La prédica de Stallman


 Richard Stallman estuvo este mes en la ciudad de Santa Fe. Fue invitado por el Observatorio de Cultura Libre del Litoral. Durante tres horas, expuso la ética que sostiene el concepto de software libre, criticó a las grandes empresas informáticas, advirtió sobre las vulnerabilidades a las que están expuestos los Estados que dependen de los programas privativos para su gestión administrativa. Esta crónica comenta la prédica de un pionero.



 El predicador

 Richard Stallman trajo su prédica mundial a Santa Fe el 7 de junio. En el auditorio de FESTRAM, ante la presencia de abundantes sillas ocupadas, el legendario informático explicó durante tres horas las consecuencias de usar software privativo y la conveniencia de programar software libre. Una presentación con ilustraciones mínimas sobre una pantalla le sirvió para representar los conceptos traducidos al llano. El resto de su discurso libertario fue retórica, oficio, gracia, persuasión; una suma de habilidades indispensables para cualquier charla que esté dirigida a personas sin conocimientos técnicos en informática (entre las cuales me incluyo, señoras y señores). 

 La falta de reglamentación de la Ley N°13.139 contextualizó la conferencia. Aquella norma se aprobó hace siete años: le exige políticas al Estado provincial para que incorpore software libre en todos los ámbitos de la administración pública. La ley no se cumple. Así que el encuentro, además de informar a la ciudadanía, se aprovechó para juntar firmas que insistan con el reclamo. En el auditorio del sindicato de los trabajadores municipales, también hubo mesas donde comprar publicaciones de la Free Software Foundation. Durante la previa, la música amplificada de “Guantanamera” con la letra de “Guantanamero” fue otra declaración política del invitado. 

 –Estoy orgulloso de esta canción; fue grabada con buenos músicos cubanos, en La Habana –le contó, al auditorio, Stallman, mientras se preparaban las conexiones para las diapositivas digitales. Ese hombre pelilargo, de barba blanca, de abdomen prominente, de estatura media, habla bien un español que conserva el acento norteamericano y tiene una cadencia en el fraseo que parece copiada de un simulador de voz. Como un hacker del idioma, sabe moverse por las ambigüedades del sentido; el término copyleft es un ejemplo intraducible. De ese juego participa la letra de “Guantanamero”, que, apoyada en una melodía popular, denuncia arbitrariedades del poder: 

 Ha decidido el imperio 
tenerme por siempre preso 
y la cuestión es hacerlo 
con o sin falso proceso. 
 Guantanamero, soy preso guantanamero.

 A metros del escenario, los celulares buscaban fotografiar su cuerpo a la distancia como si con ese gesto fuera posible capturarlo para llevárselo. Otras dos cámaras cerca de ahí estaban dispuestas para filmar. Antes de empezar la conferencia, Stallman repitió sus avisos parroquiales: si le sacan una foto, no la suban a Facebook ni a sus otros tentáculos (Instagram y WhatsApp); si graban su voz, que el resultado luego se comparta en formatos favorables al software libre (Ogg y WebM); si después distribuyen el material registrado, que sea en sitios con licencias de Creative Commons; también pidió que desactivaran la geolocalización de los dispositivos portátiles. 

 Stallman no usa teléfono móvil, salvo que sea de otra persona. Ese hábito pertenece a la serie de disposiciones para abandonar la cartografía que trazan las empresas sobre el seguimiento individual, tan cotidiano en esta época de comunidades virtuales. La dependencia tecnológica es uno de los tópicos de su prédica. Las referencias al rastreo para configurar perfiles y a la dependencia de programas instruidos por manipuladores invisibles son parte de las críticas al bando contrario. Por lo tanto, su ética le prohíbe usar programas privativos. Desde su postura, los concibe como malware, le hacen daño a una sociedad con aspiraciones de mayor autonomía política-tecnológica.

 La prédica

 Sencillo en su vestir, parsimonioso en sus gestos, lúdico en su lenguaje, directo en sus críticas, sincero en sus bostezos por el trajín de los viajes, desde un sillón cómodo, el activista provocó los aplausos del público local, que escuchó cara a cara las directrices de su ética. Después de sus peticiones, empezó con sus propuestas y preguntas. Primero, ¿quién le da las instrucciones a tu computadora? Respuesta: no eres tú, sino tu sistema operativo. Luego, si los usuarios no controlan el programa, el programa privativo los controla. El software libre respeta tu libertad, pues permite revisar su código para asegurarse de que no tenga accesos remotos sin permisos (backdoors).

  El free software, en su fundamento, es una cuestión de principios más que de precios. La libertad está en su núcleo. Por lo tanto, un programa que pretenda incluirse en esa categoría debe asegurar libertades. Son cuatro libertades básicas que permiten: 0) ejecutar el programa para cualquier propósito; 1) modificarlo accediendo al código fuente para adaptarlo a tus necesidades; 2) redistribuir copias (gratuitas o pagas); 3) distribuir versiones modificadas de una manera que la comunidad pueda aprovechar las mejoras. Para asegurar la permanencia del círculo, conviene aplicarle al programa una licencia basada en el copyleft, que se apoya en el copyright, pero le invierte el sentido.

 Este último concepto ideológico quizás sea el que más atrae de Stallman, porque logró trascender el cerrado ámbito de la informática. Temprano, allá por los '80, en busca de una forma legal para asegurar las cuatro libertades, entendió que una obra entregada al dominio público era insuficiente contra la apropiación y que el copyright, nacido por la imprenta, no se ajustaba a la flexibilidad de las tecnologías digitales. Había que idear una estrategia efectiva en lo jurídico para defender a los usuarios/creadores. La licencia GNU GPL fue una respuesta. Hoy, otras iniciativas, como la del abogado Lawrence Lessig, son muy adoptadas para licenciar los productos culturales.

 Stallman repite que los usuarios no tienen una libertad asegurada con el software privativo. Esa es su injusticia de base, porque los dueños pueden someterlos, sobre todo sujetarlos a las directivas relacionadas con la explotación comercial. En esa categoría, entra el software como servicio, o sea, Google, Facebook, Microsoft y otras empresas que ofrecen aplicaciones en línea. La gestión de los datos individuales a través de terceros puede parecer un asunto menor, pero adquiere dimensiones más problemáticas cuando se trata del Estado. De ahí que sea indispensable la soberanía informática: no depender de un Estado extranjero que actúa como proveedor de sistemas privativos.

 –Cuando Microsoft descubre un error de seguridad en Windows, se lo enseña a la NSA antes de corregirlo para darle la oportunidad de atacar las computadoras de los demás. ¿Crees que el Estado argentino debe usar Windows? –pregunta Stallman como quien señala los evidentes riesgos de una acción–. Qué tonto es usar Windows, pero sobre todo que el Estado de un país se someta a otro país así. Y peor aún, que se someta a su peor el enemigo. ¿Qué país es el peor enemigo de Argentina? Es obvio. ¿Qué país amparó a los buitres cuando atacaban a la Argentina?

 

 La mirada omnipresente

 Otro tema de la charla fue “la gestión digital de las restricciones”, que se relaciona con los dispositivos de control a través del software. La observación orwelliana fue el tópico inagotable. Stallman comentó el caso de Amazon y su artefacto de lectura Kindle. Habló más precisamente sobre la posibilidad de borrar libros de forma remota. En julio de 2009, la empresa eliminó ediciones de 1984, argumentando que se trataba de copias sin derechos de comercialización. Justin Gawronski (un joven de 17 años) demandó a la compañía porque con esa brusca acción también le sacaron las anotaciones que él había escrito durante el receso escolar para un trabajo práctico.

 Después, además de pagarle al damnificado, el fundador de la tienda digital, Jeff Bezos, ofreció disculpas por la eliminación repentina, restituyó los libros eliminados que sus clientes habían adquirido (con sus anotaciones inclusive) y se comprometió a no borrar más un e-book del catálogo... Un asunto de fe, pero más allá de la anécdota, lo concreto es la posibilidad de hacerlo. Un relato de Stallman, El derecho a leer, ya advertía sobre estos casos. En una nota posterior a ese texto de 1996, señalaba: “los sistemas se configuran cada vez más para dar control sobre las computadoras a terceras instancias, en lugar de a las personas que realmente las utilizan”.

 El clásico de Orwell se basó en los procedimientos soviéticos de vigilancia totalitaria, pero fue el tecnocapitalismo lo que perfeccionó los modos de control (o de registro, por lo menos). Por esa razón, la frase “el teléfono móvil es el sueño de Stalin” resuena con potencia paradójica en boca del programador estadounidense. Los celulares, mediante puertas traseras, pueden convertirse en dispositivos de escucha para transmitir conversaciones, aunque estén apagados. Julian Assange, en el prólogo de Criptopunks (2013) para América Latina, también advirtió los alcances de la mirada indiscreta y propuso usar software criptográfico libre para las comunicaciones del Estado.

 –Facebook no tiene usuarios, sino usados; usa a la gente para extraer datos personales sobre ellos y sobre los demás –se le escucha decir a Stallman, para quien los usuarios sólo podrán alcanzar la libertad informática cuando eviten que una empresa privada guarde las huellas de sus prácticas digitales. Pregón de un imperativo exigente, porque retirarse de las comunidades más populares en la web hoy se parece a un destierro voluntario. En última instancia, creo que si los simples mortales seguimos usando los servicios privativos de estas empresas, conviene que tengamos conciencia del contexto y decidamos hasta qué punto estamos dispuestos a resignar.

 En cambio, la ética de Stallman es inflexible: rehuye del creciente seguimiento corporativo y estatal, que Gilles Deleuze denominó sociedades de control. Después de su última visita al país en 2012, había comunicado que no regresaría, debido a la aplicación del Sistema Federal de Identificación Biométrica (SIBIOS), el cual exige registrar en una base de datos las huellas dactilares de quienes ingresan por el aeropuerto de Ezeiza. Pero se las ingenió para visitar por décima vez el lugar donde en aquella oportunidad le robaron computadora, pasaporte y dinero. Esta vez entró por vía terrestre desde Foz de Iguazú hasta Puerto Iguazú, pasó por Buenos Aires y arribó a Santa Fe.

 La buena nueva

 Antes de las preguntas, San IGNUCIO, de la iglesia de Emacs, bendijo computadoras, propuso exorcizarlas del software privativo y enumeró la doctrina. Su ideario, pronunciado en tono paródico, tiene como punto de partida el proyecto GNU, que supo plantearle dilemas al joven Stallman. A mediados de los '80, cuando la iniciativa empezaba a tener mayor popularidad, hubo personas que le donaron al proyecto computadoras que operaban con el portable Unix (usado en esa época por empresas y universidades). Según él, fueron útiles, porque resultó más fácil desarrollar componentes de GNU partiendo de aquel sistema y así reemplazar sus componentes uno a uno.

 Sin embargo, aquella etapa inaugural le planteó un dilema ético al grupo de programadores: ¿era correcto poseer aunque sea una sola copia de Unix? Respuesta: “Unix era —y es— software propietario, y según la filosofía del proyecto GNU no debíamos recurrir a él. Pero, al aplicar la misma lógica que nos lleva a justificar el uso de la violencia en legítima defensa, concluí que era igualmente legítimo utilizar un paquete propietario cuando éste resultara crucial para desarrollar un sustituto libre que ayudaría a otros a dejar de utilizar el paquete propietario” (Stallman, Richard. Software libre para una sociedad libre. Madrid: Traficantes de Sueños, 2004, p.25).

 El fin justificó algunos medios. Ahora, el tiempo es otro: se han desarrollado comunidades en torno a la cultura libre. En este sentido, una de las preguntas para Stallman fue si temía que las ideas que representa se agoten con su muerte. Contestó que no, porque el movimiento lo supera a él como individuo. Confía en la cooperación, en la inercia social, en transmitir los conceptos del software libre, en enseñar los motivos cívicos para esa política. Durante la charla, sugirió que se puede aportar desde distintos roles. Para los técnicos, programar software libre; para los no técnicos, organizar conferencias, ayudar a otros usuarios, convencer a escuelas y gobiernos.

 La mascota GNU se entregó al mejor postor. Cerca de las 20, terminó la conferencia organizada por el Observatorio de Cultura Libre del Litoral, en el contexto de las acciones para reclamar por la reglamentación de la Ley N° 13.139. Después, Stallman ofreció entrevistas y participó de otras actividades. En aquel comunicado de 2012, había escrito que sólo un "milagro" lo traería una vez más. Dicha por un ateo, esa palabra puede traducirse como “una situación extraordinaria”. Bueno, ya se sabe, las excepciones existen. Finalmente, estuvo en la ciudad. En esta gira, volvió a Buenos Aires para luego seguir su camino hacia Jujuy y Salta, lugares donde repitió su prédica.

Proyecto Sobre el margen, Richard Stallman, Software Libre

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