: “la lectura es transformación revolucionaria del tiempo porque es tiempo liberado, no mero tiempo libre”. En esta cita subyace la idea que leer implica un trabajo, un compromiso, una dedicación, un desafío múltiple, un aprendizaje. Por lo tanto, no se trata de una temporalidad en la que uno simplemente se deja estar. Más bien, tiene, en cierto sentido, la dinámica del juego. Al igual que en la actividad lúdica, todo el cuerpo se involucra con los textos que proponen la experiencia liberadora de otros tiempos y otros espacios. Graciela Montes ubicó ese tiempo especial de la lectura en un espacio simbólico que caracterizó como la frontera indómita: un territorio creativo entre el adentro y el afuera, entre lo dado y lo propio, entre lo objetivo y lo subjetivo. La lectura literaria invita a habitar ese pliegue donde se recrea el sentido del mundo.

  Aquel territorio personal, conformado por lecturas, escrituras y otras experiencias con las palabras, funciona contra las domesticaciones, las clasificaciones, las restricciones normativas, lo estandarizado, las actividades consignadas. “La condición para que esa frontera siga siendo lo que debe ser es, precisamente, que se mantenga indómita, es decir, que no caiga bajo el dominio de la pura subjetividad ni de lo absolutamente exterior (…). La educación, en un sentido más generoso que la mera enseñanza, puede contribuir considerablemente al angostamiento o ensanchamiento de este territorio necesario” (Montes, 1999, p.52). Este espacio salvaje demanda una conquista permanente, porque se enfrenta a las tensiones del afuera. Para esta escritora, las tres principales son la escolarización (transmisión estandarizada de los textos), la frivolidad (el juego superficial) y el mercado (sólo lo que vende). 

 Relacionado con este asunto, la antropóloga Michèle Petit aporta las observaciones de sus estudios. Durante el día, los jóvenes de una comunidad rural francesa hacían el tránsito de una lectura pública (utilitaria, instructiva, escolar) a una lectura íntima (placentera, prohibida, rebelde). Ese pasaje nocturno les traía dificultades. Por un lado, inquietaba a quienes detentaban el poder, porque les impedía controlar lecturas transgresoras. Por el otro, perturbaba a los pares: quien leía cambiaba su modo de ser, según el cual alguien sólo existe por y para integrar la comunidad. La lectura habilitaba otra manera de establecer un vínculo social: “El lector elabora un espacio propio donde no depende de los otros, y donde a veces hasta les da la espalda a los suyos. Leer le permite descubrir que existe otra cosa, y le da la idea de que podrá diferenciarse de su entorno, participar activamente en su destino” (Petit, 2001, p.111).

Lectores practicando la lectura en voz alta. Imagen: Pexels
  La lectura íntima supone cierto grado de emancipación individual, pero también un encuentro con los demás a través del lenguaje escrito. El acercamiento privado a los textos funciona como una apertura hacia otra dimensión “donde nos decimos, donde elaboramos nuestra historia apoyándonos en fragmentos de relatos, en imágenes, en frases escritas por otros” (p.112). Además, la lectura silenciosa se contrapone a la lectura en voz alta. Esta da lugar a una mediación previa del comentador, del que lee para el grupo, del que selecciona, del que tiene el texto en su poder. Sin embargo, este modo de lectura también permite la seducción del texto a través de la voz: la voz placentera que invita a descubrir una historia o a escuchar la música poética. Los lectores parlantes son resurrectores de textos: son voces que hacen del texto un objeto de placer al interpretarlo con su instrumento de conquista.

  Con ese artilugio, seduce la mujer que narra las noches árabes y posterga su muerte. Así el profesor Pennac actúa como Celestina que despierta en sus estudiantes el amor por los libros para que luego se encuentren a solas con ellos. La escucha de ese otro hablante sólo funciona como invocación, y quizás es la escucha de los lectores la que más persuade. No quienes simplemente exhiben, enumeran o pasan lista pública de las obras que han recorrido; tampoco  los que aplican esquemas teóricos para comunicar resultados. Por el contrario, son aquellos que atrapan con sus lecturas apropiadas, con sus comentarios renovadores, con sus sentidos enhebrados. Son lectores que generan vínculos de admiración porque transmiten las vibraciones de sus lecturas. Para dar un ejemplo: Ricardo Piglia.

 III 

  Además del llamado al placer textual a través de la voz, está el de la mirada. Para Roland Barthes, en la lectura literaria reside un erotismo. Este crítico-lector anota tres tipos de placer. En el primero, se establece una relación fetichista con el texto al extraer placer de las (combinaciones entre) palabras. En el segundo, se siente la fuerza metonímica del suspenso, que arrastra en cada página de la historia. En el tercero, ya se desea el deseo que el autor, mientras escribía, tuvo del lector. De esta manera, “la lectura resulta ser verdaderamente una producción: ya no de imágenes interiores, de proyecciones, de fantasmas, sino, literalmente, de trabajo: el producto (consumido) se convierte en producción, en promesa, en deseo de producción, y la cadena de los deseos comienza a desencadenarse, hasta que cada lectura vale por la escritura que engendra y así hasta el infinito” (Barthes, 1987, p.47).

  Este último placer genera, en ese doble movimiento, una liberación productiva de la lectura y de la escritura como deberes, puesto que son canalizadas por el deseo más que por la ley (léase aquí “tarea”, “consigna”, “crítica”). Por otra parte, el primer Michel Foucault advierte que, entre los procedimientos de control y delimitación del discurso en una sociedad, el comentario es uno de los mecanismos internos para regular la producción discursiva. Aquél remite siempre a un texto fundacional, que se repite, que se explica, que se reseña, que se parodia. “El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice” (Foucault, 2002, p. 29). En síntesis, su objetivo es dominar el azar al momento de construir nuevos discursos (actualizándolos, ampliándolos, refutándolos).

Claves para lectores deseantes. Imagen: Stocknap  Los lectores astutos (perversos, deseantes, escribientes) son capaces de trastocar los sistemas dominantes mediante el juego literario para hacer del comentario un procedimiento creativo. Jorge Luis Borges fue uno de ellos, y por eso es uno de los lectores más subversivos del siglo xx. No sólo por el procedimiento microscópico y letal que aplica sobre el Martín Fierro en “El fin”, sino también por su escritura de “El acercamiento a Almotásim” (1935). Aquí, como en otros de sus trabajos, subvierte las categorías que Foucault describe en el funcionamiento del orden del discurso. Borges (apoyándose en Macedonio, en Thomas Carlyle) hace del comentario el texto fundacional. Luego, este procedimiento se convierte en forma, en género, en recurso para la producción discursiva.

 La fórmula de la lectura está incompleta si no incluye la posibilidad libertaria de la escritura, que tampoco tiene que considerarse un deber, sino un placer de producción (como describió Barthes). Palabra leída, palabra escrita, palabra mediante. El comentario es un modo activo de la réplica para comunicar lecturas a través de marginalias, glosas, apuntes, notas, ensayos, artículos. Escribir es el natural camino de la lectura, su deriva, su fase complementaria, su cuarto creciente. También sirve como recurso expresivo para contar biografías, narrar experiencias, testimoniar situaciones límites. En ese trato doble con los textos, se logra la experiencia completa del lenguaje, un descubrimiento circular con los símbolos del idioma. Asimismo, sin una relación abierta con las palabras, difícilmente se logre una comunión con sentidos renovados que permitan re-descubrir las verdades del mundo.

  Por lo tanto, el vínculo con el lenguaje es fundamental para adentrarse en la experiencia de la lectura, que forma y transforma: “Escribir y leer es explorar todo lo que se puede hacer con las palabras y todo lo que las palabras pueden hacer contigo” (Larrosa, 2007, p.17). Este aprendizaje, resultado del estudio, es un avanzar progresivamente por etapas para liberarse de los intermediarios que exigen con el imperativo del deber. La educación es el medio, aunque, como se sabe, poco sirve el incentivo del dogma para persuadir de un acto de placer o libertad. Sólo así el lector deseante, en busca de una mayor autonomía, pasará de escuchar el texto en la voz de otro, a poder elegir qué voz leer, para luego leer con su voz las historias que elige escuchar o para hacerles escuchar a otros las historias que le gustan.

     Referencias 

  •  Barthes, Roland. El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y de la escritura. Barcelona: Paidós, 1987. 
  • Foucault, Michel. El orden del discurso. Buenos Aires: Tusquets, 2002. 
  • Larrosa, Jorge. La experiencia de la lectura: estudios sobre literatura y formación. México: Fondo de Cultura económica, 2007.
  • Link, Daniel. “Entre Sábato y Startrek". En Revista Anfibia, 28 de junio de 2017. Disponible en: http://www.revistaanfibia.com/ensayo/entre-sabato-y-startrek/ 
  • Montes, Graciela. La frontera indómita. México: Fondo de Cultura Económica, 1999. 
  • Pennac, Daniel. Como una novela. Barcelona: Anagrama, 2001.
  • Petit, Michèle. Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México: Fondo de Cultura Económica, 2001.
  • Piglia, Ricardo. El último lector. Barcelona: Anagrama, 2005.

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